Palabras para la presentación de Balajú. Revista Electrónica de Comunicación y Cultura, Universidad Veracruzana

 

 

 

 

Desde que mi amiga Celia Del Palacio me propuso participar en la presentación de Balajú, no dudé un segundo en estar presente en la fiesta. Agradezco esta oportunidad que se constituye para mí en una suerte de bocanada de aire fresco, un buen pretexto para el lirismo, con el fin de construir espacios de libertad. Pienso que esta es una ocasión propicia para conjugar arte, compromiso social y rigor académico.

Por (de)formación profesional, debo decir que del total de revistas electrónicas existentes en el portal de la Universidad Veracruzana, Balajú es la única y constituye la primera en su género que trata de llenar un inexplicable vacío en torno a las publicaciones que tienen como fin la difusión del pensamiento, las ideas y acercamientos a los temas de la cultura y la comunicación. Una somera estadística nos arroja los siguientes resultados. Actualmente, en la página de Internet de nuestra universidad aparecen registradas un conjunto de 12 revistas electrónicas; de todas ellas, tres manifiestan tener interés temático en la cultura, pero solamente Balajú correlaciona comunicación y cultura, temas que hoy en día permanecen imbricados en la reflexión académica. A decir verdad, las otras revistas tienen más bien una orientación espacial o disciplinar; una de ellas especializada en temas de la cultura china, la otra más bien enfocada a mostrar los avances en estudios de carácter histórico. Por estas razones, creo que una revista de este tipo resultaba imprescindible y me siento un tanto apenado de que no hayamos tomado la iniciativa mucho tiempo atrás. No obstante, creo que Balajú podría haber llegado seis años antes o seis años después; lo cierto es que llegó a tiempo para llevar un registro más o menos puntual, más o menos lúdico, de lo que acontece en el campo de la cultura y la comunicación.

Con Rafael Figueroa aprendemos no sólo sobre los orígenes semánticos y melódicos de la palabra balajú sino, además, su carácter –digamos- plástico o apropiable a través del ingenio. En este sentido, la versada da pie al lirismo y parece un repertorio inagotable de agregados que el ejecutante y el cantador pueden esgrimir al vuelo, narrándonos aventuras o episodios de nuestra vida más ordinaria.

Lo que sí sabemos con toda seguridad, dice Figueroa, es que el balajú alude al mar y a todos sus personajes, infortunios, esperanzas y satisfacciones. Me congratulo y espero que este Balajú nuestro también sepa a mar, en tanto que todo lo que se ama y sabe a sal se procura con denuedo y, como los buenos platillos, necesita encontrar su sabor a fuego lento.

Gustavo Lins ofrece un texto por lo demás pertinente en estos tiempos globales, en esta suerte de compactación de tiempo y espacio, como ha dicho David Harvey. El discurso de la diversidad ha permitido una cierta pluralidad de voces, porque provienen de las múltiples expresiones desde la sociedad civil, alimentando los debates en los terrenos político y académico. Sin embargo, aun cuando estas expresiones ponen en tensión las imposiciones hegemónicas a través de un solo modelo de sociedad construida desde posiciones dominantes y unidimensionales, “el problema -dice Lins Ribeiro- sigue estando en donde siempre estuvo: en la relación entre lo particular y lo universal”. El debate está abierto y emerge la interrogante de si solamente existe un modo de modernizarnos a imagen y semejanza de la experiencia europea y occidental.

Estas discusiones que problematizan el tema de la diversidad nos conducen, también, a la actualización de las perspectivas sobre la cultura, y a si la mejor manera de capturar esa realidad a la que alude debe asimilarse desde sus especificidades o desde la pluralidad de sentidos que a menudo se hacen patentes. Con todo, las preocupaciones de Lins se dirigen más bien a explorar la tensión entre las pretensiones de validez de ciertos particularismos que aspiran a convertirse en referentes universales. En las propias palabras de Ribeiro:

 

Mi preocupación está relacionada con las discusiones en torno a cómo algunos particularismos como los conceptos occidentales de “derechos humanos”, “desarrollo” y “valores universales excepcionales”, por ejemplo, se convierten, o pretenden convertirse en “universales”. En definitiva, estoy preocupado por los discursos globales que pretenden ser universales y necesitan ser enmarcados dentro de historias de poder particulares, ya que reflejan capacidades desiguales de definir lo que es común o deseable para cualquier ser humano. La transformación de los particulares en universales es más un problema sociológico e histórico que un problema lógico. El monopolio de lo que es universal es un medio de (re)producción de las élites globales. Los locales no son capaces de darle voz a sus concepciones de universales, menos imponerlos, a menos que se articulen con redes globales, en cuyo caso ya no son, en sentido estricto, actores locales.

 

De ahí que las definiciones sobre los derechos humanos, el desarrollo u otros parecidos no sólo estén sujetos a una muy diversa forma de ser interpretados sino que, además, se instalan en conflictos de poder que divide a los sujetos en globalizados y excluidos.

Ricardo Pérez Monfort nos presenta en un extenso pero ameno texto lo que podría ser entendido como su biografía intelectual. Cuáles han sido sus influencias y quiénes contribuyeron a su formación son las preguntas que subyacen a lo largo de un recorrido por temas, autores y profesores. Su amplio recorrido no omite el carácter trashumante de su vocación disciplinaria, siempre anclada en la historia; esfuerzo en el que a menudo se destaca su disposición al autodidactismo. Todo esto lo llevó a indagar y a constituirse en uno de los pioneros en la historia cultural que no desdeña encontrar fuentes de inspiración en la exploración de nuestra vida cotidiana. Con una pluma amena, traza las directrices de su pensamiento, que no excluye buenas dosis de pasión personal, en los derroteros que le ha significado un largo andar en los mares intrincados de nuestra experiencia más ordinaria.

Por su parte, Soledad de León nos transporta al mundo de lo doméstico y nos enseña cómo la diferencia entre los géneros se reproduce en la esfera económica a través del intercambio de mujeres y los riesgos que eso significa para la empresa familiar y, al mismo tiempo, cómo dichas desigualdades se manifiestan igualmente en el orden simbólico. Después del barroquismo que significa el matrimonio en México, descrito por Soledad, me puse a reflexionar en cómo es que pude yo hacer tal cosa e involucrar a mis padres en mi primer matrimonio. Es tan largo el proceso que implica el matrimonio (un largo noviazgo, la pedida de la novia, el compromiso civil, los preparativos de la boda, la fiesta, etc.) que termina uno tan exhausto que hasta la pasión se marchita. No cabe duda que somos un pueblo de rituales y de un apego estricto a las formalidades. Somos hijos de la mala vida, del infortunio, y con eso nos regodeamos porque atisbamos que en algún momento nuestros sufrimientos serán recompensados o acaso reconocidos mediante actos rituales que restañan el dolor de nuestros sacrificios. Tampoco podían faltar las alusiones a nuestra predisposición al drama, puesto que el matrimonio, visto desde la óptica de la familia de la novia, termina siendo una secuencia de episodios tristes y desgraciados, hasta homologar la pérdida de una hija como si fuese un funeral anticipado, una pérdida y, como dice Soledad, en términos económicos, puede llegar a ser así.

En el largo recorrido que implica el texto de Norma Esther García y Daniel Domínguez, me limito a reconocer que, en efecto, el nombre implica una forma lingüística básica que nos permite estar en el mundo, con la que también se alude a la memoria y a los imaginarios. No obstante, como sus autores señalan, siempre existe algo implícito, algo que subyace al nombre que a menudo permanece oculto a nuestras primeras impresiones. Simplemente refiero, a propósito de los nombres “deshumanizados” a los que aluden los autores retomando a Benjamin, que hay una inclinación muy mexicana a imponer nombres después de la consulta del almanaque. Así, en el estado sureño de Chiapas se han encontrado aberraciones como el hecho de nombrar a alguien como AnivdelaRev, abreviatura que, desde luego, significa Aniversario de la Revolución. O, también, a propósito del nombre, lo que ocurrió aquí en Xalapa cuando la exalcaldesa y hoy dirigente del PRI, Elizabeth Morales, develó un busto del malogrado candidato a la presidencia de la república en 1994, Luis Donaldo Colosio, y que en la placa aparecía su nombre como Don Aldo. Mi paisano Eraclio Zepeda, mejor conocido como Laco, tiene en uno de sus cuentos una historia chusca sobre su nombre. Resulta que alguna vez fue a un baile y sacó a bailar a una muchacha; tratando de hacerle plática le pregunta a la señorita: “Y... ¿cómo te llamas?” Le contesta la muchacha: “Me llamo Eraclia, pero de cariño me dicen Laca, ¿y tú?” “Yo me llamo Juan”. Por supuesto no podía decirle su “nombre real”, dado que temía se prestara a burla.

Y ya que estamos en campañas políticas, también viene a cuento lo que se hace en el Partido Verde que, más que partido, es una suerte de franquicia familiar como las Farmacias del Ahorro. Pues bien, resulta que para contratar su publicidad anticipada usaron la empresa de uno de los dirigentes del partido, a través de la cual lograron difundir sus mensajes en cines a precios francamente irrisorios (30 pesos por spot o 400 pesos a la semana); la empresa lleva por nombre: Rabocse, que es el apellido Escobar invertido. Si esto es así, resulta revelador que gusten de hacer las cosas al revés, es decir, contra las normas. Es más que claro, más allá del nombre, que no tienen especial predilección por acatar las reglas sino todo lo contrario. Con esa postura pusieron en crisis al órgano electoral por la actitud omisa y hasta indulgente de la mayoría de los consejeros del INE.

Finalmente, en la sección dedicada a los “materiales para el estudio de la comunicación y la cultura”, Celia Del Palacio nos presenta un catálogo imprescindible para no olvidar el estado de cosas en que vivimos todos aquellos que habitamos el estado de Veracruz. Con este listado podemos apreciar quiénes son los periodistas y los medios que han sufrido algún tipo de violencia en su práctica cotidiana entre 2011 y 2014. A las dificultades estructurales de un medio como el de los periodistas, que languidecen frente a salarios de hambre, se añade ahora la violencia persistente para un tipo de actividad indispensable para la vida democrática del estado y del país. Esto hace todavía más importante la labor de llevar ese registro puntual de los acontecimientos, mismos que podrían calificarse como genuinas historias de terror. Con una prensa de tal manera acosada, menos oportunidades tendremos de hacer valer derechos básicos. De ahí el carácter imperativo de esta tarea para que la flama de nuestras inconformidades no perezcan en los archivos de la impunidad. Este ejercicio, tal y como nos lo describe Del Palacio, contribuye a no perder la memoria y es un mínimo tributo a quienes han sido mancillados en uno de sus derechos más elementales: la palabra.

Me llamó la atención el nombre, como también uno de los subtítulos que se esgrimen en la presentación de Balajú. Se dice al respecto: “para empezar a cantar”, pero creo que la palabra en estos tiempos se ha vuelto un tanto obscena. Emitir sonidos por la boca ya no es sinónimo de cánticos más dulces o enérgicos, bellos, sublimes; tiene cierta derivación hacia la confesión y no precisamente como un acto de contrición para apaciguar nuestras almas, sino para incriminarnos por delitos o faltas de las que podríamos ser responsables. Por lo pronto, la presunción de inocencia nos exime de tales compromisos hasta que se nos demuestre nuestro proceder criminal, si fuese el caso. Cantar en estos tiempos es la prueba palmaria del fracaso de las instituciones de justicia que nunca hemos tenido o una suerte de aborto institucional dado el grado de descomposición que a menudo las caracteriza. Cantar implica una suerte de confesión materialmente arrancada con base en la tortura, como en estos días lo ha señalado el relator de Naciones Unidas en torno a los derechos humanos en México. De ese tamaño son los retos que tenemos enfrente.

Como Chaplin en su época, atormentado por las desigualdades sociales y el cinismo de las clases adineradas, no he querido dejar pasar este momento para decir algo de lo que me consume cada vez que leo, escucho o veo las noticias. Día a día hay algo de la realidad que está fuera de toda proporción y ya estoy cansado de malas noticias. Por eso me congratulo de que Balajú exista, un refugio para aquellos que aún se atreven a cantar en su muy humilde interpretación de la vida. Por lo tanto, estoy gratamente satisfecho de que haya nacido y, si me lo permiten, ahí estaré no sólo como testigo sino hasta como cómplice de su existencia promisoria.

No me resta más que invitarlos a leerla y contribuir con los esfuerzos que aquí se realizan comentando o debatiendo sus ideas.

Larga vida a Balajú.

 

11 de marzo de 2015