La experiencia armada de las guerrillas urbanas en Monterrey durante la primera mitad de los setenta

Combat Experiences of Urban Guerrillas in Monterrey during the First Half of the 1970s

Héctor Daniel Torres Martínez[1]

 

RESUMEN

El presente artículo analiza la experiencia armada del movimiento de guerrilla urbana en el entorno regiomontano durante la primera mitad de la década de los setenta del siglo XX. Se parte de un estudio de caso de corte cualitativo, cuya finalidad radica en remitirnos a las imágenes y discursos que los guerrilleros crearon de sí mismos. Los objetivos son examinar la figura del guerrillero urbano y su autorrepresentación y explicar la irrupción armada, las concepciones revolucionarias y los métodos de acción de estas agrupaciones político-militares. Los alcances del trabajo se limitan a definir las líneas principales del imaginario guerrillero a través de una investigación documental a partir de los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS). De igual manera, la investigación está sustentada en fuentes orales y bibliográficas.

ABSTRACT

This text analyzes the combat experiences of urban guerrillas in Monterrey during the first half of the 1970s. It begins with a qualitative study centered on the images and speeches that the guerrillas created for and of themselves, in an effort to give them voice, insofar as possible, in their own words. It aims to examine the figure and self-representation of the urban guerrilla, and also to explain the armed rebellion, the revolutionary concepts and methods of action of these political-military entities. The scope of the paper is limited to outlining the main aspects of the guerrilla imaginary, based on a documentary investigation carried out in the archives of the Federal Security Directorate (DFS) and supported by oral and bibliographic sources.

PALABRAS CLAVE

Guerrilla urbana, clandestinidad, revolución, imaginario, Monterrey.

KEYWORDS

Urban guerrilla, secrecy, revolution, imaginary, Monterrey.

Introducción

Este trabajo analiza la visión del mundo que enarbolaron los guerrilleros urbanos sobre el proceso armado durante la primera mitad del siglo xx en el entorno regiomontano. Por tanto, para explicar el paso de reclamos populares, marchas, movimientos sociales democráticos a la utilización de metralletas y bombas, con la conformación de estructuras más radicales como las agrupaciones político-militares, es necesario analizar, como referente fundamental, la visión de los rebeldes, remitirnos a las imágenes y discursos que ellos crearon de sí mismos y hacer un esfuerzo por darles voz, en la medida de lo posible, con sus propias palabras. Un análisis de sus concepciones revolucionarias y de sus métodos de acción nos ayudarán a enlistar los rasgos del fenómeno armado o, al menos, de lo que desearon o a lo que aspiraron que fuera.

Para poder analizar lo anterior, se parte de particulares indicios, contenidos en producciones textuales de dos organizaciones político-militares, en los cuales es posible examinar figuras, actitudes y aspiraciones, al igual que sueños, utopías o percepciones milenaristas de los grupos guerrilleros. El interés radica en definir la forma en que particulares individuos, permeados de una cultura radical en una época específica, construían, experimentaban y daban sentido a su mundo (Chartier, 1999: 4). De esta manera, podemos conocer y examinar la figura del guerrillero urbano y la forma en que se autorrepresentó, a través de las huellas que dejaron plasmadas en las producciones simbólicas (particularmente textos) que posibilitan adentrarse en las “visiones” que enarbolaron los rebeldes.

Por tanto, se ha tomado en consideración a dos de las cuatro agrupaciones guerrilleras que existieron en el entorno regiomontano: las Fuerzas de Liberación Nacional y Los Procesos. Ambas organizaciones elaboraron más materiales con contenido simbólico que las otras dos agrupaciones, Los Macías y la Liga de Comunistas Armados.[2] Por lo anterior, es a partir de producciones textuales como el Proceso revolucionario de Ramos Zavala en 1970 o los comunicados confidenciales de las Fuerzas de Liberación Nacional (que circularon durante los últimos años sesenta y los primeros años setenta) que fue posible rastrear los dispositivos simbólicos que elaboraron los guerrilleros acerca del orden social, sus antagonistas, las instituciones políticas y, particularmente, su realidad.

Tales textos no abarcaron un amplio número de receptores o al pueblo en general. Su uso era más bien confidencial y exclusivo de las redes clandestinas. Además, éstos no son abundantes; más bien “son pocos los casos en los que los insurgentes formulan sus aspiraciones y los objetivos de la revuelta en folletines y volantes” (Baczko, 1999: 34). El presente trabajo se limita a definir las líneas principales del imaginario social[3] guerrillero y busca, por otra parte, esclarecer el sentido de rebeldía que subyacía en estos agentes históricos. También enfoca el fenómeno desde una tentativa revolucionaria, relegando las perspectivas oficiales que enmarcan la irrupción social y sus actividades a la criminalidad e irracionalidad política, sin pretender por ello una apología de la misma.

Guerrillas en México                                                                

El origen de la palabra “guerrilla” nos remite a la España de inicios del siglo xix “a raíz de la lucha por su independencia, para designar a las fuerzas irregulares de civiles que, junto a las tropas de la Corona, se alzaron en armas contra los ejércitos franceses de ocupación” (Borja, 2002: 724). Para el caso de México, Jorge Regalado menciona que:

 

Esta forma de hacer política la podemos encontrar a lo largo de nuestra historia ya sea con carácter de autodefensa, de resistencia o de ofensiva. Se aplicó, por ejemplo, en los preámbulos de las guerras de Independencia y de la Revolución mexicana, pero también en la Guerra Cristera y en muchos de los levantamientos e insubordinaciones que se suscitaron dentro del mismo bloque político que ha dominado en este país de menos desde el Porfiriato hasta los tiempos de Enrique Peña Nieto (Regalado, en Castillo et al., 2014: 89).

 

Por tanto la guerrilla es una técnica militar, una fase en el método de lucha de toda organización político militar rebelde. No es la organización (Montalvo, 2014: 57). Una conceptualización sobre la guerrilla podemos encontrarla en Melgar Bao, quien retoma la noción consignada en el Diccionario de Política por Fulvio Attinà, quien la define como “un tipo de combate que se caracteriza por el encuentro entre formaciones irregulares de combatientes y un ejército regular. Los objetivos que con ésta se persiguen son más políticos que militares” (1981: 769). Melgar Bao señala además que “la combinación de los fines políticos y militares en la acción guerrillera no es ajena a sus marcas culturales” (Melgar Bao, en Oikión y García, 2006: 31).

Así, durante la segunda mitad del siglo xx, el fenómeno guerrillero en México abarcó distintas latitudes del país y permeó entornos tanto rurales como urbanos. Los grupos de la década de los sesenta han sido considerados como formas de autodefensa armada de núcleos campesinos contra la explotación, la opresión y las secuelas de asesinatos efectuados por autoridades gubernamentales o por caciques terratenientes, con un alcance regional (Palacios, 2009: 40). Para la década siguiente, la irrupción social estalló en las ciudades, representada principalmente por sectores juveniles vinculados al ámbito estudiantil y con una perspectiva más amplia al intentar aglutinar movimientos rebeldes de carácter nacional. Las dinámicas de los dos principales tipos de movimientos armados que se generaron, de acuerdo con Carlos Montemayor, son sustancialmente distintas:

Las urbanas se nutren de cuadros con una sólida formación ideológica que a menudo acentúa entre ellos las diferencias de estrategias y de concepción política, impidiendo la formación de un frente nacional que aglutine todas sus fuerzas; mientras que en el medio rural, por el contrario, los lazos familiares actúan como un poderoso factor cohesivo que suple la preparación ideológica. Los cuadros urbanos actúan a través de células dotadas con un movimiento independiente y clandestino; los cuadros rurales actúan en función de lazos de parentesco, agrarios o culturales predominantes en la región, sobre todo si hablamos de zonas indígenas (Montemayor, 2007: 15).

 

No obstante, durante la década de los setenta, las distintas organizaciones guerrilleras que se conformaron en los entornos urbanos fueron articuladas principalmente por jóvenes universitarios de diversos orígenes y extracciones sociales. Ante el contexto inmediato del autoritarismo del Estado mexicano (que se desplegó en acontecimientos trágicos como el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco y el denominado Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, ambos en el Distrito Federal), estos actores consideraron que las vías pacíficas de transformación social estaban cerradas; veían totalmente clausurados e impenetrables los canales de participación política para llevar a cabo los anhelos de modificación de una realidad que, de acuerdo con Benjamín Palacios (exmilitante de la lc23s), en la “conciencia ética, pero también teórica e ideológica de los actores, se revelaba como intolerable” (Palacios, 2009: 38).

En un contexto nacional donde los movimientos sociales eran “brutalmente reprimidos, sus líderes encarcelados o asesinados y los procesos electorales abiertamente controlados” (Echeverría, 2007, en línea), la opción armada, para estos jóvenes, cobró importancia fundamental: se asumió como la única vía para cambiar la situación social y política. Al ver sellados los canales institucionales de participación política, aumentó el atractivo por la lucha armada como modelo de resistencia. La violencia revolucionaria parecía ser el único medio posible de trasformación “real” al cual recurrir, por lo cual se decidió iniciar “la larga marcha del rebelde” (Sosa, en Camacho, 2006: 62) y en abierta insurrección contra el régimen político nacional, se ejerció la violencia como herramienta política.

Sin embargo, este salto hacia la violencia revolucionaria no fue automático o como una respuesta/estímulo generada exclusivamente por la represión al movimiento estudiantil de 1968. De igual manera sería inexacto y reduccionista señalar una relación causa-efecto entre los mecanismos de la violencia estatal desplegados por el régimen político mexicano en los acontecimientos antes enunciados y la irrupción guerrillera. Ciertamente, la violencia oficial del Estado erosionó su legitimidad entre amplios sectores de la clase media, lo que en gran medida catalizó los mecanismos de resistencia, principalmente en jóvenes universitarios, entre quienes se fracturó el pacto social con el régimen.

Un elemento importante a considerar en la conformación del movimiento armado socialista fue el hito –de importancia trascendental en las primeras experiencias guerrilleras en México– que representó el asalto al cuartel militar en la ciudad de Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965, por el Grupo Popular Guerrillero (GPG), encabezado por Arturo Gámiz. El acontecimiento es significativo porque simbolizó el primer intento de construir “una columna guerrillera en la sierra que, según el ejemplo cubano, desempeñaría la función de eje político y militar de las luchas del pueblo y paulatinamente desembocaría en una nueva revolución” (Palacios, 2009: 40).

La derrota de esta agrupación guerrillera ofrece elementos interesantes de martirologio y, además, el día del suceso fue parte del nombre de reivindicación de la organización guerrillera de mayor presencia en las ciudades del país, en la década de los setenta: la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC-23s) (Castellanos, 2007: 65). Aunado a estos factores nacionales de peso, habría que mencionar y añadir como lo señala Regalado:

que había un contexto mundial que favorecía la opción armada: los triunfos y avances de las revoluciones cubana y vietnamita, la presencia del movimiento comunista internacional y la emergencia de movimientos nacionalistas y de liberación nacional en diversas partes del mundo que igual optaban por el camino de las armas. En Centroamérica destacaban particularmente los movimientos revolucionarios de Nicaragua, El Salvador y Guatemala (Regalado, en Castillo et al., 2014: 90-91).

 

Guerrilla urbana y militancia armada en Monterrey

Para el caso regiomontano, durante la primera parte de la década de los setenta, el fenómeno guerrillero abarcó cuatro organizaciones político-militares: Las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), con una predilección del campo sobre la ciudad y rechazo por las expropiaciones y secuestros; La Liga de los Comunistas Armados (LCA), expertos en expropiaciones y en el disfraz en sus actividades; Los Macías, provenientes de una escisión del Movimiento Espartaquista Revolucionario; y Los Procesos,[4] núcleo fundador de lo que fue la lc-23s. Las FLN y Los Procesos (que consideraremos de manera fundamental en este estudio) fueron las agrupaciones que tuvieron un mayor impacto en el movimiento armado y pudieron transitar hacia una expansión progresiva, aunque con sus limitaciones.

Estas agrupaciones, desde su etapa de conformación, se trazaron como directriz principal iniciar la lucha guerrillera y comenzar el proceso revolucionario con miras a la transformación radical del sistema político, económico, social y cultural del país. Sus repertorios de acción fueron amplios y distintos: la clandestinidad, el selectivo reclutamiento de militantes, el establecimiento de cuotas para mantener la organización, las expropiaciones y el asalto a sucursales bancarias, los robos, los secuestros de aeronaves y la destrucción de bienes materiales. Más allá de las distinciones y de los modos operativos que desplegaron las organizaciones armadas, subyacen ciertos denominadores comunes: se definían como “vanguardias” y fueron partícipes, en mayor o en menor grado, de la necesidad de núcleos o comandos armados que desplegaron acción directa contra el enemigo. Fundamentalmente subyacía la premisa latente de alcanzar, eventualmente, una organización superior que permitiera establecer una guerra de posiciones contra el Estado.

Pasemos ahora a considerar los principales presupuestos, en términos generales, tanto de las fln como de Los Procesos. Para la primera, su dirección no idealizaba la figura del proletariado como sujeto histórico por excelencia: “el pueblo” desempeñó ese papel e, incluso, fue la imagen de mayor preponderancia en sus discursos y, a la vez, intentaron personificarse como “sus defensores”.[5] Esta particular agrupación fue de carácter nacionalista-libertador, más que de una preponderancia marxista tendiente a implementar la dictadura del proletariado. Por esta razón, es posible imaginar que el mismo movimiento fuera concebido como un segundo proceso emancipador de independencia (Cedillo, 2008: 229). Por su parte, Los Procesos (al igual que la LCA y Los Macías), a diferencia de la anterior, privilegiaban el área urbana sobre el campo. Sus actividades en la escena local (fundamentalmente expropiaciones) quedaban enmarcadas dentro de una “ética revolucionaria” necesaria para la causa, y servían, según ellos, para preparar a sus militantes. En tales actividades subyacía un mismo patrón coherente. La premisa estratégica principal consistió en hostigar al enemigo; de manera particular, el asalto a instituciones bancarias. Más allá de las repercusiones económicas en que se traducían estas acciones (adquirir recursos para el movimiento), es un claro indicio que muestra que los guerrilleros urbanos conocían los pilares en que se sostenía el statu quo dominante.

Un elemento que posibilita comprender la incorporación de individuos a la guerrilla urbana en el entorno regiomontano fue esencialmente la indignación moral, en cuanto el pacto social entre jóvenes y el régimen se quebró. Además, la proliferación de espacios públicos como las universidades, la Obra Cultural incentivada por jesuitas, las logias masónicas, los centros de intercambio cultural México-Rusia y México-Cuba, al igual que los círculos de estudios de literatura marxista, incidieron en la mutación cultural de los jóvenes hacia la radicalización armada. Al respecto, François Xavier Guerra señala que las mutaciones culturales son la

transformación del universo simbólico que influye en el sentido y la significación de las experiencias cotidianas de los actores sociales. Representan modificaciones en los referentes mentales al igual que en las ideas, en el imaginario, en los valores, en los comportamientos, en las prácticas políticas, pero también en los lenguajes que los expresan […] nuevos lenguajes que manifiestan una nueva visión del hombre y de la sociedad. Ejes centrales de nuevos sistemas de referencias (Guerra, 1992: 23-31).

Sin embargo, ¿cuáles eran las implicaciones de comprometerse con un proyecto radical y clandestino que reivindicaba el uso de las armas? Sin duda, la resolución no era sencilla. En primer lugar, experimentaron cambios en sus referentes mentales que los llevaron a asumir determinado tipo de comportamiento. La incorporación a la guerrilla urbana y su dinámica interna demandó una doble existencia. Para eso era ineludible crear una nueva identidad.

En el caso de las FLN, sus militantes debían extirpar los pensamientos y costumbres que habían llegado a ellos como producto de su formación y del medio en que habían crecido, en tanto que habían dejado una huella en sus personalidades.[6] Eventualmente fue necesario que modificaran y sobrellevaran ciertas privaciones, al grado de “templar nuestro carácter en una nueva vida”.[7] A su vez, se difundía como prioridad que los guerrilleros experimentaran satisfacción al despojarse de comodidades, que eso “se viera con alegría”, dado que la premisa de primer orden consistía en “estar formando un mundo mejor para todos; el cansancio y la negligencia deben ser vicios del pasado individualista, recuerdos tristes y sin perspectiva”.[8] Tal actitud era estimulada activamente entre los guerrilleros de las FLN, y es altamente probable que se usara un tono semejante en los demás grupos armados. Así, al asumir la clandestinidad como forma de existencia, ¿no subyace en esa acción una renuncia a este mundo, la trascendencia en un particular sentido ascético?

La pulsión de guerra latente y las presiones mismas de vivir en un mundo paralelo y sincrónico tuvieron sus efectos. La aparente normalidad en estos individuos se interrumpió, y pronto se desprendieron de los lazos familiares, sociales y profesionales. Quedaron inmersos en un cierto fatalismo inherente al compromiso revolucionario. Todo pasó a segundo término –familia, dinero, incluso la propia vida, debían ser puestos al servicio de la causa– para conseguir una transformación radical de la situación política.

A partir de las diversas producciones textuales que difundieron y sociabilizaron entre sus más cercanos colaboradores, es posible intentar la reconstrucción e interpretación de sus visiones del mundo, las cuales contribuyeron a ordenar y a dar sentido a sus comportamientos. En primer lugar, para quienes decidieron incorporarse a un proyecto clandestino y radical, la opción armada significó “el único camino al que los había orillado el régimen”.[9] Encarnaba, para ellos, la vía de posibilidad “real”, no utópica, para implementar un cambio en el sistema. Al mismo tiempo, servía como una herramienta que permitiría resistir la brutal embestida del aparato coercitivo estatal.

El carácter de la amenaza de las guerrillas urbanas difiere de lo que en su momento se presentó como estrictamente criminal. La irrupción y existencia de grupos de guerrilla en el país, más allá de la denuncia de los límites de lo político, en su discurso, al igual que en su práctica, quedaba fuera de la ley y de las instituciones existentes. Sus mecanismos de resistencia y de acción, tales como asaltar sucursales bancarias, incendiar camionetas cerca de la embajada norteamericana o secuestrar aviones parecerían, desde la óptica contemporánea, gestos injustificables. Pero la motivación que subyacía a esas actividades, en ese momento, era profunda. En ese sentido, los guerrilleros urbanos dejaron claro el desafío abierto contra el Estado mexicano y no reconocían su autoridad; desde su perspectiva, no trasgredían la ley, la desconocían; querían “evidenciarla como coacción antes que garantía de impartición de justicia” (Escalante, 1990: 89).

El imaginario social de la guerrilla urbana     

La dinámica intrínseca del movimiento armado conmocionó a las estructuras políticas y económicas del país. Como coyuntura social, la guerrilla urbana implicó un inmenso proceso sociocultural que incluyó la presencia de un “tiempo caliente” en la producción de imaginarios sociales. Cabe señalar que

en determinadas condiciones socioeconómicas, históricas o culturales, tales grupos pueden comprometerse en diversas formas de resistencia, o sea, en el ejercicio del contrapoder que, a su vez, puede restar poder a los poderosos y hasta puede hacerlos vulnerables, como sucede cuando se produce una revolución. Por lo tanto, el ejercicio del contrapoder no es sencillamente una forma de acción, sino también una forma de interacción social (Van Dijk, 2009: 63).

En consecuencia, el imaginario social de las guerrillas urbanas se escindió; por un lado, exaltó la virtud, la justicia, el heroísmo, el sacrificio abnegado y la disciplina; por el otro, también fue una visión de violencia revolucionaria, terror y de infiltración policiaca. A través de él se posibilitaba enunciar los crímenes del Estado mexicano, lo mismo que de la burguesía, “sus cómplices”. Estas denuncias en el plano oficial no tenían cabida. De esta manera, los rebeldes articularon marcos de referencia al señalar la importancia primordial del extermino de éstos últimos, sus adversarios, creando una clara distinción entre el “Ellos” y el “Nosotros”.

De los distintos grupos armados que existieron en el entorno regiomontano, particularmente personajes como César Yáñez, El Hermano Pedro (líder de las FLN), o Raúl Ramos Zavala, David (líder de Los Procesos) dejaron plasmadas sus aspiraciones, ideas y concepciones sobre lo que Montemayor señala como el “necesario cambio social para una vida más justa” (Montemayor, 2005: 108). El punto del que partieron tanto Los Procesos como las FLN abarca aspectos relativos al papel de la izquierda y la clara identificación de sus enemigos. Acerca de la primera perspectiva, ambos grupos la desdeñaron como una fuerza política real en la transformación de la situación política que, a partir de la coyuntura de 1968, fue incapaz de generar organizaciones revolucionarias sólidas, sensibles y, sobre todo, efectivas (Ramos, 2003: 5-7). Se le recriminó su acercamiento con el régimen, al abandonar sus proyectos de independencia y presurosa se enlistó “en las interminables nóminas de las nuevas comisiones del gobierno”.[10] Incluso cuando aparecieron planteamientos acerca de la necesidad de autodefensa armada para el desarrollo del movimiento, tales posiciones fueron definidas como “desviaciones, combatiendo ferozmente su aplicación” (Ramos, 2003: 11).

Sobre sus enemigos, estos eran los principales responsables de la decadencia del país, creadores de la corrupción y del desorden existente, los cuales afianzaron su “posesión del aparato estatal al colocar a sus aliados políticos en los más altos puestos públicos”.[11] Además, subyacía la premisa alusiva a la grave situación económica que sufría el pueblo, producto del “traspaso de las pérdidas de la burguesía a la gran masa trabajadora de la población, mediante aumentos de los precios y tarifas de los bienes y servicios de consumo popular”.[12]

Así, los dos principales dirigentes de ambas organizaciones esbozaron sus respectivos proyectos revolucionarios. Por un lado, Ramos Zavala identificó una “dependencia estructural del país con el imperialismo tendiente a la monopolización del capital” (Ramos, 2003: 26), aspecto fundamental que, para él, incidía en la desigualdad social; por su parte, César Yáñez, Hermano Pedro, señalaba el método guerrillero como justo y aplicable a la situación nacional ante la

 

necesidad que tiene nuestro pueblo de liberarse del yugo económico a que el imperialismo norteamericano nos tiene sometidos, que es éste nuestro enemigo principal, puesto que no existe una burguesía nacional, sino simplemente representativa local de la norteamericana, y que a ella se debe la extrema miseria, explotación, incultura, insalubridad y desempleo que aniquila y rebaja cada día más a nuestro pueblo.[13]

Ambos coincidieron en que el verdadero y único rostro del Estado mexicano ante los movimientos de masas era la represión reiterada. Negaban las perspectivas de “apertura democrática” con las que se revestía el régimen. Enmarcadas en una estrategia de control, en el plano real “no estaba dispuesto a otorgarlas” (Ramos, 2003: 29). Para los grupos armados, el autoritarismo era la norma vital y sostén institucional, en la cual “marchaba la política del régimen” (Ramos: 2003: 28). Esto hacía ineludible la noción de aplastarlo a través de la acción armada para “derrotarlo en forma total, absoluta y definitiva, arrancándole el poder para siempre”[14] y, eventualmente, implantar el socialismo, en lugar de introducirle al movimiento un “carácter conciliador” (Ramos, 2003: 27).

Para los rebeldes, el aparato estatal y sus órganos represivos estaban repletos de “traidores, desde el presidente de la República hasta el último funcionario”.[15] Por tal motivo, no representaban los verdaderos intereses de la nación. Incluso desde el momento de su designación, eran “ajenos a nuestro pueblo, no poseen el mínimo fundamento moral para gobernarnos y mucho menos decirse legítimos depositarios de nuestra soberanía”.[16] Con esto, el movimiento armado socialista inició el proceso de invención de una nueva legitimidad. Sus protagonistas, tanto quienes querían radicalizar el proceso revolucionario como sus detractores, se estaban disputando el alma nacional, al punto en el cual implementaron desde programas y visiones de un futuro hasta la creación de escenarios para ellos mismos y para sus adversarios (Baczko, 1999: 39).

Revolución, cuestión armada y dimensión social en la guerrilla urbana

Para quienes se sumaron a las distintas agrupaciones guerrilleras, la Revolución se volvió todo: principio y fin de su existencia. Esta faceta fue asumida como un punto cero, una zona de no retorno, donde la nueva identidad se hacía presente, era “un proceso irreversible y quien penetra en él no tiene más que dos alternativas: vencer o sucumbir”.[17] Los grupos armados en Monterrey compartieron un patrón similar: la necesidad de estructurarse como organizaciones de tipo militar vertical y de desarrollar trabajo clandestino. A su vez, se designaron como genuinos revolucionarios: “somos soldados por conciencia y como tales debemos comprender las órdenes”.[18] Estas eran operadas a través de sus respectivas direcciones. El componente esclarecedor que subyacía en la afirmación radical se derivaba de la necesidad de operar cambios reales en la acción y concepción de la izquierda revolucionaria en México (Ramos, 2003: 33).

Estuvo presente además un esquema de guerra total. Las comisiones y actividades guerrilleras implicaban la posibilidad de ser descubiertos y caer en manos del enemigo, situación preclara y firme en sus militantes: “la idea general es que estás en guerra y cuando estás en guerra te van a matar y a lo mejor vas a tener que matar para defender tu vida”.[19] El carácter revolucionario que los grupos guerrilleros le imprimieron al movimiento fue total: templaron su “carácter en una nueva vida”.[20] De igual manera, sus diversos elementos debían “entregarle todos los actos de su existencia a la Revolución”.[21] Así, “el proceso no admitía caracterizaciones: o era verdaderamente revolucionario o simplemente no lo era” (Ramos, 2003: 27-28). El reformismo, titubeos o indefiniciones eran inadmisibles. De esta manera, la experiencia guerrillera, de acuerdo con Vezzetti,

se hace pensable a partir de esa escena relegada, la guerra, que no es cualquier violencia; es una violencia sistemática, organizada, conducida por una estructura jerárquica y sometida a la unidad de mando. Y desde el momento en que los conflictos quedaban reducidos al esquema de la guerra, los procedimientos de la milicia armada terminaban imponiéndose sobre el conjunto de la formación política (Vezzetti, 2013: 64).

Más que asumir la violencia, para las organizaciones político-militares regiomontanas esta faceta se presentó y se interiorizó como una lucha impuesta por el enemigo, el cual los orilló a un único camino: la vía armada.[22] No obstante, tal disyuntiva se sociabilizó en más de un sentido. Por un lado, surge, en la visión guerrillera, como una necesidad de respuesta “de manera instintiva de conservación” del movimiento de masas en México (Ramos: 2003: 29). Las formas clásicas de resistencia (reuniones nacionales, carteles, paros o movilizaciones) resultaban obsoletas al enfrentarse a la fuerza represiva en todos los niveles del Estado mexicano.

Para Ramos Zavala, dirigente de Los Procesos, la acción armada se insertaba como un factor estimulante de primer orden. Su función a nivel político consistió en “interceder en la protección del movimiento, de sus acciones y de sus organizaciones” (Ramos, 2003: 30). Tal perspectiva actuó también como un brazo justiciero que permitiría romper la idea en la cual “el ciudadano común se identifica con una situación de impotencia, con el señalamiento obligado de que con el gobierno no se puede”  (Ramos, 2003: 30). En este sentido, la reivindicación del uso de armas tuvo un peso preponderante, pues debía jugar un papel dinámico de respuesta a las agresiones y presiones ejercidas por el Estado y su amplia capacidad de impunidad.

El elemento más preclaro que dilucida lo referente a las expropiaciones lo mostró la LCA. Sus actividades, atribuidas en la prensa por error al Hermano Pedro, dibujaron una figura que bien puede equipararse con la de un Robin Hood con ametralladora, que le robaba a los ricos para beneficio de la clase obrera. Esta perspectiva difundida por la organización también estuvo presente en las demás agrupaciones, cuya lógica era muy similar; pero ésta última fue sin duda la que lo expresó discursivamente con mayor claridad: “Las riquezas que expropiamos en asalto son de los trabajadores que las han producido con sus propias manos y no de los capitalistas que las acaparan; por ello se las arrebatamos para ponerlas al servicio de la clase que las creó”.[23]

El proyecto guerrillero tenía también con una dimensión social. Sus “aspiraciones revolucionarias” encierran una concepción simple pero concreta: “Sólo ganando el apoyo de la población se podía obtener la victoria”.[24] Las figuras centrales tanto en las FLN como en Los Procesos, como lo hemos señalado, difieren; mientras que para las primeras el nexo clave apuntaba a la reivindicación del pueblo, las segundas señalaban a las masas proletarias y campesinas. Sin embargo, ambas presentan un “potente símbolo unificador de todos los valores en que se reconoce la Revolución”. (Baczko, 1999: 44). Lo que estaba en juego era adueñarse del derecho a hablar en beneficio de las referidas fuerzas sociales y, por lo tanto, aspirar al poder, para desde ahí iniciar la trasformación social.

La guerrilla urbana tenía como punto de referencia principal la politización de los movimientos de masas dados los atributos de potencialidad revolucionaria instintiva que les atribuían: espontaneidad y explosividad (Ramos, 2003: 14). Esas características, desde el punto de vista de Raúl Ramos, se debían a la insatisfacción social y política existente, que lo llevó a vislumbrar (al igual que al Hermano Pedro) la imagen de que dichos contingentes estarían “dispuestos a lanzarse a la lucha ante cualquier motivo y en cualquier oportunidad” (Ramos, 2003: 15). Lo que hacía falta era la chispa que incendiara la pradera.

No obstante, el punto de inflexión que observaban en ellos era la falta de dirección hacia la acción radical. Desde su perspectiva, históricamente habían sido controlados por el aparato estatal que, al mismo tiempo, enajenaba y manipulaba a los obreros y campesinos hacia su institucionalización, lo que eventualmente creaba una nula posibilidad revolucionaria en estos sectores, cuyas aspiraciones eran más bien reformistas (Ramos, 2003: 13).

De ahí la importancia de volverse y encarnarse como su vanguardia que, al mismo tiempo que dirigir, tuviera una representatividad genuina de sus aspiraciones (Ramos, 2003: 15). A su vez, serviría también como la alimentadora de su conciencia para hacerla advertir “en la necesidad inaplazable de la acción armada” (Ramos, 2003: 28) y llevaría “a las masas a que se insurreccionaran”.[25] En tal sentido, en este momento, el núcleo armado era el nexo clave: serviría como el detonador político para la preparación del movimiento. Al mismo tiempo, la dinámica interna, la adopción al medio, la moral y el entrenamiento de los integrantes guerrilleros los iría formando como “la segura vanguardia de la Revolución”.[26]

Para ello, organizaciones como las FLN sociabilizaban imágenes, aspiraciones del guerrillero que, a través de comunicados, deseaban interiorizar en la militancia. Para esta agrupación fue imprescindible “que cada cuadro se funda en la masa, conozca sus problemas, se identifique con nuestro pueblo, aprenda de él”[27]. La certeza de la sublevación popular en el movimiento armado fue sobrevalorada, al punto de afirmar que con el pueblo “siempre tendremos una palabra sincera de donde recoger también información para comunicarla, una casa donde comer, donde dormir y donde levantar las banderas revolucionarias”.[28] A la postre, la sobredimensión que las guerrillas urbanas le atribuyeron al potencial combativo de las capas campesinas, obreras y medias fue un fracaso. Su certero papel como activos militantes del movimiento armado los llevó a vislumbrar un advenimiento que nunca se materializó.

La promesa revolucionaria

Las visiones de un “mundo distinto” utilizadas por los rebeldes (a pesar de que no explicitaron a profundidad cómo se implementaría la nueva dinámica social) no deben clasificarse de utópicas, en el sentido clásico del término. En ellas subyacían figuras de una sociedad distinta, sin clases, que se encontraba en un futuro concreto, y la esperanza de alcanzarlo se proyectó como si estuviese al alcance de la mano (Baczko, 1999: 7) y fuera sólo posible gracias a su confianza en la voluntad como motor de la historia (Sosa, 2003: 34-45). De esta manera, el futuro estaba en vinculación directa con su horizonte de expectativas, y la principal misión del guerrillero urbano consistía, sobre todo, en ayudar a su advenimiento.

Por tanto, el proyecto radical contenía una intrínseca promesa revolucionaria. Las percepciones que subyacen en ella reflejan ciertas actitudes milenaristas. Esta temática ha sido abordada por Eric Hobsbawm, quien señala que, en la perspectiva del “milenio”, tanto primitiva como moderna, existen tres patrones: una idea de que el presente debe acabar, posibilitando el surgimiento de algo mejor, ya que el presente está corrompido; la noción de que dicho mundo puede –y de hecho lo hará– desaparecer; y la escasa o mínima especulación sobre el advenimiento de la sociedad futura (Hobsbawm, 2001: 85).

De esta manera, la idea central del milenio esbozada en el proceso armado socialista de la década de los setenta del siglo xx, en mayor o en menor medida, radicó en la imagen de ruptura con el tiempo. Para la implementación de tal visión era imprescindible el fin del viejo mundo y la irrupción de uno nuevo. La etapa inicial estuvo vinculada, por un lado, a un proceso de agotamiento, crisis y destrucción de lo antiguo marcado por el signo revolucionario; por otro lado, la gestación de algo nuevo, definido por el signo de la creatividad y la esperanza. El acaecimiento transformador no era anunciado por presagios, señales o un periodo de catástrofes; en contraposición a la intervención divina, la guerrilla urbana partió de la voluntad para realizar el cambio, a partir de medidas más definidas, con métodos y estrategias específicas para implementar el nuevo orden social. Es particularmente esta faceta, “la posibilidad de ser nuevo” (Hobsbawm, 1983: 55) y el conocimiento del camino a seguir, lo que le otorgó singularidad a este fenómeno.

Para poder abundar en el tema y esclarecer tal perspectiva, haremos uso de dos esquemas: el mundo al revés y la tierra sin mal. Como recursos retóricos no influencian directamente el significado. Más bien lo hacen resaltar o lo difuminan y, con ello, también la importancia de los acontecimientos (Van Dijk, 2009: 167). El primer esquema obedece a la objetivación donde se subvierte la realidad social. Bajo esta perspectiva, los principios que daban sustento al contexto en que se desarrollan los actores sociales, a través de un juego de espejos, se invierte. Esta premisa es importante, dado que enuncia, de manera abstracta, los valores que promovía el movimiento armado. El principal atributo consistía en la traducción en imágenes de la modificación de roles sociales en los planos discursivo y simbólico. Ejemplo de ello es el escenario esbozado por el Hermano Pedro acerca del advenimiento del nuevo orden:

En el futuro, establecido un gobierno netamente popular libremente escogido, que vele por los intereses de la mayoría de la población, se entregará la tierra a los campesinos, las fábricas a los obreros y la banca y el comercio al gobierno; con una nueva distribución de todas estas riquezas. [El nuevo orden descansará] sobre los principios de que el trabajo es obligatorio para todos, quien lo realiza puede disfrutar de sus frutos, y que la cooperación y ayuda mutua son las formas más eficaces y morales para mejorar la vida de toda la comunidad.[29]

En el segundo esquema, a través de la resignificación de los grandes contingentes sociales oprimidos, el movimiento guerrillero generó una visión muy particular del mundo, en la cual la representación del porvenir no sólo era distinta, sino que la alteridad vislumbrada estaría impregnada de una sociedad mejor. Los principales presupuestos apuntaban a esbozar un escenario desprovisto de todos los vicios y males del pasado, donde el autoritarismo del Estado y su característica inherente, la represión, al igual que la desigualdad social, no tendrían cabida. Así, el advenimiento de esa tierra sin mal estaba correlacionado, dentro de las organizaciones armadas, con la latente proximidad de una revolución inevitable, “la hora de la lucha final se acerca y debemos estar listos para no perderla”.[30] Era la visión de una irrupción social inminente, imparable e inaplazable, aunada a la certeza política de la eventual sublevación de las masas obreras y campesinas en el proceso revolucionario.

Las fln y Los Procesos compartieron tal panorama. Para los primeros, el inicio de la década de los setenta ponía de manifiesto la forma en que “se agrandaba y profundizaba la crisis que sufría el país”, vislumbrando con ello el incremento en los niveles de “descontento popular”.[31] Por su parte, los segundos le atribuyeron al ambiente antidemocrático un profundo malestar, que aumentaba el potencial combativo del movimiento de masas y, al mismo tiempo, creaba circunstancias que posibilitarían captar fuerzas sociales, tarea principal de la vanguardia.

Sin embargo, las aspiraciones revolucionarias sustentadas y asumidas por los grupos armados acerca del papel de las masas, especialmente de la clase obrera, provenían de un conocimiento externo de la misma. Para los rebeldes no había duda: era necesario liberar a los trabajadores de sus opresores, porque dicha fuerza social era incapaz de hacerlo. De ahí la importancia de encarnarse como su vanguardia. Las visiones alusivas a la incorporación de grandes y combativos contingentes proletarios que engrosarían sus filas son recurrentes. En este sentido, las ciudades y su concentración fabril les proveerían “una dirección obrera que hará de la lucha una radical transformación económica y social”.[32]

Esa extraordinaria perspectiva, tendiente a estimular una representación social donde obreros y campesinos se incorporan al movimiento guerrillero y se alzan contra el régimen, era la cúspide del proceso armado, pilar que indiscutiblemente los llevaría a la victoria “cuando el pueblo arranque a los opresores sus armas y las use contra ellos en todas partes, en la ciudad y en el campo”,[33] bajo la certera premisa de que “en cualquier lugar hay un posible militante”.[34] Pero la distancia entre sus concepciones y la realidad era abismal. Particularmente la clase obrera fue más proclive al reformismo gradual que al advenimiento revolucionario. Ésta no sólo hizo caso omiso al llamado; por el contrario, su eventual incorporación al movimiento, tal como lo postulaban las organizaciones político-militares, nunca se materializó: “La visión fantástica de una insurrección inminente, del levantamiento popular armado a corto plazo y del inevitable desmoronamiento del poder burgués condujo a los guerrilleros prácticamente al enfrentamiento suicida, a la acción desesperada y/o, en el mejor de los casos, a la prisión política” (Alonso, 2000: 64).

Desviaciones

De acuerdo con algunos de sus militantes, las dinámicas internas que revistieron el proceso guerrillero condujeron a posturas que enmarcaron como desviaciones (Salcedo, 2005: 104-108). Sin embargo, como menciona Vezzetti para el caso argentino: si el escenario de los conflictos es concebido como una guerra, es su ejercicio (o un remedo de él) lo que necesariamente va a prevalecer […] la guerra sepultaba a la política (Vezzetti, 2013: 64). No obstante, esas facetas llevaron la lucha armada a un callejón sin salida y, a la larga, acabaron con los grupos (Alonso, 2000: 86).

En primer lugar, como vanguardias, las organizaciones guerrilleras que aspiraban a orientar y a dirigir los movimientos de masas hacia su “objetivo histórico” estuvieron lejos de alcanzar dicho objetivo. Por el contrario, sus líneas de acción las colocaron en una perspectiva tendiente a desplegar una política sectaria. Lo anterior como forma de protección y blindaje contra la represión, la vigilancia y la infiltración de la policía política. De igual manera, el reclutamiento estricto y riguroso de sus eventuales militantes exacerbó tal noción y creó un perfil elitista en las diversas militancias. La guerrilla urbana, bajo su propia óptica, debía estar integrada por personas de la más alta conciencia revolucionaria y de disciplina férrea,[35] siempre con la premisa de estar formando una base seleccionada y segura para iniciar el ciclo revolucionario ascendente.[36]

Otro elemento que contribuyó en gran medida a la exacerbación social de la población en el país contra la guerrilla fue el militarismo. Tal perspectiva se afirmaba desde la incorporación activa.[37] En ella subyacía una noción de certeza en las acciones armadas que, al oscilar al borde de la criminalidad, los distanciaron de personificarse como defensores del pueblo. Así, ante el desenvolvimiento y las vicisitudes del proceso, los grupos guerrilleros, de acuerdo con Sergio Hirales, exmilitante de Los Procesos, se “divorciaron cada vez más del pueblo” y se fueron sumiendo más en su dogmatismo “fanático casi religioso” (Alonso, 2000: 97). Asimismo, el voluntarismo como motor de la historia, creencia que los llevó a vislumbrar la acción guerrillera como el medio para implantar el socialismo, al igual que el espontaneísmo, es decir, la precipitación en algunas de sus actividades sin la planeación necesaria, resultaron contraproducentes y diametralmente adversas a la causa.

Otro punto interesante que merece la pena ser destacado radica en las concepciones que esbozaron entre sí los diversos militantes de las distintas organizaciones armadas. A pesar de compartir una misma lucha, la forma en que se definían fue distinta. Durante los primeros signos de vida de las guerrillas urbanas en el entorno regiomontano, éstas se enfrascaron en una dicotomía insondable. Los contrastes más ilustrativos de este periodo ocurrieron particularmente entre las principales agrupaciones estudiadas: Los Procesos y las FLN. De acuerdo con Cedillo:

En versión de José Luis Sierra Villareal, exmilitante de Los Procesos, sus homólogos de las FLN eran percibidos como una organización particularmente sectaria: “eso del Hermano Pedro nos sonaba como a que eran Cristo y sus apóstoles”, en alusión al elitismo y estrechez del grupo. Por su parte, al cancelar la acción directa, estos últimos fueron “rechazados por sus congéneres quienes los catalogaban como unos fresas armados” (Cedillo, 2008: 229-237).

Conclusión

Este trabajo adelanta un esfuerzo por analizar la experiencia del movimiento guerrillero en función de la perspectiva de los protagonistas del proceso armado. Se ha examinado la particular visión del mundo que desplegaron dos organizaciones de guerrilla urbana en el entorno regiomontano durante la primera mitad de la década de los setenta del siglo XX, la cual contribuyó a ordenar y a dar sentido a sus comportamientos. También se ha puesto en consideración las implicaciones y transformaciones de quienes asumieron el desafío de incorporarse a la militancia armada.

A partir de un estudio de caso, y a manera de autorretrato, se mostró no sólo lo que los guerrilleros urbanos pensaban, sino cómo lo pensaban, la forma en que construían su realidad, cómo le dieron significado y le infundían emociones a partir de los textos y comunicados confidenciales que difundían entre sus militantes. Estos documentos operaban como dispositivos que eran generadores de creencias y de ideas, al igual que identidades sociales en el interior de las comunidades armadas.

Una consideración importante estribó en la configuración de los imaginarios sociales que desplegó la guerrilla urbana. A grandes rasgos, posibilitaban exaltar la virtud, la justicia, el heroísmo, el sacrificio abnegado y la disciplina, aunque también están generados a partir de un discurso de violencia revolucionaria, terror e infiltración policiaca. Esta perspectiva permitió examinar los principales presupuestos, los repertorios de acción y los proyectos revolucionarios, al igual que las concepciones y las aspiraciones del movimiento armado.

En síntesis, desde nuestra perspectiva, los diversos proyectos construidos por los insurrectos, agrupados tanto en las Fuerzas de Liberación Nacional como en Los Procesos, constituyeron un indicativo de la capacidad de estos actores para desarrollar estrategias y reelaboraciones de carácter político como mecanismo de ajuste contra la violencia autoritaria del régimen en pro de buscar la irrupción de un nuevo orden social.

Aceptado el 17 de octubre de 2017

Referencias

Archivos

 

Archivo General del Estado de Nuevo León (AGENL).

Archivo General de la Nación (AGN), galerías 1 y 2.

Entrevistas

 

Edna Ovalle, Ciudad de México, 28 de agosto de 2013.

Severo Iglesia González, Monterrey, Nuevo León, 21 de mayo de 2014.

 

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[1] Doctorante de Centro Universitario de ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara hector.dairn02@gmail.com

[2] En los casos de Los Macías y la Liga de Comunistas Armados, es altamente probable que las formas de crear y sociabilizar sus ideas respondieran a otros patrones de comunicación como la priorización de la oralidad sobre la escritura y de la acción directa sobre el discurso escrito. Esto no niega que tuvieran un proyecto político concreto.

[3] De acuerdo con Baczko, los imaginarios sociales son “referencias específicas en el vasto sistema simbólico que produce toda colectividad y a través del cual ella se percibe, se divide y elabora sus finalidades. De este modo, a través de estos imaginarios sociales, una colectividad designa su identidad elaborando una representación de sí misma; marca la distribución de los papales y las posiciones sociales; expresa e impone ciertas creencias comunes, fijando especialmente modelos formadores” (Baczko, 1999: 28).

[4].De acuerdo con Laura Castellanos, deben su nombre al documento titulado Proceso .revolucionario, difundido meses antes de la ruptura definitiva entre Ramos Zavala y el PCM durante el III Congreso Nacional de las Juventudes Comunistas, efectuado en Monterrey, en diciembre de 1970, en el cual se tachaba a la dirección del pc de burguesa y burocrática, en .contraposición con una “fuerza auténticamente revolucionaria y crítica”, y a la cual exhortaba a tomar la .vía armada. Véase Castellanos (2007: 184).

[5] AGN, Dirección Federal de Seguridad (en adelante DFS), Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Informe Confidencial Exclusivo de las FLN, marzo de 1970, pp. 14-15.

[6] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado confidencial FLN, s/f, p. 21.

[7] Ibid., p. 22.

[8] Idem.

[9].Ibid., p. 19.

[10] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado confidencial FLN, 6 agosto de 1970, p. 30.

[11] Idem.

[12] Idem.

[13] Ibid., 8 octubre de 1971, p. 36.

[14] Ibid., s/f, p. 20.

[15] Ibid., 8 octubre de 1971, p. 37.

[16].Idem.

[17] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Informe Exclusivo FLN, Red Local, marzo de 1970, p. 17.

[18] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado a todos los miembros de las FLN, s/f, p. 19.

[19] Entrevista realizada a Edna Ovalle (exmilitante de las LCA) en el Distrito Federal, el 28 de agosto.de 2013.

[20] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado a todos los miembros de las FLN, s/f, p. 22.

[21] Ibid., p. 20.

[22] Ibid., s/f, p. 19.

[23] AGN, DFS, Fondo Liga de Comunistas Armados, Tarjetas, expediente 11-219-72, legajo 2, p. 99.

[24] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Informe Exclusivo FLN, Red local, marzo de 1970, .p. 17.

[25] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Comunicado a todos los miembros de las FLN, 9 de octubre de 1980, expediente 009-011-005, legajo 1, p. 1.

[26].AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado confidencial FLN, 6 agosto de 1970, p. 32.

[27]. Ibid., p. 25.

[28] Idem.

[29] Ibid., s/f, p. 38.

[30] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Primera comunicación FLN, 31 de agosto de 1969, expediente 11-212-74, legajo 11, p. 2.

[31] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado confidencial FLN, 6 agosto de 1970, pp. 31-32.

[32] Ibid., p. 36.

[33] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Red Local, marzo de 1970, p. 19.

[34] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado confidencial FLN, s/f, p. 25.

[35] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Informe Exclusivo FLN Red Local, marzo de 1970, .p. 16.

[36] AGN, DFS, Fondo César Germán, Comunicado confidencial a todos los miembros FLN, p. 25.

[37] AGN, DFS, Fondo Fuerzas de Liberación Nacional, Informe Exclusivo FLN Red Local, marzo de 1970, .p. 10.