Nadie les pidió perdón. Daniela Rea. México: Ediciones Urano, 2015.
Carlos Villarreal1
Existe una fotografía de José Saramago durante una visita a los sobrevivientes de la matanza de Acteal. En la imagen, Gerónimo Vázquez le muestra su mano, pequeña como corresponde a un niño de cuatro años. Sin embargo, en su manita ha debido caber todo el horror del mundo, porque los paramilitares le amputaron cuatro dedos. Esa foto captura el instante en que Saramago voltea su rostro, apretando sus párpados, horrorizado.
Este gesto reproduce la reacción usual de cualquier ciudadano ante las barbaridades que ocurren a nuestro alrededor y reclaman nuestra atención. Por eso, nuestra primera reacción es mirar para otro lado, como si así pudiéramos escapar del peso de nuestras responsabilidades. No quisiéramos saber y, sin embargo, lo necesitamos. Justamente esto lo ha entendido Daniela Rea (1982), y por eso se ha impuesto la tarea de narrarnos cómo el Estado mexicano se ha convertido en el victimario de aquellos que debe proteger y, al mismo tiempo, cómo ante lo terrible se manifiesta una capacidad de regeneración de la que no creeríamos ser capaces. De ahí el subtítulo del libro, Historias de impunidad y resistencia, es decir, historias donde la pérdida y la terquedad se entretejen como contrapuntos.
La joven autora se formó como reportera bajo la tutela del maestro Luis Velázquez Rivera en Veracruz, mientras estudiaba la licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Veracruzana y, posteriormente, siguió fraguando su profesión en la redacción del diario Reforma. Por eso porta el sello de la casa del periodismo: se privilegia el dato duro, los documentos y los registros precisos. Nadie les pidió perdón se fundamenta tanto en las cifras que permiten entender las magnitudes de nuestra desgracia como en el análisis de la complejidad social que compara casos y contrasta el registro de la realidad con la ley, la moral y el sentido común.
Este libro puede leerse también como una bitácora de viajero. Y el viaje de Daniela implicó entrar en zonas consideradas como peligrosas, en las zonas marginales de Ciudad Juárez o en los territorios en los que el Estado renunció a entrar, propiciando la aparición de fuerzas armadas comunitarias. No menos difíciles, pero sin arriesgar su integridad física, resultaron las incursiones en archivos desintegrados, memorias cruentas y recuerdos tristes, reconstruyendo crímenes de Estado que fueron ocultados, en ocasiones a través de coartadas torpes y, muchas veces, exhibidos con el cinismo que da el autoritarismo, la corrupción y la impunidad ante la impotencia de los ciudadanos. Pero sucede que estos ciudadanos pasan de la impotencia a la resistencia creativa, con una terquedad que los impele, con sus escasos recursos, a enfrentar al ogro que dejó de ser filantrópico.
Por otro lado, la empresa es acometida con una narrativa que evidencia las influencias que le han dejado a Daniela lecturas tan diversas como la novela negra, la poesía o la obra de Foucault y Lévinas, entre muchos otros géneros y autores. Pero aunque la condición de lector es necesaria para todo aquel que se considere periodista, no resulta suficiente. Daniela es, además, como tantos otros periodistas de su generación, alguien en formación permanente, que no sólo participa en los cursos que brinda la Red Periodistas de A Pie, sino que busca ir ampliando sus dominios, lo mismo experimentando con su cámara fotográfica que acudiendo a talleres de historieta y a clases de documentalismo.
Por eso hay un estilo gráfico en su forma de contarnos estas diez historias. Su narración privilegia la mirada, que se ordena como si se tratase de manejar una cámara: enfoques que contrastan lo lejano y lo cercano, la interioridad y la exterioridad, el punto de vista objetivo y la mirada subjetiva. En cada crónica, sus descripciones se asemejan a montajes cinematográficos que involucran perspectivas y planos. Con esta estrategia retórica, el lector se convierte en algo más: un testigo presencial de estas historias que, merced a un estilo ameno, se interesa y se compromete para, en el mejor de los casos, transformar la repelente realidad.
Sin embargo, Daniela no se conforma con los recursos tradicionales del periodismo y con las formas narrativas innovadoras que ha venido utilizando por su cuenta. No puede quedar satisfecha con una forma diferente de contarnos el dato duro, porque el dispositivo que organiza nuestro régimen incluye meter en una fosa común a todas las víctimas, ocultando sus rostros singulares, únicos, bajo la homogenización del número. De este modo, se desactiva la urgencia, la pulsión vital de cambiar este estado de cosas que nos dirige hacia la muerte. Ya no hay prisa, porque la víctima no es un semejante, un ser vivo, sino un número más dentro de la rutina aceptable que nos cobija con la idea de que esto no puede pasarnos porque ellos son una abstracción y nosotros somos especiales, somos personas humanas.
Por eso Daniela cita a Derrida con lágrimas en los ojos: “Cada vez única, el fin del mundo”. De modo que el dato duro simplemente es un accesorio para lograr la inmersión en el Otro. Y a través de los sueños, de la poesía, de frases de las víctimas, va reconstruyendo sus rostros, reconstituyendo su identidad y devolviéndonos, al mismo tiempo, una posibilidad de sentido que antes estaba cancelada.
Al transgredir la línea que separa la objetividad de la subjetividad dentro del periodismo tradicional, Nadie les pidió perdón se vuelve un trabajo de interés multidisciplinario. Sin pretender agotar las posibilidades, en este libro hay vetas de reflexión que resultan ser competencia de:
La Historia contemporánea: Daniela se plantea siempre este trabajo como la preservación del testimonio. ¿Para qué? Para no olvidar y no repetir el pasado. Por mencionar sólo dos casos de Nadie les pidió perdón, al rescatar la memoria de una víctima de la guerra sucia desde la década de los setenta, nos muestra cómo la violencia y la impunidad no son exclusivas de un sexenio, sino rasgos estructurales del Estado mexicano. Documentando el laberinto político que dio origen a las fuerzas de seguridad comunitarias, logra ofrecer versiones alternativas al oficialismo que priva en los medios informativos.
Los Derechos Humanos: al mostrar cómo el ámbito de las prerrogativas del hombre debe abordarse desde la compleja realidad y no a partir de aspectos aislados y tratados burocráticamente, este libro documenta cómo los organismos de derechos humanos deben replantear su trabajo, tomando en cuenta que la generalización de la Ley entra en tensión permanente con la singularidad de estas vidas concretas que buscan justicia.
El Análisis del discurso: la violencia que ejerce el Estado revela la precariedad de un mundo social que cotidianamente percibimos simple y monolítico. Ante sus catástrofes, las víctimas se ven obligadas a resignificar los términos con que han construido su mundo. Según Ernesto Laclau, el dictador y el tecnócrata están hermanados por la pretensión de clausurar el discurso, homogenizando y cerrando las posibilidades de resignificación, mientras que las víctimas de la violencia se constituyen en diferencias que el discurso político del Estado intenta, sin éxito, desactivar. Eso explica la estrategia oficialista de aislamiento.
Las Metodologías de corte cualitativo: Las vías de acceso que plantea Daniela en su labor periodística también son innovaciones metodológicas. Sus textos son dignos de reflexión en cualquier clase de metodología tanto por la exploración a través de los sueños de las víctimas como por ese capítulo final, donde Daniela se explora a sí misma, cumpliendo con el precepto de rigor metodológico cualitativo: dar cuenta en todo momento de la posición del sujeto que conoce frente a aquello que está conociendo.
Los límites entre el periodismo y la literatura: este libro se pasea en los límites disciplinarios que separan al arte del periodismo, porque la transgresión no es un problema, sino una posibilidad que favorece a la comprensión de la información.
La filosofía: No sólo se convoca la reflexión de Derrida; es inevitable pensar, por ejemplo, en La inmanencia: una vida de Gilles Deleuze y en Homo Sacer de Giorgio Agamben, donde los filósofos ajustan cuentas con el mundo moderno en el que se emplean estrategias sofisticadas para privilegiar las abstracciones mientras se olvida el sufrimiento concreto.
Pero tal vez la parte más interesante de este libro (como en cualquier libro) es aquella que no podremos ver: cómo la experiencia del autor termina por transformarlo definitivamente. Y en el caso de Daniela Rea es evidente que estas historias las lleva a flor de piel y que la han cambiado definitivamente, de manera que el autor se vuelve, paradójicamente, un producto de su obra.
1 Doctor en Historia y Estudios Regionales por la Universidad Veracruzana. Docente de tiempo completo en la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana