Mardencuentros1

Por Daniel Domínguez Cuenca2

Rafael Corkidhi Acriche murió el 17 de septiembre de 2013, en Boca del Río, Veracruz. Vivía en un lugar frente a un horizonte privilegiado, las casas del Infonavit El Morro, ubicadas en la parte alta, a orillas del bulevar que comunica a Veracruz con Boca del Río. El intenso arroyo vehicular que por esa vía transita hace bastante ruidoso el sitio, pero la vasta vista del litoral compensa con creces el constante rugir.

Tenía dos casas edificadas en la primera fila de ese mirador donde llena la pantalla el incansable espectáculo del Golfo de México. Ambas, situadas a escasos 50 metros de distancia. Son las casas de mis hijos, nos decía. En una de ellas vivió sus últimos años el maestro Rafael. Vino a la costa después de renunciar a la Universidad de la Américas en Puebla. En la otra casa acondicionó su escuela experimental de cine y video, a la que llamó Mardencuentros.

El Morro es un caso digno de estudio: son las únicas casas de interés social situadas en un espacio que se tornó de lujo. En ese lugar vemos que las humildes viviendas se han transformado en casas de tres pisos, con balcones y terrazas para disfrutar la brisa y la vista marina, en particular, aquellas casas situadas en el primer andador, es decir, las casas a las que nada les puede bloquear la maravillosa vista al mar, siempre que se respete la prohibición de construir edificios en la acera de lado del mar. Curiosamente, ese tramo, el que va de la playa de Mocambo al pueblo de Boca del Río, se ha convertido en uno de los escasos sitios de la zona conurbada donde aún es posible ver el mar en plenitud. Del resto del bulevar, una buena parte lo tiene acaparado la zona hotelera y los altos edificios de condominios lujosos, como si fuera válido privatizar la posibilidad de mirar el horizonte marino.

El mar que todos los días miraba y respiraba Corkidhi es un mar rico en historia. Por ahí llegaron las naves españolas a la conquista. Por ahí rondaban famosos piratas. Por ahí han circulado viajeros, mercancías y culturas que, a lo largo de 500 años, han configurado el crisol que hoy nutre la cultura jarocha y boqueña, signos que conforman la riqueza regional manifiesta en su cocina, en sus creencias, en su lengua y en su música. Dos mil años atrás, muy cerca de ahí, en una zona próxima a la desembocadura del río Jamapa (ubicación que da el nombre a la ciudad), se hallaron asentamientos prehispánicos de la cultura conocida como de Remojadas. En resumen, es un mar en el que confluye mucho comercio mundial, mucha historia y muchas culturas. Corkidhi escogió venir a esta playa, a esta boca donde el río se entrega a la mar, vino a entregar sus últimos años de vida para desarrollar un proyecto atípico: la escuela de cine y video experimental Mardencuentros.

El nombre es afortunado; corresponde al horizonte, al paisaje visual y, al mismo tiempo, es un manifiesto artístico que define el hacer del artista. Tal vez sea una metáfora del sentir interno del maestro Rafael. Quizás un descubrir de la dinámica electrizante del convivio en un espacio de creación colectivo. La vida misma es un mar de encuentros.

Una pequeña casa de ladrillo colorado fue acondicionada como escuela por Corkidhi; creció en vertical dos pisos más, con angostas escaleras que comunicaban los niveles. Abajo, en la terraza, estaba la recepción, con un par de computadoras para práctica de los alumnos, una cocineta sencilla y un baño. En el nivel medio, el cuarto más amplio funcionaba como sala múltiple de proyección de video y espacio para la impartición de clases. Había además una videoteca con más de mil películas seleccionadas por el maestro, materiales en diversos formatos, y un espacio clave: su estudio, con un gran ventanal, donde la metáfora del mar se hacía realidad líquida y placentera visión. Había una mesa hexagonal que en vez de usarse para jugar cartas servía para tener juntas, un pequeño escritorio equipado con una lamparita como de joyero, objetos antiguos, recuerdos varios de toda una vida dedicada al cine, la vieja máquina de escribir metálica, planchas, cráneos, esculturas, altares, recuerdos de viajes, premios, imágenes de fotografías de sus filmes y carteles de obras.

El acceso al tercer nivel era más restringido: una pequeña escalera de caracol construida en herrería, como si fuera el cuarto secreto de una nave, conducía a la sala de edición. Viejas computadoras Macintosh trabajando a marchas forzadas; su leal asistente, Ángel Lagunes, “rendereando un video”; en fin, muchas tareas pendientes, cientos de proyectos por hacer: transferir materiales, generar fondos, hacer el plan de estudios, gestionar entrevistas, preparar un festival único en su género, intentar algo nuevo cada día.

Mardencuentros ha sido un proyecto pedagógico insólito. Una escuela con cupo para 12 jóvenes adolescentes de muy escasos recursos, de preferencia niños de la calle, niños con verdadera necesidad, dispuestos a aprender el arte de hacer video, dispuestos a innovar, apreciar y honrar su arte.

Porque el cine es imposible hoy en día y el video es el arte posible. Usted puede hacer cine con una camarita digital, y después transferir el material a otro formato. Editar en final cut. Mire, es la historia de Chaplin. Y es la historia de mi vida. Yo fui un chico de la calle. No me importa si es uno, con uno que aprenda a hacer video experimental, con uno que se vuelva un chico de bien, con eso me doy por bien servido. [Así recuerdo sus palabras.]

Las cuentas nunca salían. No había dinero que alcanzara. No había dinero nunca, pero nunca se dejaban de hacer cosas. Siempre estaba tratando de conseguir fondos para un proyecto totalmente insustentable, un proyecto imposible en la independencia, pero soberanamente autónomo en su ejecución.

En dos años se pretendía lograr sembrar la semilla en estos chicos, enseñarles a manejar una computadora, iniciarlos en el manejo de una cámara, recibir sus primeras lecciones de edición, descontaminar su cerebro de imágenes chatarra y afinar la mirada para hacer cosas nuevas, diferentes, arriesgadas, insólitas, atrevidas. Esa era la visión.

Formamos un plan de estudios experimental y durante algunos años experimentamos con él. Yo lo acompañé durante dos de esos años en los que los sábados, a primera hora, sentados en círculo, compartíamos café con pan con los alumnos y hablábamos de todo, con total libertad, abriendo horizontes críticos y preparando el espíritu para ver las obras más atrevidas e innovadoras del cine y del video, antologías diseñadas por Corkidhi para regenerar la visión.

Después me desligué algunos años del proyecto. Nos distanciamos, pero seguimos siendo amigos. Nos veíamos esporádicamente para desayunar chilaquiles en su restaurante favorito. La última vez que nos vimos fue en 2013, a principios de septiembre. Yo había querido hacer un ciclo de cine dedicado a su obra en agosto. Le llamé y me enteré de que estaba en la ciudad de México, en una “residencia” –me dijo–, recuperándose de una intervención quirúrgica.

Esa mañana lo encontré en el restaurante, tan lúcido como siempre, pero con muchos kilos menos. Me dijo que se había salvado de milagro, que había estado al borde de la muerte durante dos meses. Me platicó que la noche que recibió el Ariel de Oro estaba delicadísimo, casi no se podía sostener en pie; sin embargo, se levantó de la cama y asistió a la entrega del merecido reconocimiento.

Corkidhi era un tipo difícil, complejo, un inconforme, un ser marginal. Sus comentarios solían ser lapidarios, era un iconoclasta, un pensador y un crítico. Sin embargo, era también alguien con un agudo sentido del humor, la ironía era su elemento. Solía decir que cuando iba a las oficinas de gobierno a solicitar recursos para la escuela, veía a los burócratas tan venidos a menos que acababa sintiendo más necesidad de ayudarles que de pedir ayuda.

También contaba que él llegaba a las mesas de burócratas a entrevistarse y le decían:

—¿Ocupación?

—Desempleado –contestaba.

—¿Y ese? –le inquirían, señalando a Ángel Lagunes…

—Es mi asistente –contestaba.

En los últimos años desarrolló además un experimento consistente en la realización de videos diseñados para verse en ocho pantallas de manera simultánea pero secuencial, sin repetir la imagen sino tejiendo un discurso con y entre las ocho pantallas. Además, la obra se complementa con un equipo de sonido envolvente. Al proyecto lo nombró 8 Video. La historia visual era contada al mismo tiempo pero sin repetir la misma imagen en cada pantalla sino construyendo un diseño visual apoyado en la visión múltiple secuencial.

Con esta técnica Corkidhi realizó una obra en la que prácticamente se estaba despidiendo del mundo. ¿Premonición? ¿Destino? Él mismo encarna a un supuesto maestro rural. La primera parte (en total son tres) se titula “Memoriales de un loco”. Esta obra es una crítica mordaz al sistema, cuestiona el sentido de la educación en México. La voz que acompaña mayormente las imágenes –una serie de fotografías fijas– dice frases como las siguientes: “Sabemos algo, enseñamos poco”. “Pero estamos ante el mundo de la incomprensión, la ciega incomprensión de las autoridades”. “Pero ser maestro aquí es soñar.” “Mi labor… enseñar, educar.”

El maestro rural se despide de todos en críticos monólogos, y con San Juan de la Cruz cuestiona: “¿Cuándo será que pueda, libre de esta prisión, volar al cielo? ¿Cuándo?... ¿Cuándo?”

Esta pregunta hecha en 2008 encontró respuesta cinco años más tarde, cuando el maestro Corkidhi pudo al fin liberarse de esta prisión. Él, que fundó una escuela de video, en análogo lance al de los maestros rurales, vivió siempre predicando en el desierto, aunque fuera frente a la costa.

Aquella mañana del desayuno, hablamos de nuevos proyectos, de echar andar, ahora sí, en 2014, el Primer Festival de Cine en Español, en Boca del Río. Quedamos de vernos un mes después para dar seguimiento al proyecto. Pero en realidad, Rafael Corkidhi ya tenía otra cita previamente pactada y, así como años atrás me confesó, vino a este Mar de encuentros a pasar los últimos momentos de su vida.

Tenga usted buen y prodigioso viaje, maestro.3


1

.-Una primera versión de este texto fue presentado en la Mesa literaria, de las Jornadas Funerarias de 2013.

2.- Es doctor en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de México. Fundador del Reflexionario Mocambo, espacio de creación y reflexión cultural en la Unidad de Servicios Bibliotecarios de Boca del Río.

3

.- Agradezco a Pablo Corkidhi y a Ángel Lagunes (hijo el primero; asistente el segundo, del maestro Rafael) las imágenes fotográficas facilitadas para acompañar este texto.

Instalación de pantallas y sonido para la presentación de 8 Video.

Rafael Corkidhi realizando su quehacer.

Rafael Corkidhi en su estudio.

Memoriales de un loco. Corkidhi protagoniza al maestro rural

Aspecto de la sala principal en la escuela experimental Mardencuentros.