Viaje y memoria en La piel del cielo

Norma Esther García Meza1

¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos.

Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta

estuvieron en las entrañas de una estrella.

Somos polvo de estrellas […]

Somos polvo de estrellas.

De las estrellas somos y volveremos a ellas.

ERNESTO CARDENAL, Canto cósmico

El viaje como metáfora

Si el viaje “es una metáfora del deseo”,2 ¿cuál o cuáles deseos provocan los diversos sentidos que adquiere el viaje en esta novela? Viajera ella misma, 3Poniatowska erige el viaje como una imagen inaugural de La piel del cielo:

—Mamá, ¿allá atrás se acaba el mundo?

—No, no se acaba.

—Demuéstramelo […]

Lorenzo miraba el horizonte enrojecido al atardecer mientras escuchaba a su madre. Florencia era su cómplice, su amiga, se entendían con sólo mirarse. Por eso la madre se doblegó a la urgencia en la voz de su hijo y al día siguiente, su pequeño de la mano, compró un pasaje y medio de vagón de segunda para Cuautla en la estación de San Lázaro.4

El viaje a Cuautla condensa el íntimo y personal deseo de Florencia: que sus hijos aprendan: “yo no terminé la primaria, hijo, no quiero que a ustedes les pase lo mismo”.5 Aprender es ir en busca del conocimiento y eso es lo que la madre quiere para sus hijos.

Mientras delinea esa búsqueda, Elena Poniatowska da testimonio de cómo se ha desarrollado la astronomía y la astrofísica en nuestro país, quiénes han participado, qué obstáculos han enfrentado y cuáles han sido sus aportes más significativos. Pero la imagen artística de la memoria de la ciencia en México que la escritora crea en La piel del cielo tiene un rasgo significativo: se construye entrelazada a otra memoria: la del conocimiento ancestral basado en el sentido común que portan los habitantes del ámbito rural mexicano:6

[…] los domingos cuando don Lucas Toxqui lo convidaba a comer mole de guajolote, acudía con gusto porque don Lucas era tiempero, su relación más poderosa, la definitiva era con los volcanes. El Popo y la Izta regían su destino. En sus caminatas, Lorenzo había descubierto el poder de las montañas sobre los habitantes; eran dios y diosa a los que les levantaban altares con ofrendas: maíz, frutas, botones en flor, copal y pulque […] Como hombre, el Popocatépetl tenía su genio y Toxqui lo llamaba Don Goyo. Los pueblos en la falda de los volcanes no le temían a La Mujer Dormida, su pelo una blanca cauda de nieve. El único que podía acabar con todo era el Popo. Por eso era indispensable la ofrenda, para que no corrieran los ríos de lava llevándose casas y sembradíos. A Lorenzo se le debilitaban algunas certezas. Ya no estaba tan seguro de que los volcanes no tuvieran poderes. El relato de los tiemperos y los graniceros lo iniciaba en el mundo de la sabiduría popular […] Los fenómenos naturales eran parte de su vida como el maíz, el frijol, el crecimiento de sus hijos. Los volcanes eran esposos, caminaban de la mano, hacían de las aguas, se sentaban a tardear, se peleaban, reconciliaban y dormían abrazados. Su presencia definía la vida de los habitantes del pueblo. Los volcanes eran padre y madre, podían conjurar al viento y al sol.7

A ese ámbito rural, en el que la vida se rige por un estrecho vínculo con la naturaleza, pertenecía Florencia; por eso su conocimiento es vasto y diverso: “Florencia conocía las cosas de la tierra y del cielo, la multitud de seres vivos en el aire y en el agua. ‘Esta noche tenemos que taparnos bien, porque va a hacer frío. Fíjate m’hijo cuántas estrellas y cómo brillan’. No había necesidad de escuela. Florencia gozaba enseñándoles a los cinco”.8

El campo es el territorio en el que transcurre la infancia de los hijos de Florencia y ahí es donde se aproximan por primera vez a una serie de fenómenos químicos, físicos y biológicos:

En la cocina, los ponía a vigilar el momento de la subida de la leche para que entendieran la pasteurización y los mayores se disputaban el privilegio de retirar la olla a tiempo, fascinados por el estallido de las burbujas y la subida del vapor. “¡Mira, bailan y cantan!” […] Los animales de la huerta eran parte de su aprendizaje. Ver que el polluelo –esa cosita fea y endeble con su ridículo piar– se convertía al cabo de unos meses en un imponente gallo de cresta de monarca era un prodigio […] Súbito y colérico montaba a la gallina y la tonta se sometía doblando el pico y cerrando los ojos […] Al ver la atención que su hijo le daba a los acoplamientos del gallo y del perro pastor, Orión, Florencia le explicó que las especies todas, plantas, animales, hombres, se cruzan para no morirse. “Es su afán, hijo”. —¿Cuál afán? “El de la vida”.9

Junto a la madre descubren la existencia de múltiples misterios, algunos relacionados con el ciclo del amanecer, condensados en el canto del gallo, que la voz de la madre recrea con un canto infantil: “Kikirikí, no quiero flojos aquí”, y del ocaso, condensados en el juego de reconocer en el cielo “la Osa Mayor y la Menor y las Siete Cabrillas” o “formar con sus manos la mariposa, el caracol, el lobo, en sombras chinas”.10 Misterios relacionados con el ciclo vital, como cuando Florencia ayuda a parir a la Blanquita:

La Blanquita empezó a moverse de aquí para allá en el establo, desesperada, sus pezuñas rascaban las piedras, iba y venía del pesebre a la puerta sin encontrar acomodo, algo dentro de su gran vientre la sacudía entera, tenía que librarse del estorbo, de vez en cuando un ronco mugido salía de su garganta. En un momento dado, como si una voz se lo ordenara, fue al pajar, se abrió de patas y algo debió abrírsele también por dentro, porque bajo el impacto se dobló. “No sale”, dijo Florencia. Entonces enrolló su manga arriba del codo y metió su mano y luego todo su brazo en las entrañas sanguinolentas de la vaca. “Viene bien, viene bien”, dijo en voz alta y jaló. Primero salió la cabeza enorme y luego el cuerpo, las patas flaquísimas pegadas al costillar y las pezuñas tiernas […]11

La huerta de san Lucas era un permanente lugar de asombros, descubrimientos y tareas como sacar agua del pozo o dar de comer a los animales: “Florencia investía las labores matutinas en la huerta con un ritual exacto que las sacralizaba. Nada más importante que hacerlo bien, sacar el día adelante. A los animales había que cuidarlos, a los árboles y a las plantas también. De la tarea hecha conscientemente dependía el orden del mundo”.12 Asombros y descubrimientos a los que la madre los acercaba por medio de la oralidad, el juego y la risa:

Reían. Los círculos se multiplicaban, los palitos, los puntos sobre las íes y las historias acerca de la edad de los árboles, los anillos que en el tronco remontan los años, el polen en el centro de las flores, el cristal convexo que logra encender la fogata con el rayo del sol […] También resultaba mágico lanzar pompas de jabón. “Flotan porque pesan menos que el aire”, les decía […]“Pompas ricas de colores, / de matices seductores, / del amor las pompas son: / y al tocarlas se deshacen / como frágil ilusión”. Florencia hacía girar a sus hijos para enseñarles “que los sueños son gaviotas / que a las playas más remotas / se disponen a emigrar; / y salpican con sus plumas / los vellones de la espuma / que levanta el ancho mar”.13

Desde el territorio de lo doméstico y de lo cotidiano, Florencia consagraba las horas a heredar a sus hijos ese anhelo por conocer, en especial a Lorenzo, el mayor, cuyas ansias de saber eran insaciables:

“¿Qué es la luz?” […] “¿Quién sabrá del tiempo?” […] “Yo quiero saber si es aire, si es espacio, ¿qué diablos es, mamá?” Le asustaba la intensidad de su hijo, en ella percibía angustia y se decía a sí misma: “Mi hijo no va a ser feliz” […] “Entonces, ¿cuál es la realidad, mamá?” “Ay, hijo, la realidad es todo lo que vemos y tocamos con nuestras manos”. “Y lo que no vemos pero aquí está, ¿también es la realidad?” “Claro”. “Pero lo invisible, lo que sólo tú y yo sentimos, ¿es la realidad?” “Sí, también”. “¿Y lo que yo traigo dentro de mi corazón es una realidad?” “Claro, Lorenzo, es tu realidad, aunque no se la enseñes a nadie”.14

Como parte de sus enseñanzas, una mañana Florencia decide llevar a Lorenzo a Cuautla para demostrarle que el mundo no se acaba en el horizonte: “Te voy a llevar más lejos de lo que se ve a simple vista”.15 Ese viaje, con sus asombros, inquietudes y dilemas, se convertirá en un viaje hacia la ciencia. Planteo lo anterior, tomando como base la definición de ciencia que nos ofrece Pérez Tamayo: “… la ciencia es una actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo resultado es el conocimiento, obtenido por un método científico deductivo y que aspira al máximo consenso entre los expertos relevantes”.16 Pero, sobre todo, considerando el siguiente fragmento:

Que la locomotora arrancara emocionó a Lorenzo, pero ver huir el paisaje en sentido inverso, despidiéndose de él, lo llenó de asombro. ¿Por qué los postes pasaban a toda velocidad y las montañas no se movían? Nada le preocupaba tanto como la línea del horizonte, porque seguramente llegarían al fin del mundo y caerían con todo y tren al abismo. Cuando se iba acercando a la parte más alta de la montaña, Lorenzo se levantó varias veces del asiento. “Allí viene el barranco; ahí se acaba todo”. En los ojos del niño, Florencia leyó el horror al vacío. —No, Lorenzo, vas a ver que todo recomienza. Vas a encontrarte con un valle y a continuación otro valle. Después del Popo y del Izta hay otras montañas, otro horizonte, la Tierra es redonda y gira, no tiene fin, sigue, sigue y sigue, las puestas de sol dan la vuelta y van a otros países. Nunca se acaban.17

En las reflexiones que, en este fragmento, nos ofrece la voz narradora y en lo dicho por la madre, se articulan elementos sobre el papel que la razón y el sentido común desempeñan en el proceso de conocimiento,18 pero ninguna de las dos perspectivas está por encima de la otra. Es como si ambas tuvieran un valor similar o como si se quisiera dejar constancia de cómo razón y sentido común han desempeñado una importancia fundamental en el conocimiento que la humanidad ha construido acerca del universo. Por ello, en el fragmento citado, se entrelazan algunas de las grandes preocupaciones que han marcado el desarrollo de la ciencia, entre ellas, las que están relacionadas con los conceptos de horizonte, velocidad, movimiento y tiempo-espacio. Veamos a qué me refiero:

a) El concepto de horizonte (“Del lat. horĭzon, -ontis, y este del gr. –ρíζων, -οντος. Límite visual de la superficie terrestre, donde parecen juntarse el cielo y la tierra.”19) se advierte cuando la voz narradora señala lo siguiente: “Nada le preocupaba tanto como la línea del horizonte”.

b) El concepto de velocidad (“Del lat. velocítas,-átis. 1. f. Magnitud física que expresa el espacio recorrido por un móvil en la unidad de tiempo, y cuya unidad en el sistema internacional es el metro por segundo (m/s). 2. f. Variación por unidad de tiempo de alguna de las características de un fenómeno.”20) aparece cuando se narra la emoción del niño frente al paisaje que huye: “Que la locomotora arrancara emocionó a Lorenzo, pero ver huir el paisaje en sentido inverso, despidiéndose de él, lo llenó de asombro”.

c) El concepto de movimiento (“Movimiento directo. Desplazamiento de un móvil en el sentido contrario a aquel en que un observador supuesto ve moverse las agujas de un reloj. Es el movimiento predominante en el sistema solar.”21), que también está presente en el párrafo anterior, en tanto que está relacionado con la velocidad, y adquiere plena presencia en las siguientes interrogantes: “¿Por qué los postes pasaban a toda velocidad y las montañas no se movían?”

d) Y, por último, los conceptos de tiempo y espacio, fundamentales para el desarrollo de la astronomía,22 y que se logran identificar en el siguiente diálogo: “—Mamá, ¿allá atrás se acaba el mundo? —No, no se acaba. / —No, Lorenzo, vas a ver que todo recomienza. Vas a encontrarte con un valle y a continuación otro valle. Después del Popo y del Izta hay otras montañas, otro horizonte”.

Por otra parte, en ese mismo párrafo, citado en extenso líneas arriba, es posible distinguir dos de las grandes etapas del conocimiento sobre el universo. Me refiero a:

1. La etapa de la antigüedad clásica, que consideraba que la tierra era plana (“porque seguramente llegarían al fin del mundo y caerían con todo y tren al abismo”) y

2. La etapa que inaugura la teoría heliocéntrica,23 (“la Tierra es redonda y gira, no tiene fin, sigue, sigue y sigue”), así como las discusiones acerca de la percepción de los sentidos como un primer paso en el proceso cognoscitivo (“—Te voy a llevar más lejos de lo que se ve a simple vista”), y acerca del tiempo solar, que supone el ciclo del amanecer y el del ocaso (“las puestas de sol dan la vuelta y van a otros países. Nunca se acaban”).

Ambas etapas, portadoras de planteamientos fundamentales en la historia de la ciencia, aparecen entrelazadas al conocimiento empírico que la madre promueve, impulsada por el sentido común. Y es precisamente ese conocimiento vital y cotidiano de la madre el que abre el camino para las dudas y los dilemas que llevarán al protagonista hacia el camino del conocimiento científico. Porque a partir del momento vertiginoso en el que la locomotora arranca de la estación de San Lázaro, Lorenzo de Tena ya nunca dejará de sorprenderse y dedicará su vida a desarrollar esa disciplina que busca comprender el nacimiento, la evolución y el destino final de los objetos y sistemas celestes: la astrofísica.24

El Big Bang familiar

Otro de los misterios que los niños De Tena conocieron en la huerta de Coyoacán fue el de la muerte:

Una noche, sin más, una mariposa negra voló dentro de la recámara y, a los diez minutos, Florencia ya no respiraba. Eso le dijo doña Trini a Lorenzo. Los niños, sin entender, pasaron a verla a su cama, su cabello desatado sobre lo blanco, sus manos cruzadas, un rosario negro y triste entre sus dedos. Nunca antes la habían visto rezar. Dormir sí, y lo parecía, una sonrisa sobre sus labios. Atónito, Lorenzo le pidió que despertara. Entonces los sacaron de la pieza. Nadie lloró. En la noche, Amado y Trini prendieron veladoras y un rezo monótono taladró los oídos infantiles.25

Si Big Bang es el nombre que se le da a la “Gran explosión en que una teoría cosmogónica sitúa el origen del universo”,26 también nombra, metafóricamente, la explosión familiar que causó la muerte de Florencia, porque de un día para otro los niños pasaron del ámbito rural al urbano, del cobijo de la huerta a la casa de la tía Cayetana y, al poco tiempo, se disgregaron por el universo como las pléyades27 que observaban de noche junto a su madre. “Lo peor que Florencia pudo hacerles a sus cinco hijos fue morirse”,28 dice la voz narradora, y es cierto. “Lorenzo escuchó a doña Cayetana ordenarle a Tila, la cocinera: ‘Suba usted con los huérfanos a enseñarles su recámara, las dos niñas juntas, los dos pequeños juntos, el grandecito hasta arriba, en la buhardilla’”.29

Y, a partir de ese momento, en la vida de Lorenzo, Emilia, Juan, Leticia y Santiago, la presencia de Florencia tomará la forma de un recuerdo entretejido, ya para siempre, a esa conmemoración cotidiana de la vida que era la huerta donde vivieron con su madre, y será dicha presencia la que guiará sus pasos por el mundo. Aunque Lorenzo, a diferencia de sus hermanos, tendrá además el recuerdo del viaje a Cuautla como “una imagen sepultada en su memoria”,30 que recuperará cuando ya los prodigios del cielo estaban engarzados para siempre al ritmo de su existir:

Los fenómenos celestes habían irrumpido en su vida cotidiana, y hasta en un par de maderos cruzados veía una estrella o los ejes de una explosión de supernova. Ahora su vida estaba guiada por la Cruz del Sur; rica en nubes estelares, giraba al ritmo vertiginoso de la nebulosa de Andrómeda; el cinturón de Orión lo tenía preso, su espada lo había armado caballero. A partir de ese momento las estrellas rigieron sus hábitos […] Ya no pensaba sino en esa extraordinaria y gigantesca organización de miles de millones de soles de la que él era parte. Todo volvía a su justa proporción. La muerte de Florencia había tenido una razón de ser […] seguramente en el oxígeno existente y sobre todo en el dióxido de carbono exhalado por la Blanquita andaba el aura de su madre.31

La ciencia irrumpe con tal fuerza en su mundo que, frente a la disgregación familiar experimentada, Lorenzo construye una explicación científica que, no obstante, está atravesada por el dolor de la pérdida:

Las delicadas combinaciones moleculares fueron las que empujaron a Emilia a San Antonio y los rayos cósmicos, los autores de la vida de Santiago. La de Leticia ya no le parecía tan afrentosa, obedecía a leyes, a la combinación de metano, el agua, el amoniaco, el hidrógeno, el uranio, y si resultaba primitiva era porque Emilia la mayor, con su rebeldía, había logrado salvarse de los males de la condición femenina y su descomposición vegetal […] Lorenzo supo que algo también se apagaba dentro de él. No quería ni que le llegara el eco de ese espacio sin luz, ese gas sin elementos pesados que alguna vez configuró su estrella.32

Viaje y memoria: un acercamiento desde Cántico cósmico33

Si todo es memoria, como sugiere Ernesto Cardenal en una de las 43 cantigas que forman su poema Cántico cósmico, porque “no hay nada enterrado en el olvido”,34 entonces el viaje, metáfora del deseo de su madre de que su hijo vea “más lejos de lo que se ve a simple vista”,35 se funde en la memoria de Lorenzo de Tena y en las interrogantes que se formula cuando ya Tonantzintla se había convertido en un cielo para mirar. Para mirar en tres amplias y divergentes direcciones: 1. Hacia el conocimiento ancestral condensado en la bóveda de la iglesia de Tonantzintla.36 2. Hacia la bóveda celeste a través del observatorio37 y 3. Hacia su propia vida.

Efectivamente, “Tonantzintla era un regreso a la huerta de San Lucas”38 y Lorenzo aprendió a mirar ahí no sólo el cúmulo de conocimientos que el observatorio y el entorno natural y cultural, donde fue construido, le proporcionaban,39 sino también a mirar ese otro viaje que era su propia vida: “¿Por qué no he luchado por Lorenzo el hombre como por Lorenzo el astrónomo? […] ¿Qué le importaba haber llegado a regiones alguna vez enteramente inaccesibles, de qué valían sus descubrimientos de seis objetos espectacularmente distantes sin Fausta?”40 Fausta era “el más complejo e inquietante objeto de todos los que había observado a lo largo de su ya larga vida. Por voluntad propia había elegido los objetos azules, después las estrellas ráfaga. A Fausta jamás la eligió, cayó como un meteorito sobre la cúpula del cuarenta pulgadas, hiriéndolo de muerte”.41

Fausta era “el planeta rojo descubierto a la hora del crepúsculo”,42 la única que lo hacía mirar hacia otras realidades43 y quien le había dado “una nueva conciencia de sí mismo”.44 Fausta era la mujer de quien se había enamorado, quien lo hace interrogarse sobre el amor45 y plantearse una vida distinta: “Con Fausta voy a dejar de girar en esta órbita solitaria y volveré al rumor de la vida diaria, es mi última oportunidad […] Sí, definitivamente, con ella quería vivir, no era demasiado tarde para tener hijos, una hija a la que llamaría Florencia …”46 Pero Fausta, violentada por un encuentro sexual no deseado,47 decide salvar su vida y se va de Tonantzintla: “La vi salir hace un rato. Se veía mal. Llevaba una maleta. Le pregunté cuándo volvería y respondió que nunca jamás”.48 Un final que recuerda el verso con el que Ernesto Cardenal cierra la Cantiga 4: “Dos seres se separaron para siempre/ No hubo ningún testigo en aquel adiós/ Las dos direcciones cada vez más divergentes/ como estrellas desplazándose hacia el rojo/ He pensado otra vez en vos, porque la noche está estrellada/ y miro temblar los astros a lo lejos con su luz azulosa”.49

El pensamiento funesto de que su hijo no sería feliz, que asaltaba a Florencia cuando, asustada por el ímpetu y los deseos de aprender de su hijo, buscaba “sacudirlo, quitarle peso, entrenarlo a la levedad”,50 se filtra como una sentencia en el final de la novela, y Lorenzo se queda solo, solo sin Fausta, solo bajo la bóveda celeste de Tonantzintla, solo bajo la piel del cielo: interrogando a las estrellas e interrogándose a sí mismo, que es otra forma de viaje y de memoria, porque “De las estrellas somos y volveremos a ellas”.51

Bibliografía

Baños Nocedal, Axel y David Guzmán Matadamas. “Representación de las estrellas en Tonantzintla”, Beatriz Barba de Piña Chán (coord.), Iconografía Mexicana III. Las representaciones de los astros. INAH/Plaza y Valdés, México, 2002.

Broda, Johanna y Félix Báez-Jorge (coords.). Cosmovisión, ritual e identidad en los pueblos indígenas de México. CNCA/FCE, Biblioteca Mexicana, México, 2001.

Cardenal, Ernesto. Poesía completa. T. III, Universidad Veracruzana, México, 2008.

Fierro, Julieta. Cómo acercarse a la astronomía. Limusa, México, 2005.

Gozález Rodríguez, Sergio. “Domicilio y viaje. Visitas a la alteridad”, Cinta Moebio, Revista Electrónica de Epistemología de Ciencias Sociales. Núm. 6, Chile, 1999.

Holton, Gerard. Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas. Reverté, Barcelona, 2004.

Pérez Tamayo, Ruy. Historia general de la ciencia en México en el siglo XX. fce, México, 2005.

Poniatowska, Elena. La piel del cielo. Alfaguara, México, 2001.

Villoro, Luis. Creer, saber, conocer. Siglo Veintiuno, México, 2008.

Otras fuentes

Diccionario de la lengua española (DLE), 22a ed., 2001.

Entrevista a Julieta Fierro, disponible en: http://www.astroscu.unam.mx, consultado el 10 de julio de 2006.

Historia del Observatorio Astronómico Nacional, disponible en: http://www.astroscu.unam.mx/Tonantzintla/Historia/Historia.htm, consultado el 18 de noviembre de 2016.

Matamoro, Blas. “Elena Poniatowska”, Rinconete. Centro Virtual Cervantes, disponible en: http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/abril_10/09042010_02.htm, consultado el 15 de octubre de 2016.

Observatorio Astronómico Nacional de Tonantzintla, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=vRaK-Po2hjg, consultado el 18 de noviembre de 2016.

Templo de Santa María Tonantzintla, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=balLfU3lGx4, consultado el 14 de octubre de 2016.


1 Doctora en Letras por la unam. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Profesora- investigadora de tiempo completo en el Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación, Universidad Veracruzana.

2 Sergio González Rodríguez, “Domicilio y viaje. Visitas a la alteridad”, Cinta Moebio, p. 279.

3 “Elena Poniatowska (1933). La múltiple procedencia familiar de Poniatowska –unos polacos afincados en Francia y luego trasladados a México– condicionó una vida viajera que comenzó en París, donde debió nacer, comprendió una educación europea de entreguerras y afincó en el país a cuya literatura se adscribe desde siempre. Y desde siempre ha aprovechado nuestra autora su cultura variada y mestiza, sus viajes y su ínsita curiosidad asombrada ante la variedad del mundo, para alimentar su obra”, Blas Matamoro, “Elena Poniatowska”, Rinconete, Centro Virtual Cervantes, disponible en: http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/abril_10/09042010_02.htm, consultado el 15 de octubre de 2016.

4 Elena Poniatowska, La piel del cielo, p. 9.

5 Ibid., p. 14.

6 Véase Johanna Broda y Félix Báez-Jorge (coords.), Cosmovisión, ritual e identidad en los pueblos indígenas de México.

7 Elena Poniatowska, op. cit., pp. 194-195.

8 Ibid., p. 10

9 Ibid., pp. 14-16.

10 Ibid., p. 15.

11 Ibid., pp. 16-17.

12 Ibid., p. 12.

13 Ibid., pp. 11, 15, 24.

14 Ibid., pp. 24-25.

15 Ibid., p. 9.

16 Ruy Pérez Tamayo, Historia general de la ciencia en México en el siglo XX, p. 34.

17 Elena Poniatowska, op. cit., pp. 9-10.

18 Luis Villoro, Creer, saber, conocer, pp. 14-21.

19 Diccionario de la lengua española (DLE), 22a ed., 2001.

20 Idem.

21 Idem.

22 “… de los primeros esquemas astronómicos se deducen muchas de nuestras ideas directrices en la ciencia, no sólo de metodología, sino también de conceptos específicos como el tiempo y el espacio, la fuerza y el movimiento”, Gerard Holton, Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias físicas, p. 3.

23 La teoría heliocéntrica se le atribuye a “Nicolás Copérnico (1473-1543)”, ibid., p. 32.

24 La novela de Poniatowska, según lo afirma Julieta Fierro, logra “capturar muy bien el desarrollo de la astrofísica moderna en México, que se debe en gran parte al protagonista …”, entrevista a Julieta Fierro, disponible en: http://www.astroscu.unam.mx, consultado el 10 de julio de 2006.

25 Elena Poniatowska, op. cit., pp. 26-27.

26 Diccionario de la lengua española, op. cit.

27 “… existen asociaciones estelares con muchas estrellas. Unas son los llamados cúmulos abiertos, que agrupan a cientos de estrellas más bien jóvenes. Uno de éstos es el de las Pléyades, o las Siete Cabrillas, visible a simple vista. Tales agrupaciones de estrellas tienden a disgregarse con los años …”, Julieta Fierro, Cómo acercarse a la astronomía, p. 34.

28 Elena Poniatowska, op. cit., p. 26.

29 Ibid., p. 27.

30 Ibid., p. 42.

31 Ibid., p. 172.

32 Ibid., pp. 172-177.

33 Ernesto Cardenal, Poesía completa

34 Ibid., p. 978.

35 Elena Poniatowska, op. cit., p. 9.

36 “Tonantzintla, ‘lugar de nuestra madrecita’, nos remonta a un culto primigenio dentro de las culturas mesoamericanas que mueve la religiosidad del pueblo desde sus propias raíces […] el tema principal de Tonantzintla no es sólo la asunción de la virgen al paraíso celeste para ser coronada, sino la continuidad del mundo indígena, la fertilidad de la tierra, la fertilidad de la mujer misma y el curso cotidiano de los astros. El sol naciendo por el oriente y ocultándose por el poniente, y el papel de la luna como emisario de la noche. En esta continuidad, la virgen cumple un papel importante de mediadora y de madre protectora. Ella es la estrella de la mañana, Venus o Tlahuizcalpantecuhtli, representado en la cosmogonía mexica por Quetzalcóatl; pero también es la estrella vespertina Xólotl, hermano gemelo del primero […]”, Axel Baños Nocedal y David Guzmán Matadamas, p. 181. Véase también Templo de Santa María Tonantzintla, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=balLfU3lGx4, consultado el 14 de octubre de 2016.

37 Me refiero al Observatorio Astronómico Nacional. Al respecto, cito lo siguiente: “En 1951 se trasladó la estación del Observatorio Astronómico Nacional de Tacubaya dependiente de la unam a Tonantzintla, Puebla, contigua al Observatorio Astrofísico Nacional de la Secretaría de Educación Pública. Cuando ocurrió el traslado de los telescopios de Tacubaya a Tonantzintla, el principal instrumento era la Carta del Cielo. Esta decisión se debió a que las condiciones atmosféricas en Tacubaya eran poco favorables a la observación, mientras que las condiciones en Tonantzintla sí lo eran. También se debió a que desde 1948 el Sr. Guillermo Haro fue simultáneamente director del Observatorio Astronómico Nacional en Tacubaya y director del Observatorio Astrofísico de Tonantzintla, por lo que durante los 20 años que el Sr. Haro ocupó ambas direcciones las trayectorias de ambas instituciones fueron muy semejantes. En 1961 se inaugura el nuevo telescopio del Observatorio Astronómico Nacional en Tonantzintla; éste es un instrumento moderno, de 1 m de diámetro. Desde entonces se ha llevado a cabo trabajo principalmente en este telescopio con sus instrumentos de apoyo. Hacia 1966 se reconoció la necesidad de construir un telescopio de mayor diámetro, pero resultó evidente que el sitio en Tonantzintla ya no era adecuado para tal fin. Por lo cual se buscó un sitio con las mejores características en cuanto a oscuridad de cielo, baja nubosidad y baja turbulencia atmosférica. Este sitio es precisamente la Sierra de San Pedro Mártir, donde se ha llevado a cabo la extensión y desarrollo del Observatorio Astronómico Nacional …”, disponible en: http://www.astroscu.unam.mx/Tonantzintla/Historia/Historia.htm, consultado el 18 de noviembre de 2016. Véase también: https://www.youtube.com/watch?v=vRaK-Po2hjg, consultado el 18 de noviembre de 2016.

38 Elena Poniatowska, op. cit., p. 193.

39 “Cuando el sol iba camino al cenit, Lorenzo, de espléndido humor, entraba al cuarto oscuro a revelar sus placas para luego sentarse frente al microscopio y examinarlas. El mundo aparentemente inanimado que había visto insomne la noche anterior se concentraba en una placa y Lorenzo marcaba la estrella con una diminuta equis […] Arraigados a su tierra, los del pueblo no sólo pisaban los huesos de sus muertos, tenían una sabiduría tranquila que los hacía decir que si las estrellas en la noche se veían pequeñitas era porque están más lejos de lo que alcanzamos a entender. Conocían al sol por lo que le hace a la tierra, a sus huesos, a su propia piel y lo estudiaban para levantar muros de adobe y techar su casa, llevaban los ciclos solares en las venas y las preguntas que le hacían a Lorenzo no tenían nada de artificiales, al contrario, provenían de una sabiduría antigua”, ibid., pp. 193, 195-196.

40 Ibid., p. 472.

41 Ibid., p. 447.

42 Ibid., p. 471.

43 “A usted se le escapan muchos temas esenciales o a lo mejor no quiere verlos. No ha logrado la combinación de lo muy grande con lo muy pequeño. A diferencia de Einstein, todavía no se da cuenta (o no quiere darse cuenta) de que todo es relativo y que una lesbiana sobre la Tierra es parte de la ley de atracción universal de Newton desde 1687. Tiene usted tres siglos de retraso, doctor …”, ibid., p. 420.

44 Idem.

45 “Desde que comenzó a tratarla, su corazón y su cabeza eran un tormento. Fausta lo hería en lo más hondo. ¿Era eso el amor?”, Elena Poniatowska, op. cit., p. 440.

46 Ibid., p. 472.

47 “… él no vio la expresión de su rostro ni oyó el rechazo en su voz, tampoco percibió la indignación de su cuerpo. La hizo rodar sobre la cama, le arrancó el camisón y sin más, sin desvestirse siquiera, se aventó encima de ella con toda la urgencia de años de soledad, el dolor de esta relación tantas veces aplazada”, ibid., p. 470.

48 Ibid., p. 473.

49 Ernesto Cardenal, Poesía completa, t. III, p. 919.

50 Idem.

51 Ernesto Cardenal, op. cit., p. 918.