Milk y Arenas, dos contextos políticos de contraste en torno a la diversidad sexual durante los setenta
Jorge Eduardo Loeza Landa1
Los gays de aquí y de todo el país, los jóvenes que están saliendo del closet y escuchan a la derecha religiosa por los medios, lo que necesitan es esperanza. Ustedes tienen que darles esperanza. Esperanza de un mundo mejor, un mañana mejor, un lugar adonde ir si las presiones en casa se hacen insoportables. No sólo para los gays sino también para los negros, los latinos, los viejos, los lisiados... Si ustedes ayudan a elegir más gays, les estarán mandando una clara señal a los que se sienten afuera, una señal de que es posible avanzar. Si un gay puede, las puertas están abiertas para todos.
Harvey Milk, fragmento del discurso “Hope”
Los textos de este libro son inspiraciones furiosamente cronometradas de alguien que ha vivido bajo sucesivos envilecimientos. El envilecimiento de la miseria durante la tiranía de Batista, el envilecimiento del poder bajo el castrismo, el envilecimiento del dólar en el capitalismo y -como si eso fuera poc0-he habitado los últimos nueve años en la ciudad más populosa del mundo, que ahora sucumbe a la plaga más descomunal del siglo XX.
Reinaldo Arenas, prólogo de su autobiografía Antes que anochezca.
Introducción
En este artículo se analizan dos casos desde la perspectiva de género: la vida del activista político Harvey Bernard Milk y la del novelista, dramaturgo y poeta Reinaldo Arenas Fuentes, dos personajes de la vida pública de Estados Unidos y de Cuba, respectivamente, quienes experimentaron la vejación en contra de la comunidad homosexual, cada uno en su propio contexto, pero siendo a su vez contemporáneos.
Harvey Milk fue el primer homosexual abiertamente declarado en ser elegido para ocupar un cargo público en Estados Unidos, como miembro de la Junta de Supervisores de San Francisco, en 1977. Reinaldo Arenas es encarcelado y torturado, de 1974 a 1976, por el gobierno cubano, no sólo por su abierta homosexualidad sino debido a la postura anticastrista declarada en su obra, censurada en numerosas ocasiones.
El acercamiento se hará desde los planteamientos de Judith Butler referentes a los actos performativos y a la constitución del género, a la par de lo explicado por Marta Lamas en relación con la constitución del género desde el sexismo-homofobia. De Juan Vicente Aliaga se tomará el parte contextual de los setenta como un importante periodo de los movimientos por la identidad gay, así como algunos aportes indiscutibles de James Scott en torno al poder.
Los setenta
La década del setenta marcó el inicio de la lucha abierta en cuanto a los derechos de los homosexuales en Occidente. La diáspora de los movimientos LGBT se significó no sólo por sus múltiples escenarios, sino por el carácter migratorio que tomó en la búsqueda de sitios seguros, devenido tras el constante asedio de políticas públicas en contra de estos grupos sociales, dos situaciones que se ejemplifican en los casos analizados, referidos a los acontecimientos que se dieron en Estados Unidos y en Cuba durante el mismo periodo.2
En los años setenta del siglo XX el concepto de identidad relacionado con la pujanza de diferentes minorías es de enorme importancia. ¿Quiénes sino los que habían estado marginados hasta lo indecible tenían el terreno preparado para organizarse en torno a unos conceptos de identidad que los dotasen de suficiente autoestima?3
Aliaga4 sugiere que el auge en las distintas expresiones artísticas en torno a la ambigüedad sexual se vio, a su vez, reforzado por la estética glam del momento, en línea con diversas manifestaciones relacionadas con la práctica del travestismo. Como ejemplos, menciona la exposición pionera Transformer. Aspekte der Travestie (1974) de Jean-Christophe Amann, que combinó el espectáculo de masas y música, aglomerando la obra de numerosos artistas, entre los que destacan el creador plástico Andy Warhol, el fotógrafo Pierre Molinier y los músicos Mick Jagger y David Bowie.
Cabe destacar que, si bien esta apertura se dio en el mundo artístico de la mano de personalidades del mundo de la farándula, no sucedió sin mostrar distancia ante otras expresiones más transgresoras o explícitas, cuyo carácter underground les mantuvo al margen de lo tolerado hasta entonces.5 La delgada línea divisoria entre estos actos de género ilustra lo que Butler6 entiende como una tensión entre las convenciones de lo ficticio o imaginario y aquello que refiere a una realidad instituida. La autora explica:
La vista de un travesti en el escenario puede provocar placer y aplausos, mientras que la vista del mismo travesti al lado de nuestro asiento en el autobús puede provocar miedo, ira, hasta violencia. Está claro que, en ambas situaciones, las convenciones que median la proximidad y la identificación son del todo diferentes […] Desde luego, el género del travesti es tan completamente real como el de cualquier persona cuya performance cumple con las expectativas sociales.7
El performance del género se entiende, entonces, como una pugna constante entre un estado normativo y las manifestaciones que no cuadran en él. Por otro lado, la injerencia de estos asuntos en el campo político marcará un punto y aparte en las formas de negociar sus incursiones; a decir de Butler: “Parece claro que, aunque las representaciones teatrales pueden toparse con censuras políticas y críticas acerbas, las performances de género en contextos no teatrales son gobernadas por convenciones sociales aún más claramente punitivas y reguladoras”.8
Milk y Arenas no eran travestis; sin embargo, la teatralización propia de su performance se instaura en el activismo político del primero y en la obra artística del segundo. Milk actuó siempre dentro de los márgenes de la estructura reguladora, un intersticio posible dadas las condiciones sociales en Estados Unidos referentes al clímax de la revolución sexual, mientras que Arenas sufrió el cerco de un estado totalitario, siempre a contracorriente de las políticas “culturales” sectarias del proyecto socialista, impuestas por el gobierno cubano.
En términos de un planteamiento explícitamente feminista del género como performativo, me parece claro que al plantear el género como ritualizado, la representación pública debe ser combinada con un análisis de las sanciones políticas y de los tabúes bajo los cuales esta representación puede darse y puede no darse en la esfera pública, libre de consecuencias punitivas.9
En Estados Unidos, el antecedente cercano en términos de persecución fue la época del macartismo, bajo la hipótesis de la conspiración, en la que se infligió acoso a diversos ciudadanos y servidores públicos de quienes se tenía sospecha de ser “espías” comunistas. En este ambiente de asedio y propaganda, los homosexuales no tardarían en incluirse como objetivos. Referidos mediáticamente como el Lavender Scare [Terror Rosa],10serán oficialmente vetados de cualquier cargo público en 1953, luego de que Einsenhower firmara la orden ejecutiva núm. 10450, que se mantuvo vigente a nivel nacional hasta el fin de la guerra de Vietnam, en 1975.
Los disturbios en las noches siguientes a la represión policial contra homosexuales en el pub de Stonewall Inn, en New York, en 1969, se toman como un punto simbólico y de quiebre en las movilizaciones gay. Fue la gota que derramó el vaso: por primera ocasión los grupos homosexuales ejercieron resistencia física frente a los abusos; este hecho cimentó no sólo la unión de los homosexuales, sino que generó todo un movimiento de autoorganización, en el que dejaron de lado el papel de víctimas para dar paso a la creación de organismos que dotaron de identidad a sus grupos de pertenencia, ahora altamente politizados, con los que buscarían intervenir de forma radical las convenciones sociales vigentes en torno a la diversidad sexual. De aquí surgiría el Gay Liberation Front (GLF) en Nueva York, seguido por la internacionalización del movimiento gay con su homólogo en Londres.
Harvey Milk
Harvey Milk fue originario de Long Island, Nueva York; sin embargo, la vida política que lo llevaría a la popularidad se daría en San Francisco, ciudad a la que llegó con su entonces pareja Scott Smith, en 1972. Milk abrió Castro Camera, un negocio de cámaras fotográficas homónimo del barrio y de la calle en la que se había establecido, el cual posteriormente se volvería su centro de campaña. A su llegada, ambos concordaban con el estándar de la época, inmersos en el movimiento hippie y en la contracultura de las últimas décadas de los sesenta. Para entonces San Francisco se había convertido en una de las ciudades con mayor afluencia de homosexuales, muchos de ellos expulsados del ejército, temerosos de un regreso a casa que los debiera enfrentar al rechazo familiar y social.11
En términos de poder, podría entenderse la década de los setenta en Estados Unidos como un significativo soplo de distensión entre los lastres de una sociedad conservadora, y como el surgimiento de nuevas formas de pensamiento social, un escenario oportuno para ver el acto performativo de género consecuente.
Hay contextos sociales y convenciones donde ciertos actos no sólo se vuelven posibles, sino incluso se vuelven concebibles, en tanto que actos a secas. La transformación de las relaciones sociales se vuelve entonces más una cuestión de transformación de las condiciones sociales hegemónicas que de transformación de los actos individuales que generan esas condiciones.12
Una vez que las organizaciones gay lograron entrar en la competencia política, no hubo marcha atrás. A la llegada de Milk, ya existían en San Francisco tres instituciones políticas pujantes de homosexuales: Society for Individual Rights (SIR), Daugthers of Bilits (DOB) y la Alice B. Toklas LGBT Democratic Club, mejor conocida como Alice, fundada por miembros de la SIR, entre cuyos miembros destacan Jim Foster y Rick Stokes. Uno de los logros de Alice fue la anulación de la discriminación laboral por orientación sexual en San Francisco, mientras que Jim Foster obtuvo fama nacional tras dar un discurso en la Convención Nacional Demócrata en 1972, acto que lo convirtió en el primer homosexual declarado en asistir a una convención política.13
No obstante, la interacción entre las organizaciones ya establecidas no fue de mutua colaboración, ya que las tensiones no sólo se dieron entre las organizaciones homosexuales y sus detractores, sino entre ellas mismas: Milk nunca tuvo el apoyo de Alice para su campaña; incluso fue mal visto por la organización bajo el entendido de que un foráneo recién llegado no podía ser representante de la comunidad gay de San Francisco, mucho menos como supervisor de la ciudad, cargo que buscó por primera vez en 1973.
A pesar de la exclusión por parte de Alice y de las demás organizaciones, Milk mostró siempre iniciativa y un gran carisma, junto a una rápida asimilación de dinámicas que le significaron cada vez más seguidores, principalmente sus favorables alianzas con diversos grupos sociales –no sólo de la comunidad homosexual– en apoyo a sus particulares causas.
Si bien la defensa de los derechos de homosexuales era un asunto crucial para Milk, no trató el tema como un motivo de campaña sino hasta después de su segundo intento fallido en 1976, aunque obtuvo entonces votos suficientes para pelear un lugar en la Asamblea de California como representante de distrito, puesto que tampoco obtuvo, ya que el alcalde George Moscone le despidió tras llegar a un acuerdo con otro candidato, Art Agnos. Al final, el cargo sería para Rick Stokes.14
En lugar de privilegiar el tema de la diversidad sexual, Milk inició prestando interés a asuntos ciudadanos que incidían directamente en la calidad de vida del barrio Castro y sus alrededores, enfocándose en problemáticas de pronta resolución, así como brindando apoyo a pequeños comerciantes a través de su Castro Village Association, en la que cobijó a diversos negocios de homosexuales. También ayudó en la fundación del San Franciso Gay Democratic Club, en contraposición a Alice; e incluso llegó a dar una ordenanza para que los dueños de perros recogieran sus heces de la vía pública.
La minuciosa atención que puso a las problemáticas básicas de la ciudad, sus alianzas, la teatralidad de sus campañas y la alta simpatía ante su carácter desinhibido y alegre fueron factores clave en su acenso. Tales características hacen notar algunos elementos distintivos del poder respecto de sus formas de intervención. Las acciones de Milk pueden ajustarse a los denominados “actos carismáticos” mencionados por Scott,15 dentro de lo que él llama infrapolítica de los grupos subordinados:
Con este término, quiero designar una gran variedad de formas de resistencia muy discretas que recurren a formas indirectas de expresión. Comprender la sustancia de esta infrapolítica, sus disfraces, su desarrollo y sus relaciones con el discurso público será de gran ayuda en el esclarecimiento de algunos enojosos problemas de análisis político, en especial la cuestión de la incorporación hegemónica […]
El discurso oculto y las formas disfrazadas de disidencia pública también pueden ayudarnos a comprender mejor los actos carismáticos. El carisma no es una cualidad –como, digamos, los ojos cafés– que alguien posee de manera natural; el carisma es, como se sabe, una relación en la cual unos observadores interesados reconocen (y pueden incluso llegar a producir) una cualidad que ellos admiran. 16
Scott menciona un ejemplo literario, en el que un personaje de George Eliot, una arrendataria sumisa de las tierras de un noble, decide revirarle la amenaza a su amo, ganando con ese acto la simpatía de los demás personajes en condición de siervos: “Propongo que la comprensión de ese acto carismático, y de otros parecidos, depende de que se reconozca cómo su gesto representaba un discurso oculto común que hasta entonces nadie había tenido el valor de expresarle al poder en su cara”.17
Este efecto justiciero en el acto catártico de la insubordinación parece repetirse en la declaración de un anónimo que participó en los disturbios de Stone Wall: “¿Cuándo habías visto que un maricón contraataque?... Ahora los tiempos están cambiando. El martes fue la última noche de sandeces... Predominantemente, el tema era, ‘¡esta mierda tiene que parar!’”.18
Foss19 ha puesto en la mesa otra faceta sobre las formas de intervención de Milk en la política, pero esta vez como un personaje encarnado en su papel como activista, el cual alude a ciertas prácticas dentro de la psicología inversa:
Sus prácticas de campaña inusuales le hacían ver como alguien gracioso, pero bajo este disfraz él fue capaz de introducir algunas de las posibilidades que de otra manera no habrían sido toleradas, entre ellas, la posibilidad de un político gay. Milk también utilizó el papel del tipo ingenuo para fomentar el cuestionamiento de la realidad política que se daba por sentada en San Francisco. Al hacer uso de esta técnica de inversión, también propició el diálogo entre los grupos opositores, de cuyas ideas hacía mención en su campaña.
Las tácticas de Milk, que en general lo hacían ver como un personaje hilarante, le permitieron poner un pie en la puerta de la política de San Francisco, manteniendo al mismo tiempo la identificación con la comunidad gay marginada. 20
Milk finalmente entró a la Junta de Supervisores de San Francisco en 1977. Para entonces ya había recibido varias amenazas de muerte y se había enfrentado a los golpes bajos que representaron la campañas Save Our Children, de la fundamentalista cristiana Anita Bryant (quien logró la cancelación de la ordenanza de algunos activistas gay de Miami que abogaban por cancelar la discriminación por orientación sexual), y de la Proposición 6 o Iniciativa Briggs, que ordenaba el despido de maestros gays así como de cualquier persona que defendiera los derechos de homosexuales, propuesta que sería rechazada por el propio presidente Jimmy Carter.
Reinaldo Arenas
Históricamente la homofobia ha tomado diferentes formas e intensidades, y ha llegado, en casos extremos, al exterminio de homosexuales —como ocurrió durante el nazismo o como la serie de agresiones físicas y homicidios que ocurren hoy en día. 21
La situación de Arenas en Cuba distó mucho de lo vivido por Milk, si bien hay puntos que se entrecruzan. Reinaldo Arenas, quien fue uno de los exponentes de la nueva novela latinoamericana con su obra El mundo alucinante,22 participó en su juventud en las filas de la revolución de Fidel Castro contra el gobierno de Batista, pero no tardó en ser excluido por su homosexualidad, lo que de inmediato le transformó en disidente. Esta postura sería el suplicio tras el triunfo de la revolución, ante un panorama de normas regulatorias que disiparon cualquier expresión libre en las esferas intelectual y artística.
El referente artístico y cultural cubano de las décadas anteriores daría un drástico giro con el afán del nuevo gobierno por adecuarse a los preceptos del socialismo de la Unión Soviética, un acercamiento consecuente ante el cierre comercial de Estados Unidos, que forzaría la inclusión de Cuba al CAME.23 El intenso capítulo de la década de los sesenta en Cuba bajaría el telón en 1967, con la muerte del Che en Bolivia, y significaría para Cuba el inicio de un periodo de creación de instituciones públicas y nuevas políticas del régimen, irónicamente de la mano de regulaciones que contradijeron en todo a los principios de la Revolución. En 1971, se llevó a cabo el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de La Habana, en el que de manera textual se menciona: “Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales que pretenden convertir el esnobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales, en expresiones del arte revolucionario, alejados de las masas y del espíritu de nuestra revolución”.24
La radical postura del gobierno cubano estigmatiza a la comunidad intelectual y marca un claro rechazo a sus prácticas –homosexuales incluidos–, en específico aquellas manifestaciones intelectuales y artísticas críticas del sistema, coartando la libertad de expresión; con esto, bajo un discurso pro revolucionario, se entrevé la intención de hacer perene e incuestionable el poder recién adquirido. Tras la caída de Batista, la llegada de Fidel Castro marcaría un esperanzador antes y un incierto después en la vida del pueblo cubano.
En la medida en que una sociedad dada es intransigente en sus aspiraciones, condena a algunos de sus miembros a conductas marginales […] el individuo marginado debe aquí improvisar sus reacciones: los modelos culturalmente dominantes así como las defensas mismas estructuralmente previstas para reaccionar frente a esos modelos por demás coercitivos les parecen ilusorios, absurdos y hasta intrínsecamente malos: se sienten alienados en su propia sociedad.25
Para Navarro,26 al intelectual revolucionario, en tanto crítico social –que a su vez es visto como un peligro nacional–, no le quedan más que tres opciones: el silencio, la apología o, en el peor caso, la idealización de la realidad social. Sin embargo, Arenas no cuadró nunca en ninguna de éstas, y optó más bien por la confrontación mediante su obra, algo que, por supuesto, le apremiaría con la censura y con el castigo del cuerpo.
Como autor de novela, sobresalen cinco de ellas que hacen abierta su postura anticastrista: Celestino antes del alba (1967), El palacio de las blanquísimas mofetas (1975), Otra vez el mar (1982), El color del verano (1991) y El asalto (1988), de las que únicamente la primera fue publicada en Cuba; sus posteriores trabajos se publicarían sólo en el extranjero. Otra vez el mar sería reescrita por el autor en tres ocasiones distintas ante la destrucción de la obra, primero por su entonces representante literario, quien se sintió aludido en un fragmento, y en una segunda ocasión, por intervención directa de las autoridades cubanas.27
El escape que Arenas llevó a cabo en su obra es el performance que atestigua su acción de resistencia ante el orden normativo marginal; sus textos se vuelven una forma de acción ante la imposibilidad y, al mismo tiempo, su condena. La persecución en Cuba, homóloga a la cacería de brujas en el macartismo, se dio durante lo que Ambrosio Fornet denominó “Quinquenio Gris”, un periodo estipulado por convención de 1971 a 1976, cuando Luis Pavón Tamayo, a cargo del Consejo Nacional de Cultura, llevó a la práctica el ultimátum del Primer Congreso de Educación y Cultura.
El antecedente directo de Reinaldo Arenas fue el encarcelamiento de Heberto Padilla, luego de que este autor diera una lectura de poemas en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), acto por el que fue acusado de presuntas acciones subversivas. La misma institución no reconoció el premio de poesía que Casa de las Américas había otorgado al escritor por su obra Fuera de juego. El caso Padilla, en 1971, abrió el escándalo internacional con una carta publicada en Le Monde, en la que numerosos escritores de Europa y de América Latina pedían una explicación a Fidel Castro por el suceso, entre ellos Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Octavio Paz.28
La máxima del Quinquenio Gris en términos de expresión cultural fue la imposición del realismo socialista en todos los ámbitos de producción de las artes. Este movimiento artístico soviético, caracterizado por tematizar la realidad social centrada en el trabajo y en la clase obrera, se aplicó no como lo fuera en el ideal leninista de origen, sino en términos estalinistas, como un método dogmático de creación estética.
La Revolución –la posibilidad real de cambiar la vida– se nos aparecía como la expresión política de las aspiraciones artísticas de la vanguardia. De modo que cuando empezó a asomar la oreja peluda de la homofobia y luego, enmascarada, la del realismo socialista, nos sentimos bastante confundidos. ¿Qué tenía que ver un fenómeno tan profundo, que realmente había cambiado la vida de millones de personas, que había alfabetizado a los analfabetos y alimentado a los hambrientos, que no dejaba a un solo niño sin escuela, que prometía barrer con la discriminación racial y el machismo, que ponía en las librerías, al precio de cincuenta centavos o un peso, toda la literatura universal, desde Homero hasta Rulfo, desde Dafnis y Cloe hasta Mi tío el empleado..., qué tenía que ver un hecho de esas dimensiones con mis preferencias sexuales o con la peregrina imagen de un artista virtuoso y viril, siempre dispuesto a cantar las glorias patrias?29
En esta construcción de parias como peligro latente ante la edificación de una sociedad “ideal” socialista, el discurso homofóbico encontró su excusa. El cubano cuya condición homosexual no había sido motivo de preocupación alguna, de inmediato atrajo los reflectores: la norma instaurada le visibilizó, pero sólo para el asedio.
Todos éramos culpables, en efecto, pero algunos eran más culpables que otros, como pudo verse en el caso de los homosexuales. Sobre ellos no pesaban únicamente sospechas de tipo político, sino también certidumbres científicas, salidas tal vez de algún manual positivista de finales del siglo XIX o de algún precepto de la Revolución Cultural china: la homosexualidad era una enfermedad contagiosa, una especie de lepra incubada en el seno de las sociedades clasistas, cuya propagación había que tratar de impedir evitando el contacto –no sólo físico, sino inclusive espiritual– del apestado con los sectores más vulnerables (los jóvenes, en este caso).30
Para Navarro,31 la marginación del intelectual en Cuba surge en el momento en que la autoridad realiza el quiebre de acción entre éste y la esfera política como entes separados que no deben compartir escenario. De este modo, la política es per se de los políticos, y la labor intelectual se menosprecia vetándola de cualquier aporte crítico o de discusión en la opinión pública. El quehacer político se agració con un pulcro formalismo: los que hacían política hacían ciencia dura, los que hablan de la política, sólo ciencia blanda, lo que volvía –a estos últimos– personajes sin autoridad ni derecho en el tema.
En los setenta, la imagen del intelectual en la cultura masiva (canciones, tele-novelas, espectáculos cómicos, etc.) se tornó más ridícula y antipática, no sólo como tipo no popular sino, en general, como personaje carente de cubanía (ajeno a la realidad social, al pueblo, al trabajo duro; aristocrático, pomposamente retórico y pedante).
Si las masas, el pueblo, habían sido construidos alguna vez como el Otro de la élite intelectual –el término definitorio en la oposición– y, por ende, primitivo, obtuso, irracional, etc., es la élite intelectual la que fue construida entonces como el Otro del pueblo y, por ende, extravagante, amoral, extranjerizante.
Aprovechando las ideas morales reinantes en amplios sectores populares, la homofobia (más exactamente, la gayfobia) y la hostilidad e intolerancia hacia toda diferencia en el modo de vida (y, por ende, hacia todos los signos de originalidad en el vestir, etc., tan frecuentes entre los intelectuales), se operó una identificación de intelectualidad, homosexualidad, extravagancia y no confiabilidad política y moral. Ya Pierre Bourdieu ha llamado la atención sobre el antiintelectualismo viril y “la tendencia de las fracciones dirigentes [de la clase dominante] a concebir la oposición entre el hombre de acción y el intelectual como una variante de la oposición entre lo masculino y lo femenino”.32
Arenas debía soportar el lastre de ambas condiciones de marginalidad: su ser intelectual y su homosexualidad; ambos factores implicaron una sanción clara en una sociedad represiva, donde la violencia simbólica bourdieuana hacía acto de presencia como un ejercicio indirecto de coerción –dígase, en este caso, como una norma instituida–, que culmina en un efecto incorporado. Este último eslabón dominante, el de la incorporación, no menosprecia la posibilidad de la violencia física. “Como estrategia de supervivencia, el género es una representación que conlleva consecuencias claramente punitivas. Los atributos distintivos de género contribuyen a “humanizar” a los individuos dentro de la cultura contemporánea. Desde luego, los que no hacen bien su distinción de género son castigados regularmente”. 33
En ello se expone el carácter divergente de las regulaciones sociales, en tanto éstas marginan a los sectores que no se ajustan a sus términos. El rechazo no sólo implica una amonestación sino también la agresión que, en última instancia, más allá del grupo social, recae sobre el individuo, puesto que “al problema de la legalidad subyace el de la ley simbólica. Ya lo dijo Michel de Certeau (1984): La ley se inscribe en el cuerpo”.34
Arenas pisó por primera vez la cárcel de Miramar en 1973. Logró escapar para vivir como fugitivo, pero volvería al encierro un año más tarde, luego de malogrados intentos por salir del país. Su estancia en la prisión de El Morro, entre 1974 y 1976, lo marcaría de por vida con las secuelas de las constantes torturas a las que fue sometido. Fue inducido a confesiones forzadas y a renegar de sí mismo para salir libre, sólo para encarar en los años venideros la muerte de sus colegas en 1976 y 1979, los escritores también homosexuales José Lezama Lima y Virgilio Piñera, quienes igualmente vivenciaron el suplicio del Quinquenio Gris.
Reinaldo Arenas estuvo inmerso en una constante persecución. Huía del gobierno cubano, refugiado en la clandestinidad; huía a través de su obra ante el cerco intelectual y, finalmente, huiría de su propia patria una vez infligido el castigo.
En 1980 logró escapar de la isla hacia Miami, formando parte de los marielitos, una migración de “indeseables” que salió del puerto de Mariel, y que fue autorizada por el propio Castro, no sin previa estigmatización de los polizones. Corrió con suerte, ya que debido a las fricciones con el gobierno cubano, él no tenía autorización para abandonar el país, y porque, además, modificó a mano su pasaporte, cambiando únicamente el apellido Arenas por Arinas.
Conclusión
En cuestión de género, mientras en Estados Unidos los setenta significaron una apertura, para Cuba representaron un cierre. Los ejemplos de Milk y de Arenas permiten distinguir las dinámicas performativas de género de dos personajes cuyas acciones pueden ligarse, a la vez, a su propio carácter y al efecto que en ellos causaron sus particulares experiencias –algo que salta a la vista sólo en el tono distintivo de uno y otro en los epígrafes de este artículo–. Queda imaginar cuál habría sido la posible historia de ambos personajes si uno tuviese la personalidad del otro en los mismos contextos.
Por un lado, Harvey Milk fue un sujeto extrovertido y alegre, por lo que no extraña que su lucha se externalizara al grado de inmiscuirse de lleno en el seno político; en tanto Arenas fue más bien alguien de carácter reservado, cuyo esfuerzo se concentró directamente en la denuncia de su creación literaria. Para ambos, la discriminación sexual fue una realidad vivida y actualizada en un mismo periodo de tiempo, pero en condiciones sociales disímiles y en países ciertamente antagónicos.
Como se vio en los dos casos, la visibilización de los homosexuales en ambos territorios no tuvo las mismas consecuencias; en Estados Unidos fue una oportunidad de acción y de empoderamiento para los homosexuales, pero en Cuba tan sólo se tradujo en cercos que les cerraron los mecanismos de expresión e intervención, toda vez que fueron exhibidos como personajes fuera del sistema. La comunidad homosexual en Estados Unidos en los años setenta comenzó un periodo de transformación, institucionalización y protagonismo, factores que en cierto modo condicionaron y reforzaron la trinchera de Milk, en una ciudad como San Francisco que, además, tenía una de las más altas concentraciones de homosexuales para entonces. Las estrategias de Milk para lograr un acercamiento genuino con toda la población y no sólo con sus congéneres le valieron un cuantioso apoyo por parte de la ciudadanía, el suficiente como para permanecer en la arena política a pesar de los intentos fallidos hasta lograr ocupar el cargo de supervisor. La red ciudadana que empezaba a gestarse no sólo en San Francisco sino en todo Estados Unidos con eventos y controversias relacionados con el tema de la diversidad sexual empezaría a normalizar la participación de las personas LGTB como agentes activos en la esfera política, una situación que en décadas anteriores era impensable.
A diferencia de Milk en Estados Unidos, el apoyo civil en la defensa de los derechos de los homosexuales sólo se obtuvo desde afuera, como la indignación causada entre los intelectuales con el caso Padilla. Dentro de la isla, si bien gran parte de la población se mostraba inconforme ante los nuevos estatutos de asedio, no era posible fomentar un activismo neto en contra del gobierno cubano, debido a las intimidantes medidas represivas. Es clara la contraposición de ambos contextos, al observar que en Estados Unidos se inició un lento y dificultoso proceso de inclusión de los ciudadanos homosexuales en la política. A pesar de la reticencia de otros sectores conservadores, la comunidad LGTB conformó por sí misma sus propias instituciones, mientras en Cuba, las instituciones excluían de sus filas a los homosexuales y a los intelectuales, además de marcarlos como entes aberrantes ajenos al sistema, lo cual vetó bajo castigo la posibilidad de su participación política. El cierre a estos grupos fue por todos los flancos, incluso censurando las obras, de las cuales muchas hubieron de publicarse en el extranjero.
Por otro lado, debe resaltarse que las experiencias de ambos países se centran primero en Estados Unidos, como una catarsis por la defensa de los derechos humanos, tras años de represión, mientras en Cuba el problema traía consigo un fuerte aire de intelectualidad que podría cuestionar o criticar al nuevo gobierno, en cuyo caso, de manera contraria al caso estadounidense, se impuso un estado represivo por otro. Fue un problema intelectual, no porque Arenas y otros autores lo fueran, sino porque el Quinquenio Gris conllevaba una aplastante sentencia a la cultura en Cuba, un claro retroceso frente a un logro tal como lo fue el clímax prometedor de la revolución.
Hasta aquí se tocaron, en forma muy resumida, aspectos generales en la vida de ambos personajes, con lo que se puede abrir un análisis alrededor del género en distintas circunstancias políticas y socioculturales. No obstante que el marco de resistencia presentó escenarios más favorables para Milk, ambas luchas terminaron en situaciones dramáticas, orilladas por la intolerancia, mismas que parecen repetirse una y otra vez aun en la actualidad. “Aunque el horizonte queer parezca deseable […] no deja de ser todavía una utopía, y mucho más si se piensa en países no occidentales donde las mujeres sufren la lapidación (Nigeria), se ejecuta a los homosexuales (Arabia Saudí) y la xenofobia y el racismo siguen anclados en los prejuicios sociales y las costumbres cotidianas”.35
Harvey Milk falleció a los 48 años, el 27 de noviembre de 1978 –conocido como el Lunes Negro–, tras 11 meses en el puesto de supervisor. Fue asesinado de cinco balazos junto con el alcalde George Moscone, en el interior del Ayuntamiento de San Francisco, por Dan White, otro supervisor de la junta, que días antes había dimitido y buscaba recuperar el cargo. Ante las amenazas de muerte, grabó un discurso en una cinta de la que destaca la popular línea: “Si una bala atraviesa mi cerebro, deja que esa bala destruya las puertas de todos los armarios”.
Reinaldo Arenas, diagnosticado con el virus del sida y vivió el exilio en Nueva York hasta el 7 de diciembre de 1990, fecha en la que decidió quitarse la vida, luego de enviar una carta de despedida a sus cercanos y a la prensa; tenía 47 años. En el último párrafo de su carta enuncia: “Al pueblo cubano, tanto en el exilio como en la isla, los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy”.
Bibliografía
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SHILTS, Randy. The Mayor of Castro Street: The Life and Times of Harvey Milk. St. Martin’s Press, Estados Unidos, 1982.
VALERO, Roberto. “Otra vez el mar de Reinaldo Arenas”, Revista Iberoamericana. 2014, consultado el 8 de noviembre de 2014, disponible en: http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/4881/5041].
1. Maestro en Estudios de la Cultura y la Comunicación por la Universidad Veracruzana.
2. Es importante señalar que los casos elegidos para el análisis no abarcan ni pretenden abarcar como casos representativos los incontables espacios y las personas LGTB que vivieron la década de los setenta; no obstante, servirán para comparar dos luchas separadas con tramas particulares en cuanto a formas de interacción política.
3. Juan Vicente Aliaga, Arte y cuestiones de género, p. 75.
4. Idem.
5. El mismo autor menciona el caso de los fotógrafos George Dureau y Robert Mapplethorpe. Debe tomarse en cuenta que las expresiones artísticas tocantes a los temas de la sexualidad y el racismo se siguen desde los años cincuenta a través de la denuncia que constituyeron las obras por sí mismas, un rasgo constante en la lucha por la visibilización y por afianzar una identidad de las minorías, tal como fue en los casos del escritor James Baldwin y la cantante Nina Simone.
6. Judith Butler, Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista
7. Ibid., pp. 308-309. El caso mexicano de los muxes de Oaxaca puede ejemplificar lo dicho por esta autora.
8. Ibid., p. 308.
9. Ibid., p. 307.
10. Leslie Feinberg, 1950:‘Lavender Scare’! Lesbian, gay, bi and trans pride series Part 27.
11. John D′Emilio, Gay Politics and Community in San Francisco since World War II, s/p.
12. Judith Butler, op. cit., p. 396.
13. Randy Shilts, The Mayor of Castro Street: The Life and Times of Harvey Milk.
14. Idem.
15. James Scott, Los dominados y el arte de la resistencia
16. Ibid., pp. 44-45.
17. Idem.
18. David Carter, Stonewall: The Riots that Sparked the Gay Revolution, p. 143.
19. Karen A. Foss, “The Logic of Folly in the Political Campaigns of Harvey Milk”, Queer Words, Queer Images
20. Ibid., p. 15.
21. Marta Lamas, Cuerpo: diferencia sexual y género, p. 72.
22. Escrita en 1966, a la edad de 23 años. Se publicó en Francia tras un envío clandestino.
23. Consejo de Ayuda Mutua Económica, modelo económico utilizado por la URSS. Cuba se anexó a este en 1972, luego de intentos fallidos por mantener la situación financiera, principalmente con la producción de azúcar, con la famosa zafra de los diez millones.
24. Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, Casa de las Américas, p. 16.
25. Laplantine, en Marta Lamas, op. cit., p. 74.
26. Desiderio Navarro, In medias res publicas. Sobre los intelectuales y la crítica social en la esfera pública cubana.
27. Roberto Valero, Otra vez el mar de Reinaldo Arenas.
28. Leonardo Candiano, El caso Padilla y el comienzo del Quinquenio Gris
29. Ambrosio Fornet, El Quinquenio Gris: revisitando el término, par. 4.
30. Ibid., par. 21.
31. Desiderio Navarro, op. cit
32. Ibid., p. 121.
33. Judith Butler, op. cit., p. 300.
34. Marta Lamas, op. cit., p. 823.
35. Juan Vicente Aliaga, op. cit., p. 76.