De Orwell al cibercontrol. Armand Mattelart y André Vitalis. Barcelona: Gedisa, 2015.

Elissa Rashkin1

Durante la segunda mitad del siglo XX, la imagen por excelencia de un Estado disciplinario y controlador fue pintada por George Orwell en su novela 1984, condensada en la célebre frase: “Gran Hermano te vigila”. No obstante, este modelo de concebir la vigilancia no surgió sólo del contexto de la posguerra, sino que data por lo menos del panopticon de Jeremy Bentham (1787), ampliamente explorado por Foucault en Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión.2 El modelo panóptico implica la vigilancia desde un punto central donde, a través de cristales, cámaras u otros aparatos, un centinela mantiene la vista sobre la actividad de una determinada población sin ser observado; los objetos de este escrutinio se saben vigilados pero no pueden devolver la mirada, su obediencia se produce en condiciones de control psicológico que deviene en una normatividad disciplinaria que termina rigiendo conductas, no sólo en la prisión sino en las escuelas, en las fábricas y en otros espacios de la vida y de la convivencia cotidiana.

Sin embargo, como plantean Armand Mattelart y André Vitalis en De Orwell al cibercontrol (traducido de la edición francesa titulada Le profilage des populations), las últimas décadas han visto la emergencia de nuevas formas de control asociadas ya no con un Estado-ojo todopoderoso y omnipresente, sino con los procesos acelerados de intercambio y recolección de información producidos en el ámbito digital. A los autores –ambos eminentes en los estudios de la comunicación enfocados en las relaciones histórico-sociales del poder– les preocupa la nueva condición del sujeto social como perfilado, ya no (o no solamente) vigilado corporalmente sino que su existencia se entreteje con numerosas redes que le perfilan como consumidor, como ciudadano y, quizás, si así lo indican los registros de sus lecturas, compras, pronunciamientos y conductas observadas, como amenaza en potencia.

Si bien el libro de Mattelart y Vitalis pinta un retrato algo espeluznante de la época actual del cibercontrol (tema sobre el cual volveremos más adelante), su punto de partida proviene de la larga duración. En su prólogo a la edición española, los investigadores comentan que el texto “propone trazar la genealogía de los usos y de las funciones de las nuevas tecnologías de control social”, buscando “establecer las etapas históricas de un fenómeno que a menudo tiende a confinarse en el corto plazo”, además de “entrelazar las dimensiones local y global del fenómeno” más allá de su espacio de estudio, la nación francesa.3 Los capítulos hablan de políticas, prácticas y mentalidades que han permeado, con distintas formas y variaciones, gran número de países y regiones del mundo moderno. Las ciencias sociales, la estadística, la criminología del siglo XIX y las tecnologías asociadas con el mundo actual de la informática son elementos de la genealogía del perfilado que rebasan las fronteras, a pesar de haberse desarrollado, en un principio, bajo los directrices de los Estados nacionales.

La contradicción que los autores señalan a lo largo del libro es, ciertamente, de largo plazo: por un lado, la defensa de las libertades derivadas de las doctrinas humanistas y consagradas en las documentos fundacionales de las nuevas o renovadas naciones desde finales del siglo XVIII; por otro, las crecientes sospechas que surgieron en esas mismas naciones hacia los otros dentro de su territorio, tratándose de individuos convictos de algún delito o bien de las poblaciones itinerantes, migrantes, las masas obreras recién llegadas a las ciudades sin los lazos tradicionales que les ataran a algún patrón o gremio; y a esta lista podemos agregar a las mujeres dedicadas al comercio sexual (o bajo sospecha de semejante inmoralidad), sin olvidar a los judíos, población de estado ambiguo sujeta a las cambiantes políticas de los regímenes en turno.4

Los primeros sistemas de fichaje, como documentan Mattelart y Vitalis en su capítulo dedicado al asunto, fueron dirigidos a esas poblaciones marginales o liminales. El “derecho de circular libremente” no aparece en los proyectos constitucionales ni en los convenios internacionales hasta 1948, en la Declaración universal de los derechos del hombre; sin embargo, los debates actuales en torno a la migración y el destino de los refugiados muestran que ese derecho no ha sido aceptado plenamente; más bien, en muchos países, todo lo contrario.

El fichaje, si bien surgió como manera de registrar los movimientos de los sujetos con antecedentes penales –proceso auxiliado enormemente por la invención de la fotografía, la antropometría y, más tarde, la dactiloscopia–, pronto fue aplicado a otros sectores de la población aunque, en el caso francés, la propuesta de la matriculación universal fue repetidamente rechazada, por ser vista como violación de la privacidad individual. Los autores conjuntan el desarrollo de estos métodos de perfilar con otros, también dirigidos al control del sujeto en un contexto de supuesta libertad: el régimen del tiempo, reconcebido en términos abstractos y sujeto al ritmo del trabajo industrial. La medición del movimiento a través de la cinemática contribuyó al control del trabajo dentro de la fábrica, donde los obreros han de enfrentar el nuevo dispositivo del “reloj de presencia” (de checar), posibilitado en turno por la invención del aparato clasificador de las tarjetas perforadas.

Aunque la imposición del modelo taylorista-fordista es más conocida (y memorablemente satirizada por Charles Chaplin en Tiempos modernos, de 1931), los autores hacen hincapié en la aportación de Frank B. Gilbreth, cuyos estudios de los micromovimientos, en pro de la eficiencia industrial, abarcaron varios grupos sociales más allá del obrero manual y, además, involucraron a los sujetos en el procedimiento, haciéndoles sentir protagonistas del progreso.5 En lugar de la observación panóptica, los métodos de Gilbreth invitaron a la participación y, por lo tanto, contribuyeron a la construcción de la hegemonía que, como observó Gramsci en algún momento y ahora reafirman los autores, “nace en la fábrica”.6

Otro capítulo explora “la doble cara del Estado: providencial y securitaria”, que surge después de la Segunda Guerra Mundial, tomando distintas formas en diferentes países, pero ligado al avance de la estadística tanto como de la Guerra Fría, con sus respectivas paranoias de ambos lados. El Estado providencial, cuyos programas de asistencia, seguro social y otros tienen como fin la amortiguación de las desigualdades económicas, también conduce al “registro y almacenamiento de los datos personales de los asegurados”, lo cual implica “la creación de una burocracia que velase para que los individuos observasen nuevas reglas; reglas que contribuirán a una estandarización de los comportamientos y a una normalización de las aspiraciones”.7 Siempre meticulosos en su rastreo de procesos, Mattelart y Vitalis nos muestran la delgada línea entre la protección de los individuos como parte de una colectividad y la readscripción de los individuos como amenaza en potencia para esa misma colectividad: la fácil conversión del sujeto en otro.

Todo esto (y mucho más, que el espacio no permite abordar aquí) nos lleva en los últimos capítulos a la “condición posorwelliana”, caracterizada por “cibercontroles” que “se caracterizan fundamentalmente por ser invisibles a la vez que automatizados”.8 Aquí un punto clave es la participación del sujeto, convertido ahora en “usuario” o “prosumidor” de Internet y las redes sociales,9 además de generador constante de datos vía sistemas digitales, sea por el uso de servicios bancarios, la compra de boletos de avión, la videovigilancia, el préstamo bibliotecario o un sinnúmero más de conveniencias que, además de facilitar el consumo y otros procesos económicos, convierten al sujeto en “un simple eslabón” de una máquina disciplinaria regida por la recolección, el almacenamiento y la compra-venta de información.10

Fieles a los postulados de Foucault, los autores pintan las circunstancias actuales como una extensión del biopoder. Ya que la mayoría de los datos son proporcionados por nosotros mismos, sobre todo con el advenimiento de plataformas como Facebook, que favorecen la socialización de la intimidad, el panopticon sale sobrando, pues somos partícipes en una economía de la vigilancia donde el espionaje del Estado ya no es cuestión de agentes secretos sino de minar los interminables archivos de Google y otros gigantes del cibercomercio. Es más, el atractivo de estas nuevas formas de sociabilidad parece vencer cualquier temor que podemos sentir relativo a la destrucción de nuestra privacidad, aunque el estudio muestra algunas diferencias culturales: Francia y otros países europeos se han preocupado más por proteger la información de sus ciudadanos, mientras en Estados Unidos y en gran parte del resto del mundo, incluyendo América Latina, tal protección no ha sido tematizada ante la presión ejercida por las grandes empresas, en su mayoría estadunidenses. Dada la condición transfronteriza de las redes virtuales, el consentimiento libre e informado de la ciudadanía se vuelve cada vez más difícil de defender.

La historia presentada en De Orwell al cibercontrol es densa, compleja a la vez que contundente; el control social ejercido a través de algoritmos, de manera casi invisible, se vuelve banal, no cuestionado. Creamos cada vez más “perfiles”, aceptamos nuestra condición de perfilados. Hay, sin duda, diversos caminos que habrá que seguir para relacionar esta distopía con otras situaciones que nos preocupan: la violencia en México, por ejemplo, aun siendo física y directa, no es ajena al uso de los cibermedios como herramienta que potencia actos de poder y de terror delincuenciales. En otro nivel, casos como el de Wikileaks, que los autores (siguiendo a Steve Mann) asocian con la idea de “sousveillance” o la vigilancia invertida, plantean nuevas posibilidades para que actores de la sociedad civil resistan el control ejercido desde arriba devolviendo la mirada y vigilando por los propios intereses de la ciudadanía. Sin embargo, el panorama de resistencia en este momento dista mucho de ser claro, y los autores demuestran prudencia en no llegar a conclusiones definitivas. Lo que nos ofrecen Mattelart y Vitalis es una puntual y provocadora reflexión sobre un presente lleno de incógnitas, que surge de un pasado donde la exaltación de la libertad iba de la mano de las prácticas represoras, un presente que rebasa algunos miedos de aquel pasado para crear otros, y de los nuevos modos de la vigilancia que se ejerce cada vez que hacemos “clic”.


1. Investigadora de tiempo completo en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana. Doctora en Comunicaciones por la Universidad de Iowa, EUA. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I.

2. Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Siglo Veintiuno, México, [1975] 2005.

3. Armand Mattelart y André Vitalis, De Orwell al cibercontrol, Gedisa, Barcelona, 2015, p. 11

4. Samuel Kassow, Discovering Ashkenaz: Jewish Life in Eastern Europe, YIVO Institute for Jewish Research, Nueva York, 2003.

5. Armand Mattelart y André Vitalis, op. cit., p. 65.

6. Ibid., p. 67.

7. Ibid., p. 79.

8. Ibid., p. 189.

9. Para una exploración del mundo digital enfocado en el usuario cibernético, véase Carlos Scolari, Hipermediaciones. Elementos para una teoría de la comunicación digital interactiva, Gedisa, Barcelona, 2008.

10. Armand Mattelart y André Vitalis, op. cit., p. 191.