Presentación:

De temblores y otras revoluciones



Adiós, chata de mi vida

Me voy para el extranjero

Pero regreso enseguida

Para que veas que te quiero…

El Balajú, son jarocho



La noche de 3 de enero de 1920, un sismo con magnitud de 6.4 grados estremeció gran parte de la tierra de la región occidental del centro de Veracruz y oriental de Puebla, teniendo su epicentro en el último estado, en el pueblo de Quimixtlán. Los daños eran extensos: unas tres mil muertes y desapariciones, afectación a viviendas y propiedades de todo tipo, destrucción de comunidades enteras. Aunque en realidad el territorio afectado era mucho más amplio, el evento llegaría a ser conocido como “el temblor de Xalapa”, resaltando así el sesgo que hasta la fecha otorga protagonismo a los centros urbanos por encima de las poblaciones rurales, tanto en el nivel regional como en el nacional. Generador de mitos y punto de partida de nuevas construcciones, el terremoto jugó un papel decisivo en la historia local; además, como muestran Pere Freixa y Mar Redondo en su artículo incluido en este número de Balajú, el suceso, reportado a través de impactantes fotografías y otros testimonios, fue, por lo menos durante un rato, noticia nacional e internacional y objeto de estudio para la ciencia en pro de la protección civil.

Cien años después, la región, el país y el mundo recibieron el impacto de otra calamidad: la pandemia mundial del coronavirus, que inició en 2019 y llegó a incidir en nuestras vidas en México en los primeros meses del 2020. En el año que llevamos lidiando con esta emergencia –ya que nuestra revista, como muchos otros proyectos, ha sufrido inevitables retrasos, comentados en la presentación del número anterior–, el trabajo mediado por infinidad de pantallas, micrófonos y otros aparatos no ha cesado, sino que nos ha generado otras maneras de interactuar y de percibir la realidad: nuevos cansancios, sin duda, y al mismo tiempo, nuevo ímpetu por seguir mejorando la comunicación científica a través de las redes cibernéticas y humanas que posibilitan la virtualidad. En este sentido, la doceava travesía de nuestra nave Balajú es un logro por el cual sentimos una gran alegría: sentimiento que esperamos transmitir ahora al público lector.

En este número, Hazel Rocío Hernández Guerrero versa sobre la deshumanización de los presos políticos en la novela autoficcional del uruguayo Carlos Liscano, El furgón de los locos (2001), mientras José Agustín Castellanos Rodríguez explora la construcción de una esfera pública alternativa a través de medios comunitarios y movilizaciones sociales, tomando como caso de estudio Radio Teocelo, radiodifusora veracruzana pionera en esta materia. Luego, dos autores versan sobre las multifacéticas relaciones entre cine e historia: Emmanuel Solís Pérez analiza la producción documental de la realizadora afrocubana Sara Gómez Yera, conocida por su único largometraje, De cierta manera (1974) pero también autora de numerosos cortos que versan sobre problemáticas surgidas de la praxis revolucionaria, donde las categorías de raza, clase y género matizaban el proyecto de regeneración social. Por su parte, Benjamín Marín Meneses analiza el discurso floresmagonista en la película ‘Ora sí: ¡tenemos que ganar! dirigida por Raúl Kamffer (1978), mostrando que el pensamiento anarquista del temprano siglo XX cobró nueva relevancia a la luz de los movimientos sociales y la guerra sucia de los años setenta.

Como ya se ha mencionado, Pere Freixa y Mar Redondo exploran el uso de la fotografía en la difusión de noticias sobre el terremoto de 1920: “la primera catástrofe natural acaecida en México que contó con una efectiva cobertura mediática”, dicen en su artículo, si bien no fue la última, como fácilmente constatamos en la actualidad. Finalmente, en otra instancia de la renovación temporal como elemento de la narración cultural, Claudio Ramírez Uribe rastrea la persistencia del pensamiento decimonónico en la historiografía de las músicas latinoamericanas; utilizando la metáfora del fénix, aboga por una mirada que retoma la amplitud continental, sin los sesgos elitistas que la distorsionaron, al impedir el reconocimiento de las aportaciones indígenas y africanas/afrodescendientes, entre otras, en escenarios musicales caracterizados por la interculturalidad.

Este conjunto de artículos arroja luz sobre algunas de las maneras en que procesos y artefactos audiovisuales cine, fotografía, música, literatura, radio han interactuado con otros campos como el periodismo, la política, los movimientos sociales y las revoluciones, entrelazando sus hilos en el complejo tapiz de la historia cultural latinoamericana. Como el niño que contempla el patio de vecindad en ruinas en la foto centenaria de la portada, lanzamos esta edición en medio de los escombros, del espacio liminar entre miedo y esperanza… como insumo e invitación posible, al reto colectivo de la reconstrucción.

Elissa Rashkin