Edgar Miguel
Juárez-Salazar [1]
https://orcid.org/0000-0001-6412-561X
RESUMEN: El
presente texto busca relacionar la noción de intimidad en las dinámicas del
capitalismo contemporáneo con las formas ficcionales que sostienen las
dinámicas culturales de nuestros tiempos. Desde las reflexiones de Marx sobre
la mercancía y su fetichismo, se pretende indagar en las formas actuales de la
vida y su exhibición en el capitalismo. La producción cultural de la intimidad
es presentada como una directriz que busca olvidar las condiciones políticas de
la existencia del sujeto produciendo mecanismos que regulan la actividad de los
sujetos a partir del control sobre sus cuerpos, sus conductas y sus relaciones sociales.
Estas condiciones precisan un control de los cuerpos y su normalización que
permiten estandarizar las formas en las que lo interior es mostrado como
público. Ficción y fetichismo construyen el eje por el cual se analizan algunas
de las dinámicas de exposición por las cuales el capitalismo construye su
eficaz control sobre el cuerpo y la vida subjetiva.
PALABRAS
CLAVE:
Capitalismo,
cuerpo, ficción, interioridad, mercancía
ABSTRACT: This article seeks to relate the notion
of intimacy in the dynamics of contemporary capitalism to the fictional forms
of our times. Utilizing Marx’s reflections on commodity fetishism, it examines
current lifestyles and their exhibition in capitalism. The cultural production
of intimacy is seen as a configuration that seeks to erase the political
conditions of existence by producing mechanisms that regulate subjects’
activity by means of control over their bodies, behaviors, and social
relations. These conditions require a control and normalization of bodies that,
in turn, standardizes the ways in which the interior is shown as public.
Through the axis of fiction and fetishism, the text analyzes the dynamics of
exposure by means of which capitalism builds its effective control over bodies
and subjectivities.
KEYWORDS: Body, capitalism, commodity, fiction, intimacy
Subjetividad, cuerpo y mercancía en el capitalismo de
ficción
Subjetividad, cuerpo y mercancía en el
capitalismo de ficción
Introducción
El capitalismo contemporáneo ha dejado
de ser sólo una espantosa hidra que
todo lo convierte en desecho. Vivimos, en nuestros días, un giro abrupto hacia
un capitalismo estético, un
capitalismo del bien decir, del bien actuar, de lo políticamente correcto; un
capitalismo donde la apariencia es clave para perpetuar la presencia sutil de
la dominación económica; un capitalismo de lo polite; un capitalismo de lo fatuo pero efectivo. Durante la última
década, a partir de un aumento considerable en el acceso a las nuevas
tecnologías y la ampliación del espacio globalizado,[2]
el capitalismo ha perfeccionado sus métodos de producción y de consumo, y
también ha logrado estetizar su
presencia en el mundo. Presentamos aquí algunos desarrollos teóricos que
permiten reflexionar sobre las condiciones actuales del capitalismo y sus efectos.
Realizaremos primeramente un recorrido teórico sobre la emergencia del
capitalismo actual, señalaremos sus ajustes y rectificaciones para producir un
sistema cultural.
El
capitalismo tardío, como fase actual del capitalismo, es
descrito primigeniamente
por Mandel (1979, 485) en los límites ideológicos
específicos de la “omnipotencia
de la tecnología”, el exceso de la técnica
articulada a los cuerpos que dibuja
hoy en día a los sujetos como pretendidamente inocentes,
crédulos, ingenuos,
útiles, benevolentes y comprensivos dentro de una
condición de simulación. Con
lo anterior, el capitalismo tardío, que ha rebasado las
condiciones del
capitalismo industrial o productivo, se convierte en una
tecnificación del
capitalismo de consumo y toma la forma de “sistema
cultural” que, en conjunto
con “la lógica del simulacro” y “con su
transformación de más antiguas
realidades en imágenes de televisión, no se limita a
replicar la lógica del
capitalismo tardío, sino que la refuerza y la intensifica”
(Jameson 1991, 76).
El capitalismo tardío no sólo trastoca las condiciones
del Estado y de la
economía sino posiciona su base en las dinámicas
ideológicas y, como señala
Habermas (1989, 53-54) su “proceso de legitimación”
se encuentra centrado en
una “lealtad de masas difusa en su contenido” que
“evita la participación” y
construye “ciudadanos pasivos” al interior de una
“democracia formal” donde lo “público”
pasa a ser una “publicidad burguesa”.
Por su
parte, Jesús Ibáñez (1997, 162) va un poco más allá y sugiere que el
capitalismo de consumo en su forma más próxima está situado en formas de “control”
mediante “la simulación” y esto produce una “simulación del mundo” que deviene
en un “caleidoscopio” de realidades. Esta simulación es pensada por Vicente
Verdú (2006, 15) como una ficción que radica su “tendencia a la homologación”,
a la estandarización y contención de la diferencia; en tanto éstas puedan ser
susceptibles de comercialización y resultan paradójicas pues proponen también,
dentro de la misma homologación, la necesidad sistemática de producir una diferencia controlada entre los
individuos. El capitalismo de ficción, a diferencia de sus antecesores, “capitalismo
de producción” y “capitalismo de consumo” que estaban centrados en los “bienes
y el bienestar material”, se ha enfocado en la administración de las “sensaciones
y del bienestar psíquico” lo que muestra un capitalismo ocupado de la
individuación, de la intimidad y de la producción de sistemas de consumo
pretendidamente clausurado a los límites interiores
de las personas (Verdú 2006, 10-11).
Con lo
anterior, dentro del capitalismo de ficción, la técnica de producción cultural
profundamente ideologizada coloca en el semblante
la apropiación de todas las emociones, vivencias, expresiones y pasiones del
sujeto. Como anota Verdú (2006, 24), en el capitalismo todo está ordenado para “favorecer
la circulación y la velocidad del intercambio”. Pero también, no se dejan de
producir dinámicas de la inmediatez; mecanismos de intercambio social
prácticos, instantáneos, volátiles, etcétera. El capitalismo y sus cófrades
transnacionales comprenden perfectamente que la lógica de toda relación, entre
lo exterior y lo interior, en el sujeto, se desdibuja cautelosamente para hacer
producir a la subjetividad como un elemento de intercambio.
De Tinder a Facebook, de Coca-Cola a Johnnie Walker; la movilidad, el
intercambio y la rapidez, resultan ejes clave para retratar, de forma pictórica
e ideologizada, la intimidad y las formas de comunicación. Esto se exhibe
dentro de un momento fugaz que, paradójicamente, es indispensable para producir
el sostenimiento de los métodos exteriores
capitalistas del intercambio. Lo inmediato, lo práctico y lo conmensurable son
también un medio de saber de nuestras prácticas individuales más íntimas. De
esta manera, el capitalismo de ficción, del intercambio excesivo, sostiene la
pantalla exterior que es alimentada por una intimidad cada vez más homogenizada
por un exterior supuestamente plural.
Aclarado el
posicionamiento ante el capitalismo de ficción, a continuación se busca bordear
cómo es que se producen las dinámicas interiores y exteriores en el seno de un
capitalismo de ficción y también se pretende estudiar algunos de los efectos
que estos intercambios producen en la cultura y la subjetividad tecnológica.
Primeramente, profundizaremos en la teoría marxiana[3]
de la mercancía y la movilidad en el mercado de las mercancías, su relación con
un saber de la producción y de la
subjetividad y su engranaje dentro de un sistema económico-político desde las
lógicas del signo y la exterioridad. Posteriormente, intentaremos desarrollar
una tesis sobre la idea de una intimidad mercantilizada y rentabilizada desde
la cimentación de un capitalismo de la pura apariencia. Por último, pretendemos
situar algunas conclusiones a partir de los efectos de esta construcción
pública de la intimidad y sus usos políticos de regulación y normalización
mediante el control del cuerpo y del yo.
La
lógica económico-subjetiva de la mercancía. Hacia una interioridad desde Marx
En junio de 2015 vio la luz una nueva
biografía del filósofo Karl Marx escrita por Francis Wheen con el título
original en inglés: Karl Marx. A Life.
El tomo consta de poco más de cuatrocientas páginas y fue editado por la
transnacional Penguin Random House. A
diferencia de las ya clásicas biografías del filósofo judío, entre las cuales
se encuentran profundos recorridos biográficos y teóricos (Berlin 1996; Mehring
1935; McLellan 1996), la historia relatada por Wheen es extremadamente íntima, matiza detalles hondamente
personales de la vida de Marx y su familia, sus amigos, sus juergas, sus
desplantes y bromas a sus editores, etcétera. En definitiva, el recorrido del
periodista británico por la vida del filósofo de Treveris dista, en
comparación, profundamente de las biografías clásicas que ya hemos referido. Y,
evidentemente, fue un éxito editorial.
Este
prolegómeno puede agudizarse un poco más si acudimos a la entrada de Karl Marx
en la Wikipedia en español.
Sorpresivamente, ¡la biografía íntima
de Wheen es la más referida en comparación con el resto de las biografías
clásicas! Dos enseñanzas podemos extraer fundamentalmente de esta condición.
Por principio, Marx no ha sido superado,
pero tampoco ha dejado de ser un perfecto negocio para quienes lucran con el
marxismo. Y por el otro, parece que, paradójicamente, sus enseñanzas sobre la
mercancía, como uno de los profundos núcleos de la economía política, han
cobrado una irónica factura en el ultimísimo del capitalismo de ficción. Dicha
ficción reside en el carácter interior
de la vida de Marx como núcleo fundamental de su intercambio en el contexto
actual.
Si bien
ciertos cuestionamientos realizados hacia la crítica de la economía política
marxiana no dejan de insistir en la pretendida polarización totalizante y
universal de las lógicas económico-políticas del antagonismo de clase, existen
también reflexiones encaminadas hacia puntos muy definidos que articulan nuevas
formas de antagonismo. Marx, llega a ser incómodo y productor de impasses entre sus mismos seguidores e
incluso entre los partidarios del llamado posmarxismo (Laclau y Mouffe 1985;
Laclau 2006), esta condición revitaliza profundamente al marxismo pues confirma
su condición dialéctica que va más allá del determinismo económico y que sitúan
al antagonismo de clase como un pilar insuperable dentro de las condiciones
históricas del capitalismo.
El
pensamiento de Marx, y ulteriormente el marxismo, es una teoría incómoda por
parecer imparcializable con el paso
del tiempo. Su ubicación complejiza las condiciones reales de existencia con
base en un antagonismo fundante que íntimamente
está relacionado con las formas contemporáneas de la mercantilización y la
producción del sujeto-mercancía. La teoría de Marx, parece ser más una
conjetura sobre el sujeto que un conglomerado económico-político reducido e
inmóvil. En este sentido, la noción de mercancía resulta también útil pues no
se trata de una condición puramente económica sino de una relación con el intercambio
de los signos y la vida simbólica de los sujetos. El punto nodal de anclaje del
sujeto a un sitio paradójico, dialéctico y material donde el mercado está
articulado en la producción del sujeto mismo es, sin duda, la mercancía a
través de las formas de producción.
Pero, ¿cómo
comprender desde Marx a la mercancía?, ¿qué es aquello que fascina en la
mercancía? y ¿qué relaciones guarda con las dinámicas subjetivas del hombre
contemporáneo en el capitalismo de ficción? Por principio, la mercancía es uno
de los conceptos clave del pensamiento de Marx. En palabras del mismo Marx
(1867, 46-47), la “forma mercancía es la forma más general y rudimentaria de la
producción burguesa”; debe considerarse, como todos sabemos, a partir de la
disposición de un valor de uso y un valor de cambio. Pero las mercancías, para
Marx, estaban compuestas también de elementos prácticos, enigmáticos y
funcionales. Algunas mercancías, como el oro y la plata, como señala Marx
(2006, 47) están “dotadas de virtudes sociales maravillosas”; tendrán formas de
valor, generales y relativas, y terminarán subsistiendo históricamente por vía
del intercambio entre otras mercancías en un sistema de relaciones sociales de
producción.
Ahora bien,
uno de los puntos más interesantes para nuestra reflexión se localiza en el
llamado fetichismo de la mercancía. Cuando Marx (2010) aproximaba sus estudios
sobre la ideología no llegaba todavía a imaginar la fuerza que ocuparía el
concepto de fetichización en las dinámicas políticas, económicas y sociales. La
tesis de la falsa conciencia, tan criticada en muchos puntos, y producida por
el velo ideológico, fue desplazada por la oportuna insistencia del carácter enigmático-místico de las mercancías y
su efectividad; la cual hoy en día ha tenido profundas teorizaciones desde el
panorama de la izquierda académica.[4]
Es entonces, desde la mercancía, donde se suscitan mecanismos que parecen
interiorizar las relaciones sociales productivas exteriores con la interioridad
consciente-ideologizada del sujeto.
En el mismo
punto, Marx (2006, 37) precisa que “el carácter místico de la mercancía no
brota de su valor de uso” pero, indudablemente, “tampoco brota del contenido de
sus determinaciones de valor” pues “representa” un “gasto esencial de cerebro humano”[5]
que escapa a los simples designios del trabajo como forma concreta e
inalterable de la producción. Se trata ahora, de comprender a la mercancía en
su sentido fantasmático-organizacional. De lo que el mismo Marx denomina la “forma
social” en la que termina reducido el trabajo. Las mercancías son producciones
pero, al mismo tiempo, sostienen un mercado fantasmático de las relaciones
productivas de trabajo en una forma social específica; en nuestro caso, la
capitalista que convierte todo en mercancía.
Para Marx (2006, 37-38), “la forma mercancía”
es aquella que “logra proyectar ante los hombres el carácter social del trabajo”;
condición que descentra a la mercancía del trabajo material. Pero, igualmente,
es en esa proyección donde los hombres observamos los objetos de manera “fantasmagórica”
que hace mantener al trabajo humano alejado de la esencia del intercambio entre
mercancías. Las dota de un velo más agudo y profundo que logra difuminar las
condiciones materiales de la producción para exhibir la condición alienante del
trabajo. En el capitalismo contemporáneo, parece que todas las relaciones
sociales de producción sólo pueden ser percibidas a partir de esta lógica
fantasmática. La ficción residiría en una condición ontológica e inalterable de
la mercancía en sí misma. Marx lo ha hecho de nuevo, en un par de páginas
publicadas en 1867 que han sido citadas, muestra que la mercancía resulta un
constructo etéreo y consecuente que funda la base del capitalismo ficcionado.
Paralelamente,
en una reciente introducción a una nueva traducción del Fetichismo de la mercancía de Marx, Anselm Jappe (2014, 22) precisa
este carácter ficcional del
capitalismo a partir de un nuevo entendimiento económico del capitalismo
contemporáneo; resulta profunda e inmanentemente “ficcionado” pues la “acumulación
de capital” reside actualmente en el “crédito y la especulación”; una
exterioridad económica, esencialmente simbólica que precisa la incidencia del
capital como profunda exteriorización de la fuerza de trabajo articulada a un
símbolo. Es decir, las dinámicas dentro del capital ficticio que funciona con
el “dinero” que no es resultado de una valorización sino de una disposición de
intercambio ficcional.
La
especulación capitalista como suerte de ficción, se ejecuta en una dinámica
exterior del sujeto, no puede, tampoco, sino situarse en la imposibilidad de
reconocer el trabajo como algo que, posteriormente, se intercambiará en un
mercado a partir del dinero que no paga sino con semblante, con imagen, o con
mecanismos de emprendedor en el mundo contemporáneo pero también con su forma
simbólica como signo. Son estos usos de las relaciones fantasmáticas de las
mercancías, los mismos que permiten una simulación acumulativa ya no sólo de
los mercados financieros sino también de las formas subjetivas en las que los
sujetos perciben sus mismas relaciones sociales.
Pero,
además de enseñarnos sobre la mercancía, el legado marxiano parece precisar
también una eficiente disposición particular sobre las condiciones exteriores
del trabajo, situadas en el dinero y el mercado en conjunto con la noción de
sujeto y su psiquismo. Entendemos con esto que, si toda psicología es social,
algo de la interioridad del sujeto deberá verse problematizada a partir de los
intercambios mediatizados por efecto del intercambio monetario. El dinero no es
otra cosa que un significante que no paga sino una parcialidad de la fuerza de trabajo.
Es suficiente con acercarnos a un cajero automático para observar, con
demasiada facilidad, que nuestra fuerza de trabajo se ha convertido en dígitos
que, obtusamente, se intercambian allí, a nuestro alcance, en otros dígitos
significantes, pretendidamente materiales, que no representan el trabajo.
Con lo
anterior, debemos plantear que las articulaciones subjetivas son también parte
de estos intercambios y no formas aisladas, interiores o apolíticas independientes de las dinámicas económicas. Estas
propuestas, sitúan a la economía en las directrices
psicológicas de la subjetividad contemporánea pues, desde un psiquismo
interior y cognitivo, se pretende, en muchas ocasiones, reducir toda actividad
subjetiva a las disposiciones mentales como formas interiores del pensamiento.
Si la subjetividad se precisa como interioridad es justamente porque las
disposiciones sociales exteriores ejercen su inexorable influjo sobre las
dinámicas psíquicas interiores de la vida de los sujetos en el capitalismo.
Más allá de
la determinación, en última instancia por la economía, sobre las prácticas de
los sujetos propuesta por Althusser (2010), creemos que la relación entre
mercancía y subjetividad debe precisarse en los constructos que resultan de
articular la cimentación de una profunda intimidad subjetiva, instituida por
una reminiscencia lacónica de la noción fetichizada de un psiquismo interior y
no social. Si el sujeto es capitalista, no sólo su conciencia es también
capitalista sino también su inconsciente como precisa Tomšič (2012; 2015). Esto
es trascendental, pues además de la represión cultural, el inconsciente también
trabaja, en el sueño, en el lapsus,
en el chiste y, fundamentalmente, en el síntoma. Incluso el mismo Freud (1992)
hablaba ya de un trabajo de sueño.
Además de
trabajar, nuestro psiquismo representa ficciones útiles. Grüner (2015, 44)
señala que “la lógica más ‘fundante’ del fetichismo se define por la
sustitución del todo por la parte” que produce como efecto “una ficción
verdadera”. Mecanismo ficcional, interior y psíquico que, en tanto útil, no
deja de recordarnos la insistencia primigenia de los modos contemporáneos de
producción y regulación de la subjetividad en el capitalismo. Más allá de ser una mera imagen, la ficción
resulta ser también una utilidad. Como apunta Luisina Bolla (2014, 65), “la
ficción puede asemejarse a una suerte de ‘pantalla’ o velo que obtura el acceso
a la Realidad; pero también puede ser concebida como una ‘ficción necesaria’;
es decir, como la representación necesariamente imaginaria de una realidad que
permanece inasible”. Esa representación presenta su articulación utilitaria en
el medio de intercambio por el cual un sujeto puede acceder a una realidad
posible. Nuestro psiquismo, muchas de las veces reproducido científicamente
como un sistema totalizado e interior cognitivo, exhibe de una manera
profundamente ficcionada de la realidad concreta. Esta condición interiorizante
y ficcional, es por la cual se elaboran psicologías abyectas de un psiquismo
interior perpetuo, que ya han sido examinadas por diversos críticos de la
psicología (Canguilhem, 1966; Holzkamp, 2015; Parker, 2010).
En efecto,
el psiquismo no está aislado de la producción cultural pero tampoco de los
vicios estructurales del capitalismo de ficción. La complicidad económica en el
interior de la llamada subjetividad se vincula a una distribución del psiquismo
laboral fetichizado y producido desde un intercambio económico. Por ejemplo, la
noción del yo y su sentido común, tan impregnada en la psicología, o incluso la
elaboración de las representaciones sociales de Moscovici (1961), entre otras
teorías, parecen olvidar el carácter productivo de la fetichización en la forma
consciente de la mercancía. Finalmente, si supusiéramos que el yo es autónomo,
coincidiríamos en que, aunque interiorización, algo se debió de producir desde
la exterioridad y las dinámicas sociales y culturales del intercambio.
En este
sentido, los fenómenos del inconsciente, a partir de los desarrollos de Lacan
(2008), se presentan también como elementos contingentes que han encontrado, en
el capitalismo, modos particulares en los que la fetichización de la mercancía,
su intercambio y su sostenimiento, desde la plusvalía, muestran nuevas formas
del discurso del amo moderno. Los actos narrativos en los que encontramos
muchas de las alocuciones de ciertas psicologías positivas se muestran también
como una compleja posibilidad ficcional de los modos en que el sujeto siente,
interioriza y vive su vida anímica (véase Illouz 2007, 2010). La ficción
capitalista, emocional e interior, se encuentra profundamente arraigada en el
sujeto.
Nuestro
mundo psíquico interior no es nuestro ni se trata de una propiedad individual. Como afirma Pavón-Cuéllar (2015, 114), “el
propietario confunde su propio ser con su propiedad y deja de existir
independientemente de ella”. Es así como “el objeto se apodera del sujeto” y,
como efecto, “el poseedor es poseído por lo que posee”. La persona sólo es una
personificación de su posesión económica. Su personalidad no es más que un
despliegue subjetivo, mental, y la “conducta”,
mediante “cierta categoría económica”, se precisa representada mediante la
misma “categoría” que “se ve personificada y adquiere un psiquismo a través de
la persona” desde los enclaves de la ficción, de una puesta en escena como es
señalado oportunamente por Erving Goffman (2001). Nuestro psiquismo es parte
fundamental y consistente de la representación ficcional a causa de que él
mismo es erigido como una ficción activa y utilitaria. La forma fetichizada de
la mercancía produce una conducta fetichizada que no es propia o interior del
sujeto sino exterior y estructural donde el sujeto es, en sí mismo, una
mercancía.
Ahora bien,
la interioridad del sujeto en el capitalismo actual ya no sólo sería parte de
una ficción general o colectiva; sino un medio por el cual las formas
interiores de la vida de los sujetos se ven continuamente forzadas a responder
a la exigencia de las dinámicas económicas utilitarias de la ficción. El
fetichismo de la mercancía es únicamente el pivote que sostiene el inflado de
la gran esfera capitalista ficcionada. Lo concreto de la vida histórica se ve
transmutado en las formas útiles de las mercancías y su intercambio y no en la
necesidad concreta e histórica de una mercancía. En este sentido, el espacio de
la mercancía ha dejado su actividad puramente económica para articularse en el
espacio de la economía política.
Al
cuestionar la subjetividad ficcional desde el plano de la economía política reconstruimos
el espacio del campo de batalla de la ficción. Como señala el crítico
contemporáneo de la cultura, Terry Eagleton (2011, 90-91), es imprescindible “trascender”
la idea de categorizarnos como “seres prematuros” para lograr “avanzar hacia el
espacio de la política” como señal necesaria y radical de un mundo que propone
la regulación categorial de la existencia racional en un mundo capitalista.
Precisar una “naturaleza humana” psíquica que sólo reproduzca el status quo mediante una simple “disculpa”
políticamente correcta es hacer el juego condescendiente de la ficción. La
exterioridad política del sujeto es sustancialmente creadora de una intimidad
avasallante en el capitalismo de ficción y que es reducida a los cánones
previamente determinados por el mismo status
quo que vaticinó las formas por las cuales, desde el psiquismo hasta sus
modos de consumismo, el sujeto queda determinado como pura interioridad.
De esta
manera, por complejo que resulte, el “cansancio a solas” planteado por Han (2012, 47), no
deja de ser una vieja reminiscencia cognitivo-social
que olvida que para la creación de la soledad hacen falta creyentes activos no
mediatizados sólo por una insistencia mental. Si el psiquismo puede ser
considerado como interioridad es, necesariamente, porque su exterior simbólico
le matiza y le constriñe en las disposiciones contractuales como mero
intercambio difuminado entre el capital de consumo y la inexorable necesidad de
complementar la existencia del sujeto desde un símbolo exterior que, a pesar de
su insistencia, no complementa plenamente la existencia de un sujeto. Por el
contrario, buscar entender este «cansancio» sin indagar en la
ficción utilitaria del capitalismo, produce una reducción del entendimiento de
la vida social y económica a un individualismo perpetuo que sólo podría
atenderse a sí mismo.
El
pasaje de la interioridad al nudo exterior del capitalismo de ficción
Las disposiciones culturales del
capitalismo de ficción no hacen sino recordar, muchas de las ocasiones, la
vacuidad de la existencia entregada a las dinámicas interiores de la vida
humana. El capitalismo ha entendido bastante bien que los humanos, en tanto
especie, pueden ser administrados, de una mejor manera, si se edifican fuertes
construcciones sociales que hagan sumamente contradictoria la existencia
exterior de su existencia y más efectivo el mundo interior e inmediato. La
subjetividad, como último resquicio de la condición humana, pretendidamente
individual, no logra separarse en ningún momento de estas disposiciones del
orden social, de la administración y exposición de su vida íntima. La relación
entre intimidad y exterioridad está siendo pensada desde un pasaje difuso entre
lo exterior (la estructura del lenguaje y las relaciones sociales de
producción) y lo íntimo (las condiciones psíquicas y espaciales delimitadas por
las condiciones culturales). Esta oposición
está llena de complejidades de delimitación que iremos dilucidando en las
siguientes páginas.
Por
principio, debemos señalar que la intimidad es una garantía de seguridad para
el amenazante mundo exterior. Como muestra Norbert Lechner (2015, 218), existen
tres miedos fundamentales que estructuran la subjetividad interior
desde la exterioridad. Por principio, el “miedo al otro, que suele ser visto
como potencial agresor”; paralelamente “el miedo a la exclusión, económica y
social” y por último, “el miedo al sinsentido” como “raíz de un proceso social
que parece estar fuera de control”. Estas tres formas de clasificación del
miedo cohabitan en la dinámica interior-exterior, empero, son producidas desde
la exterioridad para diseñar lo íntimo.
Ahora bien,
la relación entre la interioridad y lo exterior puede subsistir en un miedo a
las exigencias sociales contemporáneas del capitalismo con la salvedad de la
garantía excluyente que parte desde el sujeto hacia el otro. Los miedos se
presentan como un eje nuclear y de distinción donde lo íntimo es exterior y
procura, desde luego, buscar inmunizarnos de la realidad social como
intercambio administrativo de la bios (Esposito,
2005). La ficción de la interioridad
muestra efectos de segregación que son producidos mediante un sistema político
que busca homogenizar más allá, incluso, de los viejos nacionalismos.
Una
administración de la vida, tan paradójica como sustancial, que provoca una
situación conflictiva entre el existir en sí mismo (zoé como interioridad) y el funcionar administrativamente (bios como exterioridad). Por un lado, el
capitalismo hace confluir a las sociedades en la dinámica ficcional pero
efectiva del consumo y, por el otro, hace subsistir al sujeto en un complicado
mundo interior que se ve rentabilizado en las formas económicas del capitalismo
de consumo actual. Una bios que exige
la presencia del sujeto como máquina de consumo de masas, dirigido a ficcionar
útilmente sus lógicas interiores. Por ejemplo, sitios como Ebay o Mercadolibre, no
solamente facilitan las compras de los sujetos en el mundo actual, sino que,
paralelamente, producen una constante evitación del riesgo de lo exterior desde
la intimidad. La disposición de la intimidad consumista contemporánea es,
entonces, la garantía de la sustracción de toda relación social exterior
amenazante producto de la ficción sobre la realidad misma. No hay más elección
que la ficción sobre la exterioridad y la amenaza constitutiva como medio
vincular entre lo externo y el sujeto.
Por
otro lado, uno de los efectos de la fetichización, entendida como una exigencia
abrumadora por la utilización del valor de cambio y una insistencia absoluta
por el oscuro secreto de la mercancía, precisa una existencia subjetiva desubstancializada y vacua. Coca Cola sin cafeína, Playboy sin mujeres desnudas, entre
otros, son algunos ejemplos de una vida íntima regulada, administrada y vacía
de contenido. La cultura contemporánea se dibuja en un mundo que lo controla
todo a partir de la intimidad como regulación. Como afirma puntualmente
Eagleton (1997, 107), “algunos radicales posmodernos detestan la idea de la
clausura” pues no “desean excluir a nadie de su deseado orden social”
haciéndolo parecer “conmovedoramente generoso pero claramente absurdo”. El
mundo se cuenta entre quienes se excluyen de las dinámicas íntimas del consumo
y quienes se sitúan, en los bordes del consumismo totalitario, como los
exiliados que amenazan a las clases más pudientes e inclusivas del mundo.
Nuestros digitales y conflictuantes apartheids
contemporáneos dan cuenta, cada vez más
insistentemente, no sólo de los círculos de pobreza sino de un mundo cada vez
más interiorizado para quienes pueden pagar el precio de la inclusión a la
enorme red de medios digitales.
Muchas de las formas de esta intimidad que nos
ofrece el capitalismo de ficción se encuentran sutilmente moduladas por la
existencia de una intimidad que se desprende de mecanismos técnicos y políticos
que la dibujan y la estampan en los modos de la vida cotidiana. En este
sentido, el orden social contemporáneo ofrece algunas libertades políticas y
económicas que trastocan la vida individual del sujeto. Para Gilles Lipovetsky
(2010, 67), una de las claves de la era posmoderna se centraliza en la
construcción de dispositivos psi
que
materializan un “psicologismo” que “desmantela los
antagonismos rígidos, las
excomunicaciones y contradicciones” produciendo un “narciso
demasiado absorto
en sí mismo”. Una existencia exigida por los imperativos
de la razón técnica e
instrumental de autoconocimiento del sujeto más allá de
los mecanismos de
poder. Esto ya había sido observado por Foucault (2016, 45)
cuando hace una
distinción entre “técnicas de
dominación” y “técnicas de sí”
que dibuja en el
sujeto un “gobierno de sí”, una suerte de
autocontrol dirigido por un saber que
produce subjetividades autogobernadas.
El yo y sus
condiciones ficcionales, como forma grandilocuente de la vida parece ser la
condena de todo sujeto contemporáneo que se entrega a la dinámica de la vida
interiorizante del capitalismo más recalcitrante. La comunicación en la llamada
cultura digital precisa nuestra
sugestión a un mundo psi,
intensamente estereotipado y autogobernado por la exigencia, en las formas
modernas de expresión psicológica del mundo. Habrá que exaltar el mundo de la selfie, un mundo como espacio íntimo que
no busca otra cosa que, por un lado, la demanda exterior del sistema simbólico
de la cultura y, por el otro, resguardar la intimidad para los exigibles, para
aquellos que garantizan la fatua pero útil existencia de una historia en Instagram; el valor de la intimidad
parece medirse en segundos de exposición en Instagram
Stories. El capitalismo de ficción agudiza las condiciones de proliferación
de las tecnologías sobre el psiquismo interior, borrando parcial y de forma
imaginaria las condiciones exteriores y políticas del capitalismo en sí mismo.
Esto es
posible imaginarlo también en medio de un capitalismo que, en ocasiones, parece
también diluir la distinción entre lo exterior y lo íntimo. Quizás, se trata de
lo que Gilles Deleuze (1989, 39) había pensado como el “pliegue del mundo y del
alma”, pensando a ésta como una “expresión del mundo (actualidad), pero porque
el mundo es lo expresado por el alma (virtualidad)”. Así, la condición del
pliegue nos permite pensar la ida y vuelta interminable entre lo interior y
lo exterior, por más que intente ser omitida por el capitalismo de ficción que
centra sus esfuerzos en la edificación de una intimidad total.
Ahora bien,
el psiquismo del sujeto necesita un cómplice para todas sus astucias y la
elección predilecta para el capitalismo de ficción recae en la corporalidad del
sujeto. El capitalismo de ficción busca exhibir la vida corporal mediante
dispositivos que permiten potencializar, entre otras cosas, la forma del cuerpo
como una inmediatez interior que es
susceptible de normalización, sometimiento, exteriorización y adecuación. Como
apuntó Baudrillard (2007, 165), “el culto del cuerpo ya no está en
contradicción con el culto del alma: lo sucede y hereda su función ideológica”.
El cuerpo vivo como objeto permisible, estructurante y mercantilizado es el eje
rector de la existencia digital.
De este
modo, la exigencia sobre el cuerpo es el primer límite de la intimidad, lo
inexpugnable pero, paradójicamente, lo calculable, lo sometido, y el valor más
preciado de la intimidad que se exhibe en todo momento al exterior. Desde la
propuesta radical de Donna Haraway (1991), el cuerpo no es más que una
mercancía tecnológica. El cuerpo es mercantilización
tecnologizada y exterior que reconforta el mundo psíquico interior. Con
esto, el cuidado del cuerpo no sólo debe ser controlado biopolíticamente sino
exhibido mediante la multitud de dispositivos móviles e incluso el cuerpo mismo
es pensado ya como un dispositivo móvil que actúa mediante artefactos
tecnológicos añadidos a su condición puramente biológica.
Esta
condición regulatoria y disciplinaria del cuerpo había sido ya analizada por
Foucault (2013, 199), en un periodo previo a sus abordajes sobre la
administración del biopoder y la biopolítica, cuando señala que “la disciplina
“fabrica” individuos, es la técnica específica de un poder que toma a los
individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio”. El
cuerpo y su disciplinamiento son parte del engranaje de control y de producción
de subjetividad debido al desarrollo de técnicas específicas para su control y
para ser consumido como mercancía. Se trata de un cuerpo fetichizado y
obediente.
En este
sentido, el cuerpo es un consumible en las dinámicas de un capitalismo de
ficción, pero tiene la particularidad de ser consumido estética y
psíquicamente, ficcionado una y otra vez su moldeamiento a la menor
provocación. La seducción del cuerpo como mercancía no hace sino edificar una interioridad,
y se convierte en el medio de atracción de las dinámicas de exhibición
contemporáneas del capitalismo, que sustenta en el cuerpo los alcances
legitimadores de una vida política y económicamente correcta. Lipovetsky (2009,
179) problematiza estas condiciones en la “ley de la obsolescencia, de la
seducción y de la diversificación, aquella que hace oscilar lo económico en la
forma de la moda”. El mundo de los cuerpos obsoletos per se plantea el conflicto entre la exigencia del capitalismo en
una ficción del cuerpo que durará toda la vida. Cuerpo e intimidad matizan, en
el capitalismo contemporáneo, la exigencia estética, las condiciones de lo
obsoleto, la sobreexposición desde la comodidad de la intimidad.
La
exigencia de perpetuidad corporal y de existencia no hace otra cosa que mostrar
la precariedad misma de una ilusión sobre el cuerpo. El cuerpo parece regular,
aunque sin mucho éxito, nuestras prácticas exteriores mediante las tecnologías
interiores. Nuestro cuerpo parece ser, al mismo tiempo ese frágil elemento que
subsiste a las inclemencias de la vida, nuestra perpetuidad se ve amenazada por
el exterior, por un ataque zombie
imaginario o por la presencia del cáncer inevitable si consumimos los alimentos
que el mismo capitalismo produce; todo esto hace creer que el fin es inevitable
pero nos precisa sanos y lúcidos. Temer por la desaparición de nuestra vida
corpórea es imprescindible. Siguiendo a Ignacio Padilla (2012, 19), la ilusión
del “fin del mundo” puede ser perfectamente convertida en un “poder, arte o
espectáculo” por el cual, nuestra existencia, puede ser transformada en una “experiencia
estética” por la cual nos entregamos a una “voluntad crepuscular” que conlleva
a una “lenta agonía” de la presencia en este mundo.
En este
sentido, Baudrillard (1993, 137) afirma, con mucha precisión que el “problema
del fin” tiene que “vivirse diferido” con base en su “operación simbólica”;
condición por la cual, para el ingenuo y grandilocuente sostenimiento del yo y
su cuerpo, su “inmortalidad” no es sino una “ilusión” profundamente
inconmensurable con su existencia. Habrá que morir dejando un cadáver
presentable, la utilidad de nuestro cuerpo es también una ficción de la
perpetuidad de un cuerpo que no es precisamente perpetuo. Es en el discurso de
la ilusión donde se fragua la combinación entre cuerpo y mercancía, y sin
meditarlo mucho podemos descubrir que es mediante el discurso que “podemos
saber sobre el orden social” y dar cuenta de la exigencia de éste sobre la
subjetividad (Ribeiro Toral 2017, 162).
Es por esto
que la exigencia consumista y controladora del capitalismo contemporáneo, no
sólo reside en un control disciplinario y biopolítico, sino como señalaba
Foucault (2013) en la última parte del volumen I de su Historia de la sexualidad, reside, más agudamente, en la exigencia
del control que se ve encaminada en los cánones de la reivindicación estética y
ficcional de la mercancía. Hoy en día no es posible imaginar un cuerpo que no
se encuentre exigido por esta dinámica exterior administrativa del semblante y
de la mercancía, pero el paso ha quedado dictaminado por el discreto encanto de
la imagen.
El cuerpo,
desde el campo estético, como forma de intercambio de la imagen, del semblante,
se precisa como un cuerpo carente de esencia política y útilmente ficcionado.
La política subjetiva de la ficción es la estética misma y muestra su
exhibición exterior a partir de la intimidad recortada por una supuesta
subjetividad interior. Es oportuno señalar que los cuerpos más radicales
también tienen cabida e inclusión en la interioridad estética de la exhibición
mercantil contemporánea. No están plenamente demarcados pero su exhibición y su
radicalidad u oposición al sistema también se vuelven objetos de consumo. Es
una cuestión sumamente cotidiana como vestir camisetas del Che Guevara con un lúcido y vistoso eslogan: patria o muerte, que
no es otra cosa que llenar de semblante, verdaderamente in, hoy en día, a un
cuerpo para que participe en las interpelaciones capitalistas de las formas más
radicales pero también ideológicamente posibles.
Así,
sustancialmente, la mencionada problemática del fetichismo de la mercancía que
se encuentra matizada en las formas de la contracultura estadounidense y
global, muestra, sin reparo, que la ética contemporánea del sujeto es una
ilusión perpetua. En este sentido, Heat y Potter (2005, 44) sostienen que
«oponerse al consumismo equivale a criticar al capitalismo por satisfacer
demasiado a la clase obrera, que de pura saturación sería incapaz de salir a
derrocar el sistema» y profundizan aún más: “¿Qué necesidad tienen de hacerlo?”.
La dinámica de consumo y la ficción se vuelve la estratagema central sin
importar gustos, afinidades o presupuestos ideológicos.
Más allá
del consumo y de la necesidad de la exhibición cultural, lo que persiste es una
dinámica no sólo inclusiva sino también potenciadora de una garantía de
existencia en un medio psico-político que exhibe la presencia de un cuerpo
pragmático, resistente a lo cultural, radical o no, en las exigencias de la exhibición
de la intimidad en el mundo actual. ¿Será posible que ese bombardeo de medios
expresivos que permiten expresar las coyunturas de la realidad
política-subjetiva, a merced del consumo, incordien el mundo social? Como ya
señalaba Jean Baudrillard (2010, 199), “la publicidad” necesariamente “no omite
la historia social de los objetos” sino que busca “imponer mejor, a través de
la instancia social imaginaria, el orden real de producción y de explotación”.
El cuerpo es normalizable desde el psiquismo y su ficción pero debe ser
matizada una insistencia útil y viable de la ficción mercantil. La explotación
capitalista puede percibirse actualmente de modo tenue pero inexpugnable pues
el control del cuerpo es el efecto inmediato del control psíquico.
En
este
sentido, en su análisis de la fetichización y la
ideología, el mismo
Baudrillard (2009, 93-94) señala que estamos condenados a la
“fetichización del
significante” donde lo operable no es la “pasión de
las sustancias” sino la “pasión
del cifrado” que, “regulándose y
subordinándose a los objetos y sujetos” no
hace sino destinarlos a una “manipulación
abstracta”. Su paso, más allá de lo
“paleo-marxista”,
logra “sistematizar” la “fascinación
fetichista”. La fascinación por lo
estético, público y exterior termina siendo la
dinámica sustancial del
capitalismo de ficción. No podemos encontrar más
singularidad exterior que el
objeto fetichizado como mecanismo general de la exégesis
capitalista de la
imaginación. Exhibir resulta, hoy en día, una forma
contemporánea, general,
externa y coyuntural del amor por el significante en un mundo cultural
simbólico.
A
modo de conclusión: la condición tecnológica del yo en el capitalismo de
ficción
Hemos revisado hasta este punto la
forma del fetiche de la mercancía y sus implicaciones en el capitalismo de
ficción, sus efectos en la exhibición y el control del cuerpo y el psiquismo
como coyuntura inseparable de las dinámicas del capitalismo actual. A lo largo
del texto hemos recuperado también la importancia de la tecnología sobre el
cuerpo y el psiquismo, no obstante consideramos necesario profundizar en su
lógica para matizar un cierre a nuestro recorrido.
Sin
lugar a
dudas, la técnica contemporánea exige nuevas
dinámicas de articulación del yo.
Michel Foucault (1990, 48) había precisado ya, “cuatro
tipos” fundamentales de “tecnologías”
que se articulaban desde las prácticas contemporáneas
para producir existencia
del sujeto, a saber; primeramente, “tecnologías de
producción” que “permiten
producir, transformar o manipular cosas”; paralelamente,
“tecnologías de
sistemas de signos, que nos permiten utilizar signos, sentidos,
símbolos o
significaciones”; profundamente vinculadas con las
“tecnologías de poder, que
determinan la conducta de los individuos” y “los someten a
cierto tipo de fines
o de dominación, y consisten en una objetivación del
sujeto”; y finalmente, las
“tecnologías del yo, que permiten a los individuos
efectuar, por cuenta propia
o con la ayuda de otros” basándose fundamentalmente en “operaciones sobre su cuerpo y su alma,
pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una
transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad,
pureza, sabiduría o inmortalidad”.
El yo
ficcionado se añade como corolario a la ficción del cuerpo y se basta con la
exigencia del semblante que se muestra indefinidamente. Una primacía de lo que
Guy Debord (1994, 9) señala como “el espectáculo” que “no puede ser comprendido
como el abuso de un mundo de la visión o como el producto de las técnicas de
difusión masiva de imágenes” sino como la insistencia de la exhibición. Para
conseguir una mejor distribución del espectáculo, los instrumentos se
complejizan también más allá de las imágenes para localizarse como modos de
singularización compleja del objeto fetichizado, el cuerpo, la vida, el bien hacer, etcétera; el sujeto mismo
como mercancía y exhibición son muestras de que the show must go on. Si la “mínima intimidad nos hace modernos”,
como señala Verdú (2014, 206), entonces nuestra intimidad sobreexpuesta se
articula perfectamente a las tecnologías del yo desde la insistencia por la
regulación mínima y la exhibición de nuestras prácticas.
En este
sentido, para Beatriz Preciado (2011, 142), en una propuesta particularmente
novedosa, es preciso insistir en la noción foucaultiana
de tecnología para “escapar” a una suerte de reducción de la “técnica como
conjunto de objetos, instrumentos, máquinas” y pensarlas como dispositivos de “poder
y saber” que transforman los “regímenes del cuerpo, las leyes y las reglas de
maximización de la vida”. Desde la perspectiva de Preciado, es fundamental
horadar toda concepción universalizante del objeto; pero, creemos, sin perder
de vista la exigencia pragmática del cuerpo y del dispositivo. Se trata de
maximizar el rendimiento desde las oberturas que el sistema tecnológico permite
y que sobrepasa a los objetos de configuración de las dinámicas sociales del yo
contemporáneo. La intimidad, en tanto técnica contemporánea de individuación,
expone además de su intercambio ficcional desde la instrumentalidad, una suerte
de ritualidades íntimas y fantasmáticas que exponen al yo, y al mismo tiempo lo
tecnifican mediante el cuerpo. Se precisa, como fantasmático, aquello que
deviene de una ilusión o ficción de utilidad para el sujeto dentro de la
estructura económica y, evidentemente, del lenguaje.
Como
menciona Sibilia (2008), se construye un yo que se matiza en una insistencia
hacia su exhibicionismo de espectáculo, no es posible apreciarlo sin la
existencia de las tecnologías contemporáneas de configuración de la técnica en
sí misma. Nuestras tecnologías no pasan sólo por la ingenuidad de los
artefactos sino que establecen medios radicalizadores del yo y su intimidad. La
pretendida intimidad del yo se ve, más que sobreexpuesta,
controlada mediante la técnica y elevada a la caracterización de un bien invaluable. La fetichización de la
mercancía ha logrado elevar un grado más su proceso de sometimiento a partir de
la ficción de la realidad. Ha condicionado al sujeto a resguardar su intimidad
como mecanismo propulsor de nuevas técnicas que regulen, ligeramente, sus
exigencias.
Finalmente,
es conveniente señalar que la construcción exterior del yo se manifiesta
también en las dinámicas concretas de lo realizable y de lo esperable. El yo es
un producto de la exterioridad. Nuestro espectáculo matiza, incisivamente, una
cultura de la exhibición que sobrepasa, desde el cuerpo instrumentalizado (cyborg) una presencia sustancialmente
técnica. El verdadero dispositivo de la existencia del sujeto queda anidado en
la posibilidad de presencia de la vida más allá de una tecnología lucrativa o
fetichizada.
Probablemente,
Marx jamás habría imaginado los enormes saltos de la técnica sobre las
dinámicas corpóreas de la subjetividad. Lo que es innegablemente cierto, es que
sus conjeturas muestran una sofisticada habilidad exterior y ficcional que no
ha logrado desprenderse de su tecnificación tardía que ha permitido lograr un
constreñimiento de las formas, cada vez más específicas, de exhibición de la
mercancía. La mercantilización, cada vez más elocuentemente neutra, ha logrado
instaurarse como medio y forma de las disposiciones de un agónico capitalismo
que tiene que buscar, en los sujetos, el último resquicio de importancia de su
existencia. Absurda, pero consecuentemente, lo está logrando.
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[1] Universidad Autónoma
Metropolitana Unidad Xochimilco. Correo electrónico: edgar.jusan@gmail.com
Fecha de
recepción: 21/05/2018. Aceptado: 22/10/2018
[2] Es pertinente mencionar al capitalismo como productor de la esfera de cristal como la ha denominado
el filósofo alemán Peter Sloterdijk (2007, 211).
En la cual, “el capitalismo implica el proyecto de trasladar la vida entera
de trabajo, deseo y expresión de los seres humanos, captados por él, a la
inmanencia del poder adquisitivo”; logrando generar una interioridad mundial
que tiene también efectos de exclusión para quienes son incapaces de sostener
un determinado poder adquisitivo.
[3] Por marxiana entendemos
propiamente la teoría de Karl Marx. A las ideas ulteriores basadas en el
filósofo de Treveris las denominaremos marxistas o marxismos. Esta distinción
no es aleatoria sino incisiva, pues al marxismo se le suele introducir y reducir como un concepto totalitario,
canónico, inflexible, etcétera; sin matizar, en muchas ocasiones, las
diferencias teóricas entre Marx y sus seguidores.
[4] Compárese con Žižek (2004) y Eagleton
(2005).
[5] El resaltado es nuestro.