Prácticas documentales sobre la violencia
contra las mujeres en Chiapas
Delmar Ulises Méndez Gómez[1]
https://orcid.org/0000-0001-7582-7748
RESUMEN: En este artículo se presenta una
análisis sobre el trabajo de mujeres documentalistas en Chiapas que han
interpelado, por un lado, las narrativas hipermediatizadas e hipervisuales de
la violencia contra la mujer presentadas en los medios de comunicación hegemónicos
y, por el otro, que ellas han tomado
el cine como posibilidad de lenguaje, locus
de enunciación y creación política, para presentar y visibilizar los casos de
mujeres que comparten sus testimonios y luchas.
PALABRAS CLAVE:
Cine documental; subjetivación
política; mujeres; género; violencia.
ABSTRACT: This article presents a reflection about how the work of women
directors of documentary film in Chiapas has allowed interpellation, on the one
hand, speeches and narratives hyper-mediatized and hypervisual about the violencie
against women presented in the hegemonic mass media; on the other hand, the
woman have taken the film as
possibility of language, locus of
enunciation and political creation, to present and visualize the cases of women
who share their testimonies and struggles.
KEYWORDS: documentary
cinema; political subjectivation; woman; gender; violence.
Introducción
Cuestionarse
acerca de la violencia, su ejercicio y consecuencia es, a nuestro parecer, un
punto de arranque para reflexionar las condiciones asimétricas que existen
entre los sujetos y las sociedades, y los modos en que ésta se vuelve efectiva
en el momento en que es mediada y reproducida en los diferentes aparatos e
instituciones del Estado (Gramsci, 2013; Althusser, 2016), que configuran los
modos, medios y fines con que la violencia es ejercida. Diferentes teóricos han
señalado que la violencia es la acción y coacción de uno sobre otro (Arendt,
2005; Benjamin, 2012). Es decir, “la violencia supone, ineludiblemente, a otro:
su sometimiento, su subordinación, su exclusión, su degradación o su
exterminio” (Mier, 2012: 60). El sujeto que la ejerce “toma su satisfacción de
la capacidad de la violencia misma para doblegar al otro. La violencia crea al
otro, como crea a quien la ejerce” (Mier, 2012: 61).
Existen
diferentes tipos de violencia: sexual, económica, emocional, física, política,
institucional, epistémica, entre otros, que se expresan de manera tangible
(física) e intangible (simbólica) en el cuerpo y ser de los sujetos y de los
grupos sociales. Por ejemplo, sobre aquellos que se encuentran marginados,
negados o invisibilizados, como las minorías o las personas sin Estado (Bhabha, 2013), es decir, los migrantes, los
refugiados o las minorías sexuales. La violencia es, además, evidente en las
sociedades y culturas patriarcales[2].
Se ha planteado que en estas sociedades, afirma Hondagneu (citado en Frías,
2007: 83) “los hombres ejercen distintos niveles de poder y control para
mantener su situación de privilegio social, y las mujeres colaboran y resisten
de formas distintas”. La violencia, a pesar de ser una problemática, parece ser
rentable para las industrias del entretenimiento, al crear contenidos que
abonan a la construcción de representaciones, imaginarios, estereotipos y
hábitos de la violencia, como los que se presentan en los mass media. La violencia se hace parte de un espectáculo que es “la
principal producción de la sociedad
actual” (Debord, 2012: 42).
Por
ello, proponemos realizar un análisis sobre la violencia
contra las mujeres, pero no en las formas en que ésta es ejercida sobre ellas,
sino en la manera en que es presentada, de acuerdo con Torrico (2015), en la “comunicación
otra”[3], como en el cine documental mexicano realizado
por mujeres, quienes han tomado las cámaras para visibilizar la violencia sin
hacer de ésta un espectáculo ni una mercancía; al contrario, interpelan las
narrativas y discursos que ofrecen los medios hegemónicos de comunicación que
naturalizan y legitiman la violencia por medio de las noticias, las series, los
reality shows, las telenovelas, las
películas, entre otros. Discursos que espectacularizan la violencia como parte
de la industria del terror, del miedo y de la muerte, “que requiere visibilidad.
La reclama como recurso para su eficiencia” (Mier, 2012: 57).
En
nuestra actualidad, las sociedades son hostigadas por la hipermediatización e
hipervisualidad de la violencia, pareciera que nada puede ser vendible ni
consumible si no contiene un excedente de ésta, “acompañada de un exceso de ira
[…] que produce formas nunca vistas de degradación y vejación en el cuerpo”
(Appadurai, 2007: 24). La violencia vuelta un espectáculo “no es un conjunto de
imágenes sino una relación social entre las personas mediatizadas por las
imágenes” (Debord, 2012: 38).
Entre
esta hipermediatización e hipervisualidad de la violencia han surgido otros
discursos para tratar de generar críticas emergentes, como sucede en México,
que en las últimas décadas ha sido golpeado por la creciente migración forzada,
la persecución, las desapariciones y los asesinatos ocasionados por los grupos
delictivos. Marcado también por la creciente explotación infantil, la trata de
mujeres y por el número incontable de feminicidios que se han vuelto parte de
nuestra cotidianidad y que, por supuesto, son presentados de manera objetiva,
espectacular y sarcástica en las pantallas de cine y televisión mediante
contenidos que, a su vez, encuentran desigualdades entre las producciones
fílmicas, puesto que unas tienen mayores oportunidades de ser exhibidas,
divulgadas y comercializadas en México, y otras circulan en foros
independientes y en festivales de cine que, a nuestro parecer, son las que
abordan críticamente el tema de la violencia. Sin embargo, entre las que tienen
mayor proyección y las que no, se crean campos discursivos que retroalimentan,
legitiman e interpelan lo que se dice y se cree de la violencia en México.
Marco
teórico-metodológico
Para
nuestro análisis de la presentación de las violencias retomamos cuatro
documentales realizados por mujeres en Chiapas, lugar que se caracteriza por
tener una profunda diversidad cultural, social y política; reconocida como la
puerta que conecta con América del Sur; lugar en donde cada día miles de
hombres y mujeres transitan en la búsqueda del sueño americano. Allí, en el
inicio y fin del territorio, varios actores sociales han encaminado distintas
actividades para visibilizar, mediante el cine documental, las problemáticas
que se viven diariamente.
Los
filmes documentales son analizados a partir de las propuestas de la teoría
fílmica y de los estudios visuales (Colaizzi, 2001; Mitchell, 2009) puesto que
permite la comprensión no sólo de la forma y el contenido, sino de la dimensión
social en la que se inscribe su producción y el sentido político de su
creación. Al respecto, Mitchell señala que el análisis es necesario “para
explorar eventos en el cine que tratan de transgredir y transformar los códigos
de la cultura visual contemporánea” (Mitchell, 2009: 318), como sucede con las
imágenes y discursos de la violencia.
Asimismo,
mediante el cine se puede, como plantea Colaizzi, reflexionar y criticar “las formas de comunicación, los modos de
[presentar] la realidad y las relaciones sociales, para fomentar la conciencia
de la naturaleza construida, no inocente ni neutral, de las imágenes que nos
rodean” (Colaizzi, 2001: 5). Las películas proporcionan visiones
del mundo, inciden en la formación de valores y percepciones. “El cine en tanto
discurso, aparato ideológico, no es un espejo, un reflejo de la realidad, un
instrumento pasivo o neutral de reproducción: nos remite a un entramado
complejo de relaciones históricas, económicas y sociales que reproducen,
autorizan y regulan tanto el sujeto como las representaciones” (Colaizzi, 2001:
6-7).
El
análisis es tejido con las voces de algunas documentalistas entrevistadas que
nos permiten ampliar la visión sobre el modo en que la violencia se presenta a
partir del hacer, sentir, pensar y vivir de las mujeres que comparten sus
testimonios y procesos de lucha, y que nos llevan a reflexionar acerca de los
tratamientos sonoros y visuales de los casos presentados, y
el papel de los documentales en la lucha contra la violencia.
Breve
apunte sobre la violencia contra la mujer en el cine en México
La
violencia ha sido reconstruida en los distintos periodos del cine de ficción en
México, sin embargo, consideramos que no existe, prioritariamente, una crítica
objetiva a ésta, y es menos todavía, casi nula, la violencia contra las mujeres
que, al contrario, se expresa de manera visible como algo “normal”, socialmente
legítimo y aceptado. Ésta se ha incorporado en el cine tácitamente, con el cual
se enuncian las desigualdades de poder normalizados entre hombres y mujeres.
Por ejemplo, durante la época de los treinta se encuentran los filmes sobre la
Revolución mexicana, en la narrativa se presenta a la mujer que interviene de
manera minúscula y al servicio del hombre; están los filmes rancheros[4]
de la década de los treinta y cincuenta que resaltaron la masculinidad y el
arquetipo del macho mexicano, y la docilidad y sumisión de la mujer ante el
esposo, patrón y padre. El cine de
cabareteras[5],
entre la década de los cuarenta y cincuenta, en el que las mujeres fueron
presentadas como rebeldes sin “moral” que terminaban trabajando en los centros
nocturnos, en los salones de baile y caberets (Melche, 1997).
Se
halla también el cine de ficheras[6].
En éste se expresó una diversidad de prejuicios sobre las mujeres que eran
presentadas como objetos de deseo. Se reprodujeron tabúes sobre la sexualidad,
la prostitución y la trata de mujeres sin plantear críticas objetivas, al
contrario, fueron abordados con sátira y burla. El subgénero cinematográfico
conocido como sexycomedias[7]planteaba
los mismos temas, aunque la trama se desarrollaba en un contexto de
chismes, malentendidos y enredos de las mujeres, presentados de manera
“cómica”, “divertida” y
“entretenida” para el público masculino
(Cabañas, 2013:
94). La mujer, en cada una de las épocas del cine, se halla
opacada por el
protagonismo de los hombres y a la vez, “prisionera del discurso,
sobre quien
se discute constantemente pero permanece, de por sí,
inexpresable: un ser
espectacularmente exhibido” (Estévez, s.f: 3).
Son
pocas las películas en los más de cien años de cine en México, que han abordado
emergentemente la violencia contra las mujeres, al contrario, se han ejercido
distintas formas de violencia contra ellas. La primera, refiere a la privación
de su libertad para fungir como directoras de cine que ha sido una industria
dirigida, hegemónicamente, por los hombres. La segunda, que en las películas
filmadas las mujeres sí participaron como actrices, pero tuvieron presencia en
la pantalla de modo secundario y cargadas de estereotipos, que puede
sintetizarse en dos tipos de mujeres: las buenas por ser calladas, atentas y
obedientes a las órdenes de los hombres; y las malas, las subversivas, las
rebeldes y cabareteras. La tercera, que la forma de construir al género femenino
en el cine es una manera de ejercer la violencia puesto que reproduce un
discurso cargado de prejuicios, estigmas e imaginarios que normalizan la
violencia, y que ordenan la asignación de roles, la construcción “correcta” del
género y el deber ser de las mujeres “que se encuentran ligados a una ideología
patriarcal que el cine mexicano ha manejado desde la década de los cuarenta”
(Torres, 2008: 79). Y, finalmente, la presentación explícita y morbosa del
maltrato, los golpes, los secuestros y asesinatos de las mujeres, es decir, la
reconstrucción de la violencia de manera espectacular.
Ante
este panorama asimétrico, las mujeres ─que
histórica, social y culturalmente han sido excluidas─ ganaron lentamente oportunidades de
expresión en el cine. Durante la década de los sesenta y setenta el tema de los
derechos y la violencia contra la mujer comenzó a tener un lugar preponderante
en la doxa política en diferentes
países y en México. En los mismos años que aumentaron los movimientos se
crearon colectivos de mujeres cineastas, en su mayoría orientados al género
documental (Torres, 2008). En México se fundó el colectivo
cine-mujer (1975-1987), que “exigía abordar un cine propiamente
femenino, emancipador y político” (Torres, 2008: 115). Los primeros
documentales con perspectiva feminista fueron realizados por alumnas egresadas
del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Algunas de las películas
y directoras que destacan son: Vicios
en la cocina (1977) de
Beatriz Mira; Cosas de mujeres (1978) de Martha Fernández; Rompiendo
el silencio (1979) de Martha Fernández; y No es por gusto (1981) de
María del Carmen de Lara y María Eugenia Tamez. Filmes en los que plantearon
temas que estaban al margen de los intereses del Estado mexicano como el
trabajo doméstico, el aborto, la prostitución y la violación sexual.
La creciente aportación de las
feministas y los estudios de género durante los años ochenta y noventa cobró
importancia y trascendencia en las propuestas fílmicas de las nuevas cineastas[8].
Es importante señalar que el hecho de que una mayoría de mujeres abordara temas
de género y violencia en sus propuestas fílmicas, no implicaba que se asumieran
como feminista. Al respecto Torres señala que “quizás sea posible distinguir entre conciencia femenina (una
identidad propia y una construcción de género) y conciencia feminista (una
postura política que modifica un orden de cosas para emancipar a las mujeres)
en el quehacer cinematográfico” (Torres, 2008: 108).
La
irrupción de las mujeres inició una serie de planteamientos. Por un lado,
buscaron interpelar la manera en que se había construido la imagen de la mujer
y los roles de género en el discurso fílmico realizado por los hombres. Por el
otro, significaron el cine como locus
de enunciación contra las múltiples formas de la violencia, y se ejercieron
como directoras de cine. Varias mujeres continuaron su formación
audiovisual, tomaron el cine
como posibilidad de lenguaje y creación política. Asimismo, lo significaron
como un medio para concientizar y eliminar cualquier forma, medio y expresión
de ésta. Las documentalistas encaminaron importantes esfuerzos de
visibilización de la violencia no para espectacularizarla, sino para demandar y
reclamar justicia en estos tiempos en que se hace fundamental exigir la
creación de alternativas.
La
intervención de mujeres documentalistas en Chiapas
Chiapas ha sido un estado en el que se
han filmado varias películas en los más de cien años de cine en México. Los
primeros filmes realizados corresponden al género documental[9]
que tratan acerca de viajes, de descubrimientos y encuentros entre foráneos y
gente de los pueblos originarios, y las pocas películas de ficción refieren a
cuestiones históricas y folclóricas de la región[10].
Las películas producidas desde la primera década del siglo XX hasta la última
del mismo, fueron dirigidas por hombres. Las mujeres no aparecen en la historia
del cine hecho en Chiapas, sino hasta que se da uno de los acontecimientos más
importantes de los últimos años del siglo XX: la irrupción del Ejército Zapatista
de Liberación Nacional, en enero de 1994.
El
levantamiento del EZLN fue de tal trascendencia que los medios nacionales e
internacionales brindaron una oportunidad política y mediática a sus demandas.
Uno de los primeros documentales en abordar la lucha fue Chiapas: paisaje después de la batalla (1994) realizado por Irma
Ávila Pietrasanta, en el que presenta las carencias, el abandono y la
marginalidad con la que vivían, y todavía viven, cientos de hombres y mujeres
en Chiapas. En el mismo año se realizó el documental Sentimos fuertes nuestros corazones de Aida Hernández, Guadalupe
Cárdenas y Alejandro Mosqueda, donde presentan la lucha del EZLN, la violencia
institucional y política ejercida por el Estado mexicano.
Entre
los años 1995 y 2000 se filmaron nueve documentales dirigidos, en su mayoría,
por mujeres (véase la tabla 1), quienes se interesaron no
sólo en el movimiento del EZLN, sino en el actuar y la incidencia de las
mujeres en lucha que, a su vez,
fueron las primeras de pueblos originarios de Chiapas en formarse como
realizadoras audiovisuales. Fueron las protagonistas al escribir la historia de
su levantamiento y devenir, por medio del agenciamiento, la voz y la mirada de
los pueblos. La realización documental por hombres y mujeres de las comunidades
autónomas fue uno de los grandes acontecimientos de creación política
audiovisual[11]
que estaban anudados a uno de los objetivos que perseguía el EZLN: la consolidación de “los medios libres y autónomos”, que implicaba
la formación de sus propios comunicadores y comunicadoras para generar fuentes
de información, por medio
del Internet, la radio, la prensa y el audiovisual. Éste último, en especial,
no sólo fue significado como una herramienta o un medio de comunicación, sino
“sobre todo, por el contexto en el que surge, [como] un arma de lucha, de
denuncia y de defensa, un arma usada en contextos de insurrección, movilización
y guerra” (Leyva y Köhler, 2016: 322).
Una
de las experiencias de formación audiovisual en comunidades zapatistas fue
encaminado, de hecho, por una mujer: la documentalista Alexandra Halkin. Ella,
motivada en la lucha del EZLN, realizó varios talleres de video. En un texto
escrito por la documentalista comparte el interés que los zapatistas mostraron
por las tecnologías audiovisuales:
Estaba impresionada con la
organización zapatista y su interés en comunicar su mensaje al mundo exterior.
Entonces pensé, he aquí un grupo de personas que se beneficiaría claramente al
tener acceso a la tecnología de video. Antes de irme de Chiapas, comencé las
conversaciones con las autoridades zapatistas para traer la tecnología
audiovisual video a las comunidades (Halkin, 2006: 76).
Halkin,
con el apoyo articulado de diferentes realizadores audiovisuales y
comunicadores, logró la creación de Promedios de Comunicación Comunitaria[12],
una organización que ha impartido talleres de comunicación para jóvenes de
comunidades zapatistas y organizaciones civiles, desde finales de los noventa.
En los años posteriores al levantamiento del EZLN, varios colectivos,
asociaciones y universidades mostraron preocupación sobre las condiciones
económicas, políticas y sociales que se vivían en Chiapas. Por ello, impulsaron
una serie de actividades y proyectos de intervención, como los talleres de
capacitación audiovisual[13]
en los que varias mujeres se formaron como documentalistas. La filmación de
documentales dio cuenta de aquellas problemáticas de los pueblos que pocas veces
eran visibilizadas y enunciadas por los medios masivos de comunicación, al
contrario, había una completa omisión a sus demandas y exigencias. Entre los
principales temas que desarrollaron fueron: la defensa de la tierra y el
territorio, la organización comunitaria, las desigualdades por condiciones de
género, la participación de las mujeres en las asambleas y, por supuesto, las
diferentes formas de la violencia. En este sentido, “la cámara de video se integra como un elemento de protesta porque hace
posible la visibilización y la documentación de los casos, y se significa
también como un mecanismo de defensa y como un testigo ante lo que acontece”
(Méndez-Gómez, 2018: 68). Algunos de los filmes realizados por y/o sobre
mujeres desde los noventa hasta el 2018, que abordan aspectos de la violencia,
los anexamos en la tabla 1.
Tabla
1: Documentales sobre violencia realizados por y/o sobre
mujeres de 1994 al 2018
Realizadoras/es |
Año |
|
1. Chiapas: paisaje después de la batalla |
Irma Ávila Pietrasanta, TV UNAM |
1994 |
2. Sentimos fuerte nuestro corazón |
Aida Hernández, Guadalupe Cárdenas y
Alejandro Mosqueda |
1994 |
3. Las compañeras tienen grado |
Lupita Miranda y María Inés Roque |
1995 |
4. Las Mujeres Zapatistas, las más Olvidadas |
La Guillotina |
1995 |
5. Paz con dignidad |
Ofelia Medina y Lourdes Sánchez |
1995 |
6. Contrainsurgencia |
Rocío Reza Astudillo |
1996 |
7. Ramona: mujer, indígena, rebelde |
Colectivo Perfil Urbano |
1996 |
8. Reclamo de las mujeres ante la violencia y la impunidad en Chiapas |
Chiltac A.C. / Creatividad Feminista |
1996 |
9. Marchan las mujeres Zapatistas, día
internacional de la mujer |
Taller experimental de video SCLCC |
1996 |
10. Un lugar llamado
Chiapas |
Nettie Wild |
1998 |
11. Mujeres unidas |
Marez |
1999 |
12. Chenalhó el corazón de Los Altos |
Isabel Fregoso |
2001 |
13. Xulum’chon
Tejedoras de Los Altos en resistencia |
Caracol II y S.C Xulum’chon |
2002 |
14. Tierra de mujeres |
Adriana Estrada |
2002 |
15. Mujer indígena: la vida
olvidada |
Mariano Estrada |
2003 |
16. Sueño de una mujer
zapatista |
Adriana Estrada |
2003 |
17. Mujeres por la
dignidad |
Oventic, Caracol II |
2004 |
18. La vida de la mujer
en resistencia |
Comunidad Francisco Villa y Caracol III |
2005 |
19. La vida de las
mujeres migrantes |
Luis Zurita |
2006 |
20. Mujeres sin tierra
y sin derechos ¡Nunca más! |
Bárbara Pohlenz y Roberto Chankin |
2006 |
21. Nuestras Luchas
contra la Violencia de género |
Ana Laura Hernández |
2008 |
22. Autonomía zapatista.
Otro mundo es posible |
Cristina Hijar y Colectivo AMV |
|
23. Ellas, las
otras, las de a de veras, las mujeres zapatistas |
Janeth Manrique |
2009 |
24. Mujer indígena
campesina Abeja |
S.C Las Abejas |
2010 |
25. Marcha de las
mujeres de las Abejas |
S.C Las Abejas |
2011 |
26. Acteal: 10 años de
impunidad ¿y cuántos más? |
S.C Las Abejas |
2012 |
27. Tierra de mujeres |
Edith Ramos |
2012 |
28. Son duros los días sin nada |
Laura Herrero y Laura Salas |
2012 |
29. No quiero decir adiós |
Ana Guadarrama |
2012 |
30. Koltavanej |
Concepción Suárez |
2013 |
31. Antsetik tsaik
Lekil kuxlejal |
S.C Las Abejas |
2013 |
32. Mujeres
construyendo culturas de Respeto y Derecho |
CDMCH |
--- |
33. Historia del área de
mujeres de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas |
ProMedios de Comunicación Comunitaria |
2015 |
34. Me lo ha dicho
Virginia |
Georgina Román |
2015 |
35. Pasos ciegos |
Ana Guadarrama y María Inés Roque |
2015 |
36. Todas y todos nos
apoyamos |
Ana Guadarrama |
2017 |
37. Emergente |
Solveig Fjellhammer |
2018 |
38. Mamá |
Juan Méndez (en proceso) |
2018 |
Fuente: elaboración propia
En la Tabla 1 [14]
podemos ver que del 2001 al 2018 se han realizado 26 documentales que tratan,
en menor y mayor medida, el tema de la violencia contra las mujeres, producidos
por documentalistas independientes, organizaciones y caracoles del EZLN. Ha
sido, pues, una problemática que ha interesado a diferentes actores sociales,
sobre todo por las mujeres. Partimos de la reflexión de que la construcción del
género y la asignación de los roles condicionan las formas de mirar y percibir
los distintos acontecimientos de la realidad social, y que los procesos de
subjetivación y agenciamiento político de las mujeres, las llevan a subvertir
dichas formas y a ejercer una mirada política que se expresa por medio de un
soporte y lenguaje audiovisual que interpela por un lado, aun cuando no sea el
principal objetivo, las narrativas e imágenes
hegemónicas sobre la violencia[15]
y, por el otro, visibilizan los casos de
agresión e injusticia.
De este modo, esbozamos algunas
reflexiones sobre los casos que se han expuesto mediante el cine documental
realizado por mujeres en Chiapas, y el sentido político que adquieren los filmes. Para nuestro
análisis tomamos cuatro documentales que son: La vida de la mujer en resistencia (Caracol III y comunidad Francisco Villa, 2005), Nuestra lucha contra la violencia de
Género (Ana Hernández,
2008), Koltavanej
(Concepción Suárez, 2013), y No quiero
decir adiós (Ana Guadarrama, 2012). La selección de éstos se hizo por los
siguientes criterios: el primero, porque fue un trabajo realizado por hombres y
mujeres zapatistas, material que permite comprender los procesos y las luchas
que han emprendido. El segundo, porque da cuenta de cómo las organizaciones se
han apropiado de la cámara y del lenguaje cinematográfico para socializar los
casos de mujeres que sufren e interpelan la violencia. El tercero y el cuarto,
porque fueron realizados por documentalistas formadas en los talleres de
Ambulante Más Allá, acontecimiento que da cuenta de la incidencia que tienen
dichos talleres y las narrativas que proponen las directoras. El análisis es
desarrollado en cuatro
campos temáticos: 1) autonomías y mujeres zapatistas; 2) organizaciones en
defensa de los derechos de la mujer; 3) mujeres presas políticas; y 4) los
feminicidios.
Autonomías y mujeres
zapatistas
Existen varios documentales sobre la lucha de
las mujeres zapatistas, realizados por actores externos e internos al
movimiento. Uno de éstos es el documental La vida de la mujer en resistencia[16]
(2005), realizado por hombres y
mujeres del Caracol III y la comunidad Francisco Villa, en el que presentan las
demandas y los procesos de cambio ocurridos tras el levantamiento del EZLN.
Nosotras
nos levantamos a las tres de la mañana, empezamos a barrer la
casa, ponemos el café, se le da al compañero y se va a su
trabajo.
Nosotras nos quedamos a hacer otros trabajos: la masa para la tortilla,
el
pozol, para dejar preparada la comida de nuestros hijos […]
tenemos que hacer
dos o tres trabajos al día y nos dormimos hasta las 10 o las 11
de la noche,
tenemos sólo un ratito para dormir. Nunca hay un
compañero que nos ayude a
trabajar (La vida de la mujer en
resistencia, Caracol III y Francisco Villa, 2005).
El testimonio
evidencia las desigualdades entre hombres y mujeres que también existen en las
comunidades, la asimetría en los trabajos, las oportunidades de descanso y de
recreación. Las mujeres recuerdan la vida dura y violenta que les tocó
experimentar por su condición de mujer. Una de las zapatistas rememora cómo era
la vida antes de 1994:
En 1993 no podíamos ir a ninguna parte
por la costumbre que el hombre tiene, dice que no sirve lo que hacemos, como no
sabíamos nada de nuestros derechos, él dice lo que quiere, y si él quiere te
pega […] no podíamos salir a organizarnos, ir a reuniones, a las mujeres no se
les daba el derecho de hablar y participar. Antes del 93 no nos tomaban en
cuenta (La vida de la mujer en
resistencia, Caracol III y Francisco Villa, 2005).
Sin embargo,
afirman las mujeres que la lucha del EZLN propició un cambio de mentalidad y
comportamiento en los hombres de la comunidad, quienes tuvieron que reconocer
los derechos y la participación de las mujeres, y ellas, a su vez, exigieron
sus derechos que les eran negados: “en 94 se cambió un poco ya, podemos salir y
participar como mujeres que somos, ahora estamos bien porque ya hay buena
justicia para todos” (La vida de la mujer
en resistencia, Caracol III y Francisco Villa,
2005). El testimonio es acompañado de imágenes que muestran el trabajo en
conjunto que realizan hombres y mujeres al interior y exterior de la casa,
mientras una canción de fondo sobre los derechos de la mujer[17]
refuerza la narrativa.
El filme también presenta
el trabajo de concientización que se ejerce por medio de la radio zapatista, al
insertarse un spot de la “radio Insurgente 97.9 fm”, con la voz de un hombre
que dice: “hermano oyente, no tienes derecho a controlar los movimientos de tu
mujer o a limitarla, si ella quiere participar, hablar en reuniones o ejercer
algún cargo es su derecho, ella merece tu apoyo” (La vida de la mujer en resistencia, Caracol III y Francisco Villa, 2005). Algunos elementos que se buscan enfatizar
en el relato audiovisual son, por un lado, que la lucha del EZLN ha propiciado
diversos cambios en las comunidades en materia de derechos y equidad entre
hombres y mujeres; sostienen la premisa filosófica de lucha y vida que para
construir un mundo justo los hombres deben escuchar a las mujeres, necesitan
sus voces y compartir las decisiones con ellas. Por otro lado, el uso de las
cámaras en manos de mujeres es, sin duda, uno de los acontecimientos de lucha
más notable, puesto que si ellas han sido privadas de los espacios de
expresión, han sido más, todavía, las mujeres indígenas.
Organizaciones
en defensa de los derechos de la mujer
El
documental ha sido apropiado por diferentes organizaciones con el que comparten
sus luchas y experiencias de trabajo, como el que se presenta en el filme Nuestra lucha contra la violencia de
Género[18] (2008) producido por el Centro
de Derechos de la Mujer de Chiapas[19]
A.C. (CDMCH) y dirigido por Ana
Laura Hernández[20].
Lo
que nosotras hacemos como promotoras es trabajar en comunidades, proyectamos
películas o hacemos unas obras de teatro […]. Luego hay otro eje que es la formación donde sólo entran mujeres,
damos a conocer sus derechos y los diferentes tipos de violencia que existen en
la comunidad tanto en la ciudad también, los derechos que ellas tienen de
poseer sus tierras. El otro eje es la organización
y la defensa (Nuestra lucha contra la
violencia de género, Ana Hernández, 2008).
Mientras se escucha el testimonio de la
promotora, se insertan imágenes sobre el trabajo de las mujeres para reforzar
la narrativa y socializar las actividades de concientización que los colectivos
llevan a cabo, así como los debates sobre la defensa de la tierra, la salud, la
educación y la libertad. El primer elemento que la directora busca remarcar es
la formación de mujeres promotoras y el trabajo organizado con el CDMCH,
organización que ofrece asesoramiento jurídico, psicológico y político a
mujeres víctimas de violencia. Una de las integrantes del centro comparte las
formas de intervenir. Mientras la escuchamos y vemos se insertan imágenes del
equipo de trabajo:
Desde
que viene una mujer la apoyamos, si habla en lengua pues se le habla
directamente en su lengua. El centro las acompaña durante el proceso, se le
habla a la gente de la comunidad […] solicitamos una audiencia y somos los
mediadores entre las autoridades y los afectados (Nuestra lucha contra la violencia de género, Ana Hernández, 2008).
Otro de los elementos que la directora
enfatiza en el documental es la presentación de las voces de mujeres que fueron
víctima de la violencia ejercida por el esposo, el padre, el hermano y las
autoridades comunitarias quienes, muchas veces, encubren los actos violentos.
Socializa los casos de mujeres que han afrontado a sus agresores y a las
autoridades. Las presenta a cuadro mediante un plano cerrado, que se vuelve parte
del distintivo del filme, para focalizar nuestra atención. Cada historia de
vida la conecta con la de otras. Una de éstas es relatada por la señora
Virginia Pérez, de San Pedro Chenalhó, quien platica su experiencia:
Tuve
seis hijos con él [su esposo], de las cuales fueron cuatro mujeres, y eso es lo
que no quería, quería tener puros varones […], como en dos ocasiones que
nacieron mis hijas me quería matar, me apuñaló con una pistola; mi mamá y mi
suegra fueron las que me defendieron, pero ni aún así lo dejé, porque no sabía
qué hacer, dónde pedir justicia (Nuestra
lucha contra la violencia de género, Ana Hernández, 2008).
El testimonio de la señora Pérez no es
el de un caso singular, sino que encuentra similitudes con las vivencias de
otras mujeres quienes, además, han encontrado el apoyo para superar su caso,
incluso varias se han formado como activistas y militantes. El filme tiene la
virtud de tener un tratamiento cuidadoso sobre el modo en que se presentan a
las mujeres, de tal modo que no se victimicen sino que demuestren la fuerza y
la voluntad que tienen para interpelar a sus agresores. El documental se
inscribe en un cine militante y político que además de denunciar y visibilizar
los diferentes ataques que sufren en sus comunidades, presenta la organización
y el trabajo que han emprendido las mujeres en la defensa de sus derechos.
Mujeres presas políticas[21]
Sobre la violencia física, política e
institucional ejercida sobre las mujeres, destaca el documental Koltavanej[22]
(2013), dirigido por Concepción Suárez[23]
en el que aborda el secuestro, la tortura y el encarcelamiento arbitrario de la
Señora Rosa López, personaje de la historia quien narra, con voz en off, lo que sufrió.(Imagen 5.)
El
filme inicia con la presentación de la directora, sin mostrar su rostro. Entra
a una cabina de grabación para establecer una llamada con la señora Rosa López,
quien se encuentra en la cárcel. La directora del filme le plantea una pregunta
a la señora acerca de su infancia.
La secuencia siguiente, con el recurso
del flashback, nos traslada al pasado
de la señora López. Se recrea el espacio y tiempo del recuerdo de su casa en la
comunidad: el fogón, las tortillas y el comal que ocupaba para desarrollar sus
actividades. El recuerdo alude a la construcción de los roles de género, el
lugar de la mujer y la violencia que se expresaba desde sus primeros años. Rosa
López menciona: “mi mamá lo único que me decía era lo que quiere un hombre es
una mujer que sepa tortear, que sepa lavar, y si no sabes hacer nada, no eres
nadie” (Koltavanej, Concepción
Suárez, 2013). En la escena consecutiva, el relato de Rosa López se ubica en el
presente cuando se traslada a la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, dónde
vive con una pareja que la golpea y maltrata. Rosa López cuenta que decide
separarse para iniciar otra vida. Tiempo después conoce a otro hombre quien,
actualmente, es su esposo.
Salíamos
a vender en cada comunidad por la madrugada, regresábamos en las tardes,
pasábamos al cine, a veces regresábamos a las nueve o diez de la noche a la casa,
y al otro día otra vez a trabajar. Yo pensaba que mi vida era la más perfecta,
llegué a pensar que esa felicidad me iba a durar hasta mis 60 o 70 años porque
todo era tan bonito (Koltavanej, Concepción
Suárez, 2013).
La parte traumática de la historia
comienza cuando Rosa López es detenida el 10 de mayo del 2007 en el parque
central de San Cristóbal de Las Casas. La ex pareja de Rosa López la manda a
torturar. Los agresores de la señora la obligan a decir que es la responsable
de un secuestro, que es grabado y entregado a las autoridades quienes,
corruptamente y sin investigación, le imputan 27 años y cuatro meses de
prisión. “Me dijeron que lo que tenía que decir era: ‘yo Rosa López Díaz planeé
el secuestro y estoy cobrando un rescate de 800 mil pesos’, me grabaron la voz
y también me hicieron firmar varios papeles en blanco” (Koltavanej, Concepción Suárez, 2013).
La
directora emplea recursos metafóricos para reconstruir los momentos de tortura
que Rosa López vivió, mediante la recreación de los espacios, el uso de
imágenes de archivo y la grabación de calles solitarias, de nubes, de pasos,
de charcos y de pies. La
posición de la cámara, los planos y las luces generan efectos dramáticos que
recrean una atmósfera de miedo y desesperación, reforzada con el relato que, a
voz quebrada, expresa la víctima. En la cárcel, Rosa López conoce a la Organización Solidarios de la voz del Amate
integrada por presos políticos, a la que decidió unirse para informarse sobre
sus derechos y luchar por su libertad. El testimonio de la señora es reforzado
con las imágenes de las manifestaciones que hombres y mujeres realizaron para
apoyar a la organización y a los presos políticos.
Concepción Suárez busca presentar no
sólo el dolor, la violencia y la injusticia vivida por Rosa López, sino develar
el agenciamiento político que la señora asumió tras su detención, y resaltar su
activismo en la cárcel. Rosa López le dice a la directora: “me he prometido a
mí misma que el día que salga de aquí no me voy a encerrar a mi casa, nadie me
va a tener presa porque yo seguiré sembrando mi libertad” (Koltavanej, Concepción Suárez, 2013).
Al final del documental, Rosa López
interpreta un canto de lucha y, mientras canta, aparecen los retratos de los
presos políticos, acompañados de su nombre: “voy a cantar un corrido de un
amigo de mi tierra/ llamado San Valentín que fue fusilado y colgado en la Sierra/
no me quisiera acordar era una tarde de invierno/ cuando por su mala suerte
cayó Valentín en manos del gobierno” (Koltavanej,
Concepción Suárez, 2013). Hay
un universo emocional que emerge de la obra: la indignación, el dolor, el
temor, la fuerza y la esperanza, emociones que nacen del personaje y de la
narrativa. Actualmente Rosa López se encuentra en libertad, después de haber
permanecido seis años en prisión.
El
filme se ha integrado a los múltiples movimientos en defensa de los presos
políticos, se ha proyecto en varios festivales de cine, lo cual ha socializado
los casos de hombres y mujeres que hasta la fecha continúan sin tener una
solución. Es importante mencionar que la realización del filme no fue un
proceso fácil puesto que Concepción Suárez fue víctima de la violencia por las
autoridades estatales, quienes le negaron la posibilidad de ingresar a la
cárcel, intentaron entorpecer la grabación de escenas al exterior de ésta con
la presencia de la policía que buscaba intimidar a la directora y a su equipo
de trabajo. Esto, por supuesto, evidencia la vulnerabilidad que viven los y las
documentalistas durante el proceso de grabación.
Los feminicidios
Sobre los feminicidios en Chiapas[24]
destaca el documental No quiero decir
adiós (2012) dirigido por Ana
Guadarrama[25], en el
que aborda el feminicidio de Ana Laura, prima de la directora, perpetrado en
San Cristóbal de Las Casas, en enero de 2007. La directora del filme inicia la
trama con el empleo de archivo fílmico de algunas fiestas de la familia Guadarrama.
Mientras vemos las imágenes, la directora, con voz en off, rememora los momentos vividos con su prima e inserta
una secuencia de la madre de Ana Laura, quien toma la palabra y cuenta la noche
en que su hija salió a una fiesta para no volver a casa.
Durante la madrugada la señora realiza
la búsqueda de su hija,
momentos que son recreados con planos de calles silenciosas, lámparas
a media luz, la noche y pasos de gente sin reconocer, elementos que expresan el
sentimiento de angustia y desesperación vivida por la familia. En otro momento
del filme, el testimonio de la señora da cuenta de cómo las autoridades
culpabilizan con sus comentarios a Ana Laura, quien en ese momento se hallaba
desaparecida:
Cuando
llegamos a la Fiscalía estaba todavía entre oscuro y claro, no recuerdo bien la
hora. Entonces el ministerio que estaba en turno, le digo, mire señor venimos a
levantar un acta de desaparición de mi hija, mi hija desapareció, no llegó mi
hija a dormir, y me dice el desgraciado: ¡Ay señora, su hija ha de estar por
ahí durmiendo con alguien y estará contenta y usted está buscándola! (No quiero decir adiós, Ana Guadarrama,
2012).
La cámara, en plano medio, nos presenta
a la mamá de Ana Laura quien, entre lágrimas, cuenta el momento preciso cuando
se entera de la muerte de su hija: “cuando estaba en el ministerio me enteré de
que había a una persona muerta […] yo me vine a la casa […] cuando estaba en la
casa mi familia estaba corriendo, ya fue que me dijeron que se trataba de mi
hija” (No quiero decir adiós, Ana
Guadarrama, 2012).
El
cuerpo de Ana Laura fue hallado en Las Canastas, ubicado en la periferia de San
Cristóbal de Las Casas. Guadarrama transita de directora a personaje/narradora
al apropiarse de la palabra y presentarse a cuadro pero sin mostrar su rostro,
la cámara se enfoca en sus manos que pintan una cruz morada que lleva el nombre
de su prima. Los agresores de Ana Laura eran personas cercanas a ella: uno, su
compañero de escuela Lenin, y el segundo, Fernando, su maestro de derecho. Sólo
el compañero se declaró culpable pero el Ministerio no tomó su declaración,
únicamente fue sentenciado a dos años y cuatro meses de prisión. Mientras
tanto, el maestro huyó de la ciudad. La omisión y la injusticia son hechos que
se buscan evidenciar en el filme. “Yo como madre, como mujer no voy a permitir
que se cometa esta injusticia, aquí matan, violan y al rato no hay delito […]
porque en vez de que las autoridades me ayudaran, a ellos los ayudó” (No quiero decir adiós, Ana Guadarrama,
2012). Hasta la fecha el caso continúa impune.
Además de expresar la injusticia
cometida contra Ana Laura, la madre comparte una reflexión acerca de cómo la
sociedad se enajena de los feminicidios y que en muchos casos, más que ser
apoyados y crear unidad, son olvidados: “yo decía antes, eso no pasa aquí, eso
pasa en otros lugares, como que nos hacemos ajenos a los problemas, falta mucha
conciencia, porque de veras hasta que nos pasa tenemos esa conciencia” (No quiero decir adiós, Ana Guadarrama,
2012). Ello nos lleva a pensar que es necesario asumir el dolor y las
injusticias de otros como nuestros.
La directora juega con la reconfiguración del tiempo y el espacio por medio de una
superposición del presente y pasado, al evocar su infancia, las fiestas
familiares, el momento en que encuentran asesinada a su prima, y al volver al
presente en que rememora lo acontecido. Al final de la trama, se presentan los
nombres de las mujeres que han sido víctima de feminicidio en Chiapas. El documental es un recurso de la memoria
contra el olvido, contra la violencia. Guadarrama señala que el deber de la
documentalista y del documental es “difundir, mostrar y visibilizar las
historias que no se logran ver o escuchar, el propósito es decir lo que le pasa
a personajes reales, para nombrar a la gente; nombrar y no numerar” (Ana
Guadarrama, entrevista, 12 de mayo de 2017).
Guadarrama
menciona que si bien con el documental no se hizo justicia, éste permitió
que la gente de San Cristóbal de Las Casas abriera los ojos y se diera cuenta
que el feminicidio también sucede en la ciudad; y que el documental comparte el
mensaje a las mujeres, que no deben minimizar la violencia como los casos de
acoso o jugueteo. “El documental de Ana Laura nos da puntos de violencia que nos
va diciendo: te puede pasar esto, te pueden hacer esto, y que debes actuar.
Ahora ese es el propósito del documental” (Ana Guadarrama, entrevista, 12 de
mayo de 2017).
Es importante señalar que este
documental es uno de los dos que aborda los feminicidios en Chiapas. El otro,
fue realizado en este 2018 por estudiantes de la licenciatura en Comunicación
de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), en el que visibilizan los
feminicidios de Yuri Méndez Trejo, asesinada en el 2016; y de Maribel Vázquez Sánchez,
asesinada el primer día de enero del presente año. Hace falta no sólo generar
más contenidos audiovisuales, sino exigir a las autoridades leyes y garantías
que protejan a las mujeres. Y realizar actividades que permitan construir una
conciencia colectiva entre los hombres para suprimir la violencia.
A modo de conclusión
Los relatos expuestos en los filmes
tienen la sensibilidad de compartir los casos de mujeres violentadas, que nos
permiten establecer sentidos de pertenencia con su indignación, dolor y lucha.
La mayoría de las directoras no tiene apropiado un discurso feminista, pero
tienen una perspectiva política y de género visible que incide en cómo tratan y construyen el
relato fílmico, cargado de indignación, de esperanza y cambio.
Exponen las vivencias de hombres y mujeres que han sufrido y/o ejercido algún
tipo de violencia. Los testimonios de las víctimas que demandan y exigen
justicia son reforzados con la recreación de imágenes metafóricas, sin hacer
una presentación explícita de la violencia.
Los
documentales pueden ser reconocidos como un cine no sólo militante, sino
político que, intrínsecamente, busca generar un cambio social, compartir las
experiencias alentadoras que se han construido en las comunidades autónomas,
denunciar la injusticia y la impunidad de los casos que siguen sin ser
resueltos por las instituciones del Estado mexicano, y visibilizar las
constantes agresiones que viven no sólo las mujeres, sino la sociedad en
general. Los documentales, además, adquieren un sentido pedagógico porque
socializan las experiencias de las víctimas, para sensibilizar y abrir
reflexiones sobre las múltiples formas de la violencia y los daños que
ocasionan en el ser y cuerpo de las y los afectados.
Estos documentales, en tanto producción
independiente y subalterna, muchas veces se encuentran sin espacios de
promoción, proyección y difusión, más que en algunos foros y salas de cine
independiente. No obstante, los documentales que logran ser exhibidos y vistos,
consideramos que inciden en la formación crítica de los modos de pensar, hacer
y vivir de las personas, que son parte de una realidad social traspasada por la
violencia y que buscan suprimirla. En esta actualidad, la violencia es más visual y más
visualizada que antes. Hay una globalidad de la violencia
expuesta diariamente no sólo en los medios hegemónicos de comunicación, sino en
nuestra interacción cotidiana. Sin duda, la formación de mujeres
documentalistas ha sido uno de los acontecimientos emergentes, cuyas voces
existen y exigen ser escuchadas, no
solamente como equidad, sino como un derecho fundamental que todavía en varias
regiones es negado.
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[1] Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
Correo electrónico: delmarmego@gmail.com
Fecha de recepción: 10/02/2018. Aceptado: 11/06/2018
[2]
Algunas investigadoras, como Frías (2004), han señalado que el patriarcado
consta de dos elementos principales: estructura e ideología. El primero, se
manifiesta en la organización jerárquica de género de las instituciones y
relaciones sociales. El segundo, está vinculado con la aceptación de la
desigualdad entre varones y mujeres que son una fuente de legitimación de la
estructura patriarcal.
[3]
Para Torrico (2015) la “comunicación otra” es la que tiene la necesidad de
desarrollar medios alternativos para contrarrestar la comunicación dominante,
global y empresarial; da la palabra a otras fuentes para llegar a otros
emisores y crea contenidos de denuncia, resistencia e interpelación.
[4]
Algunas películas son: Allá en el rancho
grande (Fernando de Fuentes, 1936), Flor
Silvestre (Emilio Fernández, 1943), Cuando
quiere un mexicano (Juan Bustillo, 1944), Los tres García (Ismael Rodríguez, 1946) y Charro a la fuerza (Miguel Morayta, 1948).
[5]
Se ha planteado que este cine tuvo su auge debido al aumento de los centros
nocturnos y cabarets en la Ciudad de México. Fenómeno que fue llevado a las
pantallas con películas como: Pecadora
(José Díaz, 1947), La Venus de fuego
(Jaime Salvador, 1948), Sensualidad (Alberto
Gout, 1950), y Noche de perdición
(José Díaz, 1951).
[6]
Películas como: Bellas de noche
(Miguel delgado, 1974); Tívoli (Alberto
Isaac, 1974); Noches de cabaret
(Rafael Portillo, 1977); y Las ficheras
(Miguel Delgado, 1977).
[7]
Entre las películas de éste subgénero se encuentran: Las tentadoras (Rafael Portillo, 1980), El día de los albañiles (Adolfo Martínez, 1984), Esta noche cena pancho (Víctor Castro,
1986) y La taquera picante (Víctor
Castro, 1988).
[8] Algunas
directoras y sus filmes son: Marcela Fernández, De todos modos Juan te llamas (1974); Eugenia Cortés, Serpientes y escaleras (1991), e Hijas de su madre: Las Buenrostro
(2006); María Novaro, Danzón (1990) y
Sin dejar huella (2000); Maryse
Sistach, Los pasos de Ana (1991), y
la Niña de la piedra. Nadie te ve
(2005).
[9] Algunos
documentales son: Viaje de Justo
Sierra a Palenque (Gustavo
Silva, 1909); Palenque, Chichén Itza y Uxmal (Franzs Blom, 1923); El
sur de México (Miguel Covarrubias, 1934); y Tierra del chicle (Walter
Reuter, 1952).
[10] Entre las películas de ficción destacan: Chac,
el dios de la lluvia (Rolando Klein, 1974); No oyes ladrar los perros
(Francois Reichenbach, 1974); Balún Canán (Benito Alazraki, 1976); y J-ok’el
(Benjamin Williams, 2005).
[11] Durante el mismo año
que irrumpe el EZLN en 1994, en Quito, Ecuador, las naciones del Abya Yala
expresaban la declaración del video indígena: “Los pueblos indígenas
proclamamos nuestro derecho a la creación y recreación de nuestra propia
imagen. Reivindicamos nuestro derecho al acceso y apropiación de las nuevas
tecnologías audiovisuales […] facilitando la apertura a la creatividad,
reconociendo todas las potencialidades de nuestras formas ancestrales de
auto-representación” (Mora, 2012).
[12] Para mayor
información sugerimos que visiten la página oficial:
http://www.promediosmexico.org/
[13] Destaca el Proyecto Videoastas
Indígenas de la Frontera Sur (PVIFS), impulsado por antropólogos del
Ciesas-Sureste en el 2000, en el que produjeron videos en y para los pueblos.
El proyecto tuvo una continuidad de 10 años, trabajaron con 21 jóvenes.
En el 2012 llegan los talleres de cine de Ambulante más allá y el Centro de Capacitación cinematográfica A.C.
[14] En la tabla
falta anexar los documentales producidos por la organización Voces Mesoamericanas, quien han
realizado un amplio trabajo con migrantes. Tampoco anexamos los filmes que
fueron realizados por y/o sobre mujeres con una perspectiva antropológica como
por ejemplo: Bankilal (2015) y Tote’ (2018) de María Dolores Arias; Ak’ Riox. Guiadora de caminos (2015) y U. Madre Luna (2017) de Liliana K’an.
[15]
Mitchell propone distinguir tres formas básicas de violencia en las imágenes:
1) la imagen como acto y objeto de
violencia, que en sí misma violenta a los espectadores, o que “sufre” la
violencia como objetivo del vandalismo; 2) la imagen como arma de violencia, una herramienta para el ataque, la coacción o
para formas sutiles de “dislocar” el espacio público; 3) la imagen como
representación de la violencia, ya se trate de la imitación realista de un acto
violento, o de un monumento, un memorial u otra huella de una violencia pasada.
[16] Documental disponible en
línea: https://www.youtube.com/watch?v=MdHZ19NVh5k
[17] La lucha
por la equidad entre hombres y mujeres zapatistas, así como por acceder a los
espacios que históricamente han pertenecido a los hombres, fueron parte de las
demandas y exigencias que las mujeres pedían y que declararon en la Ley
Revolucionaria de Mujeres zapatistas. Véase la siguiente página para conocer
las leyes: https://mujeresylasextaorg.wordpress.com/ley-revolucionaria-de-mujeres-zapatistas/
[18] Documental
disponible en línea: https://www.youtube.com/watch?v=2-uAKramsI4
[19] Para mayor información
visiten la página oficial del CDMCH: http://cdmch.org/cdmch/
[20] En una
plática establecida con Hernández en 2014, nos compartía que el documental
puede visibilizar las injusticias que se viven en la sociedad, pero también
permite presentar los esfuerzos y trabajos que llevan a cabo las organizaciones
y las mujeres para mejorar sus condiciones de vida. Hernández nos señaló que al
ser lectora y afín a los estudios de género busca expresar las asimetrías por
condiciones de género.
[21] La
información sobre los presos políticos puede hallarse por medio del Centro de
Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, ubicado en San Cristóbal de Las
Casas, quien ha dado seguimiento a la lucha de algunas y algunos presos.
[22] Documental disponible en
línea: https://www.youtube.com/watch?v=Xf03v5Jk0MA
[23] El
documental fue producido en los talleres de cine de Ambulante Más Allá, en San
Cristóbal de Las Casas, durante el 2012. Concepción Suárez comparte que su
postura feminista y afín a los estudios de género, incidió en su proceso
creativo para contar la historia de la señora Rosa López.
[24] Tan sólo en
el 2017 se cometieron 62 feminicidios en el estado de Chiapas. A pesar de que
en Chiapas se declaró la Alerta de Violencia de Género (AVG), en
noviembre de 2016, los feminicidios y la violencia siguen en aumento (Morales, 2017).
[25] Guadarrama se forma como
documentalista en los talleres de Ambulante
Más Allá. La directora enfatiza que más que considerarse feminista ─porque
asevera que hay que tener conocimiento teórico para serlo─ se afirma como
activista, su posicionamiento influye en el tratamiento de los documentales
puesto que busca desarrollarlos con una perspectiva de género, desde la realización
del filme hasta en el modo en que se presentan a las mujeres, para que no las
revictimicen.