Representaciones y roles femeninos en
el cine mexicano de luchadoras
Female Roles and Representations in Mexican Wrestling Films
Ricardo Cárdenas Pérez[1]
RESUMEN
La
lucha libre es un deporte-espectáculo en el que se entremezcla el misterio, el
sonido, la imagen parafernálica, las máscaras, los rostros y los equipos que se
utilizan. Estos elementos a través del cine componen la iconicidad plástica y
mediática propia de este espectáculo. El objetivo de este artículo es explicar
cómo se configuró una identidad fílmica de la mujer luchadora mexicana. La
hipótesis de trabajo es que la gestación de la identidad femenina dentro del
espacio arena entendido como lugar mediático se dio desde una plataforma de
comunicación, de tal manera que se establece una relación entre la lucha libre
como actividad performativa y como actividad mediatizada. Dicha correlación es
entendida como parte de una construcción identitaria de la condición de género,
forjada desde la cultura en la cual se desenvuelven los individuos.
ABSTRACT
Mexican
wrestling —lucha libre— is a
sport-spectacle that combines mystery, sound, accessorized images, masks,
faces, and the equipment used therein. In the cinema, these elements constitute
the spectacle’s distinctive plastic and mediatic iconicity. The goal of this
article is to explain how the filmic identity of the Mexican female wrestler
has been configured, working from the following hypothesis: that the genesis of
feminine identity in the space of the ring, understood as a mediatic space,
arose from a communication platform, establishing the relation between
wrestling as a performative activity and as a mediatic one. This correlation is
understood as part of a gendered construction of identity, forged in the
cultural context proper to each individual.
PALABRAS
CLAVES
Roles;
género; lucha libre; cine
KEYWORDS
Gender
roles; wrestling/lucha libre; cine
Introducción
La lucha libre es un mundo mágico lleno
de formas. Es un abanico que abre diversas posibilidades que dibujan sutilmente
una textura del mundo sociocultural. En este deporte espectáculo se mezcla el
misterio, el sonido, la imagen parafernálica, las máscaras, los rostros y los
equipos que se utilizan. Estos elementos, a través de los medios de
comunicación, componen la iconicidad mediática del cosmos del costalazo. El objetivo es explicar cómo
se representaron los roles femeninos en el cine de luchadoras, entendiéndose
éstos como espacios de acción de la lucha libre.
La pregunta
que guía este artículo es: ¿cómo se representó el rol femenino en el cine de
luchadoras? Considero que se construyó una identidad dentro del espacio arena entendido
como lugar mediático. En éste se construyó una plataforma de comunicación. La
mirada se centra en la relación entre la lucha libre como actividad performativa y la identidad mediatizada.
Dicha correlación es entendida como parte de una construcción identitaria de la
condición de género forjada desde la cultura.
Antes
de la batalla. Apuntes teóricos y metodológicos
Considero que la lucha libre se puede
estudiar en su entorno social como un espacio histórico en el cual la mujer
dejó plasmada su participación en la transformación de las estructuras sociales
de la condición de género. La luchadora mexicana fue ejemplo de la defensa de
un espacio laboral y deportivo, y pudo así construir de manera muy particular
su identidad de género, por su fortaleza física, por su sexo, por el hecho de
ser mujer.
Dos íconos
han acompañado de manera referencial la feminidad nacional desde la etapa
colonial: la virgen de Guadalupe y la Malinche. Estás representaciones son
consideradas como forjadoras de una cultura de invisibilidad que, por un lado,
ha condicionado a la mujer a supeditarse sólo a la vida privada, a las labores
domésticas y a la vida reproductiva y, por otro, relaciona la vida pública
femenina con la imagen de la mujer sensual, sexual y prostituta.
Entre los
años cuarenta y cincuenta, el Estado mexicano se encontraba en un proceso de configuración
de la modernidad.[2] Para
algunas colectividades urbanas y rurales, la incipiente imagen modernizadora no
era reflejo de sus concepciones de vida. Estas encontraron las imágenes e íconos
que los identificaran como grupo cultural en el sincretismo religioso de la
vida nacional, los espectáculos, las manifestaciones artísticas, los deportes y
las tradiciones, así como los mitos y las leyendas que han forjado su
identidad. Miraron el reflejo de la vida en el otro, y para ellos el otro
representaba el sueño, el deseo inalcanzable, la imagen idealizada del yo en la
otredad.
Lo que
busco mostrar es que en la lucha libre femenil de los años cincuenta se
configuró una identidad que, considero, se puede denominar transmutable, la
cual es una autoconcepción del yo que transita por diferentes contextos
sociales, mutando o adaptándose a las necesidades de la realidad cotidiana.
Dicha concepción del yo se construye en función del otro; es decir, el yo
observa en el otro elementos que se apropia y resignifica en su vida
particular.[3] La
construcción conceptual de esta identidad de manera empírica abarcó un periodo
de gestación, desarrollo y manifestación, que va de 1935 a 1962. La elección
del marco temporal responde a cuatro coyunturas o ejes temporales:
1. La presentación de las primeras
luchadoras en la capital país, así como la participación de la primera mujer
mexicana en la lucha libre femenil en la arena México, en el año de 1935.
2. La aparición, entre 1950 y 1952, de la
televisión en México, así como de las transmisiones de lucha libre y la
intervención de gladiadoras mexicanas.
3. La prohibición de la práctica
luchística femenil, por impulso de Ernesto Peralta Urruchurtu, en la ciudad de
México, en 1956.
4. La filmación de la primera película
del cine de luchadoras en 1962.
Desde 1935
hasta 1962, las gladiadoras del ring transitaron el devenir histórico
construyendo una identidad específica de su actividad deportivo-laboral. Es
importante subrayar aquí un evento que afectó ese devenir de la lucha libre
femenil: el decreto de prohibición expedido por Ernesto Peralta Uruchurtu en la
ciudad de México, en el año de 1956; se sabe que dicha proscripción tuvo efecto
únicamente en la capital del país, y que duró hasta 1986.
Ahora bien,
lo que se busca en este trabajo es comprender la actividad, el rol y el papel;
la ruptura, los cambios y la continuidad en la imagen de las gladiadoras
mexicanas. Asimismo, explicar cómo se construyó la noción de identidad de las
luchadoras mexicanas en relación con el arquetipo de mujer mexicana de los años
cincuenta.
Para
comprender cómo se construyó la identidad de la mujer en el deporte-espectáculo
de la lucha libre, se debe tomar en cuenta las categorías metodológicas de
género y las relaciones de poder que se establecen en la vida social de las
protagonistas de esta historia. Por otra parte, a partir de los estudios de
teatralidad, se plantea la noción de performance
lucha libre, y se sugiere visualizarla como un paradigma explicativo de las
representaciones de la vida social luchística. Dicha noción será una guía para
analizar la lucha libre no sólo como un espectáculo, show, ritual, representación, drama social o puesta en escena, sino
como una construcción cultural en la que se engloban elementos como deporte,
trabajo, diversión, competencia, actuación. El performance lucha libre es entendido como una
realidad-representación que se genera desde un impulso creativo –tanto del
luchador como del espectador– y que forja una noción representativa desde una
posición participante. Ésta forma un discurso que transita entre la creación y
la evocación de la memoria, en un tiempo generador de un momento específico,
del combate de lucha a la vida diaria de la luchadora, y crea un canal de
intersubjetividad entre luchadora y espectador.[4]
A partir de
aquí, surgen las interrogantes que tienen como finalidad hacer un zoom sobre el tema para problematizarlo.
La primera pregunta que emerge es: ¿cuál fue el papel de la mujer luchadora en
la lucha libre? Esto lleva un orden de ideas encadenado a la construcción de
identidad con la noción de performance,
lo que nos lleva a la pregunta: ¿la identidad de género fue trastocada en la
lucha libre? Si fue así, los espacios en donde se desenvuelve el accionar
femenino se configuran en función de las necesidades específicas del deporte performativo; por lo tanto, ¿las
relaciones de poder en las cuales participó la mujer luchadora fueron construidas
a partir de significaciones propias de la lucha libre? Dichas preguntas
introducen el universo empírico histórico que hemos de plantear. ¿Por qué fue
censurada la lucha libre femenil en la ciudad de México? Esto lleva al análisis
de la relación entre la censura y el discurso moralizador del Estado, así como sus
implicaciones lingüísticas.
Ahora bien,
el análisis de las fuentes hemerográficas se efectuó también a partir de un
armado teórico. La mirada se enfocó en observar, a través de periódicos y revistas,
la manera en que los periodistas definían a la mujer luchadora, plasmando un
discurso de género desde la masculinidad, el cual sugirió contemplar el
diferente manejo de la figura de la mujer en las revistas, así como ver la
continuidad de las imágenes de las luchadoras mexicanas y su gran similitud respecto
de las luchadoras norteamericanas. Esto exigió reforzar los argumentos situando
el contexto histórico, social, político y cultural de la mujer mexicana de
mediados del siglo pasado, para entender que la mujer luchadora formó parte de
un México en configuración modernizadora. De este modo, la construcción de la
identidad femenina en la lucha libre se produjo desde el simbolismo y la
cultura. Es por esto que se consultaron otras fuentes sobre diversos discursos
e imágenes que muestran otro tipo de representaciones de la mujer de esos años.
La
lucha libre femenil
La lucha libre en nuestro país tiene su
origen en dos deportes extranjeros: el catch
as catch can[5] francés,
o lucha de captura, y el wrestling
estadounidense. El pancracio mexicano
–sobrenombre con el que aquí se conoce a este deporte– tiene su base en dichas
artes de combate. Estudiosos del tema, sobre todo reporteros y periodistas de
lucha libre, señalan que, a finales del siglo XIX, ya había presencia de este
deporte en el país. Según éstos, durante la intervención francesa, los soldados
galos practicaban el catch en lugares
públicos, despertando la atención de algunos curiosos.[6]
Durante este periodo, destacó la figura de Antonio Pérez de Prian, conocido
como el Alcides Mexicano, quien es considerado el primer luchador nacional. Las
actuaciones de éste se realizaban en arenas circenses y en ferias pueblerinas,
en las cuales se dejaba desafiar por el público. Posteriormente, Pérez de Prian
abrió un gimnasio higiénico y medicinal en el centro de la ciudad de México,
aventura que tuvo poco éxito (Möbius, 2007: 66-69).
La etapa de
hombres fuertes que desafiaban al público tuvo un giro en los primeros años del
siglo XX. Michaud Planchet, empresario de origen francés, organizó en México una
función de lucha grecorromana en una plaza de toros, introduciendo esta
vertiente de combates. En junio de 1903, apareció otro luchador mexicano,
Enrique Ugartechea, quien enfrentó en la plaza de toros Chapultepec al Hércules
italiano, gladiador de origen europeo que se hacía llamar Rómulus. En las
primeras décadas del siglo XX, en algunos circos, carpas y teatros, se
presentaron luchadores extranjeros que despertaron cierta curiosidad en el
público mexicano.
En la
primera década del siglo pasado, hubo un par de empresas que buscaron despertar
el interés del público, pues la lucha se consideraba un deporte para “brutos”
de clase social ínfima. Una de ellas presentaba sus funciones en el Teatro Principal,
en la cual Giovanni Relesevitch fungía como promotor. La otra tenía su sede en
el Teatro Colón; ésta era respaldada por un promotor de nombre Antonio
Fournier, y contó con figuras como el Conde Koma y el japonés Nabutaka. Dichas
compañías desaparecieron cuando se desató la violencia a raíz del movimiento
revolucionario. Sin embargo, en los últimos años de la década de 1910 y
principios de 1920, volvieron las funciones de catch. En 1921, se presentaron los luchadores León Navarro y el rumano Sond y, en el año de 1923, arribaron al
país el japonés Kawamula y el Hércules Sampson.[7]
La llegada
de la lucha libre significó un entretenimiento atractivo para los jóvenes de la
época, sobre todo para un nutrido grupo de estudiantes de medicina y de
ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el año de 1930, se
inauguró la arena Modelo, que sería sede de un torneo organizado por
estudiantes aficionados al deporte. Las luchas eran a un round de diez minutos; las peleas consideradas de campeonato, a dos;
y, en caso de que hubiera empate, se luchaban dos asaltos extras de tres minutos. El encargado de entrenar a los
jóvenes entusiastas e incipientes luchadores fue un gladiador apodado el Olímpico Álvarez. La final de éste
torneo enfrentó a Ángel Torres Fernández Flammarion
y Leopoldo Báez, quien resultó derrotado.[8]
La arena Modelo originalmente se ubica en la estación de tranvías de la
Indianilla. En los alrededores había una vasta zona comercial: puestos de comida,
centros nocturnos, cantinas y salones de bailes eran aledaños a edificios
viejos y vecindades. Sin embargo, el evento que mayor impacto tuvo fue la
presentación de un grupo de luchadores extranjeros autodenominados “La Pandilla
de Desesperados” que comandaba Erby Swift, el cual se presentó en la arena
Nacional en enero de 1931. Entre los que destacaban por su corpulencia, estaban
Cowboy Rusell, así como Henríquez y
un gladiador de origen alemán de nombre Korter. En esta etapa inicial,
aficionados de diversa índole gozaban de la “danza salvaje,” en espacios o
lugares acondicionados para la práctica del deporte. En tales instalaciones los
jóvenes comenzaron a practicar, sin saber que estaban iniciando las bases
elementales de la lucha olímpica y de la intercolegial. Con el paso de los años,
este grupo se consolidó en el Casino de la policía, el cual es considerado la
primera escuela de lucha libre en el país; dentro de ésta, Gonzalo Avendaño
fungía como el entrenador. Entre los nombres destacados de esta etapa embrionaria
se encontraban: Carlos Meza, Gilberto Gómez, Nicolás Veloz (el Ciclón Veloz), Ramón Romo, Adolfo Patrón Bonales, Tony Infante, Ray de
Alva, Arturo Martínez, Mario Muñoz, Rafael Amaya, Luis Mariscal, Eduardo Dientes Hernández y Jack O'Brien. A
pesar de este grupo tan importante surgido de la arena Modelo, ésta, con sus
graderías de madera, sus dos pisos y sus incipientes aficionados, fue
clausurada.[9]
Foto 1. Luchadores en el Teatro Abreu.[10]
La recepción del público fue, en
primera instancia, satisfactoria, pues el espectáculo ofrecido era novedoso y
atrayente. Los cuerpos fornidos y los espectaculares movimientos atléticos
hacían de este deporte un entretenimiento muy concurrido entre el público
capitalino. Para septiembre de 1933, por impulso de los empresarios Salvador
Lutteroth, Mike Corona y Francisco Ahumada –el primero presenció uno de los
primeros torneos de lucha entre jóvenes mexicanos; posteriormente fomentaría
este deporte y, a la postre, será considerado el padre de la lucha libre mexicana–,
se funda la organización luchística más importante de México: la EMLL (Empresa
Mexicana de Lucha Libre, hoy Consejo Mundial de Lucha Libre). La noche del
jueves 21 de septiembre de 1933 se ofreció el primer cartel en la antigua arena
Modelo, rebautizada México –esta fue demolida en 1965 y hoy es el
estacionamiento de la moderna arena ubicada en Doctor Río de la Loza núm. 94–, que
contó con luchadores de renombre de la época, entre los que destacaban: Yaqui
Joe, Bobby Sampson, el luchador de origen chino Leong Tin Kit Achiú, Ciclón Mackey, así como los mexicanos
Antonio Rubio, Jesús Castillo, Flammarion y Pavía. Los precios de entrada de
aquella legendaria función fueron los siguientes (en pesos): entrada general,
1.00; ring general, 1.50; ring numerado: 1a fila, 4.00; 2a fila, 3.50; 3a y 4a
filas, 3.00; 5a a 7a filas, 2.50 y 8a a 13a filas, 2.00. La crónica de la época
señaló: “Los aficionados salieron todavía sin saber a ratos qué había pasado;
pero ya conocerán a fondo el espectáculo y estamos seguros de que será un éxito”.[11]
Bajo este
contexto, en la década de 1930, el deporte de los costalazos en México abrió la posibilidad para que el público
nacional observara la lucha de mujeres. Es así como nace, de manera casi invisible,
la lucha libre femenil mexicana. Frank Moser fue el empresario que, en julio de
1935, presentó la primera función de lucha femenil, después de haber visto
luchar a unas mujeres en la ciudad de Chicago. La lucha femenil era desconocida
en el país, por lo que la presentación causó curiosidad y desconcierto entre el
público capitalino.
La primera
función tuvo como sede la arena México e iba a ser llevada a cabo el miércoles
10 de julio de 1935; sin embargo, se reprogramó para el día viernes 12 del
mismo mes y año. Esto fue debido a un accidente automovilístico en el cual se
había visto involucrada la luchadora Paulinne White. Para ocupar el lugar de
White, fue requerida otra atleta de origen mexicano, pero avecindada en el Paso
Texas; esta fue Natalia Vázquez, que en esa ocasión hizo su debut ante el
público nacional y quien es considerada la primera luchadora mexicana. Existen
registros de otra luchadora de ascendencia nacional llamada Rita Martínez, la
cual enfrentó en repetidas ocasiones a la campeona estadounidense Mildred Burke,
entre 1935-1937.[12]
En el
periódico La Afición, Carlos Vera, redactor del diario, señaló: “Mediocre fue la
exhibición que dieron en su debut las luchadoras”, y agregó que sólo se
efectuaron dos de las tres luchas femeniles programadas. En el enfrentamiento
estelar, Mae Stein, luchadora acostumbrada a enfrentar a hombres debido a su
corpulencia, venció fácilmente a Teddy Meyers. El match entre Katherine Hart y Dot Apollo, en opinión de Vera, fue el
mejor. Natalia Vázquez ni siquiera arribó al ring, debido a que no tuvo
contrincante. Jack O´Brien y Alfredo Ontiveros subieron al encordado como
emergentes para cubrir la lucha que no se efectuó; según Vera, este
enfrentamiento logró enardecer al público. Al final de su nota, el reportero
sentenció: “Un espectáculo mediocre, que no logró despertar un fuerte interés
en el público”.[13]
Durante los
días siguientes, se ofrecieron dos funciones más, en las cuales las mujeres
tuvieron oportunidad de subir al encordado. Hay que recordar que, salvo Natalia
Vázquez, el resto de las luchadoras era de origen extranjero; entre ellas se
encontraban: la estadounidense Katherine Hart, la francesa Louis Francis y la
alemana Mae Stein. Después de un tiempo considerable, en 1942 se realizó otra gira
con luchadoras extranjeras, con la participación de Mildred Burke, Betty
Garvey, Mae Young, June Byers y Rose Evans. En 1945, Burke regresa a México,
acompañada por Mae Young, Nelly Steward, June Byers y Rose Evans, quienes se
presentaron en la arena Coliseo el 6 de julio y el 13 y 20 de agosto del mismo
año.[14]
Foto 2. Lucha de mujeres
norteamericanas.[15]
Así, la semilla estaba plantada. Con el
paso del tiempo, la mujer mexicana tendría un espacio disponible en la lucha
libre profesional. En años posteriores, se daría inclusión a personas de baja
estatura y a luchadores gay y con cargadas tendencias transexuales: la
denominada lucha de exóticos, en algunos casos interpretando un personaje y, en
otros, demostrando abiertamente su preferencia sexual.
Será hasta
la creación de la empresa Televicentro que aparecerán las luchadoras que
tuvieron mayor proyección en la década de los años cincuenta, y que
posteriormente se verían afectadas por un veto a su profesión,[16]
entre las que se encontraban La Enfermera del Médico Asesino, La Dama
Enmascarada y Chabela Romero. Ellas tuvieron participación en las pantallas
televisivas y, con esto, mediatizaron su profesión de luchadoras.
Para la
década de 1950, la lucha libre estaba consolidada en el gusto del público. Así,
la práctica deportiva que pone en representación el combate de las dos fuerzas de
la inveterada dualidad sobre un ring, transita por el cambio que estaba sucediendo
en el país: la ansiada modernidad (Joseph, Rubenstein et al., 2001: 330-372).
El arte del catch es un reflejo de un
México abigarrado, un México crecientemente urbano; en el barrio, en las zonas
populosas, se construyen códigos verbales, símbolos lingüísticos que, dentro de
la arena de lucha libre, se apropian y reproducen, otorgándoseles un
significado especial, creándose casi un metalenguaje (Ducrot y Todorov, 2003: 39),
propio del arte del gotch.
Lucha
libre femenil fílmica
El cine de lucha libre tiene un lugar
especial en la cultura fílmica mexicana. Rafael Aviña considera que por medio
de la lente se proyectaban los “espectaculares y agitados combates” y que, en
ocasiones, eran mero relleno a la usanza de las canciones en la comedia
ranchera. Sus antecedentes se pueden rastrear en las aventuras de los comics norteamericanos y en las series
de héroes justicieros. Sin embargo, para Aviña, si algo define al género es su
calidad de “híbrido”, y señala que en éste se apreciaban “historietas y
seriales de aventuras estadounidense, el melodrama mexicano, el cine de horror
fantástico, el propio espectáculo de la lucha libre” (Aviña, 2004:186). Por otro
lado, Álvaro Fernández considera que el cine de lucha libre se puede definir
como un “macrogénero” que aglutina de manera muy particular lo más elemental
del cine de gangsters, el melodrama
arrabalero, el amplio campo del cine de aventuras: ranchero, western, el musical ranchero; pero
retomando especialmente el cine de horror y lo que Fernández identifica como
“una supuesta ciencia ficción” (Fernández, 2004: 125).
En el caso
de las mujeres luchadoras, el inicio de su participación en el séptimo arte se
dio de forma peculiar pues, curiosamente, se presentó después del veto que el
regente de la ciudad de México aplicara a la lucha femenina. Las cinco
películas que se filmaron con el tema de luchadoras fueron estelarizadas por
actrices y no por luchadoras, caso contrario al cine de luchadores, en el cual
los héroes del ring eran los protagonistas y no meras comparsas. Así recuerda
Lorena Velázquez su participación en estas cintas:
¡Que nadie se entere de que hice una película de luchadoras!,
me dije. Pero me llevé una sorpresa agradable porque fue un éxito. Todo mundo
se enteró. Al igual con las del Santo. Otras películas con argumentos “dizque”
más serios y profundos no tuvieron el éxito popular que tenían estas películas
(Schmelz, 2004: 76).
Lorena Velázquez y la norteamericana
Elizabeth Campbell protagonizaron la primera película de luchadoras, Las luchadoras vs. el Médico Asesino
(René Cardona, 1962). Para la siguiente entrega, Las luchadoras vs. la momia (René Cardona, 1964), se repitió el mismo
reparto; y en la tercera película, se contrató de nuevo al crew estelar, dando un pequeño giro tanto a la historia como al
título de la cinta: Las lobas del ring
(René Cardona, 1965). En este film destacó la labor en el guion de Jesús Murciélago Velázquez, conocido luchador,
escritor y guionista.
Entre los
elementos que diferenciaron a Las lobas
del ring del resto de las películas, se destaca una mayor participación de
las luchadoras en la obra. La luchadora profesional Chabela Romero cumplió con
una destacada actuación. Los diálogos resaltaban la importancia de la
preparación de las mujeres luchadoras, en el entendido de que, si querían
destacar en la profesión, debían esmerarse en pulir sus conocimientos
deportivos. En un par de secuencias, las luchadoras hacen frente común, sin
importar al bando al que pertenecían, para enfrentar las actitudes machistas y
territoriales de los luchadores.
Las tres
primeras entregas tuvieron un relativo éxito de taquilla. A decir de Emilio
García Riera: “Lamentablemente estos personajes femeninos vinieron a emular las
hazañas de las frecuentes machorras” (García, en Romero, 2010: 43). En Las mujeres pantera (René Cardona,
1967), actuó de nuevo Elizabeth Campbell, además de Ariadna Welter y Yolanda
Montes Tongolele. Para la última
entrega, Las luchadoras vs. el robot
asesino (René Cardona, 1969), las actrices que estelarizaron la cinta
fueron Regina Torné y Malú Reyes (Carro, 1984).
Es necesario
hacer notar tres cosas. La primera es que todas estas cintas fueron dirigidas
por el mismo director, René Cardona. La segunda es que en todas las cintas
participaron luchadoras profesionales mexicanas actuando en las secuencias de combate
en el ring y, en algunos casos, también como dobles de las actrices estelares.
Entre las que destacaron se encuentran Toña la
Tapatía, Chabela Romero, Martha Güera Solís e Irma González. Y la tercera
es que las cinco películas giran en torno a la historia de dos luchadoras
ficticias: Loreta Venus/Gaby Reyna –Lorena Velázquez, Ariadna Welter, Regina
Torné– y The Golden Rubí/Gemma –Elizabeth Campbell, Malú Reyes–, quienes
destacaban en su caracterización por sus rasgos fenotípicos, su estándar de
belleza correspondiente a una moderna clase media, su físico más estilizado y
la agilidad e inteligencia de sus personajes. En contraste, el físico de las
luchadoras profesionales se caracterizaba por su corpulencia, robustez,
estatura baja, tez morena y rasgos indígenas.
Foto 3. Golden Rubí (E. Campbell) vs. Magdalena Caballero.[17]
En Las
luchadoras vs. el Médico Asesino, además de Velázquez, quien interpreta a
Gloria Venus, y Campbell, quien realiza el papel de The Golden Rubí, actúan
Sonia Infante, Armando Silvestre, como Miguel, un inspector de policía,
enamorado de Venus, y Jesús Salinas,
como asistente del inspector y enamorado de Rubí. Chabela Romero personificó a
Vendetta, la rival sobre el cuadrilátero de Venus. Romero es secuestrada por el
Médico Asesino, personificado por Roberto Cañedo, y es sometida a una cirugía
para poder controlarla y acabar con las heroínas de la cinta. Cabe destacar que
el personaje de Vendetta
posteriormente volverá a verse en el encordado profesional. Complementan las secuencias
de acción en el ring Magdalena Caballero y Toña la Tapatía.
Esta cinta
es un remake más o menos adaptado de
algunas de las películas emblemáticas del cine de luchadores: La momia azteca, La maldición de la momia azteca y El robot humano. Todas estas fueron dirigidas por Rafael Portillo,
en 1957, y estelarizadas por Ramón Gay, Rosita Arenas y Crox Alvarado (Aviña,
2004: 191). La historia es la de un científico loco con deseos de dominar el
mundo, haciendo lo imposible para trasplantar el cerebro de un gorila en un
hombre y crear así una criatura con fuerza sobrenatural: Gomar, interpretado por Gerardo Zepeda. Ante los constantes
fracasos, opta por usar mujeres, por lo que secuestra a la joven hermana de
Gloria Venus (Sonia Infante). Así, junto con los detectives, las heroínas
enfrentarán a Gomar y a los secuaces
del Médico Asesino, dando muestras de sus habilidades de combate.
Fundamentalmente se muestra que las luchadoras tenían la capacidad de enfrentar
enemigos masculinos. Dentro del filme resaltan dos secuencias que dan la idea
de transgresión corporal.
En Las luchadoras
vs. la momia, René Cardona intentó hacer un filme que mezclara acción y
suspenso. El resultado es francamente hilarante. La historia inicia cuando un
príncipe de ascendencia oriental de nombre Fujiyata, junto con su secuaz Mao,
asesina al prestigiado profesor Sorva quien, junto con un especialista en
vestigios arqueológicos de apellido Téllez, ha descubierto un códice azteca. A
la muerte de Sorva, el arqueólogo decide dividir la reliquia en tres partes.
Loreta y Rubí enfrentarán la amenaza
oriental representada por Irma González y Chabela Romero, quienes interpretan a
un par de luchadoras que son hermanas de Fujiyta. Estas, además, son expertas
en artes marciales y su indumentaria consiste en una incómodos kimonos que les
restaban agilidad luchística.
Por otro
lado, la cinta muestra una ciudad moderna, con amplias y rápidas avenidas,
automóviles modernos y veloces, casas lujosas que se ubican en zonas exclusivas
enclavadas en zonas arboladas. En contraste, la arena está ubicada en un barrio
populoso, en el cual hay vendedores de tamales, atole y aguas frescas, quienes
gritan a todo pulmón la venta de sus productos y que, además, ostentan marcados
rasgos indígenas. Mientras, dentro de la arena, la propaganda del exclusivo
brandy Club 45 es testigo junto con el público del enfrentamiento entre Loreta
y Chabela. Este combate es significativo, pues no sólo representa el
enfrentamiento del bien contra el mal, sino la disputa corporal entre la
luchadora actriz y la luchadora profesional, la figura delgada de Velázquez
contra la robustez de Romero, la diferencia de estaturas, el arreglo facial y
el corte de cabello a la moda de la época contra los marcados rasgos nativos y
los aspavientos típicos de la ruda Chabela.
La arena,
más que un auténtico espacio de lucha libre profesional, tenía el aspecto de
una bodega abandonada. Resulta interesante que al inicio de este filme hay una
serie de imágenes de periódicos en los cuales los encabezados señalan el
crecimiento de la lucha libre femenil. Al final, las luchadoras vencen a una
momia azteca, que ha sido revivida por un hechizo realizado por los villanos
orientales. Así, los reflectores se apagan después de que las afamadas
luchadoras y heroínas han triunfado una vez más, con la sabida consigna de que
siempre estarán dispuestas a ayudar a salvaguardar el orden y la paz, en un
combate contra las fuerzas malignas cargado de poses exageradas y sugestivas,
de rictus de dolor teatralizados al máximo y de actitudes masculinizadas al
someter al enemigo.
En Las lobas del ring, se presentan los
rasgos más destacados de las películas de luchadoras. Aquí las heroínas del
ring no se enfrentarán a científicos chiflados, seres monstruosos o de
ultratumba, sino que enfrentan a oponentes humanos más verosímiles y propios de
la profesión luchística: la envidia y la avaricia. Además, los diálogos
enfatizan en la idea de la época sobre la presencia femenina en la lucha libre.
El eje de
la trama es un torneo de lucha femenil, en el cual la ganadora se hará
acreedora a un premio de un millón de pesos. En los diálogos iniciales, ciertos
empresarios de lucha libre reunidos para idear el torneo, sostienen que con
éste se “dignificará” a la lucha libre femenil.
Sin
embargo, el gran enemigo de la luchadora en este caso será ella misma. Por
ejemplo, las luchadoras, al saber que existe una bolsa significativa como
premio, darán su mejor esfuerzo para poder obtenerlo. Las luchadoras técnicas,
presentadas como mujeres nobles que combaten en buena lid, respetando las
reglas del deporte, se enfrentan a las rudas, malignas y villanas que se alían
a la mafia citadina con la finalidad de apoderarse del premio. Así, cada
luchadora ruda que no logra el objetivo será sometida, eliminada o humillada
por el grupo de rufianes que componen la susodicha mafia, comandada por
Bernardo (Eric del Castillo), quien funge como hermano de Sonia la Borrada, una luchadora vengativa,
ambiciosa y ruda, personificada por Sonia Infante. La ambición de éstos los
lleva a secuestrar a la madre de Loreta y a Rubí, con la finalidad de
extorsionar a ésta para que se deje ganar, de modo que los villanos puedan
quedarse con el gran premio.
Fotograma 1.
Secuencia de la película Las lobas del
ring (René Cardona, 1965), en la que se muestra un supuesto gimnasio y los
entrenamientos de las luchadoras que participan en el torneo.
En esta película se presentan rasgos de
la vida cotidiana de las luchadoras que no se aprecian en el resto de las obras
fílmicas de dicho género. La configuración de la luchadora mediática por medio
del filme nos sugiere una mujer soltera, hasta cierto punto sofisticada, que no
vive en una vecindad o en una zona marginal, sino se desenvuelve en una pujante
clase media y tiene los deseos de dejar de luchar para poder dedicarse a otra
profesión.
Fotograma 2.
Emma Roldán en el papel de la madre de Loreta Venus (Lorena Velázquez). En la
secuencia, Roldán comenta su preocupación por el deporte que práctica su hija (Las lobas del ring, René Cardona, 1965).
Esta obra muestra un esquema de vida
familiar extraño. En este caso, la mirada se centra en la historia de Loreta
Venus, la única que presenta características peculiares considerando todas las
películas de luchadoras. Velázquez interpreta a una mujer que vive con su madre
(Emma Roldán), la típica madre abnegada, de la cual, por cierto, nunca sabemos el
nombre, pero sí conocemos el sufrimiento que le causa la profesión de su hija,
sobre la que guarda en lo oculto el deseo de que se case y “viva feliz.”
Mientras tanto, la luchadora desea obtener el premio y así poder superarse.
También se presenta un esbozo más complejo en cuanto al tipo de relación
sentimental que comúnmente entablaba la mujer luchadora del filme: su novio
Miguel –el cual ya no es presentado como el inspector de policía, sino como un
estudiante del que, por cierto, jamás se aclara qué estudia– sugiere que se
retire de la lucha; ella no aceptará y él decidirá continuar con la relación,
puesto que ella aceptará ser su mujer cuando él termine de estudiar y ella
obtenga el premio que la convertirá en millonaria, con lo que solucionará los
problemas económicos que la llevaron a ser luchadora. Además destaca la
historia de Chabela, quien desea vengarse del asesino de su padre, el cual fue víctima
de la mafia encabezada por Bernardo. En la cinta se asienta que ella ingresó al
mundo de la lucha para poder vengar la muerte de su progenitor. En esta trama
se presentan una serie de aspectos que considero son rescatables como ejemplo
de la idea del enfrentamiento de identidades de género.
Por un
lado, Chabela Romero es presentada como un mujer agresiva, “entrona”, pero de
buenos sentimientos, que no se somete ante la autoridad masculina –esto se
presenta cuando ella lucha en un entrenamiento con un luchador al cual ataca de
manera despiadada, a lo que el lesionado gladiador comenta: “pegas muy duro”–.
Bernardo (Eric del Castillo) presenta rasgos arquetípicos del villano: macho,
bravucón, ingenioso, mal intencionado. Sin embargo, en una de las secuencias
finales de la cinta –que francamente es digna de un análisis más concienzudo–,
ellos se enfrentarán, representando el clásico enfrentamiento del bien contra
el mal. En ésta se deja clara la idea de que el mal no paga y, en la lógica de
todo héroe, en este caso heroína, ella no asesina a su odiado enemigo. La
muerte de Bernardo es producto de la pelea final, la cual nos muestra cómo
Chabela somete al villano. No obstante, ella no asesinará de propia mano al
asesino de su padre, con lo cual vengaría esa muerte, sino que Bernardo cae
producto de un resbalón en su torpe huida, reafirmando así que el bien siempre
triunfará sobre la maldad encarnada.
En Las mujeres pantera se regresa al
formato de película fantasiosa, en la cual las luchadoras enfrentarán a seres
diabólicos que, por medio de hechizos y de brujerías, transforman sus cuerpos
en las peligrosas panteras. Es necesario especificar que dicha película es una
singular adaptación de la película norteamericana Cat People (Jacques Tourneur, Estados Unidos, 1943). Además, vale
la pena mencionar que Lorena Velázquez es sustituida por Ariadna Welter, así
como Armando Silvestre lo es por Eric del Castillo. Llama la atención la participación
de Manuel Loco Valdés, con un
personaje que da cierto tinte cómico a la obra; en las tres anteriores, éste
rol lo había desempeñado Chucho Salinas (en las dos primeras), y en la tercera,
Pompín Iglesias. Pero, sin duda, el
personaje que le da a la película un cierto toque de sensualidad, erotismo y glamour es el de Yolanda Montes Tongolele, quien interpreta a una
despiadada mujer pantera, la cual ha sido hechizada durante el ataque de otras
mujeres pantera, en una escena con profundas representaciones lésbicas. Hay que
agregar que el personaje desarrollado por la famosa vedette se distingue por los sugestivos y sensuales bailes que la
caracterizaron a lo largo de su carrera artística.
Dentro de
lo rescatable de la cinta, destaca una secuencia en la que Venus y Rubí enfrentan sobre el cuadrilátero a las
bestiales mujeres, y éstas transmutan corporalmente de luchadoras rudas y
bellas a salvajes fieras sedientas de sangre.
Para la
última cinta, el formato estaba tan gastado que es un refrito del remake. Es notable el uso de las mismas
secuencias de público y algunos diálogos casi idénticos. En Las luchadoras vs. el robot asesino el
elenco cambia totalmente. Regina Torné será ahora Gaby Reyna, Malú Reyes será
Gemma; y se incorporan Joaquín Cordero y Héctor Lechuga, en los papeles de los
investigadores policiacos que asisten a las heroínas.
La historia
se centra en el siniestro doctor Orlak, quien diseña un letal robot con el cual
planea dominar el mundo; piensa, además, crear un ejército de ellos. Orlak
busca perfeccionar un arma capaz de controlar a la raza humana por medio de
esta serie de autómatas que estarían bajo su mando. Así comienza a secuestrar a
destacados científicos, los cuales morirán si se niegan a cooperar con sus
maquiavélicos planes. Uno de ellos se rebela y es asesinado por el terrorífico
robot. La vuelta de tuerca consiste en que el científico es tío de Reyna, la cual decide vengar su muerte
acompañada de la policía y de su ahora inseparable pareja en el ring.
Además del
móvil central de la cinta, destacan los diálogos casi idénticos a la primera
película que inauguró la saga femenil. Sin embargo, se presenta una sociedad
más modernizada, en la que la tecnología, manipulada por las fuerzas del mal,
sirve a los propósitos del dominio del mundo. Al final, lo que distingue a esta
obra, en comparación con las cuatro anteriores, es que en ella hay un marcado
discurso sobre el cuerpo de la luchadora y una reiterativa consigna de dejar en
claro que las luchadoras son buenísimas atletas.
El discurso
sobre la connotación sexual del cuerpo de la luchadora se vuelve explícito en
una secuencia en la que las actrices estelares, a través del manejo de la
cámara en primeros planos, muestran sus cuerpos semidesnudos al darse una ducha
en los vestidores de la arena. Por otro lado, es también destacable el
personaje de la secretaria del doctor Orlak, la cual es presentada como una
mujer interesada y sospechosamente promiscua. En general, estos elementos
agregados, en comparación con el resto de los filmes, muestran que aquí esencialmente
no existió una reinvención del discurso argumental ni en cuanto al manejo
corporal de la mujer luchadora. Lo que sí hay que dejar claro es que se hizo
explícita la idea de la mujer luchadora como objeto sexual, concepción que
estaba representada de manera difusa en las anteriores obras. Se entiende así
por qué esta fue la última cinta dedicada al universo femenil luchístico, pues
el género se exprimió al grado de agotar el formato.
Representaciones
y roles
Considero pertinente una reflexión en
torno al papel y el rol que jugaron las mujeres luchadoras del mundo
cinematográfico. La experiencia femenil dentro de la pantalla luchó contra las
conceptualizaciones preconcebidas del sexo y contra los atributos característicos
del género. Retomando los planteamientos de Julia Tuñón, la configuración de la
identidad de la mujer está anclada en torno a su sexualidad y a la relación con
el mundo masculino. En cierta medida, se reproducen los estereotipos sociales
de hija virginal, de madre amorosa y abnegada, de la fidelidad marital, de la prostituta
y de la devoradora de hombres. El cine representó un espacio en el que la
feminidad se somete a la voluntad del poder varonil. El amor, la relación marital,
la idea de la pareja feliz y el gran final con la boda deseada son formas de
domesticar las ansias rebeldes de la incipiente liberación femenina (Tuñón,
1998: 121-125).
Ahora bien,
según la categorización tipológica de Tuñón, se pueden identificar cuatro ideas
representativas de la mujer en el celuloide nacional: la virgen, la
madre-esposa, la prostituta y la devoradora de hombres. Bajo esta óptica, en el
cine de luchadoras están presentes algunos rasgos de estas definiciones.
La
concepción de virginidad, en el género fílmico en el que se desarrollan las
aventuras de las luchadoras, está presente con una gran carga histórica y moral
ligada a los paradigmas de decencia, virtud y valores sociales. Las luchadoras
sólo pueden desobedecer estas normatividades ya sea por un deber social o por
la investidura del “manto divino del santo matrimonio”. Esta idea en la que se
enmarca la corporalidad femenina conllevaba una carga moralizante, según la
cual el cuerpo debe ser ocultado de las miradas lascivas de los hombres
lujuriosos, ya que, al ser visto el cuerpo, éste corre el peligro de ser
violentado, mancillado o violado, lo que arrojaría consecuencias no sólo
físicas, sino morales y sociales. En las tres primeras cintas, se identifica básicamente
a los personajes de Loreta Venus y Golden Rubí. Ellas, en su vida privada,
visten de manera elegante y moderna, acorde a su época, pero sus indumentarias
sobre el cuadrilátero cubren casi todo su cuerpo. Además, en Las lobas del ring, resalta la figura
materna, que desea que su hija, doncella virginal, tenga otra profesión y pueda
casarse con el respetado estudiante que representa el bienestar modernizador.
Ahora bien, agregando a estos elementos la necesidad y el deseo de Venus por el
premio del millón de pesos, se sugiere que esto la llevará a enfrentar las
consecuencias por el secuestro de su madre: será víctima de su deseo de
emancipación.
Las figuras
arquetípicas de madre o de esposa no tuvieron un rol principal en el cine de
luchadoras (salvo en el caso de la madre de Loreta en Las lobas del ring, y Susuki, un personaje curioso: una luchadora
poeta que maltrata a su esposo). Sin embargo, los personajes desarrollados por
Emma Roldán y María Eugenia San Martín fueron francamente periféricos y
cumplieron con la noción básica de la madre abnegada que vive de acuerdo con
las normas sociales de su contexto. Al menos en el caso de Roldán, se
cumplieron estos roles. El personaje de San Martín es el de una mujer hombruna,
poetiza, que usa su fuerza para someter al marido, lo que le otroga cierto
toque de comicidad. Sin embargo, al final de la cinta, el sufrido esposo
mandilón obtendrá su recompensa: someterá a su “amada” esposa poeta y
luchadora.
Para la
noción de la devoradora de hombres, Tuñón adelanta dos acepciones: la marimacha
y la devoradora. En el primer caso, se puede identificar al personaje de Golden
Rubí, la cual avanza entre ambas nociones de manera lúdica, hasta cierto punto
quebrantando dicha idea. Ella siempre será la compañera leal de Venus, además
de ser cortejada por el personaje cómico, aliado del muchacho bueno y novio
fiel. Rubí siempre humillará, sobajará o recriminará la poca valentía de su
contraparte masculino; pero, al final, el filme sugiere que entablarán una
relación amorosa. A decir de Tuñón, la marimacha es aquella que toma sus
valores masculinos, los actúa y los vive; sin embargo, al final encontrará el
amor y se someterá a él. De tal forma que, en cierta medida, la relación de
poder se modifica, pues es el hombre el que se somete al poder de la mujer; sin
embargo, su deseo oculto es el de dominar a la dominadora.
Por último,
está la imagen de la mujer como prostituta, que se presenta con una sexualidad
liberal, activa, indecente y pecadora. Ella evidencia el deseo erótico, el
placer de la carne y el juego de la seducción. A través de estas ideas, se
puede identificar el papel de las villanas, tanto en Las lobas del ring como en Las
mujeres pantera, así como en el
personaje de la secretaria en Las
luchadoras vs. el robot asesino. En primera instancia, las luchadoras
rudas, villanas, en el caso específico de Las
lobas del ring, sugieren personajes que basaban su accionar moral tanto en
el ring como en la vida privada, con base en la necesidad, la envidia y la
avaricia. Esto les obligaba a quebrantar las leyes del ensogado en pos de buscar una remuneración económica y el ansiado
reconocimiento público. En Las mujeres pantera
y en Las luchadoras vs. el robot asesino,
se visualizan mujeres que representan el mal metafísico, abstracto y diabólico.
Mujeres que despiden sensualidad y violencia, que usaban el cuerpo para someter
por igual a luchadoras o a enemigos masculinos. Éstas no necesariamente vendían
su cuerpo o sus caricias; empero, sí se valían de él para lograr sus objetivos.
En las siguientes fotografías, tomadas de Las
lobas del ring, se muestra una serie de características específicas de los
personajes más significativos del cine de luchadoras.
Es así como Tuñón caracteriza a la
mujer en el cine mexicano de la época de oro, en el cual las condiciones
sexuales y la intrínseca relación con el universo masculino configuran los
roles identitarios (Tuñón, 1998: 92-118). El cine de luchadoras se centró en
estas categorías analíticas pero produjo características propias. A través de
su cuerpo, la gladiadora fílmica contribuyó a proyectar un discurso que
contrapunteaba la noción de poder masculino, al intervenir en una actividad que
estaba vedada para la mujer, por el orden social impuesto por los hombres de la
ley, hayan sido comisionados, regentes, empresarios, etcétera.
En el cine
de lucha femenil, la importancia de mantener la virginidad y la inocencia se
presenta de manera difusa. Jamás se verá a la heroína casándose, ni vestida de
blanco, ni mucho menos recibiendo un anillo matrimonial. Tampoco la veremos
vendiendo abiertamente su amor, aunque sí mostrando su cuerpo y usándolo para
obtener un beneficio. Jamás aparecerá como luchadora-madre, salvo el caso de
Loreta, que plantea otras circunstancias: es un personaje secundario y no se
alcanzan a delinear en la narración las características que dejen claro la
participación de la familia en la vida de las deportistas. La luchadora nunca
se representa en el seno de una familia convencional de la época. Nunca funge
como madre, y como esposa se delineó precariamente. Loreta tenía una hermana y,
en de la trama, se explicaba que habían quedado huérfanas. En Las luchadoras vs. el robot asesino, Gloria pierde a su único
familiar, su tío. A la usanza del cine del Santo, no existía una continuidad
clara entre las cintas. En el cine de luchadoras no se presentará la familia
nuclear y extensa, como sí sucedió en el caso del cine del Huracán Ramírez.
Ahora bien,
la luchadora técnica y buena, la estelar de la película, jamás será una
devoradora de hombres. La ruda, en los casos de Las lobas del ring y Las mujeres
pantera, presenta ciertas características de esta noción. En el primer caso
se humanizaban al quebrantar los valores sociales a través de sentimientos de
venganza, envidia o revanchismo competitivo, impulsados también por la ambición
de ganar una gran suma de dinero. En el segundo caso, aunque se perpetúa esa
sensación de ser villanas “come hombres,” la maldad abstracta en Las mujeres
pantera plantea una visión metafísica del deseo de las villanas de someter
al enemigo. Es decir, son villanas por un poder exterior, extramundano y, por
lo tanto, al estar sometidas a éste no tienen conciencia del uso sexual de su
corporalidad. También hay que dejar en claro que estas caracterizaciones
corresponden a una imagen de luchadora cinematográfica, fílmica, ficticia, que
concierne a la creación de un universo femenil luchístico emergido de la mente
de un guionista.
Es
fundamental asentar que el cine de luchadoras abonó a la construcción de un
espacio que proyectaba un discurso corpóreo y que generó identidades.[18]
La visualización de la luchadora en tiempos de prohibición cumplió con la
función de entretejer la imagen de las mujeres como objeto de deseo, pero
también como transgresoras de sus identidad en relación con el poder económico,
social y cultural, el cual permeaba su vida cotidiana. La imagen corporal
visualizada[19] en los
medios masivos de comunicación transitó y se adaptó a los espacios de acción,
mutando conforme a las necesidades fotográficas, televisivas y
cinematográficas. Así, mediáticamente, transgredió de manera creativa y lúdica
la imposición del veto del poder.
La mujer
luchadora, desde su interiorización y creatividad humana, elaboró formas de
resistencia, con la finalidad de establecer relaciones afectivas con quienes la
observaban. Es decir, las identidades mediatizadas tienen la capacidad de
fragmentar la realidad; en la modernización, la experiencia del mundo se
trasforma en una visión fragmentaria, al grado de que el mundo ya no se conciba
como una totalidad (Eisenstein,
1986: 50-52). Los medios audiovisuales tuvieron
entonces la capacidad de yuxtaponer la identidad de la mujer luchadora y la creatividad
inventiva del fanático, de tal modo que se reinterpretó la imagen luchística
femenil.
Como
conclusión, se debe agregar que la concepción de la mujer en el cine de lucha
libre representó “la carnalidad lujuriosa del sexo; el constante escaneo
morboso, frases sugestivas, calentura, pero poca acción física” (Schmelz, 2004:
76). Ítala Schmelz considera que la mujer, en el cine de luchadores, era
provocadora de pasiones –tanto en el luchador y sus compinches, como en en quienes
gustaban de ese tipo de cine–. Por otro lado, el cine de luchadoras sugiere una
lectura de la representación de las fuerzas vitales que se traduce en la lucha
del bien vs. el mal. Sin embargo,
esto fue sólo el inicio, pues, conforme el espectáculo del pancracio fue
evolucionando, se revistió de otros aspectos teatrales, fantásticos,
espectaculares y rituales. La tonalidad de las interpretaciones se multiplicó, y
se esbozaron las directrices que ayudarían a comprender a las luchadoras como
seres humanos, sobre quienes, a través de su territorio corporal, se representó
una construcción cultural, la cual sirvió para ejercer un poder simbólico, de
posesión, apropiación, transformación y humillación. Lo anterior queda
establecido en el momento en el que las luchadoras participan en el cine y en
la resignificación de su propia identidad corporal. En las culturas visuales,
el cuerpo cobró un nuevo significado, una función: “una doble función
estético-política” (Barrios, 2010:51). La corporalidad de la luchadora rompió
con los cánones de belleza de la época; además, transmitió un mensaje liberador
sobre su propio cuerpo. No se trataba ya de reprimir la propia corporalidad,
sino de conocerla, explorarla y expresarla a través del sentido del placer.
Reflexiones
finales
En conclusión, hay varias líneas que se
dibujan, asentando el proceso creativo de la identidad fílmica de género de la
luchadora mexicana. En primera instancia, en el entendido de que el universo
luchístico es muestra del pasado cultural de la sociedad mexicana de mediados
del siglo pasado, el caso de las mujeres luchadoras es reflejo de una serie de
peculiaridades sobre las cuales vale la pena reflexionar, pero para los fines
de este trabajo me centraré en dos direcciones. La primera tiene que ver con la
construcción de una representación mediática de la identidad, que contribuyó a
modificar sustancialmente la escenificación del combate luchístico y la vida de
las mujeres luchadoras. La segunda se centra en las repercusiones que esto provocó
en la configuración de la identidad, y cómo se desarrolló una imagen de
luchadora mexicana que, en la actualidad, es observada a través de la óptica
del arte, reconfigurando su cuerpo y representando una mujer estilizada, propia
de la época contemporánea.
La lucha
libre, como un espectáculo que surca la tradición y lo moderno, ofreció la
oportunidad a la mujer de pertenecer a un espacio masculino novedoso, pero
desconocido. Sin embargo, la representación fílmica transitaba entre los roles
tradicionales de la feminidad mexicana y su modernizante actividad: “Se
enfrentan entonces al espejo y allí ve los distorsionados reflejos de sus rasgos,
brillando como una máscara” (Kracauer, 1989: 88).
En dicha
óptica, se observa a la luchadora mediatizada por el cine, en una faceta que es
ajena para el público de la arena y el televisivo. Así es posible conocer sus
dolores y sus felicidades, como esposa, como compañera. Y es la misma mujer que
se rompe el alma sobre el enlonado,
que grita altisonantes injurias al público y roza los límites verbales de
violencia. Así, su identidad cobra un nuevo significado, uno que le permite
“imaginar y visibilizar las resistencias” (Gutiérrez, 2012: 4).
Esto lleva
a plantear que la identidad de género fue trastocada por la capacidad
intrínseca de la lucha libre para proyectar, por diversos medios, cuerpos performativos. La televisión, como
maquinaria adoctrinadora y generadora de identidades, impulsó un mecanismo de
control social que tenía origen en el Estado. En pocas palabras, este fue el
gran triunfo del Estado revolucionario e institucionalizado en el poder: una forma
de sometimiento mediático, lo que dio como resultado la confirmación de una
mancuerna formada por el poder político dominante y los jerarcas televisivos.
No obstante, no se puede victimizar, dominar y regular de manera ingenua a un
tipo de sociedad que está acostumbrada a burlarse de la muerte, a reírse con la
derrota, a llorar de alegría y que, sobre todo, resiste lúdicamente los embates
del poder.
Ahora bien,
esto es muestra de una evolución en el mundo de la lucha libre, la cual se
muestra no sólo en la corporalidad fornida de las atletas contemporáneas, o en sus
vestimentas, atributos o movimientos de lucha, sino que se ve también en la
influencia de la idea masculina de que la mujer es un objeto sexual y fetiche
de la imaginación pasional.
La lucha
libre mexicana siempre ha estado bajo la influencia del wrestling norteamericano, en algunos casos adoptando esquemas de
trabajo, apropiando formas y modos de presentar el espectáculo a fin de
aumentar el interés en el aficionado. En los últimos años ha crecido la
influencia estadounidense: el show,
los movimientos, los atuendos y las personalidades han tenido que readaptarse,
para satisfacer las exigencias de un nuevo público. El cuerpo de las luchadoras
mexicanas tiende entonces a mostrar características más estilizadas, que la
asemejan más a una modelo profesional, alejándose del cuerpo fuerte pero
robusto y aguerrido de las luchadoras de antaño.
Es un peculiar mundo fílmico, que deja abierta una
puerta a un universo fantástico, en el que se trastoca lo absurdo de lo real
para convertirlo en un espectáculo que ofrece la posibilidad de viajar por la
imaginación. De tal forma, se liberan energías combativas, se grita lo que en
la vida común no se puede gritar y, al final, el cuerpo descansa del estrés
acumulado. La luchadora, entre ficciones y honduras, da comienzo al espectáculo
cuando sale por el pasillo de la verdad. Detrás del ritual en el que se coloca
la máscara, se encuentra su rostro autóctono, mientras un umbral de imágenes
barrocas se refleja en los aficionados, que hacen cotidiana la danza violenta
de cuerpos semidesnudos que se enfrentan sin límite de tiempo.
Aceptado el 21 de noviembre de 2017
Referencias
Archivos
Archivo General de la Nación (AGN).
Fondo Fotográfico, Archivo Fotográfico Hermanos Mayo.
Archivo General de la Nación (AGN).
Fondo Fotográfico, Inventario Fotográfico Enrique Díaz Delgado y García.
Bibliográficas
AVIÑA, Rafael (2004). Una mirada insólita. Temas y géneros del
cine mexicano. México: Conaculta/Cineteca Nacional/Océano.
BARRIOS, José Luis (2010). El cuerpo disuelto. Lo colosal y lo
monstruoso. México: Universidad Iberoamericana.
BUTLER, Judith (2001). El género en disputa: el feminismo y la
subversión de la identidad. España: Paidós/México: UNAM.
CÁRDENAS, Ricardo, David Flores Magón y
Cecilio González (2006). Santo. La leyenda de un hombre. Aportaciones para una
metodología videoral. Tesis de licenciatura, México: Universidad de
Guadalajara.
CARRO, Nelson (1984). El cine de luchadores. México: Filmoteca
de la UNAM.
CASTELLS, Manuel (1999). La era de la información, economía, sociedad
y cultura. Vol. II: el poder de la identidad. México: Siglo XXI.Ducrot,
Oswald y Tzvetan Todorov (2003). Diccionario
Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje. México: Siglo XXI.
EISENSTEIN, Sergei (1986). La forma del cine. México: Siglo XXI.
FERNÁNDEZ, Álvaro (2004). Santo, El enmascarado de plata: mito y
realidad de un héroe mexicano moderno. México: Colegio de Michoacán.
GARCÍA RIERA, Emilio (2010). “Historia
documental del cine mexicano, vol. 14 (1968-1969)”, citado en Delfín Romero
Tapia, La representación del héroe.
Mujeres, luchadoras y otros personajes en las películas del Santo. México:
UJAT.
GIDDENS, Anthony (1994). Modernidad e identidad del yo.
Barcelona: Península.
GUTIÉRREZ, Laura (2012). Descolonizando
los cuerpos y las miradas. Prácticas artísticas, género y política en
Latinoamérica. Ponencia dictada en el encuentro de Género, Identidades y
Derechos en América Latina. Granda, España.
JOSEPH, Gilbert
M., Anne Rubenstein et al. (2001). Fragments of Golden Age. The Politics of
Culture in Mexico since 1940. Estados Unidos: Duke University Press.
KRACAUER, Siegfried (1989). Teoría del cine: la redención de la realidad
física. Barcelona: Paidós.
LUHMANN, Niklas (1984). Sistemas sociales. Barcelona:
Anthropos-UIA.
MÖBIUS, Janina (2007). Y detrás de la máscara… el pueblo. Lucha
libre. Un espectáculo popular mexicano entre la tradición y la modernidad.
México: UNAM.
PRIETO, Antonio (2009). “Lucha libre.
Actuaciones de teatralidad y performance”,
Domingo Adame, Actualidad de las artes
escénicas: perspectiva latinoamericana. México: UV.
REYES URQUIZA, Sissy Michelle (2006).
Discursando una sexualidad femenina en el cine mexicano. Análisis sobre la
representación de la mujer en Perfume de
violetas: nadie te oye. Tesis de licenciatura, Puebla: Universidad de las
Américas, Puebla.
RICOEUR, Paul (1996). Sí mismo como otro. México: Siglo XXI.
ROMERO TAPIA, Delfín (2010). La representación del héroe. Mujeres,
luchadoras y otros personajes en las películas del Santo. México: UJAT.
SCHMELZ, Ítala (2004). “Las edecanes
del mal”, Luna Córnea. 27, México: Conaculta.
SINGER, Milton
(1972). When a Great Tradition Modernizes.
Nueva York: Praeger.
TORRES, Israel (2004). Deporte,
espectáculo y diversión en el cuadrilátero. Historia de la arena Puebla
(1953-1958). Tesis de licenciatura, Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla.
TUÑÓN, Julia (1998). Mujeres de luz y sombra. La construcción de
una imagen (1939-1952). México: El Colegio de México/IMCINE.
TURNER, Víctor (1988). El proceso ritual. Madrid: Taurus.
VATTIMO, Gianni (2000). El fin de la modernidad. Nihilismo y
hermenéutica en la cultura posmoderna. Barcelona: Gedisa.
Hemerográficas
Box
y lucha, el mundo del ring. “De la prehistoria de
la lucha libre: los viveros y la arena Modelo”, número 726, año XIII, 13 de
septiembre de 1966.
Box
y lucha, el mundo del ring. Número 729, año XIII,
7 de octubre de 1966.
Electrónicas
http://www.onlineworldofwrestling.com/2008/08/19/history-of-womens-wrestling-part-1/
Audiovisuales
CARDONA, René (1965). Las lobas del ring. Producciones
Calderón, Aventuras, 75 minutos.
[1]Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo rcardenas@ucienegam.edu.mx
[2]Gianni Vattimo considera que la modernidad se puede caracterizar
por ser “un fenómeno dominado por la idea de la historia del pensamiento,
entendida como una progresiva iluminación”.
Lo moderno es representado en el desarrollo de las sociedades industriales que,
a través de la tecnología, rebasan la mentalidad antigua que estaba permeada
por la visión naturalista. La idea de modernidad implica, también, las
recuperaciones, los renacimientos, los retornos, que en la vida cultural de las
sociedades se articulan y evolucionan, según los ritmos de éstas (Vattimo,
2000: 10-11).
[3] Véase Giddens (1994: 65-85), Castells
(1999: 28-29), Luhmann (1984: 10-18), Ricoeur (1996: IX-XV).
[4] Véase Turner (1988), Singer (1972), Möbius (2007), Prieto
(2009), Butler (2001).
[5] De ésta
disciplina de combate se tomó la acepción lingüística con la cual se denomina a
la lucha libre mexicana: el arte del catch.
[6] Entre éstos
destacan Ricardo Morales, Alfonso Morales, Javier Llanes y Miguel Linares. Los
dos primeros fueron entrevistados para el documental Santo, la leyenda de un hombre, que forma parte de mi tesis de
licenciatura (véase Cárdenas, Flores y González, 2006). Los dos siguientes han
declarado lo señalado en diversos medios de comunicación.
[7] Véase “Antes
que nada… la prehistoria de la lucha en México”, Clinch, 250, octubre de 1958, pp. 40-41.
[8] Véase “De la prehistoria de la lucha libre:
lo viveros y la arena Modelo”, Box y
lucha, el mundo del ring, 726, año XIII, 13 de septiembre de 1966, pp-
26-27.
[9] Ibid., pp. 26-27.
[10] Véase en AGN,
Inventario Fotográfico, Enrique Díaz Delgado y García, caja 49, sub caja 49/18,
1934, “luchadores”.
[11] Box y Lucha..., op. cit., 729, año XIII,
7 de octubre de 1966, p. 21.
[12] Disponible en: http://www.onlineworldofwrestling.com/2008/08/19/history-of-womens-wrestling-part-1/.
[13] Ídolos de la lucha libre mexicana, la lucha
libre femenil, disponible en: http://www.idolos.com.mx/femenil.html (nota
tomada de la revista Box y Lucha,
2829, columna Mujeres).
[14] Idem.
[15] AGN, Archivo
Fotográfico Hermanos Mayo, escenas de lucha libre de mujeres, Concentrado, sobre
1531.
[16] Este
veto duró de 1953 hasta 1986, impulsado por Francisco Barradas Osorio,
comisionado de Lucha Libre del Distrito Federal.
[17] Still de la película Las luchadoras vs. la momia (foto tomada
de cinematerapia.blogspot.mx).
[18] En este
sentido, Paul Ricouer reflexiona sobre la necesidad de comprender la existencia
propia desde la alteridad, en contraposición del sí mismo.
Véase Ricoeur
(1996: XIV-XV).
[19] Pensar
el cuerpo es pensar en representaciones del cuerpo humano
que
se convierten en imágenes performativas que
proyectan los valores sociales y los sistemas simbólicos en la subjetividad de
los individuos mediante los diferentes códigos que los construyen.
Véase Muñiz
(2004: 84-85).