Estudios culturales y laborales del periodismo: una revisión bibliográfica
Cultural and Workplace Studies in Journalism: A Literature Review
Víctor Hugo Reyna García[1]
RESUMEN
Este artículo es un estado del arte sobre dos de las líneas de investigación más fértiles en el campo de los estudios del periodismo: los estudios culturales y laborales del periodismo. El primer apartado revisa los estudios culturales del periodismo, con énfasis en la producción académica sobre las normas profesionales, las identidades profesionales y los procesos de profesionalización. El segundo apartado examina los estudios laborales del periodismo, con atención en las investigaciones sobre la seguridad laboral, la cualificación del trabajo y la satisfacción laboral. Interesa analizar las tendencias generales del campo de los estudios del periodismo y observar su desarrollo a nivel continental y nacional.
 
ABSTRACT
This article reviews recent literature from two of the most fertile lines of inquiry within the field of journalism research: cultural and workplace studies. The first section examines cultural studies of journalism, with emphasis on analyses of professional norms, identities, and processes of professionalization. The second section examines research on workplace issues, focusing on job security, job skills and job satisfaction. The aim is to analyze general trends in the field of journalism studies and to observe their development at the continental and national levels.
 
PALABRAS CLAVES
Estudios del periodismo, cultura, trabajo, México, América Latina.
KEYWORDS
Journalism studies, culture, labor, Mexico, Latin America.
                                                                                                                  
Introducción
El campo disciplinar de los estudios del periodismo puede dividirse en siete grandes líneas de investigación: cultura, economía, historia, política, representaciones sociales, tecnología y trabajo. En términos cuantitativos, las investigaciones sobre representaciones sociales, es decir, los estudios que analizan cómo se presenta a determinado fenómeno o grupo social, son las predominantes. Después de ellas, con mayor grado de institucionalización, figuran los estudios económicos, que tienden a adherir a las perspectivas de análisis de la economía política para examinar las estructuras de propiedad de las organizaciones periodísticas.
En las últimas tres décadas, como consecuencia de la consolidación de la sociología de la producción de noticias y de la conformación de redes de investigación transnacional, los estudios culturales del periodismo han ganado adeptos hasta el punto de instituir a la cultura profesional y al profesionalismo como los principales objetos de estudio en los análisis del mundo social de los periodistas. Aún a la zaga, incluso en las investigaciones sobre la crisis de la industria periodística, los estudios laborales del periodismo empiezan a mostrar que el trabajo periodístico no sólo es mediado por la cultura, la economía y la tecnología.
Con la intención de desarrollar un abordaje integrador, en este artículo se presenta un estado del arte sobre los estudios culturales y laborales del periodismo. El artículo está organizado en dos apartados. En el primer apartado se analizan las investigaciones sobre la cultura, acentuando: a) normas profesionales, b) identidades profesionales y c) procesos de profesionalización. En el segundo apartado se examinan los estudios que toman al trabajo como su objeto de estudio, haciendo énfasis en: a) seguridad laboral, b) cualificación del trabajo y c) satisfacción laboral.
 
Los estudios culturales del periodismo
Desde sus orígenes, la sociología del periodismo –también conocida como sociología de la producción de noticias o como sociología de las noticias– ha sido una sociología cultural, en el sentido de que se ha enfocado en el estudio de la ideología, las identidades, los valores y las prácticas periodísticas y no en las causas y los efectos de los fenómenos económicos (sociología económica) o en las relaciones entre Estado, sociedad y ciudadanía (sociología política). En contraste con la resistencia que ha encontrado en la sociología en general, el giro cultural ha constituido un canon en los análisis sociológicos del periodismo.
Pioneros del campo disciplinar como Warren Breed (1955) y David Manning White (1950) sentaron las bases de este abordaje al tomar como objeto de estudio el proceso de la producción de noticias en vez del entonces predominante interés en los efectos mediáticos. Como observan Stephen D. Reese y Jane Ballinger en su análisis de estos autores, “ambos estudios desafían el carácter dado de los medios masivos. Esta noción subversiva, de que la noticia es en efecto un producto manufacturado, debe ser reconocida como la que ha guiado otros intentos de explorar este proceso”[2] (Reese y Ballinger, 2001: 642).
Entre las décadas de 1970 y 1990, con la creciente influencia de la sociología de las profesiones, investigadores como Herbert J. Gans (2004), Michael Schudson (1978) y Gaye Tuchman (1978) contribuyeron a la consolidación de los abordajes culturales y a constituir a la sociología de la producción de noticias como un campo autónomo de la investigación sobre medios masivos. En las últimas décadas, como consecuencia de la conformación de redes de investigación transnacional, el énfasis de los estudios culturales del periodismo se ha desplazado hacia la comparación empírica.
 
Normas profesionales
La principal línea de investigación de los estudios culturales del periodismo es, sin lugar a dudas, la de las normas profesionales. Una revisión panorámica de los índices de cualquier revista especializada en la materia puede confirmar que las normas profesionales son tema recurrente. A su vez, dentro del cuerpo de trabajos que interroga la interpretación y puesta en práctica de las normas profesionales en el periodismo, resaltan, en términos cuantitativos, los trabajos sobre la objetividad, considerada como la norma por excelencia del periodismo profesional.
A lo largo de los años, la objetividad ha sido definida como ideal (Lippmann, 1920), norma (Schudson, 2001), ritual estratégico (Tuchman, 1999), performance (Boudana, 2011) y régimen (Hackett y Zhao, 1998), pero también como una consideración comercial (Gans, 2004), mito (Poerksen, 2008), ilusión (Bell, 1997), sesgada (Glasser, 1992), impulso ético superado (Ward, 2004) y enfermedad (Hedges, 2011). Aunque aún aparecen estudios que buscan atacar o defender la objetividad, la discusión académica hace tiempo gira en torno al análisis de sus orígenes, significados, resistencias y prácticas.
Schudson es el autor más influyente en la materia. Desde su tesis doctoral, centrada en comparar la objetividad en el periodismo y en el derecho de Estados Unidos (Schudson, 1976), el autor ha desarrollado un sofisticado análisis sociológico que ha desestabilizado las explicaciones económicas y tecnológicas sobre el origen de esta norma profesional. Para él, la objetividad es “un ideal moral, una serie de prácticas de reporteo y de edición y un patrón observable en la redacción de noticias”[3] (Schudson, 2001: 149) que surge en respuesta a la crisis de autoridad del periodismo partidario.
Elaborando a partir de Émile Durkheim y de Max Weber, Schudson plantea que fueron cuatro condiciones las que permitieron la institucionalización de la objetividad periodística: a) la solidaridad entre los miembros de la comunidad de periodistas, que los llevó a adoptar esta norma profesional para defenderse de las acusaciones de partidismo y b) establecer una clara distinción entre los periodistas objetivos y los periodistas subjetivos, así como c) para transmitir de generación en generación un patrón de comportamiento social bien definido y d) controlar las orientaciones de la profesión ante los designios de las organizaciones.
Más interesada en su carácter instrumental que en el contexto sociocultural en el que emerge, Tuchman define a la objetividad como un ritual estratégico al que los profesionales del periodismo recurren para minimizar los riesgos de su oficio. Siguiendo a Herbert Simon y James March, la autora se adentra en las salas de redacción e identifica cuatro tácticas que articulan este ritual: a) la presentación de las posibilidades en conflicto, b) la presentación de evidencia sustentadora, c) el uso juicioso de comillas en la atribución de la información y d) la estructuración de la información (Tuchman, 1999: 203-208).
La vigencia de este planteamiento radica en la relativa estabilidad del periodismo de información, en el carácter dado que gozan ciertas normas profesionales y en los obstáculos que suelen encontrar quienes intentan promover discursos y prácticas alternativas. Pero ello no significa que esta manera de analizar la objetividad en el periodismo tenga que ser, por su naturaleza canónica, transmitida de generación en generación como construcción social, sin ser cuestionada y sin ser sometida a comprobación empírica. Por el contrario, se trata de una teoría formulada durante la década de 1970, que permite y precisa actualizaciones.
En este sentido, el análisis del ritual estratégico de la emocionalidad de Karin Wahl-Jorgensen resulta sugerente. En él, en lugar de enfocarse en la objetividad, la autora explora la subjetividad en reportajes excepcionales, encontrando que los postulados de Tuchman no son tan universales como se pensaba. Más que describir el eclipse de la objetividad, Wahl-Jorgensen quiere dar sentido a prácticas periodísticas poco analizadas, sosteniendo que “[e]l ritual estratégico de la emocionalidad a veces recurre a prácticas de la objetividad y en otras ocasiones opera en tensión con ellas”[4] (Wahl-Jorgensen, 2013: 130).
A diferencia de la objetividad, la subjetividad ha sido históricamente negada. Por lo tanto, su interpretación y puesta en práctica ha dependido de tácticas no institucionalizadas. Según Wahl-Jorgensen, algunas de ellas son: a) los periodistas externalizan las emociones a través de b) la descripción de las emociones de sus fuentes, aunque c) no siempre mediante el uso de citas directas o indirectas. En el mismo sentido, d) la información no suele articularse en forma de pirámide invertida y e) se despliega en una amplia gama de recursos narrativos para intentar capturar la atención de los lectores.
Wahl-Jorgensen difiere de Rosalind Coward (2013), pues la intención de su trabajo es descriptiva-explicativa y no normativa-transformativa. En otras palabras, no plantea que la objetividad es un ideal inalcanzable e indeseable que está siendo o debe ser reemplazado por su opuesto, la subjetividad. Más bien, argumenta que estas normas y prácticas conviven a pesar del carácter implícito de una y de la omnipresencia de la otra. Con ello contribuye, en primer lugar, a reposicionar el lugar de las emociones en el periodismo y, en segundo lugar, a ampliar la agenda de investigación.
Sandrine Boudana también aporta en ese sentido. Para ella, el principal problema de la objetividad en el periodismo no es que sea o no alcanzable o deseable, sino que no se han determinado los criterios adecuados para evaluarla. Con la intención de contribuir a socavar esta deficiencia, define la objetividad como una performance que a) busca alcanzar el más alto nivel de correspondencia posible entre las aseveraciones periodísticas y la realidad, b) puede ser evaluada bajo criterios concretos y universales y c) es responsable, en tanto es ejecutada para un público que actúa a partir de ella (Boudana, 2011: 395-396).
La contribución de Boudana es más conceptual que metodológica, pues no presenta los criterios concretos y universales que reclama. Sin embargo, en términos sociológicos, su conceptualización de la objetividad como performance permite más que otras definiciones, pues no se ciñe al análisis de contenido, contempla una dimensión pragmática y agrega una variable de responsabilidad. Posteriores investigaciones podrían estudiar la performatividad de la objetividad desde la sociología del trabajo para acentuar aún más las tensiones entre lo idealizado por los periodistas y lo asignado por los tomadores de decisiones.
 
Identidades profesionales
Las normas profesionales están estrechamente ligadas a las identidades profesionales, en el sentido de que la puesta en práctica de las primeras determina a las segundas y a su vez la puesta en práctica de las segundas determina a las primeras. Ejemplo de ello es la norma de objetividad, que define al periodismo de información y a sus simpatizantes en oposición a la subjetividad del periodismo de opinión. El antagonismo sirve para establecer distinciones en el campo profesional y para idealtipificar las prácticas profesionales, generalmente con la intención de desarrollar estudios comparativos.
Los primeros estudios comparativos tuvieron una orientación normativa e intentaron establecer un vínculo entre las prácticas periodísticas de un país y su sistema político. En Four Theories of the Press: the Authoritarian, Libertarian, Social Responsibility and Soviet Communist Concepts of What the Press Should Be and Do (1963), Fred S. Siebert, Theodore Peterson y Wilbur Schramm identificaron cuatro modelos normativos: a) el autoritario, b) el libertario, c) el de responsabilidad social y d) el comunista, con descripciones negativas del primero y del último.
No obstante las críticas a su etnocentrismo y a su inconsistencia teórica y metodológica, este trabajo sentó las bases para la investigación comparativa, en particular en la definición del nivel de análisis, el nacional, y en cuanto a la relación entre las variables dependientes (periodismo) e independientes (sistema político). Con sus respectivos refinamientos, posteriores estudios comparativos han insistido en representar a las culturas del periodismo como nacionales y en equipararlas con los sistemas políticos nacionales (Hallin y Mancini, 2004). Por ende, el periodismo sería un camaleón de la política.
En la nueva generación de estudios comparativos, distinguidos por la vocación por la investigación empírica de la que carecieron sus antecesores, se subsana de manera parcial esta deficiencia al no subordinar la caracterización del periodismo al sistema político de sus países. Sin embargo, al emplear técnicas de investigación demoscópica para interrogar las identidades, los valores y las prácticas periodísticas, de igual manera tienden a desvanecer las diferencias que existen en cada nación por medio de medias geométricas (Hanitzsch et al., 2011).
Además de estas perspectivas de análisis macro-sociológico, en el campo disciplinar de los estudios del periodismo se han desarrollado abordajes microsociológicos centrados en las identidades profesionales. En este cuerpo de trabajos prevalecen cuatro articulaciones de esta dimensión: a) con la ideología (Deuze, 2005), b) con la tecnología (Anderson, 2013), c) con el trabajo (Wiik, 2015) y d) con las diferenciaciones socioculturales (De Bruin, 2000). En conjunto, estas investigaciones exhiben que las identidades profesionales del periodismo pueden ser analizadas desde varios ángulos.
En su análisis, Barbie Zelizer propone que los estudios sobre el mundo social de los periodistas desplacen su atención de las relaciones formales hacia las relaciones informales, pues en ellas se definen las maneras en las que se interpretan eventos clave y se estructuran discursos colectivos en respuesta a ellos (Zelizer, 1993: 223-224). El concepto que emplea, ampliamente citado, es el de comunidad interpretativa. A través de él intenta dar sentido a las organizaciones más allá de las organizaciones que conforman los periodistas en su día a día.
Ante el énfasis en el profesionalismo, lo sugerente de esta conceptualización es que desafía la idea de que la cultura del periodismo –un concepto también popularizado por la misma autora– es nacional y homogénea. Por lo tanto, permite indagar en los niveles meso y micro. En la sociología de la cultura, trabajar en estos niveles de análisis significa tomar como unidad de análisis las culturas grupales o subculturas. Craig Calhoun (1997) y otros sociólogos han planteado que el estudio de la cultura no necesariamente es el estudio de la cultura nacional, sino el de grupos pequeños.
El trabajo de Mark Deuze también permite avanzar en ese sentido porque define a la ideología periodística como “un sistema de creencias características de un grupo particular, incluyendo –pero sin limitarse a– el proceso general de la producción de significados e ideas (dentro de ese grupo)”[5] (Deuze, 2005: 445). El acento en “un grupo particular” da pie para ahondar en la diversidad de las culturas del periodismo que persisten a nivel nacional y subnacional a pesar de la tendencia a desvanecer las diferencias que han institucionalizado los estudios demoscópicos.
En un contexto de crisis y de reconfiguración, Jenny Wiik se pregunta sobre el alcance que las transformaciones en el mundo del trabajo tienen en las identidades periodísticas. En especial, se pregunta si la flexibilización del trabajo y el cambio generacional producen una fragmentación de las identidades. Partiendo del análisis de una encuesta levantada en cinco ocasiones entre 1989 y 2011 y de entrevistas a profundidad, encuentra que en el caso sueco se mantienen más o menos estables las identidades en el plano ideológico, pero que las nuevas condiciones y relaciones laborales podrían estar erosionando las bases colectivas:
 
Uno de cada dos periodistas [perteneciente al grupo de menores de 29 años] ocupa puestos permanentes, mientras el resto es obligado a tomar varias formas de empleo temporal. Eso es natural, pues toma cierto tiempo establecerse en una ocupación. No obstante, la situación es sólo gradualmente mejor en el grupo de periodistas de 30 a 39 años, donde aproximadamente el 30% no tiene un empleo permanente.
Esto significa que las variaciones en las percepciones sobre los ideales profesionales están conectadas, no sólo a la edad sino también a las condiciones de empleo: esto quiere decir, de alguna manera, que el proceso de socialización de la construcción de la identidad profesional se prolonga y retrasa. Es posible, e incluso probable, que la lealtad profesional de los jóvenes periodistas se esté debilitando como producto de las dificultades que experimentan al establecerse en el mercado laboral[6] (Wiik, 2015: 126-127).
 
Procesos de profesionalización
El estudio de los procesos de profesionalización está estrechamente vinculado a los estudios comparativos del periodismo, en tanto comparte con ellos un interés por reconocer el estado de la cultura del periodismo de un país, generalmente en vías de desarrollo, y los factores que facilitan y/o coaccionan su florecimiento. Desde sus orígenes, este abordaje ha estado atravesado por una lógica etnocentrista, al suponer el análisis del desarrollo del periodismo de un país de acuerdo con los estándares establecidos en países desarrollados, en particular Estados Unidos y Reino Unido.
Históricamente, América Latina ha sido una de las regiones más estudiadas en esta línea de investigación. Por su cercanía geográfica con Estados Unidos, México ha recibido especial atención. Entendiendo la profesionalización como un proceso amplio, se ubican dos perspectivas de análisis en este país: en primer lugar, el enfoque histórico indaga en la transición del periodismo artesanal al industrial (Del Palacio, 2003); en segundo lugar, el enfoque contemporáneo sondea el impacto de la transición democrática nacional (Hughes, 2009).
Investigadores de origen extranjero como Sallie Hughes y Chappell H. Lawson han sido los pioneros del enfoque contemporáneo. Con trabajo de campo durante la década de 1990, los dos autores identifican patrones de cambio en las instituciones, las organizaciones y las prácticas del periodismo mexicano. Mientras Lawson hace énfasis en la liberalización de la política y en la apertura del mercado, Hughes plantea que el cambio sucede cuando surge una nueva cultura empresarial a partir del cambio generacional en la dirección de algunas organizaciones periodísticas.
Ambos describen una transformación de alcance nacional. Para Lawson, el punto de quiebre fue la renuncia de Julio Scherer a la dirección general de Excélsior, en 1976, y se intensificó durante la década de 1990, por medio de un “efecto cascada” que “fomentó la gradual transformación de la prensa en su conjunto”[7] (Lawson, 2002: 89). Por su parte, para Hughes fue más relevante el ascenso a la dirección de El Norte de Alejandro Junco, en 1973, y el proceso de mímesis (primero con los dueños impulsando el cambio, luego con las nuevas generaciones haciendo lo propio) que provocó (Hughes, 2009: 152-154).
En sus respectivas investigaciones, académicos mexicanos como Rubén González y Mireya Márquez han sido críticos de los planteamientos de Hughes y Lawson, por considerar inconsistentes sus resultados. Márquez argumenta que el principal defecto de los trabajos de los estudiosos foráneos es que sólo se concentran en el cambio, sin observar los patrones de continuidad o de ambigüedad. En cambio, González sostiene que la principal deficiencia de estos estudios es que no contemplan que la transformación que reseñan e idealizan no llega a todas las regiones de la misma manera.
Además de cuestionar el cambio, Márquez pone atención en la manera en la que son interpretadas y puestas en práctica las normas del periodismo liberal, con énfasis en el ideal del testimonio objetivo. Lo que encuentra es que, más allá del apego que los profesionales del periodismo mexicano expresan a estas normas, las entienden y ejercen con ambigüedad (Márquez, 2012: 125-130). Es por ello que, en las prácticas de reporteo, el cambio se expresa en forma de continuidad: lejos de empoderar a los periodistas frente a los políticos, la objetividad los mantiene como recolectores y reproductores de declaraciones.
En contraste con Lawson, Hughes y Márquez, González afirma que ha emergido un partidismo económicamente impulsado a causa de las nuevas relaciones entre el periodismo y el poder. Esto significaría que el partidismo impulsado por la ideología estaría de regreso, pero en forma de especulación financiera y de contratos de publicidad oficial (González, 2013: 401-409). El planteamiento, sustentado en evidencia empírica recabada en Morelia, Michoacán, a principios de la década de 2010, va directamente en contra de la hipótesis presentada por Lawson.
Otros investigadores nacionales como Salvador de León, María Elena Hernández y Rosalía Orozco han estudiado el impacto de la transición política en el periodismo nacional. Al igual que González y Márquez, sólo que sin discutir las hipótesis de Hughes y Lawson, han encontrado que el cambio está acotado al plano discursivo y que persisten una serie de viejas prácticas de corrupción. Esto es lo que, a pesar de casi siete décadas de educación de nivel superior especializada en periodismo, no ha permitido la plena profesionalización del periodismo mexicano.
Hernández toma como su objeto de estudio el discurso modernizador del sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Aunque reconoce que sus propuestas de cambio no han sido del todo concretadas, plantea que fue importante para articular discursos dispersos sobre la profesionalización (Hernández, 2006: 168-222). En el mismo sentido, De León descubre un saneamiento en las relaciones entre periodistas y políticos, pero que los intercambios de recursos financieros por cobertura favorable se desplazan a las cúpulas, donde los directivos son directamente beneficiados (De León, 2012: 126-138).
Recientemente, los estudios sobre la profesionalización del periodismo mexicano se han aproximado a la línea de investigación sobre la crisis de seguridad, la dominante en el país, para indagar en el impacto de la violencia que experimentan y reportan los periodistas en su cultura profesional. Los primeros trabajos se centraron en los obstáculos a la libertad de expresión (Rodelo, 2009) y en los últimos años se ha hecho énfasis en las amenazas a la autonomía profesional (González de Bustamante y Relly, 2016). Esto confirma que es una línea de investigación abierta y que puede ser vinculada con otras.
 
Los estudios laborales del periodismo
Los estudios laborales todavía son marginales dentro del campo disciplinar de los estudios del periodismo. Dos factores pueden explicar esta situación: por una parte, los estudios del periodismo suelen ser conducidos en facultades de comunicación, donde el énfasis tanto de la formación de los estudiantes como de las investigaciones de los profesores generalmente recae en lo comunicacional; por otra parte, la relativa estabilidad laboral que caracterizaba a la industria periodística durante el origen y la consolidación del campo disciplinar ha hecho creer que el trabajo no es un fenómeno digno de análisis.
La crisis del sector, por ejemplo, ha develado que los estudiosos del periodismo no estaban preparados para dar sentido a la ola de cierres y recortes. En The Death and Life of American Journalism: The Media Revolution that Will Begin the World Again (2010), Robert W. McChesney y John Nichols localizan la crisis en las organizaciones y en sus empleados, pero no la analizan porque carecen de marcos conceptuales y metodológicos. Lo mismo ha sucedido en estudios posteriores, concentrados en otros aspectos de la crisis antes que en lo laboral (Anderson, 2013).
A pesar de ello, empiezan a destacar algunos autores como Henrik Örnebring, Scott Reinardy y Wiik que, a partir de rigurosas investigaciones sobre el trabajo, demuestran que las prácticas periodísticas no son sólo mediadas por la cultura, la economía y la tecnología. Sus estudios, publicados en revistas especializadas de prestigio internacional, tocan asuntos como la seguridad laboral, la recualificación del trabajo, la satisfacción laboral y las identidades laborales, y brindan elementos para el desarrollo de perspectivas de análisis que integren las variables culturales y laborales del periodismo.
 
Seguridad laboral
La seguridad laboral es la principal línea de investigación dentro de los estudios laborales del periodismo. Como absoluto, suele ser definida como “[e]l derecho a la continuidad en el empleo, por lo general hasta la jubilación”[8] (Statt, 2004: 79). No obstante, como no es siempre posible alcanzarla contractualmente, como dimensión de análisis se articula para examinar la situación contractual de los profesionales de un sector, en este caso la industria periodística, y definir si hay alta, baja o media seguridad laboral. En la actualidad, también abarca el estudio del empleo no remunerado.
Una premisa del estudio de la situación contractual de los periodistas es que se trata de un factor determinante de la calidad del producto. Aunque abundan los ejemplos en los que se practica un periodismo de excelencia incluso en situaciones de inestabilidad laboral, este es difícil de sostener en el tiempo si no es acompañado por una mejora sistemática de las condiciones laborales. En el periodismo profesional, la precariedad del trabajo puede ser un detonante de las intenciones de renuncia y de la búsqueda de vacantes en otras empresas periodísticas o en otros sectores productivos.
Entre las décadas de 1980 y 1990, como parte del auge de los estudios comparativos ya discutido en este artículo, la variable contractual empezó a cobrar cierta notoriedad en el campo disciplinar como descriptor de la estabilidad o de la inestabilidad de la profesión en algún país (Weaver y Wilhoit, 1996). Sin embargo, como ninguno de estos trabajos logró afianzar la seguridad laboral como una línea de investigación, no pudieron estimular el desarrollo de nuevos estudios. Por lo tanto, hay poca o nula acumulación y disrupción del conocimiento.
En general, el estudio de la seguridad laboral en el periodismo se ha distinguido por su dispersión y su discontinuidad, por su falta de diálogo interno. En parte, estas propensiones derivan de su énfasis en lo empírico y de la poca discusión o desarrollo conceptual. A pesar de ello, una revisión panorámica de estas investigaciones permite identificar tres variables con las que tienden a ser relacionadas: a) el profesionalismo (Cushion, 2007), b) la satisfacción laboral (Ryan, 2009) y c) el género (Ross, 2001). Ello da pie para mayores teorizaciones sobre el lugar de la seguridad laboral en el periodismo.
En América Latina, la principal contribución en la materia es la de Claudia Mellado. Como autora única tanto como estando al frente de grupos de investigación, la autora ha diseñado y aplicado una serie de cuestionarios con la intención de caracterizar el perfil profesional de los periodistas chilenos (Mellado, Barría, y Parra, 2009). En ellos, la variable de seguridad laboral es un descriptor de estabilidad y se evalúa a partir de la medición de: a) la relación contractual, b) el número de trabajos que ha tenido en los últimos tres años y c) el área de trabajo (periódicos, radio, televisión, entre otros).
El trabajo desarrollado por Mellado y su equipo en esta línea de investigación, ellos mismos advierten sobre ello, es de naturaleza descriptiva-exploratoria y tiene la intención de llenar los vacíos de los censos poblacionales chilenos. En los últimos años, el interés de Mellado en el mercado laboral ha sido desplazado por su interés en los roles profesionales, también con técnicas de investigación cuantitativas (Mellado, 2015). Aunque se trata de estudios conceptual y metodológicamente más relevantes, resulta llamativa la ausencia del trabajo dados los antecedentes de la autora.
Con mayor énfasis en lo conceptual, pero sin por ello descuidar el análisis empírico, los estudios sobre la seguridad laboral en el periodismo argentino de Laura Henry amplían la agenda de investigación. En vez de una muestra representativa de la población, Henry se enfoca en los periodistas colaboradores que trabajan sin contrato (freelance), y en sus prospectos de asociación (Henry ,2013). Como Wiik en Suecia, descubre que la creciente diversificación del trabajo contribuye a la fragmentación de las identidades y a que los periodistas sean contratados y despedidos sin mediación gremial alguna.
Henry parte de los marcos conceptuales de la sociología del trabajo, trayendo a los estudios del periodismo términos como flexibilización, fragmentación y precarización. Con ellos da sentido a las experiencias y a las percepciones de los dirigentes de las asociaciones y de los profesionales subcontratados, para descubrir en ambos un sentimiento de indefensión ante los embates de las empresas periodísticas, unos por temor a no ser contratados y otros porque su ámbito de acción está acotado al acompañamiento de las negociaciones iniciadas por los trabajadores en el interior de cada organización.
Con una intención transformadora, la autora se pregunta de qué manera podrían los periodistas colaboradores superar ese callejón sin salida en el que se encuentran, sin poder de negociación ante sus empleadores y sin poder manifestar sus inconformidades en bloque porque trabajan para distintos medios. Para ella, la respuesta es articular las demandas de los colaboradores externos a través de los trabajadores internos, con una situación contractual más estable, porque son los únicos que pueden tomar medidas de fuerza como la huelga y también porque en un futuro no muy lejano se pueden ver en la misma situación.
No obstante la relevancia de estos planteamientos y de la expansión regional de los fenómenos que abordan, en México no se encuentran investigaciones del mismo calibre que las de Mellado y Henry. Hace más de tres décadas, José Baldivia, Mario Planet, Javier Solís y Tomás Guerra exploraron ciertas variables laborales (Baldivia et al., 1981). Lo propio han hecho Juliana Matus, Hugo Villar, Sarelly Martínez, Francisco Cordero y Patricia Ledesma para el caso de Chiapas (Matus et al., 2009). Por utilizar técnicas de investigación de corte demoscópico, ninguno de estos trabajos se centra en fenómenos particulares.
Recientemente, Perla Araceli Blas (2015) y José Luis Velasco (2015) han analizado la situación laboral en Guadalajara, Jalisco. Ambos análisis son descriptivos-exploratorios y ponen las primeras piedras de un potencial giro laboral en los estudios del periodismo mexicano. En el mismo sentido, los estudios de Leticia Castillo sobre los techos de cristal en Ciudad Juárez, Chihuahua (Castillo, 2015), y de Hernández sobre los periodistas independientes o freelancers de Guadalajara (Hernández, 2016) le están dando visibilidad a esta línea de investigación.
 
Cualificación del trabajo
Además de la recesión económica, durante la segunda mitad de la década de 2000 inició un proceso de convergencia productiva y tecnológica en las organizaciones periodísticas. Con sus matices, este proceso produjo una reconfiguración del trabajo periodístico al suponer la concentración de tareas antes realizadas por varios profesionales en uno solo, el periodista multimedia. Ello erosionó la división del trabajo tradicional, permitió la reducción de las salas de redacción e impactó de manera directa en la definición de los nuevos contratos, al requerirse un nuevo tipo de cualificación.
En la sociología del trabajo, el estudio de la cualificación ha sido central desde que se publicara Labor and Monopoly Capital: the Degradation of Work in the Twentieth Century (Braverman, 1998). En él, Harry Braverman plantea que el modo de producción capitalista despoja a los trabajadores del control del trabajo y degrada sus cualificaciones para reducir los costos y aumentar las ganancias. El proceso, según el autor, consiste en tres fases: a) la disociación del trabajo de las habilidades, b) la separación de la concepción de la ejecución y c) el uso del poder monopólico sobre el conocimiento para controlar todo el proceso.
En el campo disciplinar de los estudios del periodismo, la teoría del proceso laboral de Braverman ha sido influyente en el desarrollo de perspectivas críticas a la convergencia de tareas y tecnologías, introduciendo la noción de descualificación del trabajo (Liu, 2006). En respuesta, los partidarios de la denominada convergencia periodística han empleado el concepto de multicualificación para realzar el potencial del cambio y promover su adopción en las salas de redacción (Salaverría, 2006). En la actualidad, la discusión gira alrededor del concepto de recualificación (Örnebring, 2010).
El estudio de Chang-de Liu sobre el impacto de las nuevas tecnologías en el proceso laboral del periodismo taiwanés es el pionero de la vertiente crítica. En una época en la que tanto los analistas como los practicantes del periodismo manifestaban un optimismo por el cambio tecnológico y por los prospectos de un periodismo digital, Liu mostró el lado oscuro del proceso, haciendo énfasis en: a) la introducción de las nuevas tecnologías aumenta la carga de trabajo, b) difumina las fronteras entre tiempo libre y tiempo de trabajo y c) degrada a la profesión porque ésta adquiere un matiz técnico (Liu, 2006: 703-708).
Publicado hace una década, el trabajo de Liu es sumamente vigente y, aunque toma como unidad de análisis a los periodistas taiwaneses, puede leerse como una teoría general de la descualificación del trabajo periodístico en el siglo XXI particularmente en países en vías de desarrollo. Más aún, su estudio de caso puede ser vinculado con otros reseñados en este artículo, en tanto advierte cómo los periodistas experimentados son sistemáticamente reemplazados por periodistas jóvenes que aceptan salarios menores, contratos temporales y cargas de trabajo más intensas para producir contenidos cada vez más breves y triviales.
Por su parte, en la vertiente partidaria del cambio tecnológico abundan los trabajos, generalmente con una intención normativa-transformativa antes que descriptiva-explicativa, que insisten en minimizar sus consecuencias indeseadas y en exaltar sus bondades. Desde los primeros estudios de John V. Pavlik (2001) hasta las recientes conceptualizaciones sobre el periodismo posindustrial de C. W. Anderson, Emily Bell y Clay Shirky (2013) impera un determinismo tecnológico que naturaliza el papel de la tecnología en el periodismo y pugna por mayores cambios tanto en la formación como en la práctica periodística.
En la actualidad, autores como Örnebring (2010) y Gunnar Nygren (2014) proponen un desplazamiento más allá de la caracterización positiva o negativa del proceso mediante el concepto de recualificación. Örnebring, sobre todo, sostiene que es necesario trascender tales definiciones, en blanco y negro, para ampliar la mirada y percibir que los procesos de descualificación y de multicualificación pueden estarse dando de manera simultánea, para bien y para mal de los periodistas (Örnebring, 2010: 66-68). Para la investigación empírica, es fundamental este planteamiento porque contribuye a reducir el sesgo.
En México, María Elena Meneses (2011) y Claudia Zaragoza (2002) han analizado el impacto de la convergencia tecnológica en el periodismo nacional. En ninguno de los dos estudios se alude a los conceptos de descualificación, multicualificación o recualificación, pero se hace una representación positiva del proceso al caracterizar a la tecnología como si fuese neutra y al ubicar en los directivos, los editores y los reporteros la responsabilidad de sus orientaciones. En todo sentido, se sugiere mejorar administrativamente la convergencia de tareas y tecnologías antes que cuestionarla:
 
La tecnología no genera ni bueno ni mal periodismo; éste depende de los objetivos que cada medio establezca. Sin embargo, la paradoja que acompaña a este escenario de información abundante y apabullante proveniente de una gran diversidad de fuentes, es que no necesariamente se está mejor informado.
La convergencia es un proyecto más avanzado en el orden gerencial que en lo que respecta a la comunicación. La convergencia digital y económica podría representar mejores contenidos y calidad informativa para públicos cada vez más amplios, sólo que depende de medios responsables que se atrevan a rescatar la función social del periodismo, de su creciente subordinación ante los intereses del mercado (Meneses, 2012).
 
Nuestra interpretación de la relación entre las variables de tecnología y cualificación es crítica frente a las perspectivas de Meneses y Orozco y se ubica entre las de Liu y Örnebring. En primer lugar, el cambio tecnológico no es neutro porque deriva de un discurso que busca intensificar las cargas de trabajo, eliminar la especialización y reducir el tamaño de las salas de redacción. En segundo lugar, incluso cuando el profesional del periodismo se adapta, en teoría y en práctica, al proceso de transformación, éste no le ofrece garantías de estabilidad laboral porque implica su inmediata devaluación y su inminente reemplazo.
 
Satisfacción laboral
¿Cuáles son los motivos y las motivaciones que tiene un profesional del periodismo para mantenerse en su trabajo o abandonarlo? El lugar común, tanto en países desarrollados como en países en vías de desarrollo, es creer que las percepciones económicas son determinantes en ambos sentidos. Sin embargo, la investigación empírica indica que hay otros factores y que frecuentemente la decisión de mantenerse o de abandonar el periodismo está atravesada por la percepción de que en determinada organización periodística se cumple o no con los ideales profesionales.
Entendida como la sensación de satisfacción o de insatisfacción hacia factores internos (la manera en la que se produce el trabajo) y externos (condiciones laborales y salariales), la satisfacción laboral es una dimensión de análisis en la que se conjugan tanto el gusto por el trabajo, en este caso la práctica periodística, como el placer por recibir una remuneración (Reinardy, 2014: 856-858). Desde su origen, es un abordaje de corte administrativo, fuertemente influido por la psicología social, que busca contribuir a la productividad de las organizaciones a través de la salud mental de sus trabajadores.
En el campo disciplinar de los estudios del periodismo, las primeras investigaciones sobre la satisfacción laboral de las que se tiene registro son las de Merrill Samuelson (1962) y de John W. C. Johnstone, Edward J. Slawski y William W. Bowman (1976). En The News People: A Sociological Portrait of American Journalists and their Work (1976), Johnstone, Slawski y Bowman elaboran un perfil de los periodistas estadounidenses y establecen las bases para el estudio de la satisfacción laboral, al encontrar una relación entre las políticas editoriales de las organizaciones y los ideales profesionales de los periodistas.
En el contexto de crisis y reconfiguración contemporánea, Reinardy ha revivido esta dimensión de análisis. En sus estudios, el autor ha descubierto que el síndrome de burnout o de desgaste profesional erosiona el compromiso profesional de las nuevas generaciones de periodistas y los induce a dejar al periodismo para continuar su carrera en otros sectores productivos (Reinardy, 2011). Factores como la carga, el horario, el salario y la percepción de la pérdida de los valores periodísticos estarían produciendo una generación perdida de periodistas.
El hecho de que los profesionales del periodismo encuestados por Reinardy hayan respondido con relativa frecuencia que estaban pensando abandonar el campo profesional a causa del alejamiento de los ideales por parte de sus organizaciones periodísticas es significativo para la investigación sobre la cultura y el trabajo en el periodismo, porque muestra el extremo al que puede llegar el conflicto entre la cultura ocupacional y la cultura organizacional. No es, como en otras épocas, simplemente la intención de abandonar un puesto de trabajo, sino la intención de abandonar el periodismo por completo.
¿Acaso el periodismo está deviniendo en un empleo temporal, en un trabajo por el cual se pasa camino hacia otro más estable, con menos cargas y mejores horarios y salarios, incluso cuando esté por completo desvinculado de los ideales democráticos? Más aún, si los periodistas experimentados son sistemáticamente reemplazados por los periodistas jóvenes que aceptan cualquier condición laboral para entrar al campo profesional (Henry, 2013) y si esta nueva generación sufre de agotamiento profesional y renuncia en cuanto le es posible (Reinardy, 2011), ¿cuál es el futuro del periodismo como carrera profesional?
Nygren, un estudioso especializado en la cualificación y el profesionalismo, se hace éstas y otras preguntas al analizar las intenciones de renuncia de los asociados a la Unión de Periodistas Suecos (sjf, por sus siglas en sueco). A través de una encuesta a sus 796 miembros, con una tasa de respuesta de 48%, el autor identifica tres características de los periodistas que renuncian: a) la mayoría es joven y con frecuencia del género femenino, b) tienen menos de cinco años de experiencia y c) casi la mitad trabajaba como freelancer o con contratos cortos en su último empleo (Nygren, 2011: 214-215).
Como otros investigadores de la satisfacción laboral, Nygren encuentra que no sólo la seguridad laboral acelera la rotación voluntaria del personal, sino que también influye la percepción de que hay pocas oportunidades de mejorar en el trabajo, de que el trabajo no es significativo y de que hay poca libertad de acción debido al estricto control que directivos y editores ejercen sobre el proceso laboral. No obstante, lo distintivo de su contribución es que muestra que los experiodistas no pierden sino refuerzan sus ideales profesionales, en tanto que los que se mantienen en activo son más flexibles en su puesta en práctica.
Otra aportación importante a esta línea de investigación es la de Kathleen M. Ryan. Su relevancia radica en su énfasis en el auge del trabajo contingente en los noticiarios de la televisión estadounidense y en su perspectiva realista, no idealista, acerca de los deseos de los trabajadores y de la labor que realizan. También a través de una encuesta, en este caso con un muestreo de bola de nieve, Ryan divide a su población en empleados estables, freelancers y mixtos (aquellos caben en ambas categorías porque realizar trabajos freelance a pesar de tener contrato estable). De esta manera compara la satisfacción laboral entre ellos.
Contrario a la caracterización negativa del trabajo contingente en el periodismo que presentan otros investigadores, la autora expone que los empleados subcontratados pueden estar tan o más satisfechos que los empleados de planta. Esto no es sólo por la autonomía implícita en el trabajo independiente, sino porque los periodistas empleados de esta manera desarrollan estrategias adaptativas para articular su identidad profesional en relación con la de sus contrapartes con contratos estables (Ryan, 2009). Esta idea, elaborada a partir de John W. Jordan, permite problematizar la seguridad percibida ante la incertidumbre laboral.
 
 
 
Conclusiones
En el campo disciplinar de los estudios del periodismo conviven en tensión las perspectivas de análisis culturales y laborales. En este artículo se ha realizado una revisión panorámica de ambas líneas de investigación para identificar las principales contribuciones en cada una y descubrir su estado de desarrollo a nivel continental y nacional. Comparativamente, en México se ha avanzado más en el análisis de la cultura profesional, con especial atención en los procesos de profesionalización, aunque en los últimos años ha aparecido una serie de estudios que advierten sobre los prospectos de un giro laboral.
Aún no se observan, a nivel nacional, estudios sobre la satisfacción laboral o sobre la renuncia al periodismo de la nueva generación de periodistas. Este fenómeno, que cada vez recibe mayor atención de la comunidad académica internacional, es relevante en tanto expone el vaciamiento de las salas de redacción y el carácter temporal que ha adquirido el trabajo periodístico para una generación. En el mismo sentido, en términos metodológicos, cuestiona la pertinencia de analizar una comunidad de periodistas como estática cuando al término del trabajo de campo muchos de los entrevistados ya estarán fuera del periodismo.
Futuras investigaciones podrán tomar la referencia de este estado del arte para situar el fenómeno de su interés en determinada línea de investigación. En México, los estudios del periodismo se encuentran en una transición de la dispersión hacia la consolidación y es necesario que su comunidad académica adquiera mayor consciencia del campo disciplinar para evitar llegar a las mismas conclusiones y para contribuir al conocimiento desde nuevos ángulos. Siendo uno de los campos más prominentes de los estudios de la comunicación del país, el desafío es generar intervenciones críticas y no sólo acumular conocimiento.
 
Aceptado el 7 de octubre de 2017
 
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[1] Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora. Es autor de Nuevos riesgos, viejos encuadres: la escenificación de la inseguridad pública en Sonora (El Colegio de Sonora, 2014), así como de diversos artículos y capítulos de libros.
 
[2] Nuestra traducción del inglés.
[3] Nuestra traducción del inglés.
[4] Nuestra traducción del inglés.
[5] Nuestra traducción del inglés. El énfasis es nuestro.
[6] Nuestra traducción del inglés.
[7] Nuestra traducción del inglés.
[8] Nuestra traducción del inglés.