Estudios
culturales y laborales del periodismo: una revisión bibliográfica
Cultural and Workplace Studies in Journalism: A Literature Review
RESUMEN
Este artículo
es un estado del arte sobre dos de las líneas de investigación más fértiles en
el campo de los estudios del periodismo: los estudios culturales y laborales
del periodismo. El primer apartado revisa los estudios culturales del
periodismo, con énfasis en la producción académica sobre las normas
profesionales, las identidades profesionales y los procesos de
profesionalización. El segundo apartado examina los estudios laborales del
periodismo, con atención en las investigaciones sobre la seguridad laboral, la
cualificación del trabajo y la satisfacción laboral. Interesa analizar las
tendencias generales del campo de los estudios del periodismo y observar su
desarrollo a nivel continental y nacional.
ABSTRACT
This article
reviews recent literature from two of the most fertile lines of inquiry within
the field of journalism research: cultural and workplace studies. The first
section examines cultural studies of journalism, with emphasis on analyses of
professional norms, identities, and processes of professionalization. The
second section examines research on workplace issues, focusing on job security,
job skills and job satisfaction. The aim is to analyze general trends in the
field of journalism studies and to observe their development at the continental
and national levels.
PALABRAS
CLAVES
Estudios del periodismo, cultura,
trabajo, México, América Latina.
KEYWORDS
Journalism
studies, culture, labor, Mexico, Latin America.
Introducción
El campo
disciplinar de los estudios del periodismo puede dividirse en siete grandes
líneas de investigación: cultura, economía, historia, política,
representaciones sociales, tecnología y trabajo. En términos cuantitativos, las
investigaciones sobre representaciones sociales, es decir, los estudios que
analizan cómo se presenta a determinado fenómeno o grupo social, son las
predominantes. Después de ellas, con mayor grado de institucionalización,
figuran los estudios económicos, que tienden a adherir a las perspectivas de
análisis de la economía política para examinar las estructuras de propiedad de
las organizaciones periodísticas.
En las últimas tres décadas, como consecuencia de la consolidación de la
sociología de la producción de noticias y de la conformación de redes de
investigación transnacional, los estudios culturales del periodismo han ganado
adeptos hasta el punto de instituir a la cultura profesional y al
profesionalismo como los principales objetos de estudio en los análisis del
mundo social de los periodistas. Aún a la zaga, incluso en las investigaciones
sobre la crisis de la industria periodística, los estudios laborales del
periodismo empiezan a mostrar que el trabajo periodístico no sólo es mediado
por la cultura, la economía y la tecnología.
Con la intención de desarrollar un abordaje integrador, en este artículo
se presenta un estado del arte sobre los estudios culturales y laborales del
periodismo. El artículo está organizado en dos apartados. En el primer apartado
se analizan las investigaciones sobre la cultura, acentuando: a) normas profesionales, b) identidades profesionales y c) procesos de profesionalización. En el
segundo apartado se examinan los estudios que toman al trabajo como su objeto
de estudio, haciendo énfasis en: a)
seguridad laboral, b) cualificación
del trabajo y c) satisfacción
laboral.
Los estudios culturales del periodismo
Desde sus
orígenes, la sociología del periodismo –también conocida como sociología de la
producción de noticias o como sociología de las noticias– ha sido una
sociología cultural, en el sentido de que se ha enfocado en el estudio de la
ideología, las identidades, los valores y las prácticas periodísticas y no en
las causas y los efectos de los fenómenos económicos (sociología económica) o
en las relaciones entre Estado, sociedad y ciudadanía (sociología política). En
contraste con la resistencia que ha encontrado en la sociología en general, el
giro cultural ha constituido un canon en los análisis sociológicos del
periodismo.
Pioneros del campo disciplinar como Warren Breed (1955) y David Manning
White (1950) sentaron las bases de este abordaje al tomar como objeto de estudio
el proceso de la producción de noticias en vez del entonces predominante
interés en los efectos mediáticos. Como observan Stephen D. Reese y Jane
Ballinger en su análisis de estos autores, “ambos estudios desafían el carácter
dado de los medios masivos. Esta noción subversiva, de que la noticia es en
efecto un producto manufacturado, debe ser reconocida como la que ha guiado
otros intentos de explorar este proceso”
(Reese y Ballinger, 2001: 642).
Entre las décadas de 1970 y 1990, con la creciente influencia de la
sociología de las profesiones, investigadores como Herbert J. Gans (2004),
Michael Schudson (1978) y Gaye Tuchman (1978) contribuyeron a la consolidación
de los abordajes culturales y a constituir a la sociología de la producción de
noticias como un campo autónomo de la investigación sobre medios masivos. En
las últimas décadas, como consecuencia de la conformación de redes de
investigación transnacional, el énfasis de los estudios culturales del
periodismo se ha desplazado hacia la comparación empírica.
Normas profesionales
La principal
línea de investigación de los estudios culturales del periodismo es, sin lugar
a dudas, la de las normas profesionales. Una revisión panorámica de los índices
de cualquier revista especializada en la materia puede confirmar que las normas
profesionales son tema recurrente. A su vez, dentro del cuerpo de trabajos que
interroga la interpretación y puesta en práctica de las normas profesionales en
el periodismo, resaltan, en términos cuantitativos, los trabajos sobre la
objetividad, considerada como la norma por excelencia del periodismo
profesional.
A lo largo de los años, la objetividad ha sido definida como ideal (Lippmann,
1920), norma (Schudson, 2001), ritual estratégico (Tuchman, 1999), performance (Boudana, 2011) y régimen (Hackett
y Zhao, 1998), pero también como una consideración comercial (Gans, 2004), mito
(Poerksen, 2008), ilusión (Bell, 1997), sesgada (Glasser, 1992), impulso ético
superado (Ward, 2004) y enfermedad (Hedges, 2011). Aunque aún aparecen estudios
que buscan atacar o defender la objetividad, la discusión académica hace tiempo
gira en torno al análisis de sus orígenes, significados, resistencias y
prácticas.
Schudson es el autor más influyente en la materia. Desde su tesis
doctoral, centrada en comparar la objetividad en el periodismo y en el derecho
de Estados Unidos (Schudson, 1976), el autor ha desarrollado un sofisticado
análisis sociológico que ha desestabilizado las explicaciones económicas y
tecnológicas sobre el origen de esta norma profesional. Para él, la objetividad
es “un ideal moral, una serie de prácticas de reporteo y de edición y un patrón
observable en la redacción de noticias”
(Schudson, 2001: 149) que surge en respuesta a la crisis de autoridad del
periodismo partidario.
Elaborando a partir de Émile Durkheim y de Max Weber, Schudson plantea
que fueron cuatro condiciones las que permitieron la institucionalización de la
objetividad periodística: a) la
solidaridad entre los miembros de la comunidad de periodistas, que los llevó a
adoptar esta norma profesional para defenderse de las acusaciones de partidismo
y b) establecer una clara distinción
entre los periodistas objetivos y los periodistas subjetivos, así como c) para transmitir de generación en
generación un patrón de comportamiento social bien definido y d) controlar las orientaciones de la
profesión ante los designios de las organizaciones.
Más interesada en su carácter instrumental que en el contexto
sociocultural en el que emerge, Tuchman define a la objetividad como un ritual
estratégico al que los profesionales del periodismo recurren para minimizar los
riesgos de su oficio. Siguiendo a Herbert Simon y James March, la autora se
adentra en las salas de redacción e identifica cuatro tácticas que articulan
este ritual: a) la presentación de
las posibilidades en conflicto, b) la
presentación de evidencia sustentadora, c)
el uso juicioso de comillas en la atribución de la información y d) la estructuración de la información (Tuchman,
1999: 203-208).
La vigencia de este planteamiento radica en la relativa estabilidad del
periodismo de información, en el carácter dado que gozan ciertas normas
profesionales y en los obstáculos que suelen encontrar quienes intentan
promover discursos y prácticas alternativas. Pero ello no significa que esta
manera de analizar la objetividad en el periodismo tenga que ser, por su
naturaleza canónica, transmitida de generación en generación como construcción
social, sin ser cuestionada y sin ser sometida a comprobación empírica. Por el
contrario, se trata de una teoría formulada durante la década de 1970, que
permite y precisa actualizaciones.
En este sentido, el análisis del ritual estratégico de la emocionalidad
de Karin Wahl-Jorgensen resulta sugerente. En él, en lugar de enfocarse en la
objetividad, la autora explora la subjetividad en reportajes excepcionales,
encontrando que los postulados de Tuchman no son tan universales como se
pensaba. Más que describir el eclipse de la objetividad, Wahl-Jorgensen quiere
dar sentido a prácticas periodísticas poco analizadas, sosteniendo que “[e]l
ritual estratégico de la emocionalidad a veces recurre a prácticas de la
objetividad y en otras ocasiones opera en tensión con ellas”
(Wahl-Jorgensen, 2013: 130).
A diferencia de la objetividad, la subjetividad ha sido históricamente
negada. Por lo tanto, su interpretación y puesta en práctica ha dependido de
tácticas no institucionalizadas. Según Wahl-Jorgensen, algunas de ellas son: a) los periodistas externalizan las
emociones a través de b) la
descripción de las emociones de sus fuentes, aunque c) no siempre mediante el uso de citas directas o indirectas. En el
mismo sentido, d) la información no
suele articularse en forma de pirámide invertida y e) se despliega en una amplia gama de recursos narrativos para
intentar capturar la atención de los lectores.
Wahl-Jorgensen difiere de Rosalind Coward (2013), pues la intención de
su trabajo es descriptiva-explicativa y no normativa-transformativa. En otras
palabras, no plantea que la objetividad es un ideal inalcanzable e indeseable
que está siendo o debe ser reemplazado por su opuesto, la subjetividad. Más
bien, argumenta que estas normas y prácticas conviven a pesar del carácter
implícito de una y de la omnipresencia de la otra. Con ello contribuye, en
primer lugar, a reposicionar el lugar de las emociones en el periodismo y, en
segundo lugar, a ampliar la agenda de investigación.
Sandrine Boudana también aporta en ese sentido. Para ella, el principal
problema de la objetividad en el periodismo no es que sea o no alcanzable o
deseable, sino que no se han determinado los criterios adecuados para
evaluarla. Con la intención de contribuir a socavar esta deficiencia, define la
objetividad como una performance que a) busca alcanzar el más alto nivel de
correspondencia posible entre las aseveraciones periodísticas y la realidad, b) puede ser evaluada bajo criterios
concretos y universales y c) es
responsable, en tanto es ejecutada para un público que actúa a partir de ella (Boudana,
2011: 395-396).
La contribución de Boudana es más conceptual que metodológica, pues no
presenta los criterios concretos y universales que reclama. Sin embargo, en
términos sociológicos, su conceptualización de la objetividad como performance permite más que otras
definiciones, pues no se ciñe al análisis de contenido, contempla una dimensión
pragmática y agrega una variable de responsabilidad. Posteriores
investigaciones podrían estudiar la performatividad de la objetividad desde la
sociología del trabajo para acentuar aún más las tensiones entre lo idealizado
por los periodistas y lo asignado por los tomadores de decisiones.
Identidades profesionales
Las normas
profesionales están estrechamente ligadas a las identidades profesionales, en
el sentido de que la puesta en práctica de las primeras determina a las
segundas y a su vez la puesta en práctica de las segundas determina a las
primeras. Ejemplo de ello es la norma de objetividad, que define al periodismo
de información y a sus simpatizantes en oposición a la subjetividad del
periodismo de opinión. El antagonismo sirve para establecer distinciones en el
campo profesional y para idealtipificar las prácticas profesionales,
generalmente con la intención de desarrollar estudios comparativos.
Los primeros estudios comparativos tuvieron una orientación normativa e
intentaron establecer un vínculo entre las prácticas periodísticas de un país y
su sistema político. En Four Theories of
the Press: the Authoritarian, Libertarian, Social Responsibility and Soviet
Communist Concepts of What the Press Should Be and Do (1963), Fred S.
Siebert, Theodore Peterson y Wilbur Schramm identificaron cuatro modelos
normativos: a) el autoritario, b) el libertario, c) el de responsabilidad social y d) el comunista, con descripciones negativas del primero y del
último.
No obstante las críticas a su etnocentrismo y a su inconsistencia
teórica y metodológica, este trabajo sentó las bases para la investigación
comparativa, en particular en la definición del nivel de análisis, el nacional,
y en cuanto a la relación entre las variables dependientes (periodismo) e
independientes (sistema político). Con sus respectivos refinamientos, posteriores
estudios comparativos han insistido en representar a las culturas del
periodismo como nacionales y en equipararlas con los sistemas políticos
nacionales (Hallin y Mancini, 2004). Por ende, el periodismo sería un camaleón
de la política.
En la nueva generación de estudios comparativos, distinguidos por la
vocación por la investigación empírica de la que carecieron sus antecesores, se
subsana de manera parcial esta deficiencia al no subordinar la caracterización
del periodismo al sistema político de sus países. Sin embargo, al emplear
técnicas de investigación demoscópica para interrogar las identidades, los
valores y las prácticas periodísticas, de igual manera tienden a desvanecer las
diferencias que existen en cada nación por medio de medias geométricas
(Hanitzsch et al., 2011).
Además de estas perspectivas de análisis macro-sociológico, en el campo
disciplinar de los estudios del periodismo se han desarrollado abordajes microsociológicos
centrados en las identidades profesionales. En este cuerpo de trabajos
prevalecen cuatro articulaciones de esta dimensión: a) con la ideología (Deuze, 2005), b) con la tecnología (Anderson, 2013), c) con el trabajo (Wiik, 2015) y d) con las diferenciaciones socioculturales (De Bruin, 2000). En
conjunto, estas investigaciones exhiben que las identidades profesionales del
periodismo pueden ser analizadas desde varios ángulos.
En su análisis, Barbie Zelizer propone que los estudios sobre el mundo
social de los periodistas desplacen su atención de las relaciones formales
hacia las relaciones informales, pues en ellas se definen las maneras en las
que se interpretan eventos clave y se estructuran discursos colectivos en
respuesta a ellos (Zelizer, 1993: 223-224). El concepto que emplea, ampliamente
citado, es el de comunidad interpretativa. A través de él intenta dar sentido a
las organizaciones más allá de las organizaciones que conforman los periodistas
en su día a día.
Ante el énfasis en el profesionalismo, lo sugerente de esta conceptualización
es que desafía la idea de que la cultura del periodismo –un concepto también
popularizado por la misma autora– es nacional y homogénea. Por lo tanto,
permite indagar en los niveles meso y micro. En la sociología de la cultura,
trabajar en estos niveles de análisis significa tomar como unidad de análisis
las culturas grupales o subculturas. Craig Calhoun (1997) y otros sociólogos han
planteado que el estudio de la cultura no necesariamente es el estudio de la
cultura nacional, sino el de grupos pequeños.
El trabajo de Mark Deuze también permite avanzar en ese sentido porque
define a la ideología periodística como “un sistema de creencias
características de un grupo particular,
incluyendo –pero sin limitarse a– el proceso general de la producción de
significados e ideas (dentro de ese grupo)”
(Deuze, 2005: 445). El acento en “un grupo particular” da pie para ahondar en
la diversidad de las culturas del periodismo que persisten a nivel nacional y
subnacional a pesar de la tendencia a desvanecer las diferencias que han
institucionalizado los estudios demoscópicos.
En un contexto de crisis y de reconfiguración, Jenny Wiik se pregunta
sobre el alcance que las transformaciones en el mundo del trabajo tienen en las
identidades periodísticas. En especial, se pregunta si la flexibilización del
trabajo y el cambio generacional producen una fragmentación de las identidades.
Partiendo del análisis de una encuesta levantada en cinco ocasiones entre 1989
y 2011 y de entrevistas a profundidad, encuentra que en el caso sueco se
mantienen más o menos estables las identidades en el plano ideológico, pero que
las nuevas condiciones y relaciones laborales podrían estar erosionando las
bases colectivas:
Uno de cada dos
periodistas [perteneciente al grupo de menores de 29 años] ocupa puestos
permanentes, mientras el resto es obligado a tomar varias formas de empleo
temporal. Eso es natural, pues toma cierto tiempo establecerse en una
ocupación. No obstante, la situación es sólo gradualmente mejor en el grupo de
periodistas de 30 a 39 años, donde aproximadamente el 30% no tiene un empleo
permanente.
Esto significa que las variaciones en las percepciones sobre los ideales
profesionales están conectadas, no sólo a la edad sino también a las
condiciones de empleo: esto quiere decir, de alguna manera, que el proceso de
socialización de la construcción de la identidad profesional se prolonga y
retrasa. Es posible, e incluso probable, que la lealtad profesional de los
jóvenes periodistas se esté debilitando como producto de las dificultades que experimentan
al establecerse en el mercado laboral
(Wiik, 2015: 126-127).
Procesos de profesionalización
El estudio de
los procesos de profesionalización está estrechamente vinculado a los estudios
comparativos del periodismo, en tanto comparte con ellos un interés por
reconocer el estado de la cultura del periodismo de un país, generalmente en
vías de desarrollo, y los factores que facilitan y/o coaccionan su
florecimiento. Desde sus orígenes, este abordaje ha estado atravesado por una lógica
etnocentrista, al suponer el análisis del desarrollo del periodismo de un país
de acuerdo con los estándares establecidos en países desarrollados, en
particular Estados Unidos y Reino Unido.
Históricamente, América Latina ha sido una de las regiones más
estudiadas en esta línea de investigación. Por su cercanía geográfica con
Estados Unidos, México ha recibido especial atención. Entendiendo la
profesionalización como un proceso amplio, se ubican dos perspectivas de
análisis en este país: en primer lugar, el enfoque histórico indaga en la
transición del periodismo artesanal al industrial (Del Palacio, 2003); en
segundo lugar, el enfoque contemporáneo sondea el impacto de la transición
democrática nacional (Hughes, 2009).
Investigadores de origen extranjero como Sallie Hughes y Chappell H.
Lawson han sido los pioneros del enfoque contemporáneo. Con trabajo de campo
durante la década de 1990, los dos autores identifican patrones de cambio en
las instituciones, las organizaciones y las prácticas del periodismo mexicano.
Mientras Lawson hace énfasis en la liberalización de la política y en la
apertura del mercado, Hughes plantea que el cambio sucede cuando surge una
nueva cultura empresarial a partir del cambio generacional en la dirección de
algunas organizaciones periodísticas.
Ambos describen una transformación de alcance nacional. Para Lawson, el
punto de quiebre fue la renuncia de Julio Scherer a la dirección general de Excélsior, en 1976, y se intensificó
durante la década de 1990, por medio de un “efecto cascada” que “fomentó la
gradual transformación de la prensa en su conjunto”
(Lawson, 2002: 89). Por su parte, para Hughes fue más relevante el ascenso a la
dirección de El Norte de Alejandro
Junco, en 1973, y el proceso de mímesis (primero con los dueños impulsando el
cambio, luego con las nuevas generaciones haciendo lo propio) que provocó
(Hughes, 2009: 152-154).
En sus respectivas investigaciones, académicos mexicanos como Rubén
González y Mireya Márquez han sido críticos de los planteamientos de Hughes y
Lawson, por considerar inconsistentes sus resultados. Márquez argumenta que el
principal defecto de los trabajos de los estudiosos foráneos es que sólo se
concentran en el cambio, sin observar los patrones de continuidad o de ambigüedad.
En cambio, González sostiene que la principal deficiencia de estos estudios es
que no contemplan que la transformación que reseñan e idealizan no llega a
todas las regiones de la misma manera.
Además de cuestionar el cambio, Márquez pone atención en la manera en la
que son interpretadas y puestas en práctica las normas del periodismo liberal,
con énfasis en el ideal del testimonio objetivo. Lo que encuentra es que, más
allá del apego que los profesionales del periodismo mexicano expresan a estas
normas, las entienden y ejercen con ambigüedad (Márquez, 2012: 125-130). Es por
ello que, en las prácticas de reporteo, el cambio se expresa en forma de
continuidad: lejos de empoderar a los periodistas frente a los políticos, la
objetividad los mantiene como recolectores y reproductores de declaraciones.
En contraste con Lawson, Hughes y Márquez, González afirma que ha
emergido un partidismo económicamente impulsado a causa de las nuevas
relaciones entre el periodismo y el poder. Esto significaría que el partidismo
impulsado por la ideología estaría de regreso, pero en forma de especulación
financiera y de contratos de publicidad oficial (González, 2013: 401-409). El planteamiento,
sustentado en evidencia empírica recabada en Morelia, Michoacán, a principios
de la década de 2010, va directamente en contra de la hipótesis presentada por
Lawson.
Otros investigadores nacionales como Salvador de León, María Elena
Hernández y Rosalía Orozco han estudiado el impacto de la transición política
en el periodismo nacional. Al igual que González y Márquez, sólo que sin
discutir las hipótesis de Hughes y Lawson, han encontrado que el cambio está
acotado al plano discursivo y que persisten una serie de viejas prácticas de
corrupción. Esto es lo que, a pesar de casi siete décadas de educación de nivel
superior especializada en periodismo, no ha permitido la plena
profesionalización del periodismo mexicano.
Hernández toma como su objeto de estudio el discurso modernizador del
sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Aunque reconoce que sus
propuestas de cambio no han sido del todo concretadas, plantea que fue
importante para articular discursos dispersos sobre la profesionalización
(Hernández, 2006: 168-222). En el mismo sentido, De León descubre un saneamiento
en las relaciones entre periodistas y políticos, pero que los intercambios de
recursos financieros por cobertura favorable se desplazan a las cúpulas, donde
los directivos son directamente beneficiados (De León, 2012: 126-138).
Recientemente, los estudios sobre la profesionalización del periodismo
mexicano se han aproximado a la línea de investigación sobre la crisis de
seguridad, la dominante en el país, para indagar en el impacto de la violencia
que experimentan y reportan los periodistas en su cultura profesional. Los
primeros trabajos se centraron en los obstáculos a la libertad de expresión (Rodelo,
2009) y en los últimos años se ha hecho énfasis en las amenazas a la autonomía
profesional (González de Bustamante y Relly, 2016). Esto confirma que es una
línea de investigación abierta y que puede ser vinculada con otras.
Los estudios laborales del periodismo
Los estudios
laborales todavía son marginales dentro del campo disciplinar de los estudios
del periodismo. Dos factores pueden explicar esta situación: por una parte, los
estudios del periodismo suelen ser conducidos en facultades de comunicación,
donde el énfasis tanto de la formación de los estudiantes como de las
investigaciones de los profesores generalmente recae en lo comunicacional; por
otra parte, la relativa estabilidad laboral que caracterizaba a la industria
periodística durante el origen y la consolidación del campo disciplinar ha
hecho creer que el trabajo no es un fenómeno digno de análisis.
La crisis del sector, por ejemplo, ha develado que los estudiosos del
periodismo no estaban preparados para dar sentido a la ola de cierres y
recortes. En The Death and Life of American
Journalism: The Media Revolution that Will Begin the World Again (2010),
Robert W. McChesney y John Nichols localizan la crisis en las organizaciones y
en sus empleados, pero no la analizan porque carecen de marcos conceptuales y
metodológicos. Lo mismo ha sucedido en estudios posteriores, concentrados en
otros aspectos de la crisis antes que en lo laboral (Anderson, 2013).
A pesar de ello, empiezan a destacar algunos autores como Henrik
Örnebring, Scott Reinardy y Wiik que, a partir de rigurosas investigaciones
sobre el trabajo, demuestran que las prácticas periodísticas no son sólo mediadas
por la cultura, la economía y la tecnología. Sus estudios, publicados en
revistas especializadas de prestigio internacional, tocan asuntos como la
seguridad laboral, la recualificación del trabajo, la satisfacción laboral y
las identidades laborales, y brindan elementos para el desarrollo de
perspectivas de análisis que integren las variables culturales y laborales del
periodismo.
Seguridad laboral
La seguridad
laboral es la principal línea de investigación dentro de los estudios laborales
del periodismo. Como absoluto, suele ser definida como “[e]l derecho a la
continuidad en el empleo, por lo general hasta la jubilación”
(Statt, 2004: 79). No obstante, como no es siempre posible alcanzarla contractualmente,
como dimensión de análisis se articula para examinar la situación contractual
de los profesionales de un sector, en este caso la industria periodística, y
definir si hay alta, baja o media seguridad laboral. En la actualidad, también
abarca el estudio del empleo no remunerado.
Una premisa del estudio de la situación contractual de los periodistas
es que se trata de un factor determinante de la calidad del producto. Aunque
abundan los ejemplos en los que se practica un periodismo de excelencia incluso
en situaciones de inestabilidad laboral, este es difícil de sostener en el
tiempo si no es acompañado por una mejora sistemática de las condiciones
laborales. En el periodismo profesional, la precariedad del trabajo puede ser
un detonante de las intenciones de renuncia y de la búsqueda de vacantes en
otras empresas periodísticas o en otros sectores productivos.
Entre las décadas de 1980 y 1990, como parte del auge de los estudios
comparativos ya discutido en este artículo, la variable contractual empezó a
cobrar cierta notoriedad en el campo disciplinar como descriptor de la
estabilidad o de la inestabilidad de la profesión en algún país (Weaver y
Wilhoit, 1996). Sin embargo, como ninguno de estos trabajos logró afianzar la
seguridad laboral como una línea de investigación, no pudieron estimular el desarrollo
de nuevos estudios. Por lo tanto, hay poca o nula acumulación y disrupción del
conocimiento.
En general, el estudio de la seguridad laboral en el periodismo se ha
distinguido por su dispersión y su discontinuidad, por su falta de diálogo interno.
En parte, estas propensiones derivan de su énfasis en lo empírico y de la poca
discusión o desarrollo conceptual. A pesar de ello, una revisión panorámica de
estas investigaciones permite identificar tres variables con las que tienden a
ser relacionadas: a) el
profesionalismo (Cushion, 2007), b)
la satisfacción laboral (Ryan, 2009) y c)
el género (Ross, 2001). Ello da pie para mayores teorizaciones sobre el lugar
de la seguridad laboral en el periodismo.
En América Latina, la principal contribución en la materia es la de
Claudia Mellado. Como autora única tanto como estando al frente de grupos de
investigación, la autora ha diseñado y aplicado una serie de cuestionarios con
la intención de caracterizar el perfil profesional de los periodistas chilenos
(Mellado, Barría, y Parra, 2009). En ellos, la variable de seguridad laboral es
un descriptor de estabilidad y se evalúa a partir de la medición de: a) la relación contractual, b) el número de trabajos que ha tenido en
los últimos tres años y c) el área de
trabajo (periódicos, radio, televisión, entre otros).
El trabajo desarrollado por Mellado y su equipo en esta línea de
investigación, ellos mismos advierten sobre ello, es de naturaleza
descriptiva-exploratoria y tiene la intención de llenar los vacíos de los
censos poblacionales chilenos. En los últimos años, el interés de Mellado en el
mercado laboral ha sido desplazado por su interés en los roles profesionales,
también con técnicas de investigación cuantitativas (Mellado, 2015). Aunque se
trata de estudios conceptual y metodológicamente más relevantes, resulta
llamativa la ausencia del trabajo dados los antecedentes de la autora.
Con mayor énfasis en lo conceptual, pero sin por ello descuidar el
análisis empírico, los estudios sobre la seguridad laboral en el periodismo
argentino de Laura Henry amplían la agenda de investigación. En vez de una
muestra representativa de la población, Henry se enfoca en los periodistas
colaboradores que trabajan sin contrato (freelance),
y en sus prospectos de asociación (Henry ,2013). Como Wiik en Suecia, descubre
que la creciente diversificación del trabajo contribuye a la fragmentación de
las identidades y a que los periodistas sean contratados y despedidos sin
mediación gremial alguna.
Henry parte de los marcos conceptuales de la sociología del trabajo,
trayendo a los estudios del periodismo términos como flexibilización,
fragmentación y precarización. Con ellos da sentido a las experiencias y a las
percepciones de los dirigentes de las asociaciones y de los profesionales
subcontratados, para descubrir en ambos un sentimiento de indefensión ante los
embates de las empresas periodísticas, unos por temor a no ser contratados y
otros porque su ámbito de acción está acotado al acompañamiento de las
negociaciones iniciadas por los trabajadores en el interior de cada
organización.
Con una intención transformadora, la autora se pregunta de qué manera
podrían los periodistas colaboradores superar ese callejón sin salida en el que
se encuentran, sin poder de negociación ante sus empleadores y sin poder
manifestar sus inconformidades en bloque porque trabajan para distintos medios.
Para ella, la respuesta es articular las demandas de los colaboradores externos
a través de los trabajadores internos, con una situación contractual más
estable, porque son los únicos que pueden tomar medidas de fuerza como la
huelga y también porque en un futuro no muy lejano se pueden ver en la misma
situación.
No obstante la relevancia de estos planteamientos y de la expansión
regional de los fenómenos que abordan, en México no se encuentran
investigaciones del mismo calibre que las de Mellado y Henry. Hace más de tres
décadas, José Baldivia, Mario Planet, Javier Solís y Tomás Guerra exploraron
ciertas variables laborales (Baldivia et
al., 1981). Lo propio han hecho Juliana Matus, Hugo Villar, Sarelly
Martínez, Francisco Cordero y Patricia Ledesma para el caso de Chiapas (Matus et al., 2009). Por utilizar técnicas de
investigación de corte demoscópico, ninguno de estos trabajos se centra en
fenómenos particulares.
Recientemente, Perla Araceli Blas (2015) y José Luis Velasco (2015) han
analizado la situación laboral en Guadalajara, Jalisco. Ambos análisis son
descriptivos-exploratorios y ponen las primeras piedras de un potencial giro
laboral en los estudios del periodismo mexicano. En el mismo sentido, los
estudios de Leticia Castillo sobre los techos
de cristal en Ciudad Juárez, Chihuahua (Castillo, 2015), y de Hernández
sobre los periodistas independientes o freelancers
de Guadalajara (Hernández, 2016) le están dando visibilidad a esta línea de
investigación.
Cualificación del trabajo
Además de la
recesión económica, durante la segunda mitad de la década de 2000 inició un
proceso de convergencia productiva y tecnológica en las organizaciones
periodísticas. Con sus matices, este proceso produjo una reconfiguración del
trabajo periodístico al suponer la concentración de tareas antes realizadas por
varios profesionales en uno solo, el periodista multimedia. Ello erosionó la
división del trabajo tradicional, permitió la reducción de las salas de
redacción e impactó de manera directa en la definición de los nuevos contratos,
al requerirse un nuevo tipo de cualificación.
En la sociología del trabajo, el estudio de la cualificación ha sido
central desde que se publicara Labor and
Monopoly Capital: the Degradation of Work in the Twentieth Century (Braverman,
1998). En él, Harry Braverman plantea que el modo de producción capitalista
despoja a los trabajadores del control del trabajo y degrada sus
cualificaciones para reducir los costos y aumentar las ganancias. El proceso,
según el autor, consiste en tres fases: a)
la disociación del trabajo de las habilidades, b) la separación de la concepción de la ejecución y c) el uso del poder monopólico sobre el
conocimiento para controlar todo el proceso.
En el campo disciplinar de los estudios del periodismo, la teoría del
proceso laboral de Braverman ha sido influyente en el desarrollo de
perspectivas críticas a la convergencia de tareas y tecnologías, introduciendo
la noción de descualificación del trabajo (Liu, 2006). En respuesta, los
partidarios de la denominada convergencia periodística han empleado el concepto
de multicualificación para realzar el potencial del cambio y promover su
adopción en las salas de redacción (Salaverría, 2006). En la actualidad, la
discusión gira alrededor del concepto de recualificación (Örnebring, 2010).
El estudio de Chang-de Liu sobre el impacto de las nuevas tecnologías en
el proceso laboral del periodismo taiwanés es el pionero de la vertiente
crítica. En una época en la que tanto los analistas como los practicantes del
periodismo manifestaban un optimismo por el cambio tecnológico y por los
prospectos de un periodismo digital, Liu mostró el lado oscuro del proceso,
haciendo énfasis en: a) la
introducción de las nuevas tecnologías aumenta la carga de trabajo, b) difumina las fronteras entre tiempo
libre y tiempo de trabajo y c)
degrada a la profesión porque ésta adquiere un matiz técnico (Liu, 2006: 703-708).
Publicado hace una década, el trabajo de Liu es sumamente vigente y,
aunque toma como unidad de análisis a los periodistas taiwaneses, puede leerse
como una teoría general de la descualificación del trabajo periodístico en el
siglo XXI particularmente en
países en vías de desarrollo. Más aún, su estudio de caso puede ser vinculado
con otros reseñados en este artículo, en tanto advierte cómo los periodistas
experimentados son sistemáticamente reemplazados por periodistas jóvenes que
aceptan salarios menores, contratos temporales y cargas de trabajo más intensas
para producir contenidos cada vez más breves y triviales.
Por su parte, en la vertiente partidaria del cambio tecnológico abundan
los trabajos, generalmente con una intención normativa-transformativa antes que
descriptiva-explicativa, que insisten en minimizar sus consecuencias indeseadas
y en exaltar sus bondades. Desde los primeros estudios de John V. Pavlik (2001)
hasta las recientes conceptualizaciones sobre el periodismo posindustrial de C.
W. Anderson, Emily Bell y Clay Shirky (2013) impera un determinismo tecnológico
que naturaliza el papel de la tecnología en el periodismo y pugna por mayores
cambios tanto en la formación como en la práctica periodística.
En la actualidad, autores como Örnebring (2010) y Gunnar Nygren (2014)
proponen un desplazamiento más allá de la caracterización positiva o negativa
del proceso mediante el concepto de recualificación. Örnebring, sobre todo,
sostiene que es necesario trascender tales definiciones, en blanco y negro,
para ampliar la mirada y percibir que los procesos de descualificación y de multicualificación
pueden estarse dando de manera simultánea, para bien y para mal de los
periodistas (Örnebring, 2010: 66-68). Para la investigación empírica, es
fundamental este planteamiento porque contribuye a reducir el sesgo.
En México, María Elena Meneses (2011) y Claudia Zaragoza (2002) han
analizado el impacto de la convergencia tecnológica en el periodismo nacional.
En ninguno de los dos estudios se alude a los conceptos de descualificación,
multicualificación o recualificación, pero se hace una representación positiva
del proceso al caracterizar a la tecnología como si fuese neutra y al ubicar en
los directivos, los editores y los reporteros la responsabilidad de sus
orientaciones. En todo sentido, se sugiere mejorar administrativamente la
convergencia de tareas y tecnologías antes que cuestionarla:
La tecnología
no genera ni bueno ni mal periodismo; éste depende de los objetivos que cada
medio establezca. Sin embargo, la paradoja que acompaña a este escenario de
información abundante y apabullante proveniente de una gran diversidad de
fuentes, es que no necesariamente se está mejor informado.
La convergencia es un proyecto más avanzado en el orden gerencial que en
lo que respecta a la comunicación. La convergencia digital y económica podría
representar mejores contenidos y calidad informativa para públicos cada vez más
amplios, sólo que depende de medios responsables que se atrevan a rescatar la
función social del periodismo, de su creciente subordinación ante los intereses
del mercado (Meneses, 2012).
Nuestra
interpretación de la relación entre las variables de tecnología y cualificación
es crítica frente a las perspectivas de Meneses y Orozco y se ubica entre las
de Liu y Örnebring. En primer lugar, el cambio tecnológico no es neutro porque
deriva de un discurso que busca intensificar las cargas de trabajo, eliminar la
especialización y reducir el tamaño de las salas de redacción. En segundo
lugar, incluso cuando el profesional del periodismo se adapta, en teoría y en
práctica, al proceso de transformación, éste no le ofrece garantías de
estabilidad laboral porque implica su inmediata devaluación y su inminente
reemplazo.
Satisfacción laboral
¿Cuáles son los
motivos y las motivaciones que tiene un profesional del periodismo para
mantenerse en su trabajo o abandonarlo? El lugar común, tanto en países
desarrollados como en países en vías de desarrollo, es creer que las
percepciones económicas son determinantes en ambos sentidos. Sin embargo, la
investigación empírica indica que hay otros factores y que frecuentemente la
decisión de mantenerse o de abandonar el periodismo está atravesada por la
percepción de que en determinada organización periodística se cumple o no con
los ideales profesionales.
Entendida como la sensación de satisfacción o de insatisfacción hacia
factores internos (la manera en la que se produce el trabajo) y externos
(condiciones laborales y salariales), la satisfacción laboral es una dimensión
de análisis en la que se conjugan tanto el gusto por el trabajo, en este caso
la práctica periodística, como el placer por recibir una remuneración (Reinardy,
2014: 856-858). Desde su origen, es un abordaje de corte administrativo,
fuertemente influido por la psicología social, que busca contribuir a la
productividad de las organizaciones a través de la salud mental de sus
trabajadores.
En el campo disciplinar de los estudios del periodismo, las primeras
investigaciones sobre la satisfacción laboral de las que se tiene registro son
las de Merrill Samuelson (1962) y de John W. C. Johnstone, Edward J. Slawski y
William W. Bowman (1976). En The News
People: A Sociological Portrait of American Journalists and their Work
(1976), Johnstone, Slawski y Bowman elaboran un perfil de los periodistas
estadounidenses y establecen las bases para el estudio de la satisfacción
laboral, al encontrar una relación entre las políticas editoriales de las
organizaciones y los ideales profesionales de los periodistas.
En el contexto de crisis y reconfiguración contemporánea, Reinardy ha
revivido esta dimensión de análisis. En sus estudios, el autor ha descubierto
que el síndrome de burnout o de
desgaste profesional erosiona el compromiso profesional de las nuevas
generaciones de periodistas y los induce a dejar al periodismo para continuar
su carrera en otros sectores productivos (Reinardy, 2011). Factores como la
carga, el horario, el salario y la percepción de la pérdida de los valores
periodísticos estarían produciendo una generación perdida de periodistas.
El hecho de que los profesionales del periodismo encuestados por
Reinardy hayan respondido con relativa frecuencia que estaban pensando
abandonar el campo profesional a causa del alejamiento de los ideales por parte
de sus organizaciones periodísticas es significativo para la investigación
sobre la cultura y el trabajo en el periodismo, porque muestra el extremo al
que puede llegar el conflicto entre la cultura ocupacional y la cultura
organizacional. No es, como en otras épocas, simplemente la intención de
abandonar un puesto de trabajo, sino la intención de abandonar el periodismo
por completo.
¿Acaso el periodismo está deviniendo en un empleo temporal, en un
trabajo por el cual se pasa camino hacia otro más estable, con menos cargas y
mejores horarios y salarios, incluso cuando esté por completo desvinculado de
los ideales democráticos? Más aún, si los periodistas experimentados son
sistemáticamente reemplazados por los periodistas jóvenes que aceptan cualquier
condición laboral para entrar al campo profesional (Henry, 2013) y si esta
nueva generación sufre de agotamiento profesional y renuncia en cuanto le es
posible (Reinardy, 2011), ¿cuál es el futuro del periodismo como carrera
profesional?
Nygren, un estudioso especializado en la cualificación y el
profesionalismo, se hace éstas y otras preguntas al analizar las intenciones de
renuncia de los asociados a la Unión de Periodistas Suecos (sjf, por sus siglas en sueco). A través
de una encuesta a sus 796 miembros, con una tasa de respuesta de 48%, el autor
identifica tres características de los periodistas que renuncian: a) la mayoría es joven y con frecuencia
del género femenino, b) tienen menos
de cinco años de experiencia y c)
casi la mitad trabajaba como freelancer
o con contratos cortos en su último empleo (Nygren, 2011: 214-215).
Como otros investigadores de la satisfacción laboral, Nygren encuentra
que no sólo la seguridad laboral acelera la rotación voluntaria del personal,
sino que también influye la percepción de que hay pocas oportunidades de
mejorar en el trabajo, de que el trabajo no es significativo y de que hay poca
libertad de acción debido al estricto control que directivos y editores ejercen
sobre el proceso laboral. No obstante, lo distintivo de su contribución es que
muestra que los experiodistas no pierden sino refuerzan sus ideales
profesionales, en tanto que los que se mantienen en activo son más flexibles en
su puesta en práctica.
Otra aportación importante a esta línea de investigación es la de
Kathleen M. Ryan. Su relevancia radica en su énfasis en el auge del trabajo
contingente en los noticiarios de la televisión estadounidense y en su
perspectiva realista, no idealista, acerca de los deseos de los trabajadores y de
la labor que realizan. También a través de una encuesta, en este caso con un
muestreo de bola de nieve, Ryan divide a su población en empleados estables, freelancers y mixtos (aquellos caben en
ambas categorías porque realizar trabajos freelance
a pesar de tener contrato estable). De esta manera compara la satisfacción
laboral entre ellos.
Contrario a la caracterización negativa del trabajo contingente en el
periodismo que presentan otros investigadores, la autora expone que los
empleados subcontratados pueden estar tan o más satisfechos que los empleados
de planta. Esto no es sólo por la autonomía implícita en el trabajo
independiente, sino porque los periodistas empleados de esta manera desarrollan
estrategias adaptativas para articular su identidad profesional en relación con
la de sus contrapartes con contratos estables (Ryan, 2009). Esta idea,
elaborada a partir de John W. Jordan, permite problematizar la seguridad
percibida ante la incertidumbre laboral.
Conclusiones
En el campo
disciplinar de los estudios del periodismo conviven en tensión las perspectivas
de análisis culturales y laborales. En este artículo se ha realizado una
revisión panorámica de ambas líneas de investigación para identificar las
principales contribuciones en cada una y descubrir su estado de desarrollo a
nivel continental y nacional. Comparativamente, en México se ha avanzado más en
el análisis de la cultura profesional, con especial atención en los procesos de
profesionalización, aunque en los últimos años ha aparecido una serie de
estudios que advierten sobre los prospectos de un giro laboral.
Aún no se observan, a nivel nacional, estudios sobre la satisfacción
laboral o sobre la renuncia al periodismo de la nueva generación de
periodistas. Este fenómeno, que cada vez recibe mayor atención de la comunidad
académica internacional, es relevante en tanto expone el vaciamiento de las
salas de redacción y el carácter temporal que ha adquirido el trabajo
periodístico para una generación. En el mismo sentido, en términos
metodológicos, cuestiona la pertinencia de analizar una comunidad de
periodistas como estática cuando al término del trabajo de campo muchos de los
entrevistados ya estarán fuera del periodismo.
Futuras investigaciones podrán tomar la referencia de este estado del
arte para situar el fenómeno de su interés en determinada línea de
investigación. En México, los estudios del periodismo se encuentran en una
transición de la dispersión hacia la consolidación y es necesario que su
comunidad académica adquiera mayor consciencia del campo disciplinar para
evitar llegar a las mismas conclusiones y para contribuir al conocimiento desde
nuevos ángulos. Siendo uno de los campos más prominentes de los estudios de la
comunicación del país, el desafío es generar intervenciones críticas y no sólo
acumular conocimiento.
Aceptado el 7 de octubre de 2017
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Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora. Es
autor de Nuevos riesgos, viejos
encuadres: la escenificación de la inseguridad pública en Sonora (El
Colegio de Sonora, 2014), así como de diversos artículos y capítulos de libros.
Nuestra traducción del inglés.
Nuestra traducción del inglés.
Nuestra traducción del inglés.
Nuestra traducción del inglés. El énfasis es nuestro.
Nuestra traducción del inglés.
Nuestra traducción del inglés.
Nuestra traducción del inglés.