Luis Carlos Castro Riaño[1]
https://orcid.org/0000-0002-4033-5089
RESUMEN:
En la Argentina la reforma universitaria de 1918 representa el
momento a partir del cual el estudiantado se configura como sujeto político;
desde entonces el accionar de este sector ha sido continuo, salvo algunos
lapsos, y hoy por hoy hace parte del acervo cultural de la vida universitaria
nacional. En este artículo indago en los hechos en los que se ha materializado,
reviso su devenir y analizo las tramas que lo insuflan. Para ello realizo un
recorrido que avanza desde sus primeros atisbos hasta nuestros días, observando
su cómo y su por qué, mediante el uso de categorías que aluden a la estructura,
a la identidad y, en particular, al componente cultural de la cuestión en tanto
fenómeno social. El objetivo, a propósito de la conmemoración de aquel hito, es
elaborar un mapa de la trayectoria de la protesta estudiantil en el país
austral, y de las dinámicas que intervienen en su constitución, implementando
enclaves analíticos poco usuales en la literatura local que la aborda.
PALABRAS CLAVE: Estudiantes, organización,
agrupaciones, recursos, demandas
ABSTRACT: In Argentina, the university reform of 1918
represents the moment from which the student body is configured as a political
subject; since then, the activity of this sector has been continuous, except
for a few lapses, and forms part of the cultural heritage of national
university life to this day. In this article, I investigate how this student
activism has materialized, as well as its evolution and the narratives that
drive it. To do so, I journey from its earliest moments to the present,
observing its how and why, by means of categories that refer
to structure, identity, and especially, the cultural component of the social
phenomenon in question. The objective, framed by the centennial commemoration
of the 1918 milestone, is to map the trajectory of student protest in the
country and the dynamics involved in its constitution, implementing analytical
strategies seldom seen in the local literature on the subject.
KEYWORDS:
Students,
organization, groups, resources, demands.
La protesta estudiantil Argentina a un siglo del “Grito de
Córdoba”: una aproximación a su fenomenología
Hombres
de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo
XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto
llamar a todas las cosas por el nombre que tienen, Córdoba se redime. Desde hoy
contamos para el país con una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores
que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las
resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución,
estamos viviendo una hora americana…[2]
(Roca 1918)
Introducción
La
Reforma Universitaria Argentina de 1918 o el también llamado «Grito de Córdoba»,
fue un evento que pasó a la historia, entre otras cosas, porque ambientó la
emergencia del estudiantado como sujeto político y estableció los principios
generales de la lucha de este sector a nivel latinoamericano. El hecho motivó
la conjugación de múltiples procesos orientados a la subversión del orden
social y fue el producto de acciones organizadas que, en efecto, transformaron
la lógica de funcionamiento de una institución con incidencia directa en el
conjunto de la sociedad. Los universitarios se masificaron, a nivel nacional,
gracias al accionar mancomunado de varias agrupaciones estudiantiles que
lograron el apoyo de las organizaciones obreras de la época. Su objetivo se
transformó, de forma extraordinaria, desplazándose del reclamo de asuntos
académicos a la demanda por participación política en el gobierno
universitario, acusado de confesional y anacrónico por desarrollarse en un
ambiente burocrático católico que además databa del siglo XVII.
La radicalización de las demandas maduró en el
primer Congreso Nacional de Estudiantes realizado entre el 20 y 30 de julio de
ese año. La autonomía universitaria; el cogobierno con representación
estudiantil; la gratuidad y libre asistencia a clase; la libertad de cátedra,
su periodicidad; el régimen de concursos; la docencia libre; la investigación;
y la extensión universitaria (Portantiero 1978), fueron demandas muy bien
recibidas por los educandos universitarios de la región –algunas también lo
serían para los estudiantes europeos cincuenta años más tarde, en el mayo
francés del 68–. El movimiento reformista pronto recorrió otros Estados
latinoamericanos. En la década del 1920 hizo presencia en Chile, Perú, Cuba y
Colombia. En la del treinta el turno fue para México, Paraguay y Brasil; en
algunos países dio pie a la fundación de partidos políticos (Portantiero 1978;
Mariátegui 2012).
La movilización que subyace a este fenómeno
alberga toda una trama social que se desarrolló en dos etapas. La primera tiene
su inicio en diciembre de 1917 con la denuncia de los estudiantes de Medicina
de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), respecto al cese de los internados
en el Hospital y a los procedimientos del cuerpo docente, pero oficialmente
comienza el siguiente año lectivo, 10 de marzo de 1918, con varias
manifestaciones callejeras, y la conformación del Comité Pro Reforma. Termina
el 7 de mayo en medio de la intervención estatal a la universidad y el anuncio
de un proyecto de reformas al estatuto de las universidades existentes[3], que abría la
participación del claustro docente en sus jefaturas. Durante este corto
periodo, el 11 de abril, fue creada la Federación Universitaria Argentina
(FUA), organismo que en la actualidad representa aproximadamente a millón y
medio de estudiantes de todo el país.
El programa, autorizado por el propio presidente
de la república[4], establecía el mecanismo
y plazos para la elección de consejos directivos, decanos y rector. El 15 de
junio fue la fecha elegida para realizar el certamen electoral en la casa de
estudios cordobesa. La segunda etapa comenzó ese día con la derrota del
candidato de los estudiantes, el rechazo al proceso de elección, la
insurrección violenta del estudiantado y la declaración de una huelga general a
la que rápidamente se sumaron los educandos de las demás universidades
nacionales; finalizó el 12 se septiembre de ese año, luego de varias asonadas
estudiantiles, con una nueva intervención estatal que dio vía libre a la
reforma, ahora radicalizada, avalando un hecho que marcó el antes y el después
de la protesta de este sector en el país austral.
Desde entonces la movilización de este sector
social ha sido continúa, pese a que no se constate una manifestación empírica
que adquiera semejante envergadura, y a que la organización del gremio ha sido
regulada e incluso cercenada –de manera brutal– en varias oportunidades. ¿Cuál
ha sido el devenir de esta expresión en cien años de trayectoria?, ¿qué
factores incentivan su persistencia?, ¿cómo conserva su continuidad en el
tiempo ante el inevitable cambio generacional de sus protagonistas?, ¿sigue
algún patrón en tanto activismo político?, ¿cuáles son los horizontes
ideológicos que la delinean?, ¿cómo adquieren vida las problemáticas que
denuncia?, ¿cómo se desarrollan sus sinergias?
En adelante sugiero las respuestas a estos
interrogantes recuperando una tesis inédita[5] en la que preguntaba por
la producción del sentido de la protesta estudiantil en este país. La
investigación se concentra en dos casas de estudio: la Universidad de Buenos
Aires (UBA) por ser considerada desde hace años como una «megauniversidad» (Delich
1986); y en la Universidad Nacional de la Plata (UNLP) por ser la institución
que le sucede, en la capital de la provincia de Buenos Aires. Ambas representan
centros educativos de larga trayectoria en los cuales el activismo político es
intenso, y en donde operan organizaciones estudiantiles que hacen presencia en
las demás universidades nacionales. El trabajo de campo, en particular el de
observación, se desarrolló entre 2011 y 2017, en la Facultad de Ciencias
Sociales y en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UBA, y en la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, claustros cuya
incidencia electoral es bastante notoria en la dinámica de la política
nacional, a diferencia de los demás.
Las unidades de análisis están representadas por
nueve agrupaciones integrantes de los tres frentes que obtuvieron 67,43% de las
elecciones del Centro de Estudiantes de la FFyL, llevadas a cabo entre el 2 y
el 6 de septiembre de 2013[6]: Un Solo Grito (USG),
Corriente Antiburocrática Universitaria Contra la Explotación (CAUCE), Sur
Movimiento Universitario, Izquierda Socialista, Prisma, Movimiento
Universitario Evita (MUE), Partido Socialista de los Trabajadores Unificado,
Partido Obrero y Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Esto porque el
resultado obtenido allí, al igual que en años anteriores, marcó la tendencia
electoral y se reflejó en las votaciones legislativas realizadas el mes
siguiente. Sin embargo, el análisis incluye el examen de las estructuras y las
prácticas de organizaciones como el Frente Estudiantil Revolucionario de
Argentina (FER), la agrupación Franja Morada (FM), La Mella o la Mariátegui,
entre otras[7].
La construcción de datos correspondiente estuvo
guiada por dos métodos, uno empírico y uno analítico. En cuanto al primero,
buscando el favor de la producción del discurso conversacional que se puede
hallar en un entrevistado, se realizaron un total de 18 «entrevistas en
profundidad» a los integrantes de las agrupaciones mencionadas, siguiendo el
tipo de «muestreo oportunista» para seleccionar a quienes eran más proclives a
colaborar con la investigación (Cicourel 1982). El número de entrevistados fue
adecuado para realizar un balance general de su práctica en tanto sus
respuestas fueron notoriamente similares pese a que pertenecían a diferentes
organizaciones. Con relación al segundo método, se examinó una cantidad
considerable de material bibliográfico sobre el movimiento estudiantil a nivel
nacional (libros, artículos, publicaciones en sitios web, etc.) y de documentos
escritos por los propios integrantes de las agrupaciones. Este procedimiento
permitió, entre otras cosas, el abordaje profundo de los fundamentos de cada
agrupación, recuperar lo poco que se ha documentado sobre ellas y comprender la
razón de las actividades que realizan continuamente. Durante todo el desarrollo
de la investigación la búsqueda de información fue permanente, se incorporaron
normas de transcripción al igual que pautas de análisis cualitativo y,
finalmente, se triangularon los datos obtenidos contrastándolos para obtener
una imagen más acabada del fenómeno estudiado.
El cuerpo del escrito está organizado en cuatro
apartados: en el primero rastreo la trayectoria de la movilización estudiantil,
desde principios del siglo XX hasta nuestros días, deteniéndome en los hechos
más relevantes e identificando los sucesos que han posibilitado e impedido su
unidad; en el segundo me concentro en las organizaciones estudiantiles, en sus
protagonistas, es decir en los estudiantes, y en la estructura de sus
organizaciones, elementos que asumo como recursos; en el tercero explico los
fundamentos fenomenológicos intrínsecos a la consecución de sus objetivos; y en
el último apartado expongo algunas conclusiones respecto a la lógica local de
este hecho social en el país de estudio.
El objetivo general, a propósito del centenario de
la reforma universitaria, es presentar un mapa de la cuestión que dé cuenta de
la fenomenología de la protesta del estudiantado argentino –entendida ésta como
el conjunto de prácticas que la caracterizan–, incorporando algunos
presupuestos de la epistemología de los movimientos sociales, puntualmente de
la Teoría de la Movilización de Recursos, del enfoque de la identidad y de la
perspectiva de la cultura; herramientas de análisis poco implementadas en la
producción académica local especializada en este tema[8]. Al respecto considero
prudente señalar, por supuesto no con el interés de demeritar a sus autores,
que dicha producción académica, en general, además de loar el accionar de los universitarios,
se basa en categorías marxistas, las cuales explican el fenómeno como producto
de la lucha entre sectores sociales –«clases»– que pugnan por controlar su
historicidad, pero dicen muy poco acerca de cómo aquéllas toman conciencia de
ello y por lo tanto entran en disputa. Así, los trabajos que la componen, al
presentar el antagonismo de la estructura social como única causa de la
movilización estudiantil transforman uno de sus elementos en un factor
excluyente. En otras palabras, suponen que las contradicciones socioeconómicas
son el motor de la lucha del estudiantado, soslayando los procesos que
intervienen en su conformación precisamente como actor social, y los que
involucran la configuración de la conciencia colectiva manifiesta en los momentos
visibles de la cuestión. El artículo presentado, por el contrario, pretende
explicar el por qué, pero también el cómo, de las expresiones y sentidos que
configuran esta forma de intervención social, observando las acciones fácticas
de sus protagonistas y haciendo uso de enfoques que se aproximan a otras
dimensiones sociales igualmente relevantes para su configuración y, desde
luego, para su comprensión.
1. Devenir
histórico
La
protesta estudiantil en Argentina, abordada aquí en términos de «acción colectiva»,
esto es, como una serie de prácticas que subyacen a todo movimiento social
(Tarrow 2004) las cuales conllevan múltiples procesos superpuestos, que por lo
general ocurren de modo simultáneo (Melucci 1999), ha sido continua desde su
inicio, hace un poco más de cien años, pese a las rupturas constitucionales que
ha vivido la nación, pues sus actores, allende a las adversidades, se las han
arreglado para manifestar su pensar aún en tiempos de barbarie Estatal (Califa
2007). Su trayectoria histórica se puede sintetizar en tres momentos claves
para comprender su lógica y su persistencia, e ilustrar su configuración
actual: el primero explica sus orígenes, al igual que su eclosión, y va de la
última década del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX; el segundo
avanza de la década del cincuenta a la del ochenta y explica la politización y
desmantelamiento; el tercero inicia con la transición a la democracia, y
dilucida el resurgimiento y la formación actual.
1.1.
Orígenes
Las
manifestaciones organizadas de la movilización de los estudiantes en el país
austral se vienen registrando desde las vísperas del siglo XX. Varias de sus
estructuras, al igual que sus sinergias y vías de expresión, continúan vigentes
allende los cambios socioculturales propios de la época. Los centros de
estudiantes –organizaciones democráticas que atienden sus asuntos– se
constituyeron iniciando la centuria; con las huelgas iniciales se cosechó la
personería jurídica que permitía su funcionamiento al interior de las facultades.
Los primeros líderes estudiantiles fundaron dos entes federativos que operan en
la actualidad y han sido fundamentales para cohesionar y movilizar al
estudiantado en diferentes oportunidades, tanto a nivel provincial como
nacional: la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) en 1908 y la FUA
en 1918 (Portantiero 1978).
De acuerdo con los especialistas en el tema, en un
comienzo los intereses de su organización eran «auténticamente gremiales»
(Buchbinder 2005), y el consenso colectivo expresaba la disidencia ante la
elección de algunos profesores suplentes, frente a los planes de estudio, y a
los plazos para la entrega de trabajos o exámenes. A diferencia de lo que
ocurre hoy día, los principios ideológicos que atizaban su actuar contenían un
carácter puramente universitario, aunque no por ello menos significativo para
su formación intelectual y para el desarrollo de sus habilidades políticas
(Buchbinder 1997).
El evento que denota la eclosión del estudiantado
argentino en la escena política nacional fue la reforma universitaria de 1918.
En ese momento se puede decir que inicia su acción colectiva contenciosa
(Tarrow 2004). La querella que acarreó se nutrió de un contexto social
efervescente a nivel global y local (la República Argentina se democratizaba con
el Yrigoyenismo a flor de piel; México estaba consumando su revolución; recién
había finalizado la Primera Guerra Mundial; en Rusia se materializaba la
Revolución Bolchevique, etc.). A lo largo de los seis meses que duró es
evidenciable un enfrentamiento que bien se puede entender en términos de «antagonismo»,
dado que agrupó a sus actores en una relación agonística «amigo/enemigo»
(Schmitt 1998). La lógica de las coaliciones que generó este hecho también
persiste en nuestros días. La constitución de las listas de candidatos para la
renovación de los consejos directivos y decanos de las facultades, autorizada
por el propio presidente de la nación en medio del caos que se vivía en la UNC,
se convirtió en la oportunidad perfecta para que los estudiantes crearan
alianzas con profesores reformistas y, aglutinados en la Federación
Universitaria de Córdova (FUC) –anteriormente Comité Pro reforma– participaran
de la competencia electoral, apoyando al candidato que eligieron por unanimidad
para dirigir el rectorado de la universidad.[9] El sector conservador
hizo lo propio: conformó Centros Católicos de Estudiantes, que se articularon
en una organización semipública llamada Corda Frates, y apoyó al candidato
opositor[10] a la reforma (Portantiero
1978; Romero 1998).
El «Grito de Córdoba» marcó un cambio paradigmático
en la política universitaria del país y además de establecer el inicio de una
demanda que subyace hoy por hoy bajo el rótulo de la lucha por la
democratización, fijó unas prácticas organizativas que paulatinamente se fueron
convirtiendo en acervo de la cultura estudiantil y, a la postre, fueron
permeadas por las fuerzas políticas nacionales. Los avances y retrocesos de sus
principios se convirtieron en objeto de interés de los regímenes conservadores,
y castrenses, que se han sucedido en el poder ejecutivo. La avanzada
antagonista reaccionó y precipitó la contrarreforma en varias oportunidades: en
1922 toleró un movimiento antirreformista y, entre otros aspectos, ordenó la
intervención y militarización de la UBA, de la UNC y de la Universidad Nacional
del Litoral, creada hacía menos de tres años bajo la nueva legislación
(Portantiero 1978). En 1930 se instaló abruptamente en el poder, asestando el
primer quiebre constitucional de la República, con el apoyo, paradójicamente,
de varios grupos estudiantiles que, al experimentar otra nueva intervención de
las universidades, terminaron por sumar sus fuerzas a los grupos de filiación
conservadora, de militancia católica, nacionalistas y antiliberales (Buchbinder
2005).
En un comienzo los grupos de universitarios que se
organizaban –hoy agrupaciones estudiantiles– se autodenominaban partidos. Por
ejemplo en la FFyL, la representación estudiantil estaba dominada por dos: el
Partido Reforma Universitaria y el Partido Reformista. Estas formaciones no
tenían diferencias ideológicas entre sí y ambas seguían los principios de la
reforma. El primero mantuvo la representación de los estudiantes hasta 1937. En
el periodo que se conoce como la «Década Infame» –que inicia en 1930 y termina
1943 con el siniestro que derrocó al presidente de turno– se crea el grupo «Insurrexit»,
disidente de la reforma e integrado por comunistas. Dicha agrupación, junto con
el Partido Reformista de Izquierda, fue la primera en recibir orientación de
cuadros marxistas y en avanzar rumbo a la politización de la vida universitaria
(Buchbinder 1997). El fraude de los gobiernos en ese periodo no fue ajeno a la
crítica estudiantil. Por esos años la detención de estudiantes se convirtió en
un acto represivo común, junto a las luchas contra fuerzas nacionalistas de
choque. Por ley se suprimió la agremiación del sector, inclusive en el nivel de
educación secundario.
La protesta y la movilización de los estudiantes
se transformaron progresivamente en objeto de la legislación estatal al
vertiginoso ritmo de los procesos políticos que vivía el país. Con la asonada
militar de 1943 se disolvió por decreto la FUA, las federaciones regionales y
los centros de estudiantes. Las intervenciones concluyeron al año siguiente con
el triunfo de los grupos desplazados. Sin embargo, en 1945, en respuesta a una
ocupación estudiantil, el ejecutivo clausuró por varios días las universidades
que a la fecha ya se caracterizaban por el activismo político de los
universitarios: la de Córdoba, la Plata, Buenos Aires y el Litoral. En 1946
hubo una nueva intervención, en esa oportunidad se limitó la participación
política del gremio y se promovió la persecución de todos los opositores al
peronismo. Entrado el año 1947 el régimen derogó los principios reformistas,
desarticuló las agrupaciones, y la actividad estudiantil contenciosa vivió un
periodo de semiclandestinidad en el que las expresiones ligadas al reformismo
tuvieron que ser subsumidas por las reivindicaciones de los primeros años, es decir,
académicas.
Durante el resto de la década, las demandas se
enfocaron en la denuncia de las condiciones edilicias, la falta de materiales,
los contenidos de las carreras, los planes de estudio, las formas de enseñanza
y en la supresión del examen de ingreso (Buchbinder 2005). Esta época se
destaca además por la agencia de diferentes instituciones sociales: el control
clerical de las casas de estudio, la purga sistemática de los opositores al
gobierno de Perón, el espionaje y la represión directa sobre los estudiantes
(Bonavena y Millán 2012).
1.2.
Politización y desmantelamiento
Los
años cincuenta, tanto en la Argentina como en la región, enmarcan el auge de
las dictaduras y el recrudecimiento de la violencia, dos fenómenos sociales que
impactaron de manera trascendental en la acción colectiva estudiantil. En 1951
la FUA se declaró en huelga general a raíz de los métodos de tortura a los que
fue sometido un estudiante. En 1952 la policía clausuró los centros
estudiantiles y los rectores fueron designados por el poder ejecutivo. En 1954
se ordenaron nuevas persecuciones contra los dirigentes de la FUA y se desató
otra huelga que duró varios meses. «A excepción de una breve etapa del Partido
Comunista, toda la militancia reformista fue opositora al peronismo desde sus
inicios hasta la Revolución Libertadora, en 1955, cuando participó activamente
de su derrocamiento» (Bonavena y Millán 2012, 109), atraída por la promesa de
la autonomía universitaria. Con ese acto oficialmente se convirtió en «fuerza
de agitación de los partidos políticos opositores» (Ceballos 1985, 16). En esta
ocasión el hecho fue favorable a las ideas reformistas; en adelante los
conflictos y demandas gremiales fueron signados por las disputas políticas
nacionales, por la desperonización del Estado Nacional y por la aprobación de
decretos que permitían la creación de universidades privadas con atribuciones
para expedir títulos. En 1958 los estudiantes nuevamente hicieron noticia
participando de la disputa entre la educación laica y libre, en respuesta a una
declaración del ejecutivo sobre la libertad de enseñar (Califa 2004); la
victoria del bando libre respaldado por la Iglesia Católica, por el
empresariado y por el ejecutivo de ese momento histórico, afianzó la
politización estudiantil y la radicalización de sus demandas en los años
siguientes.
La protesta de los estudiantes argentinos, que en
un principio se nutría de las ideas de José Martí y José Enrique Rodo,
incorporó en estos años los discursos antimperialistas de la Revolución Cubana
y las «Guerras de Independencia del Tercer Mundo» (Bonavena y Millán 2012). En
los sesenta «aparecieron en la mayoría de las universidades agrupaciones
políticas de estudiantes, y profesores, que se reconocían como peronistas»
(Buchbinder 2005, 196-197) y tomó importancia una consigna latente en la
actualidad, en eéste y otros Estados Latinoamericanos: la lucha por el
presupuesto educativo. El golpe de Estado de 1962 insufló la actividad
contenciosa de los universitarios y alentó el rechazo de la FUA. Hacia mediados
de esa década la pugna por el poder político nacional se introducía
agresivamente en la universidad y se expresaba a partir de una aguda lucha por
el espacio físico de las instituciones; en la FFyL ocurría, por ejemplo, «a
través de asambleas que, en más de una oportunidad, terminaban violentamente»
(Buchbinder 1997, 215).
La persecución y represión sobrevino con la
dictadura castrense de 1966. Durante el siniestro se suprimió el proyecto
reformista literalmente a bastonazos[11]; se disolvieron las
organizaciones estudiantiles, se prohibió la militancia, y el sistema
universitario argentino se organizó sobre bases institucionales autoritarias[12]. En consonancia con el
Mayo Francés de 1968, la masacre de Tlatelolco y la nueva militancia obrera
clasista nacional, en 1969 los estudiantes protagonizaron «un ascenso de masas
en varias provincias, ocupando las primeras líneas de combate en
acontecimientos como el Cordobazo, el Rosariazo, el Tucamanazo o el Viborazo»
(Bonavena y Millán 2012, 110).
En los setentas, la presencia de los partidos
políticos se hizo natural en la vida cotidiana universitaria y sus
agrupaciones, algo así como sus brazos, en los términos que se refiere
Buchbinder (2005), conformaban la vanguardia estudiantil, dominando su
representación política. Se destacan, entre otras: la Juventud Universitaria
Peronista (JUP), la FM del Partido Unión Cívica Radical, el Movimiento de
Orientación Reformista (MOR) del Partido Comunista Argentino, y el Frente de
Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI) del partido revolucionario.
Sus demandas desbordaron definitivamente el ámbito universitario. La violencia
se constituyó en un «repertorio» (Tilly 2000) de rechazo político de muchos
grupos juveniles; los debates teóricos y políticos marcaron el acercamiento
ideológico del estudiantado al peronismo revolucionario, al comunismo
revolucionario y la revolución armada. En consecuencia, las organizaciones
apolíticas desaparecieron del horizonte universitario (Ceballos 1985) y sólo
reaparecieron en el leve lapso democrático que antecedió el retorno de Perón en
1973 (Bonavena y Millán 2012). Su gestión y la de su viuda forzaron cambios
sustanciales en el transcurrir nacional, incluido el de las casas de estudio:
continuó su intervención, se implantó otro modelo autoritario y se reconoció la
autonomía académica docente, al igual que la autarquía administrativa y
económica, pero se prohibió terminantemente el activismo político.
Entre 1970 y 1976 los enfrentamientos sociales
recrudecieron. Muchos jóvenes optaron por la lucha armada y fue incesante el
accionar de organizaciones como la Alianza Anticomunista Argentina –grupo
paramilitar de ultraderecha conocido como la Triple AAA– (Romero 1998), o el
Comando Libertadores de América. En la dictadura de 1976-1983 los principios
reformistas fueron socavados en su totalidad (Buchbinder y Marquina 2008). El
régimen militar desmanteló todo tipo de organización que pusiera en riesgo su
estabilidad. La organización continuó, pero despojada de los repertorios de
confrontación y de las reivindicaciones políticas que cuestionaban el nefasto
orden: la JUP, desestructurada políticamente, subsistió junto a agrupaciones
como la FM o el MOR, los colectivos estudiantiles fueron reducidos a células
que «actuaban en la clandestinidad», y la actividad de la FUA se limitó a
cuestionar los índices de deserción y criticar las políticas educativas de la
gestión militar (Romero, 1998).
Con la dictadura
militar, distintas facciones de la clase dominante de nuestro país
profundizaron la represión sobre la militancia de izquierda marxista y
peronista. La universidad fue uno de los terrenos donde el terrorismo
paraestatal y luego estatal de la burguesía se asentaría de manera
privilegiada, como lo testimonia el hecho de que más del 20% de los desaparecidos
eran estudiantes universitarios. (Bonavena y Millán 2012, 110)
1.3.
Resurgimiento
La
reorganización de los centros y agrupaciones estudiantiles se inició, de manera
gradual, en la década del ochenta con la transición democrática. En 1982 fue
tolerada nuevamente en las universidades y en 1983 fue normalizada con la
restitución de los principios que evocaban el modelo reformista de 1918
(Chiroleu et al. 2012). El proceso
político posibilitó la reorganización de formaciones partidarias (Buchbinder
2005) y el surgimiento de organizaciones identificadas como independientes o
autónomas, por mantenerse al margen de la lógica de los partidos (Arriondo
2011). Unas y otras retomaron las consignas construidas en el marco del
pensamiento revolucionario de las décadas anteriores (marxista, leninista,
trotskista, maoísta, etc.). El incremento de las últimas adquirió fuerza a
finales de ese decenio:
Las agrupaciones
independientes, funcionaron en aquel contexto como nuevos espacios de
politización que, por un lado, sirvieron como refugio para militantes
partidarios desencantados que no encontraban un lugar en las estructuras
políticas clásicas y, por otro, se constituyeron en espacios de creatividad y
experimentación de nuevas prácticas y formas de organización políticas.
(Picotto y Vommaro 2010, 150)
Las
causas de su inestabilidad se atribuyen principalmente a las dictaduras, al
terrorismo y a las vicisitudes que implica la politización (Portantiero 1978;
Ceballos 1985; Buchbinder 1997 y 2005; Romero 1998). La proliferación de
organizaciones en las distintas universidades nacionales se aduce por el avance
del neoliberalismo de los noventa, junto con la crisis económica y la crisis de
representación política, que golpeaba fuertemente a la nación a las puertas del
siglo XXI (Picotto y Vommaro 2010; Arriondo 2011; Liaudat et al. 2012).
Las elecciones que se realizan en las casas de
estudio desde el retorno a la democracia generan una disputa similar a la que
adelantan los partidos políticos por detentar el poder del Estado, la cual se
desarrolla en el interior de los claustros y expone uno de los principales
obstáculos para la unidad del estudiantado, dada la división ideológica que
causa. Por lo tanto las coaliciones y alianzas entre agrupaciones suelen ser
frecuentes mientras que la administración de los centros de estudiantes, la
representación del demos y la
dirección de las federaciones que los nuclean, suelen ser ostentadas por las
organizaciones instituidas; un caso evidente es el de la FM que ha dirigido a
la FUA desde la transición democrática y, renovada bajo la denominación «Nuevo
Espacio»[13], continua disputando el
control de varios claustros con sectores de izquierda, coaligados en el «Frente
Reformista», que tienen un porcentaje de la conducción nacional.
Con la
consolidación de la política universitaria de la UCR se fue imponiendo un
mecanismo electoral para escoger autoridades en las organizaciones corporativas
(como los centros de estudiantes y federaciones) y en los cuerpos de gestión
académica, lo que favoreció un perfil de estudiante que delega sus intereses en
un representante, transformándose ésta en la forma preponderante de
participación. (Bonavena y Millán 2012, 111)
1.4.
Demandas y disputas recientes
La
protesta estudiantil se muestra siempre atravesada «por procesos de transmisión
política intergeneracional, que expresan el vínculo estrecho entre las
agrupaciones estudiantiles, partidos y movimientos políticos, que persisten en
la escena pública a lo largo del tiempo» (Carli 2014, 12). En todos sus
episodios las demandas y disputas giran en torno a un componente fenomenológico
que en la Teoría de la Movilización de Recursos se conoce como la Estructura de
Oportunidades Políticas: «dimensiones consecuentes», no necesariamente formales
o permanentes, del ámbito político, que proporcionan incentivos para la
movilización del estudiantado (Tarrow 1999, 2004). Sin ella su causa carece de
todo sentido y posibilidad.
Los descontentos
–escribe Sidney Tarrow– encuentran oportunidades favorables para reclamar sus
demandas cuando se abre el acceso institucional, cuando emergen conflictos
entre las elites, cuando pueden conseguir alianzas y disminuye la capacidad
represora del Estado. Cuando todo esto se combina con una percepción elevada de
los costes que supondría la inacción, las oportunidades dan lugar a episodios
de acción colectiva. (Tarrow 2004, 109, 110)
Al
ritmo del acontecer político se motorizan las demandas, éstas son más
frecuentes que la movilización. Lo que varía de la acción en el tiempo es el
nivel y tipo de incongruencias que sus enunciantes experimentan, es decir, «las
restricciones a su libertad de acción y las amenazas que perciben sobre sus
intereses y valores» (Tarrow 2004, 109). Con el retorno a la democracia los
universitarios reclamaron el pleno ejercicio democrático, la expulsión de los
funcionarios que habían servido a la dictadura, el ingreso irrestricto a la
universidad y se movilizaron exigiendo justicia por la violación de derechos humanos
cometida durante el fatídico episodio (Liaudat et al. 2012). En los años noventa lo hicieron en el marco de la
publicación del documento Bulit Goñi[14] y las reformas del menemismo,
en especial la Ley Federal de Educación, y la Ley de Educación Superior (LES).
Esta última alimentó la consigna «la LES no pasará» y el «abrazo al Congreso»,
táctica que, sin lograr su objetivo, buscaba crear un cordón humano alrededor
del recinto para evitar el ingreso de los diputados y la aprobación de la
legislación (Bonavena y Millán 2012). Durante el segundo lustro de la década,
los estudiantes formaron un bloque de contención gremial en contra del
arancelamiento, la evaluación y los recortes presupuestarios (Krotsch 2014).
La recesión económica que comenzó en 1998 incentivó
su participación en las protestas de 1999, 2000 y 2001 (Buchbinder 2005). Por
esos años se sumaron a las luchas de los ahorristas, de piqueteros y
desocupados, de recuperación de fábricas y de vecinos (Liaudat et al. 2012). La LES, desde su sanción,
se convirtió en un dispositivo de rechazo permanente. Junto a ella se retomaron
las demandas reformistas alusivas a la autonomía universitaria, en particular
la participación política estudiantil en su gobierno. La falta de voluntad para
democratizar las universidades ha amparado una lectura antirreformista «ya no
de raíces católicas sino conservadoras de las posiciones académicas y
económicas» (Bonavena y Millán 2012, 114). Las expresiones de esta pugna se
repiten con cierta frecuencia en buena parte de las universidades estatales,
bajo la consigna de la lucha por la democratización: en la UBA, la Universidad
de Comahue, la Universidad de la Patagonia, la Universidad Nacional de la
Plata, la Universidad de Rosario, la Universidad Nacional de Córdoba y la Universidad
de Mar del Plata (Liaudat et al.
2012; Bonavena y Millán 2012).
Desde el
2015, el desmanejo de la economía, cíclico en la sociedad Argentina, alienta la
protesta estudiantil, y articula a la comunidad universitaria con otros
sectores sociales. En la actualidad los estudiantes vienen participando de
acciones de confrontación y movilizaciones, contra el recorte presupuestario
propuesto por el gobierno nacional, para las 57 universidades públicas del país
(Salas 2018). Recientemente se realizó «la marcha en defensa de la universidad
pública» en las principales ciudades de las provincias. El evento reunió a
todos los miembros de la comunidad educativa y científica, en reclamo por
salarios dignos y en rechazo al ajuste, y culminó con una enorme concentración
en Buenos Aires (Bullentini 2018.) La contienda ha sido liderada por los
docentes y ha incluido la toma de claustros, volanteadas, huelgas, marchas
actividades callejeras como clases públicas, elaboración de murales y abrazos
simbólicos a las sedes; a la fecha –septiembre de 2018– el conflicto suma algo
más de cuatro semanas y las tomas de las facultades no cesan.
2.
Recursos de la organización
En
sincronía con la optimización de las oportunidades políticas, en cada episodio
de confrontación se suelen desarrollar los mismos procesos, independiente de
que adquieran o no un carácter masivo. Sin el interés de agotarlos, señalo
cinco: 1. Los enmarcados o esquemas de interpretación crítica del contexto
social (Snow y Benford 2006). 2. La producción y la difusión de información
respecto a la realidad de ese contexto (Melucci 1999), el Manifiesto Liminar,
citado en el encabezado, es un ejemplo de ello. 3. La creación de organismos
federativos como la FUC o la FUA y el trabajo articulado de organizaciones o redes
(Melucci 1999). 4. La unidad con otros sectores como el sindicalismo obrero
(McCarthy 1999) y 5. La puesta en marcha de toda una serie de prácticas y
tácticas movimientistas; verbigracia, manifestaciones en las calles, motines o
tomas de instalaciones (Tilly 2000).
La organización es fundamental en todos y cumple
un papel determinante en las protestas, a través de las agrupaciones. El número
de estas últimas varía en cada facultad y una buena parte tiene presencia en
varias universidades del país. A las elecciones para Centros de Estudiantes y
Consejo Directivo por el Claustro Estudiantil de la UBA, llevadas a cabo en
septiembre de 2017, se presentaron más de sesenta[15] en las trece facultades
que la componen[16] (Juventud Informada 2017;
La Izquierda Diario 2017), doce lo hicieron en más de una a la vez, por
ejemplo: la agrupación Movimiento Universitario Sur (SUR), La Corriente
Estudiantil Popular Antiimperialista (CEPA), Nuevo Espacio, La Mella y el
Partido Obrero (PO).
La emergencia de las organizaciones actuales es
reciente y está asociada a hechos coyunturales, verbigracia, las agrupaciones
Izquierda Socialista y SUR, creadas en 2006 y CAUCE, creada en 2010. En algunos
casos es el resultado de rupturas entre organizaciones previamente conformadas,
en muchos su existencia es volátil, hecho que se explica por el desgaste de la
organización o por la partida de la universidad de los estudiantes que las
fundan. Si se compara el número de las agrupaciones que vienen participando,
tan sólo en las actividades electorales de los dos últimos periodos es posible
percatarse del aumento o la disminución de aquellas que realizan actividades
durante periodos cortos, y de la prevalencia de las agrupaciones que se
adscriben a organizaciones consolidadas como los partidos políticos. Así,
mientras que en 2013 en la FFyL existían alrededor de 30, en 2017 no
sobrepasaron las 20[17]; la agrupación UNG, que
surgió en 2005 de la ruptura de la Corriente Estudiantil de Liberación, se
disolvió en 2014. En otros casos el surgimiento de estos grupos ha sido
orquestado por el propio Estado, un ejemplo es la agrupación Movimiento
Universitario Evita (MUE), conformada por el régimen Kirchner en 2009; otro la
agrupación Cambiemos, estructurada en 2015 por el gobierno actual.
Todas tienen semejanzas pese a que sean distintas:
a) sus integrantes comparten ideas y constructos respecto a su realidad
inmediata; b) sus «acciones», y bajo ciertas circunstancias sus fines, trazan
un puente que las acerca aun cuando los principios que siguen las distancian; y
c) operan reproduciendo las mismas dinámicas de acción. Estos patrones
facilitan la distinción de varios recursos que intervienen en la constitución y
lógica de la protesta, componen un todo con significado, y se repiten en cada agrupación.
A continuación menciono siete: los estudiantes, la ideología, la identidad, los
objetivos, las demandas, las estrategias y los medios de difusión.
2.1.Estudiantes
Las
agrupaciones suelen tener dos figuras de integrantes: aquellos que ejecutan los
procesos de formación de la acción colectiva, reconocidos en el argot de la
movilización como activistas o militantes, es decir los que integran y
participan de forma activa en una organización política (Quirós 2014); y
quienes participan de forma irregular. Aquí se hace referencia a los primeros
cada vez que se alude a los estudiantes. Una de las transformaciones que
expresa este sector social en el tiempo es la presencia y participación de las
mujeres. En consecuencia, la lucha del estudiantado universitario se ha nutrido
también de la causa feminista.
Ellos y ellas materializan su acción porque son
capaces de articular y difundir discursos sobre cuestiones controvertidas de la
vida social, influyendo en las formas de ver la realidad compartida por sus
públicos. Adquieren la capacidad de ejecutar los procesos que la protesta
implica porque se asumen como sujetos/sujetas políticos en la búsqueda de las
condiciones que les permiten ser actores de su propia historia y como
portadores de una ética elevada que les posibilita ser los representantes tanto
de sus congéneres como de los sectores sociales que consideran en desventaja
(Albornoz 1971; Touraine 1987 y 1997; Melucci 1994 y 1999; Laraña 1999).
Su origen social es diverso. Antaño se ha
reconocido su pertenencia a las clases emergentes o en ascenso socioeconómico
(Portantiero 1978), sin embargo en las movilizaciones actuales se destaca la
participación de la primera generación de universitarios que provienen de
sectores con bajos ingresos económicos (Salas 2018). La proporción de
integrantes por cada agrupación varía en cada facultad, tanto como la cantidad
de éstas. Generalmente es menor de 6, cuando supera ese número no sobrepasa los
15, y llega a alcanzar más de 30 sólo bajo ciertas condiciones y
circunstancias. Esta situación se presenta en las agrupaciones que hacen
presencia en varias facultades y universidades adscritas a partidos políticos
tradicionales como el Obrero, y que constituyen frentes para alcanzar espacios
de poder como los centros de estudiantes.
La formación política de quienes militan tiene una
estrecha relación con los procesos de politización que se conciben con
anterioridad en espacios de interacción como el núcleo familiar, se suele
potencializar en el entorno social y adquiere su realización en la vida
cotidiana universitaria. Un integrante del Movimiento Universitario Sur al
respecto señaló lo siguiente:
Yo digamos empecé
a militar ya a los 24 años, o sea ya tenía una conciencia política formada.
Desde chico, mis viejos me fueron formando políticamente. Tenía una idea
cerrada, más o menos de cuáles eran mis ideales políticos […] así que no tuve
la necesidad de participar en otros movimientos porque éste era acorde a lo que
yo buscaba.
Sus
primeras experiencias de activismo político suelen ocurrir en la secundaria y a
menudo son el producto de la persuasión. Esta situación la reconocieron la
mayoría de los entrevistados, situación que no es de extrañar si se tiene
presente la tradición movimientista que posee el país. Destaco dos testimonios,
el primero pertenece a una integrante de la agrupación Izquierda Socialista, el
segundo a uno de la agrupación USG:
Desde chica me
interesaban los movimientos sociales, en el secundario, empecé a buscar dónde
militar. Tenía un grupo de amigas –a uno cuando es adolescente lo influyen
bastante– que querían hacer lo mismo que yo; entonces juntas buscamos un lugar
dónde militar. Yo iba a un colegio privado en el secundario, entonces no había
un espacio de organización en ese marco, así que espere a entrar a la carrera.
Mi elección de la UBA fue totalmente política, la UBA es un espacio para hacer
política. Quizás también por una cuestión de familia siempre estuve muy influenciada
por la izquierda, mi papá fue militante de la corriente a la que pertenece mi
partido, y entonces bueno...
Mi primo milita en una universidad de la
Patagonia, en mi familia hay muchos militantes de distinta índole, entonces la
discusión siempre estuvo presente. Cuando llegué a la facultad, yo quería
participar activamente en la política de forma orgánica, entonces discutí con
muchas agrupaciones, presuponiendo que con la que más afinidad iba a tener
sería USG porque había discusiones que yo ya tenía con mi primo. Mis valores
estaban más del lado de la propuesta que me hacía esta agrupación donde existe
una raigambre muy fuerte entre el hacer y decir. Mi voz encontró un proyecto
político con el que se identificó.
Su
tiempo lo suelen repartir entre los cursos, el «laburo», en el caso de quienes
se emplean, y en las acciones que su militancia requiere. Se forman
académicamente en distintas disciplinas, atraviesan diferentes periodos de éstas,
y algunos cursan Ciclo Básico Común para el ingreso a la universidad. El
carácter transitorio de su condición juvenil los convierte en un sector
diferenciado, en relación con otros grupos etarios, que posee cierto margen de
libertad y los excluye de los compromisos que se adquieren en la adultez,
privilegiándolos para tomar posiciones ideológicas, y revelarse en contra de
formas que consideran autoritarias con mínimos riesgos personales. Esa misma
condición produce en ellos una búsqueda permanente de identidad que los lleva a
rechazar los valores inculcados por las viejas generaciones, a preocuparse por
cuestiones ideales, a ser permeables a la desilusión social, sensibles a los
llamados a la lucha, a la unidad, a sumarse a las causas de los sectores
oprimidos, y a atribuirse la misión de construir un mundo nuevo e igualitario
(Albornoz 1971; Touraine 1997).
Los educandos encuentran en la acción colectiva su
fortín para enfrentarse a las adversidades y lo convierten en espacios de
libertad. Su actividad, en pocas palabras, alimenta su alegría de vivir
(Touraine 1997; Laraña 1999; Zibechi 2003). Las respuestas a la pregunta sobre
la satisfacción de militar develan gozos que abarcan desde el plano político,
social e intelectual, hasta el sexual. Cito dos más; la primera corresponde a
un integrante de la agrupación CAUCE la segunda a uno de la agrupación SUR.
El aporte y
pertenecer a un proyecto colectivo es realmente un cambio cualitativo en la
vida de cualquier persona, sea el proyecto colectivo del tipo que fuera, cuando
implica una entrega importante desde la propia subjetividad, más aún, cuando el
proyecto apunta a transformar la vida de las personas en un sentido de mayor
libertad, de mayor creatividad, de mayor desarrollo personal y social.
Despertarme todos los días sabiendo que
estoy haciendo algo por cambiar la realidad de mi país, esa es la satisfacción
máxima. Nosotros como Movimiento Universitario Sur participamos del movimiento
Libres del Sur, tenemos una compañera diputada, participamos del frente amplio
progresista, y sabemos que estamos disputando con los sectores más poderosos de
la política y de la economía; que le estamos disputando el poder y que queremos
llegar a ser gobierno para, desde el Estado, desplegar todas las políticas
necesarias para redistribuir realmente la riqueza y para hacer una patria más
justa, soberana, e igualitaria. Todos los días me levanto pensando en eso, así
que estoy plenamente satisfecho.
2.2. Ideología
La
ideología, entendida como el sistema de creencias, ideas y valores que sirven
para justificar la oposición a un orden político determinado (Zald 1999),
expresa los ideales y principios que guían las acciones estudiantiles. Opera
como subproceso, de un proceso mayor denominado formación del consenso, y
depende de las oportunidades coyunturales que ofrece el contexto social
(Melucci 1999).
Los estudiantes asumen una adscripción ideológica
con la cual construyen criterios amplios para llegar un público mayor e
interpelan sistemas de creencias, elaborados por diversos actores sociales, en
el discurso organizado que difunden. En sus organizaciones persisten las
ideologías retomadas en los años ochenta. En algunas agrupaciones se encuentran
plasmadas en el nombre, caso Izquierda Socialista, agrupación MUE, o agrupación
PSTU. En las agrupaciones independientes la orientación ideológica es compuesta:
es el caso FER cuyos integrantes se vinculan con el socialismo, comunismo,
anarquismo; varias se adscriben al guevarismo, y la mayoría retoman las
distintas variantes del marxismo (Cortés y Kandel 2002). Así, se puede hallar
en este escenario una suerte ideológica de marxismo, leninismo, trotskismo,
guevarismo, en ocasiones carente del rigor que caracterizó a estas corrientes
en su época, mezclada con doctrinas endémicas de Argentina –clásicas como el
peronismo y sus vertientes, o contemporáneas como el kirchnerismo o el
macrismo– hoy por hoy, matizadas de los principios de la epistemología
feminista e inmersas en la lógica partidaria que subsiste en las facultades.
2.3. Identidad
El
componente identitario equivale a un incentivo para la protesta: «construye el
sistema de acción (las expectativas y las posibilidades y límites de la acción)
en el cual un individuo se define a sí mismo y a su ambiente» (Revilla 1994, 9) .[18] Sin embargo, representa
un factor «ambiguo» para las agrupaciones, hecho visible en el dualismo
independientes/partidarias, pues mientras motoriza la acción colectiva arraiga
el sectarismo entre ellas (Melucci 1999). Los estudiantes producen su identidad
a partir de símbolos cuya carga emocional potencia la movilización voluntaria
en escenarios de conflicto. Todos dependen del contexto y le dan un toque
sarcástico a las circunstancias que desean denunciar. El potencial de este
recurso se basa en la relación de correspondencia entre el signo que difunde y
la realidad a la que alude, por ejemplo elaborando caricaturas de algún
personaje que identifican como enemigo, o construyendo objetos alusivos que presentan
en sus actos públicos; en la actualidad, a propósito del recorte
presupuestario, es común ver tijeras gigantes en las marchas.
Este recurso y la simbología de la protesta
estudiantil se caracterizan, entre otras cosas, por estar en el origen del sentimiento
de pertenencia a un grupo diferenciado, por relacionarse íntimamente con la
imagen que los integrantes de cada organización tienen de sí mismos, así como
con el sentido de su existencia individual, y por contener expresiones propias
tanto del pensamiento asociado a la «izquierda política» como del asociado al
oficialismo. Además delinea el horizonte de los sistemas de pensamiento de las
agrupaciones, proyecta los rasgos colectivos, cumple un rol relevante en la
producción de la razón de la movilización, y es parte de la herencia ideológica
y cultural de la sociedad. Las luchas sociales históricas han acuñado la
mayoría (personajes, creencias, colores, frases célebres, cantos, etc.).
2.4. Objetivos
Los
objetivos que guían cada organización son diversos, siguen el hilo de sus
ideologías y están determinados por la percepción que tienen los estudiantes de
su entorno, es decir, los construyen, hacen elecciones y toman decisiones de
acuerdo con la realidad y las expectativas socialmente construidas (Revilla
1994). El sector expresa dos modelos: los que desbordan el ámbito universitario
y los gremiales. Ambos, en sentido tácito, son instrumentales a su acción
colectiva. Los primeros trazan un margen diferencial entre las dos formas de
organización. Las agrupaciones partidarias proyectan sus horizontes incluyendo
a otros sectores, alimentan la idea del cambio social, y tienden a retomar las
consignas de organizaciones tradicionales como los sindicatos de trabajadores.
Así se destaca el caso de la agrupación perteneciente al Partido Obrero, cuyo
objetivo central es hacer la revolución de la clase obrera; el caso de la
agrupación Prisma y el MUE cuyo objetivo es luchar por una Universidad pública
y de calidad al servicio de los trabajadores en la primera, y del pueblo en la
segunda; y el caso de La Mella que enarbola la transformación profunda de la
sociedad.
Los objetivos gremiales son esgrimidos tanto por
las agrupaciones partidarias como por las independientes: pretenden «bienes
públicos» puntuales y disponibles a todos los miembros activos y potenciales de
la organización, contemplan la liberación, y generalmente concentran intereses
académicos idénticos, expresados en diferentes términos. Por ejemplo: construir
una Universidad para la transformación social; trabajar por los derechos de los
estudiantes; luchar por una educación pública, gratuita y de calidad;
transformar la realidad social dentro de cada facultad, conservar los
privilegios obtenidos a los largo de la lucha (tarifa estudiantil en el transporte
público, los comedores estudiantiles, etc.).
Los propósitos de la organización estudiantil son
instrumentales en sentido tácito porque, aun cuando no lo expresan
puntualmente, están orientados a incrementar los recursos para defender los
intereses de las agrupaciones. En otras palabras, hacen las veces de «bienes e
incentivos públicos» (Olson 1992) que apuntan a acrecentar el número de
integrantes mientras avanzan tras los fines que fundamentan la organización.
Todos indistintamente expresan el propósito que motoriza sus acciones: «mantener
encendida la protesta social en sus diversas manifestaciones» (Biagini 2000b,
28), independiente de que la lucha se encuentre fragmentada y de que no logre
alcanzar el mismo impacto ni la eficacia que obtuvieron las generaciones
estudiantiles otrora. Un estudiante expresó lo siguiente al respecto:
Independientemente
de si se gana o se pierde la lucha yo necesito juntar gente, cuando nos
quejamos aisladamente nuestras voces suenan menos fuerte, por eso soy
partidario de la organización.
2.5. Demandas
Las
demandas representan los componentes lingüísticos que expresan los significados
y signos de la protesta. Éstas se caracterizan por diversas razones: expresan
intereses que aluden al bienestar universitario, al carácter público de la
educación y a aspectos políticos de la vida nacional; señalan a grupos cuyas
acciones afectan al conjunto de la sociedad; se complementan entre unas y
otras; se orientan al cambio social (Raschke 1994; Munck 1995); y aluden
problemáticas referentes a la violencia de género, aspecto novedoso en la
movilización del gremio universitario.
Al igual que con los objetivos expresan dos
modelos: por una parte se destacan las que se relacionan con el bienestar y
pasan por la oportunidad de becas así como por la creación de políticas de
acceso y permanencia; por otra parte sobresalen las que aluden diversas
problemáticas sociales y, por lo mismo, son mucho más elaboradas, por ejemplo:
las que de manera explícita pretenden el incremento del presupuesto para la
educación y la ciencia, salario digno para los docentes, balances públicos de
los centros de estudiantes, la construcción de una Universidad al servicio de
los trabajadores; calidad de vida para la clase obrera, etc. Las
reivindicaciones de género denuncian feminicidios y se suman a campañas como «Ni
Una Menos» o la legalización del aborto.
Con
estos recursos se mantiene latente la causa estudiantil y se identifican los
adversarios de su lucha. Además de funcionar como artefactos de contención y
problematización repelen directamente: el neoliberalismo; la Ley de Educación
Superior; la Comisión Nacional de Evaluación Universitaria (CONEAU); el saqueo
imperialista; los ajustes presupuestales a la educación pública y al nivel de
vida de la clase obrera; los procesos antidemocráticos; las formas de elección
de las autoridades universitarias; la marginación de la clase baja en los
proyectos políticos estatales; la mercantilización de la educación; la
explotación; la opresión; la violencia sexual, las problemáticas de género,
etc.
2.6. Estrategias
Las
organizaciones estudiantiles no tienen una forma de actuar sino formas de
acción consensuada con las cuales llevan a cabo sus protestas. En la sociología
de los movimientos sociales se les conoce como «estrategias» o «repertorios de
confrontación» (McCarthy 1999; Tilly 2000), éstas, al igual que los demás
recursos mencionados, hacen parte del plus de aprendizajes que se ha
configurado en las luchas estudiantiles presididas por las generaciones
anteriores. Dicho en otros términos, son la praxis de la acumulación de
conocimientos esculpidos en campañas, que hoy hacen parte de la historia y del
conjunto de prácticas y símbolos compartidos por la sociedad argentina. Son
usuales: las asambleas; los encuentros estudiantiles; los círculos de estudio;
las cátedras libres; los cortes de calle; las marchas; las charlas; las tomas
de las facultades, de los rectorados; la difusión de sus propósitos aula por
aula, estudiante por estudiante; las movilizaciones al consejo directivo; los
acampes; los mesazos; los abrazos a recintos; los festivales; las actividades
de educación popular y los talleres de género. La participación multisectorial
es una estrategia extraordinaria que tiene lugar cuando son vulnerados los
intereses de diferentes sectores, como ocurre en la actualidad en el marco de
la lucha por la educación pública. Todas se ponen en práctica según el contexto
y el proceso político.
2.7. Medios de difusión
Los
medios de difusión son imprescindibles para movilizar la causa. Ideologías,
identidades, símbolos, objetivos y demandas, son plasmados en ellos con el fin
de crear en el estudiantado, y en el público en general, una conciencia
homogénea respecto de las problemáticas abordadas. Los espacios físicos son
tradicionales; en las facultades cada organización se ha hecho uno desde el
cual opera e insemina sus ideales. Algunas lo hacen en locales propios dentro
de los claustros como la FM, otras se valen de escritorios o mesas que forman
en los pasillos convirtiéndolos en su despacho, o como dicen los mismos estudiantes,
en «punto de información» dentro de la facultad.
El periódico es una herramienta con la que cuentan
particularmente las agrupaciones partidarias; en general todas hacen uso de
pequeñas cartillas y otros impresos que las generaciones estudiantiles de
antaño, y la protesta social desde el siglo XVIII, utilizaron para difundir sus
ideales, anunciar sus actividades, evaluarlas e informar de sus éxitos o
fracasos: revistas, folletos, panfletos, volantes, grafitis, etc. (Tilly y Wood
2010). Pese al transcurrir de los años, este medio continúa siendo un mecanismo
eficaz para atraer participantes –en la contienda del «Grito de Córdoba» los
estudiantes editaron la Gaceta
Universitaria para difundir sus ideas y propósitos–. A la pregunta por la
sumatoria de compañeros a la causa, un estudiante de la formación del Partido
Obrero respondió lo siguiente
¿El tema del
reclutamiento?, nosotros le decimos reclutamiento. Nosotros siempre lo hacemos
de una forma política, no tenemos los intereses de decir que somos los mejores
amigos, tenemos una relación política hacia todo el mundo, después obviamente
se conforman amistades, pero lo que hacemos es construir una orientación
política bien marcada para explicarla a todo el mundo. Lo primero que hacemos, «como el partido
bolchevique» –je–, es tener
siempre a mano nuestra prensa, nuestro periódico (tenemos un periódico semanal,
que sale todos los jueves); siempre en la mano o en la mochila el periódico
para cualquier persona, con la que se dé una discusión política, ofrecérselo.
El periódico es nuestro lineamiento político que discutimos con todo el mundo:
¡mira está es la posición del partido obrero!; y entonces empezamos a
discutirlo, eso es básico. A partir de ahí, nosotros hacemos actividades todos
los días, hacemos cosas, venimos movilizamos, vamos allá, ponemos una mesita en
la esquina. Tratamos de llevar a la gente a la práctica, a militar, a sumarse,
pasamos por las aulas. Ese es el modo, no tiene muchas más trabas.
Las
nuevas tecnologías de información y comunicación (NTIC) representan otra de las
novedades de la protesta estudiantil en nuestros días no sólo en la Argentina.
Éstas reducen los costos y superan la unidireccionalidad de los medios de
comunicación tradicionales, ya que en ellos el contenido se envía de uno a
muchos mientras que con aquéllas se establece cierta interacción entre emisores
y receptores. Apelando a Sadaba y Roig (2004), podemos decir que desarrollan
tres funciones fundamentales para la protesta de este sector: la primera es la
de informar. Esta práctica tiene lugar mediante páginas web propias y aquellos
portales no convencionales de noticias que plantean temáticas relacionadas con
los intereses de los estudiantes. También se desarrolla a través espacios de
publicación abierta –que superan el modelo «unidireccional» emisor-receptor
permitiendo al «informado» convertirse además en el «informante» que emite su
propia versión u opinión de la información a la que accede– como weblogs, y de redes sociales como
Facebook, Twitter, WhatsApp o del correo electrónico. La segunda función se
relaciona con la coordinación de los recursos que permiten el funcionamiento
colectivo de las agrupaciones; y la tercera con la producción del sentido e
identidad pues permiten el acercamiento, la difusión de las demandas y el
conocimiento mutuo entre los estudiantes y los simpatizantes que se interesan
en participar de su causa.
3.
Lógica de la cuestión
Los
procesos inherentes a la acción colectiva estudiantil conllevan sinergias que
se nutren del acervo cultural, esto es del cúmulo de símbolos y prácticas
compartidos por los grupos sociales (Zald 1999), mientras robustecen, en
simultáneo generación tras generación, la ideología, la identidad y la
persistencia de la protesta. En el cenit del fenómeno pueden aparecer como
fortuitos pero en realidad se desarrollan como una frecuencia de pasos «dándose»,
que tienen una continuidad y se realizan en el tiempo (Zemelman 2009). Algunos
requieren un esfuerzo particularmente cognoscitivo por tratarse de actividades
en las que predomina el uso del intelecto; otros son más bien operativos por
tratarse de la puesta en funcionamiento de las tácticas y de los mecanismos de
persuasión que los estudiantes tienen a su alcance.
Aunque
unos y otros se complementan, ambos son
diferenciales pues se fortifican entre sí, a la vez implican
actividades de una
y otra índole, retroalimentan el formato organizativo de cada
agrupación y
pretenden la movilización masiva del público. Mientras
que los procesos
cognoscitivos se basan en la consolidación del consenso
colectivo, en el diseño
de la protesta y en la justificación de la masificación;
los operativos
implican la conjugación de los medios, la difusión del
consenso y la ejecución
del método para materializar la unidad. Los procesos
cognoscitivos se
manifiestan propiamente en las acciones encaminadas a problematizar la
realidad
(ejemplo: construir definiciones colectivas, identificar injusticias,
señalar
responsables, elaborar demandas, proponer objetivos, etc.), los
procesos
operativos se revelan en los planes y los instrumentos para intervenir
en esa
realidad (ejemplo: difundir sus causas, confrontar la política
universitaria,
develar conflictos, etc.). De acuerdo con las perspectivas
teóricas que guían
este análisis, aquéllos se refieren a los procesos de
creación de «marcos» o «enmarcado»
(Zald 1999; Tarrow 2004; Snow y Benford 2006) y a la
construcción de la
identidad colectiva (Melucci 1999); los últimos a las
«estrategias de
movilización» (Tilly 2000) y a los «ciclos de
acción» (Tarrow 2004). Pensados
como dimensiones de la protesta se pueden explicar siguiendo el modelo
cultural
de la «oratoria» y el «drama» (Gusfield 2014).
La retórica entendida como el arte de
persuasión, o «como la facultad de observar, en cualquier caso dado, aquéllo
que es apto para persuadir» (Aristóteles, como se citó en Gusfield 2014, 95),
toma sus recursos de los hechos del lenguaje o de lo que bien se puede asumir
como «gramáticas de la vida pública»; esto es, del conjunto de signos y reglas
para hablar que adquieren sentido en un espacio específico (Cefaï 2008). Se
expresa en las técnicas discursivas, cobra razón en un contexto de prácticas e
instituciones compartidas fuera del cual perdería toda lógica, y depende de la
capacidad de los estudiantes tanto para ajustarlas a la especificidad de sus
demandas como para valerse de ellas y emocionar a su público (Cefaï 2014).
Además de ello enuncia el recurso ideológico y arraiga la identidad, plasmada
en el enmarcado, esto es, en el «esquema interpretativo que simplifica y
condensa el mundo que está ahí fuera puntuando y codificando selectivamente
objetos, situaciones, acontecimientos, experiencias y secuencias de acciones en
el pasado y presente de cada individuo» (Snow y Benford 2006, 125).
Este dispositivo explica la vía
mediante la cual se canalizan las oportunidades políticas. Al develar el
carácter «injusto» de situaciones que generalmente son percibidas como
habituales o normativas permite sugerir alternativas para superarlas (Tarrow 2004;
Zald 1999). El proceso se repite en cada una de las luchas del gremio. La que
amerita la demanda de la democratización lo expresa claramente, dado que se ha
convertido en una contienda frecuente en los últimos años: los estudiantes
evalúan el porcentaje de su participación en la elección del rector y se
reconocen como mayoría, frente a una normativa que determina directamente su
paso por la universidad. Por lo tanto, asumen que tienen la prelación en los
comicios y develan públicamente su desventaja representativa, connotándola de
atropello.
El preámbulo de cada certamen
electoral de rectores y decanos universitarios se acompaña con un conjunto de
marcos en contra de su realización. Para la agrupación del Partido de los
Trabajadores Socialistas (PTS) «la Universidad sigue siendo gobernada por una
casta divina de los profesores titulares; el voto de un docente vale en algunos
casos igual que el de 135 estudiantes; en filo 200 profesores eligen a 8
representantes, 1,800 graduados eligen a 4 y 9,700 estudiantes a 4 más». De
acuerdo con la formulación de la agrupación adscrita al Partido Socialista de
los Trabajadores Unificados (PSTU) «en la UBA, las elecciones de rector están
respaldadas por el Consejo Superior, donde los docentes tienen 19 votos, los
360,000 estudiantes sólo tenemos 5 y los 12,000 trabajadores auxiliares no
votan». En la opinión de la agrupación CAUCE el «esquema garantiza la
sistemática conservación de las decisiones en las mismas manos, que se eligen a
sí mismas y sancionan la continuidad de las políticas académicas». Para la
agrupación USG «la democratización no es un problema que deviene cada tanto,
sino una realidad que todos los días atraviesa a los más de 300 mil estudiantes
de la casa de estudios bonaerense».
La
construcción de todos estos
esquemas implica tres procesos: el «diagnostico», el
«pronóstico» y la «motivación»,
esenciales para la configuración de las creencias y los
significados de la
protesta, que se basan en la elaboración de una lectura
crítica de la
situación, en la formulación de soluciones a esa
situación, y en la invitación
a transformarla en pro del beneficio común (Snow y Benford
2006). El primero
involucra la identificación del problema, los alcances de
éste y la atribución
del agente o los agentes causales; el segundo además de sugerir
las soluciones
implica trazar los objetivos y definir las maniobras de la
acción; y el tercero
está confinado a la elaboración de argumentos que sirvan
como acicate para la
movilización.
En el proceso de diagnóstico
los universitarios emplean adjetivos y expresiones cínicas e irónicas para
agitar las emociones y despertar indignación frente a las circunstancias. En la
primera elección del actual rector de la UBA, en 2013, hicieron hincapié en: el
carácter «antidemocrático» de los comicios electorales, la perpetuación de la
toma de decisiones administrativas en manos de «los mismos», y la «aristocracia
que, según afirmaban, «sólo permite a una casta de profesores titulares
postularse y auto-elegirse». Arengaron contra el rectorado diciendo que allí «las
cosas se cocinan a puerta cerrada», y que a largo plazo el fin último del
régimen es poner la educación, y con ello a la universidad, al servicio del
mercado, distanciándola de los sectores que carecen de los medios económicos
para acceder al conocimiento. Denunciaron que la ausencia de una verdadera
democracia en los órganos de co-gobierno es una de las causales de los ajustes
de la educación pública. Y subrayaron que los confines hegemónicos del poder en
la universidad son los de convertirla en el reducto educativo de la burguesía.
Mediante el proceso del
pronóstico proponen vías alternativas al atropello y exigen su cumplimiento.
Plantean un esquema democrático que concede la supremacía administrativa a los estudiantes,
en primera instancia, y a los docentes auxiliares y profesores interinos, en
segunda. En él promueven la elección directa de decanos y rectores bajo el
criterio «una persona un voto» junto al funcionamiento de cuerpos colegiados
con representación «más democrática» por claustros; plantean la posibilidad de
que los más de 360,000 estudiantes de la institución tengan mayoría en todos
los órganos de co-gobierno, en juntas de carrera, consejos directivos y consejo
superior y, además, que todos los no docentes y auxiliares tengan voz y voto en
los consejos. Como parte de la pelea por el reconocimiento de la gran mayoría
de docentes ad honorem proponen un
único claustro cuyos miembros sean elegidos por todo el plantel y, entre otras
cosas, que todos los cargos estén sujetos a revocatorias del mandato, con base en
asambleas interclaustros, en donde los estudiantes puedan también decidir sobre
las cuestiones centrales de las carreras, de la vida de las facultades y de las
universidades. Las tácticas para concretar esos propósitos pasan por la
realización de campañas de propagación, información, y debate sobre los
estatutos para la elección de las autoridades universitarias, entre otras.
El proceso de motivación
incluye llamados a la movilización, la producción de incentivos públicos (Olson
1992), la explicación del perjuicio colectivo, la remembranza de las viejas
hazañas y la promesa de futuras victorias. Los estudiantes aprecian la
problemática universitaria como un asunto complejo de interés general y resaltan
la responsabilidad de la población estudiantil en el asunto. Afirman que no
solamente un cambio en la cantidad de representantes de cada claustro en los
órganos de gobierno, sino el desafío por el cual todo el gremio se puede
transformar en sujeto activo de la vida universitaria, en decisor de su función
y su orientación social; y que el ataque a la educación pública es un ataque al
bienestar universitario, y con ello al acceso y a la permanencia en la universidad.
Suelen recordar los logros obtenidos cuando sus luchas han sido masivas, e
insisten en el carácter social de la problemática.
La identidad colectiva pasa por las acciones que
proporcionan el soporte para la definición de expectativas, al igual que para
el cálculo de los costes y beneficios de la movilización. De acuerdo con los
estudios teóricos, es este factor el que facilita la integración de los
individuos en la acción colectiva (Tarrow 2004), y sin su presencia no es
posible explicar cómo se condensa la acción (Melucci 1999). Recurrir a ella
comprende dos expresiones que amalgaman la masificación: acciones «defensivas»,
en la medida en que se fundan en relaciones de igualdad y diferencia; y
acciones «ofensivas», en la medida en que expresan la oposición y el conflicto
(Touraine 1987).
La formación de un «nosotros» necesariamente se
estable en relación con otro o a otros. Este proceso no es lineal, sino que se
produce por la interacción, la negociación y la oposición de diferentes
orientaciones. Sin él la injusticia no se puede percibir como tal, ni se pueden
hacer los cálculos de las ganancias y las pérdidas (Melucci 1999; 1999). La
identidad inherente al nosotros permite señalar al adversario, blanco y objeto
de la movilización, reconocerse a sí mismos frente a éste, como su antagonista,
e identificar a un tercero como directo afectado y potencial aliado. Mediante
la interpretación del contexto, y sobre la base de un conflicto y varios
agentes antagónicos, los estudiantes afianzan su identidad como protagonistas y
construyen dos más: la de sus adversarios y la de sus audiencias. Incluyendo la
propia, cada una representa un «campo de identidad», esto es, un conjunto de
identidades reconocidas o atribuidas, construidas colectivamente: el campo de
los «protagonistas» contiene atribuciones que los estudiantes hacen sobre sí
mismos y sobre el gremio; el de los «antagonistas», atribuciones de identidad
con las cuales detallan a sus rivales, y a quienes entran en conflicto con
ellos, sean otras agrupaciones, sujetos colectivos, funcionarios políticos o
agentes institucionales; el campo de las «audiencias» incluye prerrogativas
referentes a los simpatizantes y aliados potenciales. Los marcos de
diagnóstico, pronóstico y motivación son fundamentales en la conformación de
todos (Hunt, Benford y Snow 2006).
3.2.
Dimensión dramatúrgica
Los
procesos operativos de la acción colectiva estudiantil ponen en evidencia la
trama de la protesta, movilizan los saberes y experiencias acumuladas, y se
proponen integrar a los espectadores a la lucha. Pensarlos bajo la metáfora del
drama permite dimensionarlos «como si fueran performances artísticamente
diseñados para crear y sostener la atención y el interés de su auditorio»
(Gusfield 2014, 288). Su puesta en escena incluye el despliegue de estrategias
y campañas de movilización que tienen por objetivo integrar y conmocionar a sus
simpatizantes. Estas refieren puntualmente a la organización de esas formas
(McCarthy 1999; Zald 1999; Tarrow 2004); y a los repertorios de acción que
implementan en ellas (Tilly 2000; Zibechi 2003) que fueron aludidos en el
numeral 2.6. A la pregunta por el uso de éstas un integrante de la agrupación
USG respondió lo siguiente:
Y bueno,
dependiendo del punto en el que esté la confrontación. Si es un conflicto que
recién empieza a desarrollarse, por general la primera tarea es la propaganda
de ese conflicto, que todos se enteren de que hay un conflicto, cuál es el
conflicto y por qué surge. Cuando se puede juntar una masa considerable de
gente que esté dispuesta a discutir sobre ese asunto: para dónde llevarlo, si
estamos de acuerdo, si estamos en contra, cómo lo vamos a solucionar; por lo
general se hacen asambleas. De las asambleas pueden salir medidas de lucha,
como son la toma de las facultades, interrupciones de calles; este,
movilizaciones a lo que es el Consejo Directivo para presionar las autoridades;
este, pasadas por curso para seguir difundiendo, y lo más clásico: una tirada
de afiches referente al conflicto en general. Si la policía viene a reprimirnos
pues obviamente nos vamos a defender, pero nunca somos los que incitamos a la
violencia, no consideramos que estemos en un clima social, el cual nos permita
tomar medidas extremas.
Las
campañas sintetizan el esfuerzo «público», «organizado» y «sostenido», para
llevar las reivindicaciones colectivas a las autoridades (Tilly 2000). Estas
acciones en ocasiones logran producir «ciclos de acción», es decir:
Una fase de
intensificación de los conflictos y la confrontación en el sistema social, que
incluye una rápida difusión de la acción colectiva de los sectores más
movilizados a los menos movilizados, un ritmo de innovación acelerado en formas
de confrontación, marcos nuevos o transformados para la acción colectiva, una
combinación de participación organizada y no organizada y una secuencia de
interacción intensificada entre disidentes y autoridades. Esta confrontación
generalizada produce efectos externos que proporcionan una ventaja, al menos
temporal, a los disidentes y les permite superar la debilidad en su base de
recursos; exige a los Estados la organización de estrategias de respuesta
amplias, bien sean represivas, facilitadoras o una combinación de las dos; y
produce un resultado general mayor que la suma de las consecuencias de una
serie de acontecimientos desconectados. (Tarrow 2004, 202-203)
En
una y otros la movilización de las bases es elemental. Este proceso constituye
el tejido conectivo de las estructuras racionales y motivacionales del demos estudiantil. Su realización es
atribuible al conjunto de grupos que comparten los mismos principios, y aportan
diferentes expresiones para denotar los aspectos concretos. Las «redes»
(Melucci 1999) establecidas entre las agrupaciones, propician el vínculo de
promotores y simpatizantes de la causa y aumentan el número de participantes;
unen a la gente sobre el terreno, permiten superar los déficits de capital
social, crear acuerdos, y enfrentarse a oponentes (Tarrow 2004). La FUA y las
federaciones regionales, como la FUC o la FUBA, antaño han sido las encargadas
de esa función y de establecer alianzas con otros actores sociales. Las
coaliciones y frentes que se crean en el contexto de las contiendas,
paradójicamente, suelen ser uno de los motivos de su fractura y letargo.
Conclusiones
Fenomenológicamente
hablando, la protesta estudiantil involucra diferentes dimensiones de la vida
social e implica diversos procedimientos que adquieren su consistencia en el
tiempo y adoptan las particularidades del contexto social en el que tienen
lugar. Siguiendo presupuestos epistémicos distintos al marxista –enfoque que
hegemoniza este tema en Argentina– es prudente decir que la historia de este
fenómeno en dicho territorio se encuentra atravesada, y en cierto grado
determinada, tanto por la agencia de los regímenes administrativos como por
partidos políticos locales. La acción colectiva inherente a él, responde a
conflictos de intereses que son indisociables de la dinámica partidista en el
Estado. Cada coyuntura nacional (el conservadurismo católico, las dictaduras,
el populismo, la transición democrática, los ajustes económicos del
liberalismo, el ascenso del progresismo al poder, etc.) ha representado una
oportunidad para que los universitarios, en contra o a favor, incidan en su
rumbo. Este factor explica su persistencia en el tiempo aun cuando sus protagonistas
son pasajeros. La crisis económica que se vive en la actualidad, las
problemáticas que exhibe, y la intensificación de las movilizaciones del gremio
en torno a esas situaciones, son un fiel reflejo de ello.
En épocas de reflujo social el activismo de este
sector suele concentrarse en asuntos académicos y en las contrariedades de la
legislación universitaria así como de los estatutos de las casas de estudio,
hechos que suelen pasar desapercibidos, quizá a falta de difusión, pero que en
el fondo develan de manera clara las sinergias intrínsecas de esta expresión
pues es allí, en los periodos de fugacidad, donde se constituyen los instantes
visibles de la movilización. Los momentos más críticos de su continuidad han
sido delineados por la represión, prohibición y persecución de su práctica. Las
contrariedades que suele enunciar son el producto del trabajo mancomunado de
las agrupaciones estudiantiles y la influencia de los principios ideológicos
que esgrimen. Éstas constituyen una serie de redes (conceptuales, simbólicas,
de transmisión de denuncias y de articulación con otras agrupaciones y sectores
sociales) esenciales para la masificación del gremio.
Las formas de actuar que siguen varían de acuerdo
con el evento que las convoca. Sus principios ideológicos difieren por su
adscripción política en partidarias e independientes. A comienzos del milenio
se las definía como de izquierda pero hoy por hoy esa generalización resulta
errónea por la existencia de agrupaciones oficialistas a la ultraderecha (algo
así como contrarreformistas o golpistas, en épocas anteriores al
retorno democrático). En todas son perceptibles una serie de recursos
encadenados de los cuales los estudiantes son la causa y efecto. Ellos
representan la piedra angular de la movilización en la medida en que realizan
diversas acciones: delinean sus horizontes de pensamiento, configuran sus
identidades, plantean objetivos y problemáticas, trazan las vías de resolución,
establecen hechos que tienen correlación con la realidad empírica, definen los
motivos, identifican antagonistas, combinan formas de actuar colectivamente,
concretan alianzas, difunden su lucha y se proponen movilizar al demos universitario.
Buena parte de estos quehaceres consiste en actos
simbólicos dirigidos a los espectadores, lectores u oyentes. Todos involucran
procesos de deliberación que permiten por un lado organizar la forma que tomará
la protesta, y por otro construir y fortificar los recursos de la organización.
Su carácter admite su distinción en procesos cognitivos y procesos operativos,
ambos funcionales a la coproducción de los recursos de las agrupaciones. La
analogía con la dramaturgia y la retórica ilustra por qué unos y otros hacen
eco, surten efecto, o no, en tanto dependen de las normas para hablar y de la
cultura preestablecida en la sociedad. Fuera del conjunto de prácticas, signos
y símbolos, que aquellas contienen, el lenguaje y los actos de la acción
colectiva estudiantil carecen de sensatez. Su sentido se produce mediante
elaboraciones conceptuales que incluyen la presentación de imágenes, categorías
teóricas, justificaciones, relatorías y actos racionales. Todos animan el deseo
de combatir a favor del gremio y en contra de sus adversarios, en la medida en
que son reconocidos por los destinatarios. La problematización de la realidad
que presentan, en pocas palabras, pasa por la lectura crítica de la forma de
organización social imperante y de la vida cotidiana en general.
En este orden de ideas, los procesos cognoscitivos
se basan en la construcción de los símbolos y significados de la movilización,
mientras que los operativos se proponen conmocionar auditorios publicitando y
arraigando el sentido producido en aquellos. En éstos, imagen y acción se
articulan mediante performances dando
vida material a las contrariedades que señalan. Vista en esta perspectiva, la
protesta estudiantil se puede leer como un sistema de interacción en donde una
serie de procedimientos, no rígidos y generalmente superpuestos, producen
esquemas comprensibles mientras se retroalimentan en simultáneo, para politizar
la realidad empírica y, en consecuencia, transformarla.
En fin, a cien años del Grito de Córdoba muchas de
sus demandas se mantienen vigentes. La acción colectiva de las y los
estudiantes argentinos desde entonces se ha convertido, en términos culturales,
en una práctica tradicional que, pese a su fractura y letargo actual, si se le
compara con la fuerza y unidad que desplegaba antes de la dictadura del 76,
también se conserva latente. Su novedad más visible se manifiesta por una parte
en la proliferación de organizaciones al igual que en el uso de las NTIC, y por
otra en las demandas de género; las prácticas que estas últimas involucran se
vuelven instrumentales a la toma de conciencia de un público particular, aspecto
que implica una construcción simbólica y procedimientos especiales en los
cuales el género masculino cumple un rol opuesto, sobremanera, al que realizaba
hace un siglo cuando en las filas –y entre los cuadros– de la protesta
estudiantil su activismo era predominante.
Anexo
Tabla 1. Agrupaciones por
facultad que participaron en las elecciones para Centros e Estudiantes y
Consejos Directivos del Claustro estudiantil de la UBA en 2013
Fuente.
Elaboración propia partir de Juventud Informada, Diario Virtual 2013.
Tabla
2. Agrupaciones por
facultad que participaron en las elecciones para centros de estudiantes y
consejos directivos del claustro estudiantil de la UBA en 2017.
Fuente. Elaboración
propia a partir de: La Izquierda Diario, 2017.
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[1]
Doctorando y magíster en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de la Plata
(UNLP). Licenciado en Educación, Unipanamericana. Correo electrónico: lucacas2010@hotmail.com
Fecha de
recepción: 24/09/2018. Aceptado: 30/01/2019
[2]
Fragmento del Manifiesto Liminar, proclama del movimiento de la Reforma Universitaria, redactado por
Deodoro Roca y difundido el 21 de junio de 1918 en Córdoba, Argentina.
[3]
Por aquellos días existía la Universidad de Buenos Aires, de la
Plata, de Santa Fe, de Tucumán y de Córdoba.
[4]
Hipólito Irigoyen, figura relevante de la Unión Cívica Radical, dos veces
elegido presidente de la
República Argentina, una depuesto por golpe militar (1916-1922 y 1928-1930).
Fue el primero en llegar al cargo por vía democrática; el tercero de origen
popular.
[5] Tesis de
posgrado presentada
para optar al grado de Magíster en Ciencias Sociales en la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata.
[6]
El resultado de dichas elecciones fue noticia en diarios como el Clarín (8 de septiembre), La Nación (8 de septiembre) y Página 12 (9 de septiembre). También
fueron publicados en los siguientes sitios web: http://www.juventudinformada.com.ar/2013/09/08/en-vivo-resultados-de-las-elecciones-de-la-uba / http://www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-227868-2013-08-30.html
[7]
Ver cuadros 1 y 2 en
Anexo.
[8] En realidad
existe sólo una excepción en la producción académica Argentina y pertenece a
Natalia Vega (2010). La autora analizó los repertorios discursivos y el modo en
el que se construyeron las «identidades» en el movimiento estudiantil
santafesino en el 66 durante la «Revolución Argentina». Destaco tres aportes
pertinentes: 1) la importancia de atender tanto las voces de los actores como
sus acciones en cuanto a la comprensión del fenómeno; 2) El reconocimiento de
que la existencia de fracciones estudiantiles simpatizantes con el gobierno
señalado y la agencia combativa, entre las agrupaciones nacionalistas/católicas
y reformistas, es el producto de la construcción de identidades; y 3) la
recuperación de acuerdos mínimos de diferentes paradigmas teóricos para
«considerar a los movimientos sociales como formas de acción colectiva […] que
implican una actuación concertada con cierto grado de permanencia» (132).
[9] Enrique Martínez Paz, fue profesor de historia de la
universidad y apoyó a los estudiantes reformistas convirtiéndose, por elección
de éstos, en su candidato.
[10]
Antonio Nores, de raigambre conservadora, aspirante al rectorado de la UNC.
[11]
Uno de los episodios de la
represión el día del siniestro, 29 de junio de 1966, pasó a la historia como la
Noche de los Bastones Largos.
[12]
La ley orgánica de las universidades nacionales nº 17.245/67 prohibía en el
artículo 10 toda forma de propaganda, proselitismo agitación o adoctrinamiento
de carácter político.
[13]
Nuevo Espacio es el nombre
que adoptó a Franja Morada después de la caída del gobierno de De la Rúa en el
2001, cuando perdió la FUBA.
[14]
El texto interpela la distribución
constitucional de las competencias tributarias en la Argentina.
[15]
Ver listado completo en
Anexo, Cuadro 2.
[16]
Facultad de Filosofía y Letras; Facultad de Ciencias Sociales; Facultad de
Derecho; Facultad de Ciencias Económicas; Facultad de Arquitectura, Diseño y
Urbanismo; Facultad de Psicología; Facultad de Medicina; Facultad de Ciencias
Exactas; Facultad de Agronomía; Facultad de Ingeniería; Facultad de Ciencias
Veterinarias; Facultad de Farmacia y Bioquímica; Facultad de Odontología.
[17]
Ver listados completos en cuadros 1 y 2 del Anexo.
[18]
Paréntesis de la autora.