Presentación

Rituales, representaciones y discursos sobre la muerte

Norma Esther García Meza1

Elissa Rashkin2

Celia del Palacio Montiel3

Los saberes, las creencias, los sentimientos y las emociones condensadas en los rituales, las representaciones y los discursos construidos en torno a la muerte forman parte del trabajo con la memoria y constituyen un reto metodológico al que nos enfrentamos quienes estudiamos las prácticas culturales y las múltiples significaciones que portan. Exigen, sin duda, reflexiones teóricas profundas y transdisciplinarias que nos permitan entender, por ejemplo, la diversidad cultural y las particulares manifestaciones de la vida frente a la muerte, el papel de los imaginarios en las singulares expresiones del duelo, los complejos vínculos de los rituales funerarios con la identidad y su relación con algunas de las problemáticas actuales como el incremento de la violencia.

El complejo entramado entre memoria y lenguaje, que permite reconocer las huellas de ciertas visiones del mundo en las prácticas y en los discursos funerarios, es otra vertiente del análisis que, desde la línea de investigación Prácticas culturales y construcción de la memoria, se ha impulsado en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación, de la Universidad Veracruzana. Así, se han estudiado algunos de los soportes simbólicos donde memoria, lenguaje y violencia se entrecruzan, como las lápidas urbanas, y se han identificado los profundos nexos entre el duelo y la búsqueda del descanso del alma del fallecido, pero también la insistente preocupación por evitar el olvido y denunciar, desde el territorio de lo simbólico, la ocurrencia de muertes violentas.

Hay muchos otros soportes significativos donde memoria y lenguaje se entrecruzan, como los velorios y los enterramientos: dos territorios donde la vivencia individual es celebrada como asunto de la colectividad, donde lo individual posibilita las expresiones colectivas de la fe, de la fraternidad, de la solidaridad y de todas las creencias y representaciones que conforman el imaginario compartido. Animados por el café, el aguardiente, el pulque, el mezcal o cualquiera de las bebidas propias de la región donde ocurren, en los velorios y en los enterramientos se habla tanto del difunto como de sus deudos y se discuten asuntos éticos y filosóficos, cotidianos y trascendentales, asociados a la vida y a la muerte.

Ese vínculo entre memoria y lenguaje también se advierte en muchas otras prácticas culturales en las que se crean o recrean diversos sentidos sobre el proceder humano frente a la muerte, como la música, la danza, el cine o la literatura. Estas representaciones, sean productos de las industrias culturales de la modernidad o creaciones más bien personales o comunitarias, también nos comunican la profunda relevancia de la muerte como elemento del ciclo de la vida, que ha fascinado a los vivos, quienes generan un esfuerzo constante por dotarle de sentido.

En México, una de las prácticas culturales asociadas a la recordación de nuestros muertos es, sin duda, el altar que en su memoria levantamos el penúltimo mes de cada año. Se trata de un soporte simbólico sumamente significativo en el que están adheridas tanto las resonancias de las festividades prehispánicas –resignificadas por la tradición católica– como las huellas de la oralidad que han posibilitado su transmisión de generación en generación.

Llama la atención la vigencia de esta costumbre, a pesar de la reciente introducción de elementos comerciales y/o híbridos que algunas personas perciben como una amenaza a la tradición –en particular, la convergencia con el festival euro-estadounidense de Halloween, la que ha devenido en una especie de fusión posmoderna en que calabazas anaranjadas ya comparten espacio con las calaveras de azúcar y amaranto. La calaca de José Guadalupe Posada e, incluso, las imágenes en calavera de Emiliano Zapata o de Frida Kahlo de repente hacen las veces mexicanizadas del disfraz halloweenesco, para las fiestas juveniles ahora en boga en estas fechas.

La necesidad de reflexionar sobre éstas y otras prácticas culturales relacionadas con la memoria de la muerte dio origen a las Jornadas de Cultura Funeraria que desde 2010 se realizan en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación. El presente número de la revista Balajú reúne algunos de los trabajos presentados a lo largo de seis años en dichas Jornadas. El propósito de su publicación es contribuir a los debates actuales sobre las diversas expresiones de la cultura funeraria en México y en otras regiones del mundo. La mayor parte de los textos provienen de las Jornadas realizadas en 2014; no obstante, al idear la presente edición de la revista Balajú, también invitamos a ponentes y a conferencistas de años anteriores a participar, conjuntando de esta manera una rica variedad de temas, propuestas y perspectivas.

Mientras algunos de los autores aquí incluidos son investigadores de larga trayectoria, cuyas intervenciones derivan de años de análisis y reflexión en torno a sus sujetos y objetos de estudio, otros son representantes de nuevas generaciones de estudiosos en el campo de la cultura y de la comunicación, cuyas participaciones siempre han sido entusiastas, ya que las Jornadas constituyen un espacio donde se puede compartir no sólo avances de investigación sino experiencias, reflexiones y, en algunos casos, historias de vivencias y/o de complejos culturales provenientes de tierras extranjeras –porque la Universidad Veracruzana también es un espacio de intercambio internacional–, cuyas prácticas funerarias y creencias sobre la muerte contrastan con –al tiempo que complementan– las exposiciones de la diversidad mexicana en torno a este campo cultural.

Cabe señalar que todos los textos, no obstante haber sido originalmente concebidos como ponencias o conferencias, fueron revisados para su publicación y sometidos a un proceso de dictamen por pares,4 de acuerdo con los criterios esperados de una revista académica con fines de divulgación. La lista de personas que han colaborado y participado en las Jornadas desde su inicio es, por supuesto, mucho más extensa que la que conforma el contenido de este número de Balajú, ya que además de las mesas e intervenciones académicas también se han incluido presentaciones de poesía y performance, sin dejar de mencionar la colocación colectiva anual de la ofrenda que honra a nuestros muertos –figuras significativas del amplio campo de la cultura y de la comunicación–, con una combinación de tradiciones locales y eclécticas aportaciones creativas, según las inspiraciones de quienes participan en este importante ritual. De manera que el número 3 de nuestra revista, representa un elemento –quizás el más formal– de un evento interdisciplinario más extensivo, abarcador también de aspectos lúdicos, performativos y ceremoniales.

La primera parte de la presente edición de nuestra revista, la sección “Navegaciones”, comprende artículos académicos de mayor extensión, que son el resultado de investigaciones de más largo aliento. La segunda parte, la sección la sección “Cupido me enseñó a leer en los libros del paisaje”, que es el espacio destinado a las reseñas de libros, en este número se ha consagrado a los artículos relacionados con la muerte en la letras y otros escenarios. Finalmente la sección “Ariles y más Ariles”, está constituida por ensayos, reflexiones y artículos más cortos.

Abriendo estas “Navegaciones” en torno a la muerte en la cultura, el antropólogo, historiador y arqueólogo Alfredo Delgado Calderón explora “La Danza del Muerto de los popolucas de la sierra de Soteapan”, mostrando las raíces de dicha danza en los antiguos mitos y creencias religiosas de esa cultura. El amplio conocimiento de la región referida y de sus tradiciones por parte del autor contribuye a la estructuración de un texto que es erudito y, a la vez, de accesible lectura.

En el segundo artículo, y con un acercamiento resultado de años de estudio, vivencias y reflexión en torno a las culturas de La Montaña de Guerrero, el antropólogo Jaime García Leyva escribe sobre “Vico Ndii. La fiesta de los muertos”. Su texto, además del enfoque descriptivo sobre los costumbres de un pueblo, deja ver cómo estos ritos funcionan para mantener la cohesión de la comunidad y su identidad cultural bajo condiciones, como el autor indica, de marginación y pobreza.

Estos dos artículos, ambos escritos por autores íntimamente familiarizados con los terrenos culturales donde se ubican sus temas de estudio, hablan no sólo de prácticas aisladas, sino de la resiliencia cultural5 que toma forma y persiste con la vigencia de cosmovisiones particulares, contrapuestas a las prácticas hegemónicas o dominantes en el contexto de la globalización.

El tercer artículo, de Celia del Palacio Montiel, sigue explorando el universo de las prácticas arraigadas en cosmovisiones antiguas, en este caso en torno a las “Costumbres funerarias de Xico, Veracruz”. A través de entrevistas con informantes clave como doña Nieves Tlaxcalteco, este artículo presenta una descripción de las costumbres funerarias practicadas hoy en día en la zona mencionada, el papel de las mujeres en ellas y su relación con la numerología y la cosmovisión prehispánica. La autora, a lo largo de su texto, compara las prácticas actuales con los conceptos de la muerte, el viaje a Mictlan y el inframundo en la sociedad náhuatl antigua, basándose en fuentes clásicas como la obra de Sahagún y las investigaciones de Miguel León Portilla y Alfredo López Austin.

Otro aspecto del tema central que ocupa este número de Balajú, son algunas representaciones de la muerte en medios culturales como el cine y la televisión, el folclor y las leyendas populares, y la poesía en su relación con la memoria colectiva. Primero, en “Musicalizar la muerte en el cine mexicano de los años treinta”, Jacqueline Ávila analiza dos películas clásicas del cine mexicano: La mujer del puerto y Janitzio, y argumenta que, a pesar de provenir de distintos géneros cinematográficos, las dos cintas tienen maneras similares de representar la muerte en relación con la conducta no-normativa de la mujer protagonista y que, además, esta representación está configurada de manera contundente y singular a través de la música de la banda sonora.

Como señala la autora, la banda sonora es un elemento poco contemplado en la mayoría de los estudios cinematográficos, a pesar de su papel central en la construcción de significados para el espectador (particularmente en el cine mexicano, donde la música a veces proporciona la inspiración e, incluso, el pretexto para la dramatización de narrativas la mayoría de veces melodramáticas). Por ello, el artículo hace una significativa aportación a través del análisis musicológico de las dos películas, y éste es articulado, además, con el análisis del discurso visual.

A este análisis formal también se incorpora la perspectiva de género, mostrando cómo la música, aunque sea de lamento o de tono oscuro –cuando se trata de la muerte de las protagonistas como resultado de su conducta sexual transgresora de las normas de sus comunidades–, también valida esta normatividad, ya que construye la muerte como tragedia en un sentido bíblico y no como violación de los principios de justicia social, por ejemplo, en torno a las mujeres y sus derechos humanos.

En el artículo siguiente, Raquel Guerrero Viguri analiza a “Catalina Creel, la versión contemporánea de La Catrina”, empezando con un interesante repaso histórico sobre La Calavera Garbancera de José Guadalupe Posada, de 1913, posteriormente rebautizada por Diego Rivera como La Catrina, y hoy en día –bajo este nombre– ubicua en las celebraciones del Día de los Muertos y en general como una invocación de “la cultura popular mexicana”. Dice la autora: “La Garbancera, con aires y sombrero de aristócrata, fue la manera en la que su autor [Posada] criticó a todos aquellos que durante el Porfiriato y las luchas revolucionarias, renegaron de su pueblo, de su origen, de su sangre”.

Décadas después, la representación de esta figura simbólica de la muerte reaparece encarnada en un personaje de la telenovela Cuna de lobos, la tenebrosa Catalina Creel (personificada por María Rubio), quien, tal como la Garbancera/Catrina, perdura más allá de su contexto original –la pantalla chica dominada por Televisa– para ser sujeto de memes, grafitis y otras reelaboraciones de su imagen, hasta la fecha. De esta manera, tanto el grabado de Posada como el personaje de Catalina Creel siguen siendo un reflejo poderoso de un aspecto del gusto popular.

En la sección “Cupido me enseñó a leer en los libros del paisaje”, como se dijo al inicio, hemos reunido los artículos referentes a la muerte en las letras y en otros escenarios, y abrimos esta sección con el ensayo de Leticia Cufré Marchetto, “La fascinación de la muerte”, en el que la autora reflexiona en torno a las maneras en que las sociedades occidentales se han acercado al tema de la muerte, desde ciertos textos antiguos hasta algunos de los poetas canónicos latinoamericanos del siglo XX –Borges, Vallejo, Pellicer–, incluyendo también la fiesta tradicional mexicana del Día de Muertos y algunos poemas recientes relacionados con esta celebración. La autora considera que la fascinación –en este caso con la muerte– está “relacionada con el enigma, cuya resolución se convierte en una necesidad ineluctable, un imperativo vital, de urgencia, ya que suele interpretarse como un signo del destino y su aparición puede cuestionar la estabilidad del sujeto, o poner en juego los registros más diversos del conocimiento y cuestionar las formas de su enunciación”. Por lo tanto, la muerte surge como tema clave en diversos contextos culturales, desde la antigüedad hasta los tiempos actuales, aunque se argumenta que ha sido difícil enfrentarla sin hablar, más bien, de ausencias: como escribió Jorge Luis Borges en un poema citado en el capítulo: “¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, / sin saberlo, nos hemos despedido?” Sin pretender resolver el dilema, sino con la intención de hacerlo visible, el ensayo termina expresando las preocupaciones de la autora en torno a la violencia cotidiana de nuestros días.

Mientras el texto de Cufré Marchetto alude a los acercamientos a la muerte en la poesía (y en otros contextos), los siguientes ensayos que constituyen esta sección de la revista hablan de figuras relevantes en la vida cultural cuyas muertes recientes han tenido un amplio impacto en aquellos sectores del público atentos a su quehacer literario o artístico en vida, empezando con los mismos autores aquí representados, cuyas participaciones surgen primordialmente del deseo o de la necesidad de recordar y honrar a los fallecidos.

En “Mardencuentros”, Daniel Domínguez Cuenca recuerda la actividad del cineasta Rafael Corkidhi en Boca del Río, Veracruz, durante el ocaso de su vida, donde fundó la escuela de cine nombrada, precisamente, con una sola palabra: Mardencuentros. “El nombre es afortunado –observa el autor–; corresponde al horizonte, al paisaje visual y, al mismo tiempo, es un manifiesto artístico que define el hacer del artista […] La vida misma es un mar de encuentros”. De manera muy personal –o sea, con gran cariño hacia el personaje retratado, el amigo ausente–, el ensayo nos presenta el retrato de un creador fuera de lo común, quien dedica la última parte de su vida a la enseñanza de manera independiente, con su proyecto dirigido a jóvenes de bajos recursos –entre ellos niños de la calle.

Domínguez Cuenca también señala la importancia del sitio físico de la escuela y su lugar en la cultura histórica de Boca del Río. El mar resulta ser un poderoso símbolo de la posibilidad creativa y de los múltiples encuentros generados por el esfuerzo de quien optó por compartir su espacio, su energía y su conocimiento con generosidad, apostando al arte como a “un proyecto imposible en la independencia pero soberanamente autónomo en su ejecución”.

En el siguiente artículo, Hazel Hernández Guerrero plantea que “el universo narrativo y social de Gabriel García Márquez oscilaba entre la realidad y el sueño, donde la luz era agua y el amor se desarrollaba durante el estado de vigilia. La vida era un recuerdo o un anhelo, no había ahora; la maravilla y la magia eran posibles siempre”. En este texto, intitulado “Gabriel García Márquez, soñar su sueño”, se reflexiona sobre el quehacer literario de uno de los más conocidos escritores de América Latina, a la luz del contexto violento en que éste escribió –y sobre todo, en el que pronunció su discurso de aceptación del premio Nobel de 1982–, relacionándolo estrechamente con el contexto igualmente violento del México actual, sacudido por la desaparición de los 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, Guerrero, junto con la desaparición y muerte de miles de personas más en los últimos años. El “soñar” de García Márquez, argumenta la autora, nada tenía que ver con el escapismo sino que ofreció una manera de enfrentar la realidad.

En el mismo sentido, Analí Aguilera Peña escribe su homenaje al poeta argentino “Juan Gelman, amigo de la muerte”, desde el profundo sentir de dolor colectivo presente a fines de 2014 por la pérdida de los estudiantes guerrerenses y por las otras muertes, con o sin nombre esclarecido, que se encuentran sembradas a lo largo y ancho del país en fosas comunes. Reflexionando sobre la vida y la obra de Gelman, en el año de su fallecimiento, la autora considera que las experiencias del poeta bajo la dictadura militar en Argentina, en la cual perdió a su propio hijo y a su nuera, marcaron su obra de manera que ésta expresara los sentimientos de muchas otras víctimas de la injusticia: “El desamparo, el recuerdo, la búsqueda, la rabia, y otros sentimientos no ajenos al hombre que no escribe poesía pero sobrevive día con día la desaparición de un hijo”.

No obstante, Aguilera Peña también considera que Gelman, en otros de sus versos, logra estar en paz con la muerte, aceptándola como parte del ciclo natural de la vida: “Encuentra ese momento de quietud y tranquilidad, deja de estar al acecho de la inesperada llegada; logra quitarle el sobrenombre de verdugo porque probablemente espera que exista algo más fuerte después de ella”. Al denominarlo “amigo de la muerte”, la autora expresa cómo el quehacer poético, en manos de Gelman, igual que en las de varios escritores citados en otros artículos este número de Balajú, ayuda al ser humano a reconciliarse con lo inevitable y, al mismo tiempo, a denunciar la injusticia, a fomentar la lucha por la vida y por la esperanza.

Siguiendo con las presentaciones de los diversos cultos a los muertos dentro y fuera del país, en la sección “Ariles y más Ariles”, el ensayo de Alexia Ávalos, versa sobre el “Festival de la Calabiuza: mitología, leyenda y ayote en miel”, “una tradición salvadoreña –refiere la autora– que se desarrolla el primero de noviembre para recibir el día de los santos difuntos. Esta es una festividad que se lleva a cabo en el pueblo de Tonacatepeque, uno de los municipios del departamento de San Salvador”. A semejanza de las tradiciones mexicanas, la Calabiuza mezcla conceptos derivados de la religión católica con otros cuyas raíces están en las creencias indígenas, además de que presenta ciertas similitudes con prácticas halloweenescas –actualmente asociadas con Estados Unidos, pero que en realidad remiten a la Europa precristiana, pagana.

En todo caso, la autora analiza este festival desde la óptica del performance, enfatizando la construcción de espacios otros, ambiguos y carnavalescos que, de acuerdo con teóricos como Roberto Da Mata, Diana Taylor y Richard Schechner, mantiene a las tradiciones en el dinamismo perpetuo de la actualidad.

Otros son los procesos que se analizan en el artículo siguiente, “La muerte y los muertos en la santería afrocubana”, de Cosette Celecia Pérez. Para introducir el tema de la santería, la autora narra cómo, en la Colonia, los esclavizados africanos de diversos orígenes culturales poco a poco se olvidaron de sus diferencias para forjar un nuevo complejo cultural sincrético, dominado por las creencias yorubas y también mezclado con elementos católicos, cuyos santos sirvieron para ocultar la persistencia de las deidades africanas –los orishas– en la vida religiosa afrocubana. A partir de esta base, la autora plantea la importancia de la muerte y del culto de los muertos en los espacios, prácticas y ritos de la santería y, además, el papel clave del lenguaje –la “palabra fuerte” o la enunciación como acto– y del trance como manera de comunicarse con los espíritus de los difuntos.

En “Células HeLa, la vida después de la muerte”, Mariana Carbajal Rosas cuenta la historia de Henrietta Lacks, afroamericana del sur de Estados Unidos y madre de familia, durante los años cuarenta del siglo XX. Cuando en 1951 Lacks falleció a causa del cáncer, el cementerio familiar aún conservaba la división entre blancos y negros, con la correspondiente desigualdad observable en la calidad (o ausencia) de sus lápidas. Sin embargo, la autora plantea que Lacks, por azares del destino, acabó gozando de una “vida después de la muerte”, ya que sus células, bautizadas como HeLa, seguían vivas en la caja de Petri y sirvieron para una variedad de experimentos y descubrimientos científicos. Cuando años después la familia de Lack supo de la aportación de su pariente, se reivindicó su nombre agregándolo a la historia de la medicina.

A diferencia de los artículos presentados hasta ahora, este texto no habla de prácticas religiosas sino de otro culto: el de la ciencia ante las posibilidades de extender la vida a través, en este caso, de una materia prima fruto de la muerte. Sin embargo, al aludir a las condiciones en que Henrietta Lacks vivió su vida como afrodescendiente pobre, y al ninguneo por parte de los expertos médicos hasta que las exigencias de la familia provocaron su reivindicación pública, la autora sugiere paralelos con otras prácticas en torno a la resistencia cultural de parte de grupos marginados a lo largo de la historia americana, de colonización, opresión, resiliencia y procesos dinámicos de transformación.

Otra figura de innegable presencia en la cultura masiva y popular de Occidente es el vampiro. En el siguiente artículo, Jelena Nađ presenta una breve exposición de las tradiciones culturales en torno a los vampiros en su mítico lugar de origen, las zonas de Serbia, Ucrania y la Transilvania medieval. En “Sava Savanović: el primer vampiro serbio y los muertos vivientes de los Balcanes”, la autora relata elementos del folclor serbio, creencias sobre personajes vampíricos, su comportamiento, testimonios de ataques y otros elementos comunes de las leyendas que siguen fascinando al público hasta la fecha, sea mediante la tradición oral o a través de medios masivos como el cine y la televisión. Sin intentar ningún tipo de análisis profundo o contextual de su objeto de estudio, Nađ muestra datos que nos permiten apreciar la fascinación que han provocado, de manera transcultural –si no universal–, los seres míticos cuya existencia representa la transgresión de las fronteras entre la vida y la muerte.

El número cierra con dos epílogos:“La muerte en las letras y otros escenarios… Necrología de 2014” de la autoría de Norma Esther García Meza, en homenaje a las personas fallecidas en el periodo referido. Este es un recuento –no exhaustivo– que responde, en palabras de la autora, a una única certeza: “Nunca antes la muerte había rondado, tan insistente y dolorosamente, por las letras y otros escenarios, como en este 2014. Nunca antes habíamos tenido a tantos poetas, escritores, pensadores, luchadores sociales, pintores, fotógrafos, periodistas, músicos, cantantes, coreógrafos, bailarines, actores, actrices y, reciente y lamentablemente, estudiantes, a quienes dedicar nuestro altar”. El segundo, es otro recuento, una “necrología indispensable” de 2015, de la autoría de Celia del Palacio, que tampoco pretende ser exhaustiva, pero que, a fin de enmarcar este número que ve la luz en diciembre de 2015, parece imprescindible.

En este sentido, las necrologías nos invitan a reflexionar sobre las maneras en que el mundo cambia en relación con la pérdida de cada persona, y sobre cuál es la relación que cada uno de nosotros establecemos con figuras que quizás no conocemos personalmente, pero que han generado un gran impacto por su actuación en vida, por su creatividad… o bien por la terrible manera en que han muerto.

Al leer los artículos en su conjunto, es claro que para las fechas de Todos Santos de 2014 y de 2015, las muertes y desapariciones del año estuvieron presentes, inescapables, cercanas. Al mismo tiempo, también es claro que en el arte, en las letras, en las tradiciones y rituales de los pueblos, la muerte es un tema que no siempre se trata con dolor, pues también, como han sabido las culturas humanas desde tiempos inmemoriales, tiene su lugar en el gran ciclo de la naturaleza. El presente número de Balajú, por lo tanto, está hecho tanto de luto como de alegría; sus diversos temas nos llaman a veces a la indignación; otras, a la reflexión; otras más, al festejo, al respeto y a la apreciación hacia los que se han ido y, finalmente, a la consoladora y necesaria celebración de la vida.


1.- Doctora en Letras por la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel I. Investigadora de tiempo completo en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana.

2.- Doctora en comunicación por la Universidad de Iowa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel I. Investigadora de tiempo completo en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana. Su libro más reciente es Mujeres cineastas en México (2015).

3.- Doctora en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel II. Coordinadora del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana, en donde también realiza sus labores de investigación. Su libro más reciente es Pasado y presente. 220 años de prensa veracruzana (2015).

4.- Agradecemos a los dictaminadores su participación en este proceso.

5.- Por “resiliencia” se entiende la capacidad psicológica de los seres humanos de enfrentar, procesar y superar acontecimientos traumáticos, como la muerte de un ser querido; la resiliencia cultural, por lo tanto, refiere a esta capacidad en sus manifestaciones colectivas a través del tiempo, a veces –como en el caso de los pueblos indígenas y afrodescendientes de las Américas– de larga duración.