“Fragmentos globales”.

La inserción de la prensa mexicana en la esfera pública transnacional durante las primeras décadas del siglo veinte[1]

 

“Global Fragments”:

The Insertion of the Mexican Press in the Transnational Public Sphere during the First Decades of the Twentieth Century

 

Ana María Serna Rodríguez[2]

 

Resumen

Con base en teorías que analizan la globalización y la esfera pública, el artículo analiza el flujo de los debates relativos a la Guerra Mundial y la relación de México con Estados Unidos para comprender las posibilidades de la esfera pública transnacional en una coyuntura donde chocaron diversas formas de vinculación humana: el nacionalismo, la cultura local y las fuerzas de lo global. Los periódicos que proliferaron en México en las primeras décadas del siglo veinte propagaron información y opiniones que conectaban la circunstancia local con el mundo. El desempeño de esta función que surgió de necesidades y preocupaciones locales estuvo inmersa en una dinámica global y fue consciente de su pertenencia a ese todo. El potencial explosivo de estos focos de opinión llamó la atención en foros internacionales. Funcionaron como centros nodales de la acción comunicativa de una esfera pública fragmentada pero transnacional.

Palabras clave: esfera pública, globalización, regionalismo, nacionalismo, periodismo

 

Abstract

Drawing on theoretical studies of globalization processes and the public sphere, this article analyzes debates during the first decades of the twentieth century regarding World War I and Mexico-United States relations, in order to understand the possibilities of the idea of a transnational public sphere in a moment in which diverse mechanisms of human interaction collided: nationalism, local culture and global forces. The newspapers that proliferated in Mexico during that time spread information and opinions that connected local circumstances with the world. The performance of this role emerged from local concerns and necessities but was immersed in a global dynamic where newspaper writers were conscious of belonging to an international whole. The explosive potential of these opinion flashpoints drew attention in international arenas, thus working as communicative action hubs of a fragmented, though transnational, public sphere.

Keywords: public sphere, globalization, regionalism, nationalism, journalism

 


La globalización moderna incluye el hecho de que el pensamiento global se democratiza. Se ha convertido en asunto de la conciencia general.

La democracia, con la libertad de creencias y opiniones, con división de poderes y separación entre religión y política, es una planta más bien rara en la historia humana, hasta el punto que hay pocas razones para pensar que pueda triunfar globalmente.

El globalismo como ideología se engaña de buen grado con soluciones universales.

Rüdiger Safranski (2004, pp. 63-66)

 

Estudiando la historia social del periodismo mexicano en el siglo XX me he concentrado en ciertas coyunturas históricas donde supuse que podían haberse dado verdaderos cambios cualitativos en las condiciones de trabajo de los periodistas y, por ende, en las posibilidades de efectividad de la esfera pública. Uno de esos momentos, por mucho el más evidente, es la revolución de 1910. Tan estruendoso movimiento social promovió la creación de nuevas leyes de imprenta, liberó el discurso periodístico ‒aunque los vaivenes políticos revivieron la censura una y otra vez‒ y provocó la proliferación de cientos de diarios, pasquines, hojas volantes, periódicos, revistas hasta en los más apartados rincones del país. El trabajo entrecruzando en los acervos del Archivo General de la Nación, los Archivos Nacionales de Washington y del Departamento de Estado norteamericano muestra que existió un efervescente periodismo local de diversos tintes políticos, intelectuales e ideológicos, que vertió las necesidades de los sujetos próximos a su espacio de enunciación, así como de sus receptores. Llama la atención un fenómeno recurrente en mucha de esta prensa: hablan de asuntos locales al mismo tiempo que enfrentan una ambigua relación con la nación y con el contexto mundial. Asimismo, la reacción que estos escritos y publicaciones causan en los diplomáticos estadounidenses nos habla de una conexión fundamental entre lo local y lo global, que a veces circula por el concepto de nación, pero en general lo esquiva como un elemento ajeno, complejo, quizás molesto y accesorio. El panorama del principio de aquellos tiempos conecta las contradicciones que surgen del proceso en que confluye la organización de las comunidades en estados nacionales, y su inmersión en un sistema global avasallante nos impone la necesidad de revisar el papel del periodismo en la construcción de redes de intercambio y los flujos de información en sociedades donde se fue formando un sentimiento nacional. En México, en las primeras décadas del siglo XX, este proceso convivió con el intervencionismo (enclaves con inversión extranjera y presencia de ejércitos invasores) y se confrontó con la tenacidad de las culturas locales. Los nexos globales que reforzó un sistema capitalista consolidado fortalecieron el intercambio a nivel planetario, pero coexistieron con la aspiración ‒o la provocaron‒ de delimitar a las sociedades en el marco discursivo de naciones cuya existencia se remontara a mitos de un pasado lejano y trascendiera a los individuos.

Para comprender mejor la globalización y sus limitantes, examino algunos debates sobre la primera Guerra Mundial y la relación de México con Estados Unidos que son esenciales para pensar en un aspecto central del mundo globalizado: la existencia, o posibilidad de construcción, de una esfera pública transnacional y el papel que jugó la prensa como medio, el periodismo como espacio plural de voces en esos acomodos tectónicos. En aquella coyuntura chocaron tres formas de vinculación entre seres humanos: la cultura local-regional, el nacionalismo y las fuerzas de lo global. Me concentro en los periódicos de la Ciudad de México y en algunos otros del interior del país que tuvieron suficiente influencia social fungiendo como difusores de información, ideas, opiniones y propaganda. Dichos diarios muestran el rol de ser un entronque entre lo microhistórico y lo mundial. La función comunicativa de tales medios, aunque surgió de necesidades y de preocupaciones locales, estuvo inmersa en una dinámica global y fue consciente de su pertenencia a ese todo. Sin embargo, el vínculo con el todo sirvió para defender la identidad y la supervivencia del fragmento. Semejante mecanismo puede advertirse todavía en los fenómenos de comunicación actuales que conectan lo local con la esfera pública y con lo global.

El concepto de globalización implica fenómenos con aspectos positivos y negativos. Desde una mirada optimista, la globalización imagina un mundo conectado, sin fronteras, capaz de borrar las divisiones nacionales, para permitir el flujo libre de personas, posibilitar el intercambio comercial y una mejor comunicación para resolver problemas comunes (Safranksi, 2004, p. 56). Tal fenómeno es lo que teóricos como Bernhard Peters (2010) llaman esfera pública transnacional, la cual debería implicar una comunicación óptima entre actores basada en el diálogo racional, “ilustrador” (Habermas, 2016; Rabotnikof, 2011; Safranski, 2004; Kant, 2012).

 

La globalización no es solamente el conjunto de malas noticias que circulan en torno al globo. Se ha establecido una opinión pública mundial; los regímenes tiránicos se sienten ahora más observados y sometidos a la presión de tener que legitimarse (Safranski, 2004, p. 18).

 

El aspecto negativo de la globalización ha sido advertido y denunciado. Atañe al daño que impone a las sociedades la movilidad del capital y la rapiña de ciertos enclaves industriales transnacionales. Igualmente, la globalización va de la mano de la penetración militar extranjera, que provoca fenómenos alienantes. Ambas modalidades se confrontan con la identidad, local o nacional, y el agravio se manifiesta, entre muchas formas, en el plano cultural (Appadurai, 2001; Sassen, 2001). Tal interconexión de fenómenos se dio en el México de principios del siglo veinte.

Hoy parecen fracasar los intentos de vínculo ecuménico y han resurgido nacionalismos extremos y localismos radicales. Cabe preguntarse sobre la capacidad y las posibilidades de la esfera pública transnacional, y como elemento de la misma, de la prensa local y del periodista regional para conectar las preocupaciones de su terruño con las del mundo. ¿Cómo se relacionan las afinidades identitarias locales y regionales con el espacio discursivo más abstracto que implica la idea de nación? ¿Cómo vence el diálogo global entre iguales las cerraduras que le impone el marco del Estado nación?

En el caso mexicano, varios elementos confluyen para fortalecer el vínculo nacional o debilitarlo. Uno de los más relevantes es la atomización sociocultural y económica en pequeñas localidades, pueblos, municipios, ayuntamientos, haciendas, ranchos, aquellas “matrias” que responden a dinámicas regionales (González, 1972). La herencia del fenómeno del calpulli, como lo ha explicado Claudio Lomnitz, provoca que nuestro primer vínculo identitario se origine en enlaces tradicionales familiares, redes de parentesco y reconocimiento geográfico mutuo en un círculo directo de la comunidad cercana (Lomnitz, 2001). En dicho proceso aparece el elemento externo, la imagen amenazante de las metrópolis colonialistas, España y Estados Unidos, que actúan como némesis históricas de la nación mexicana, pero fungen también como lacas aglutinantes que refuerzan la identidad local. Los frentes de contraposición en el marco de la “nación” están ligados a la exposición de la sociedad mexicana a la globalización. En 1917, México se insertó en los debates globales porque aprobó una constitución con novedosos elementos en materia de trabajo, nacionalización de la tierra y bienes nacionales, alertando a los inversionistas y gobiernos extranjeros. Por otro lado, la posibilidad de la entrada de Estados Unidos a la conflagración armada de la primera Guerra Mundial puso en jaque la neutralidad que defendía el gobierno mexicano y comenzaron las tomas de partido en la esfera pública. Tan compleja coyuntura mostró ciertas inflexiones del discurso de una sociedad que se vio obligada a conectar las necesidades inmediatas de su espacio vital más acotado con los conflictos de un mundo, en apariencia distante, pero inmiscuido en la realidad cotidiana de las personas.

Las reflexiones de Saskia Sassen sobre la globalización sirven para entender las actitudes que se ventilan en los diarios que abordo aquí. Sassen advierte que debemos comprender la espesura social de los espacios donde se ancla la globalización:

 

La infraestructura material y legal que hace posible la circulación del capital financiero es producida como una infraestructura nacional, aunque cada vez más modelada por las agendas globales. La inserción en lo nacional de los proyectos globales se origina tanto doméstica como externamente, comienza por un desenvolvimiento parcial del espacio nacional. Es sólo parcial, como la geografía de la globalización económica es estratégica, más que difusa, por la misma razón de que el espacio nacional nunca fue unitario o totalmente integrado. Sugiero conceptualizar estas inserciones de lo global en el tejido de lo nacional como una parcial e incipiente desnacionalización de lo que históricamente se ha construido como lo nacional (Sassen, 2001, p. 264).

 

Buena parte de la construcción de la nación ocurre en el ámbito discursivo de la esfera pública (Connaughton, 2010; Rojas, 2003; Mallon, 1995; Pérez, 1993, 2000; Sommer, 1991). Desde el púlpito, la prensa, las pantallas de cine, los museos, las avenidas modernas, los discursos cívicos y la literatura, se fue construyendo la pertenencia a esa abstracción unitaria. En México, un momento importante para el fortalecimiento de la identidad patriótica fue la etapa revolucionaria. La exaltación de la mexicanidad se acentuó con la agudización de los fenómenos globales: la presencia del capital transnacional, las invasiones militares estadounidenses, la polarización de la guerra, la necesidad de reconocimiento internacional de las facciones revolucionarias y la dolorosa experiencia de los migrantes mexicanos. Los procesos generaron efectos y reacciones locales que utilizaron cierta simbología para exponer a nivel global, o bilateral, los intereses de un localismo profundo. El localismo aprovechó el marco global para saldar cuentas con el centralismo voraz del nuevo Estado revolucionario. El conflicto entre los católicos y el Estado evidenció la mecánica de denuncia tangencial. Aun así, no se puede eludir un aspecto que muchos estudios históricos han resaltado: dependiendo de las circunstancias de las sociedades locales, tanto las élites como los sectores populares abrazaron lo global, lo externo, lo universal, ya fuera en su modalidad del imperio del dólar o por la vía de la asimilación de trazas culturales y del consumo (Knight, 1987; Nugent, 1988).

Analizo aquí la conjunción de tales elementos y cómo, debido al radicalismo revolucionario, el nacionalismo y la asimilación de nuestro mundo a la universalidad, la opinión pública mexicana trascendió sus fronteras. La efervescencia revolucionaria, la guerra europea, la revolución bolchevique, la industria extractiva de materias primas como el petróleo, más la necesidad de Estados Unidos de penetrar en los mercados del sur colocaron a México en la mira de los cuerpos diplomáticos. Como fenómeno inverso, los periodistas mexicanos lograron captar la atención internacional y lo escrito en diarios muy pequeños, aparentemente inocuos e intrascendentes, provocó suficiente ansiedad en ciertos círculos internacionales como para quedar registrados en la historia de las comunicaciones. ¿Cómo podemos catalogar este flujo? ¿Es parte de un incipiente proceso de globalización o una reacción bilateral al mismo? ¿Se puede entender apelando al concepto de esfera pública?

Innumerables escritos han definido ese espacio que posibilita el diálogo racional entre los seres humanos para debatir asuntos públicos. (Kant, 2012; Lippmann, 1993; Dewey, 1991; Arendt, 2005; Habermas, 2016; Torres, 2010; Lomnitz, 2001; Sabato, 2001; Piccato, 2010b; Forment, 2003). Entre estos son útiles las ideas de Bernhard Peters, quien se aproximó al problema preguntándose qué ocurre con la esfera pública de los Estados-nación democráticos cuando se enfrentan simultáneamente a procesos de segmentación interna y a una creciente transnacionalización (2010, pp. 237-246). La respuesta es compleja. Se complica más cuando tales conceptos se aplican a una sociedad como la mexicana. En las primeras décadas del siglo XX, los efectos de la globalización chocaron en México con una revolución social. A primera vista, lo expresado en periódicos locales parecería tener un carácter puramente provinciano, pero, visto en su conjunto, toma el cariz de una bomba de tiempo. El potencial explosivo de aquellos focos de opinión llamó la atención en foros internacionales.

Las observaciones empíricas de Bernhard Peters (2010) ayudan a comprender mejor el fenómeno de la globalización y sus contradicciones, y abonan a una discusión teórica sobre el uso del concepto de esfera pública para estudiar los fenómenos de comunicación y construcción de la opinión en América Latina. Peters enriquece la idea de esfera pública nacional acentuando los procesos de diferenciación, segmentación y fragmentación del espacio de comunicación que se pensaba como una unidad.

 

Nunca ha habido una esfera pública nacional unificada. Si existió, esta idea ha sido debilitada hoy por procesos de segmentación interna, conforme emergen públicos dispersos y la fluidez externa, conforme la comunicación fluye libremente cada vez más a través de las fronteras nacionales (Peters, 2010, p. 237).

 

Para entrar al caso analizado, la idea de diferenciación es central, debido a la multiplicidad de explosiones locales de comunicación en espacios geográficos y humanos reducidos. Continúa preguntándose Peters (2010): “¿Qué formas de diferenciación interna de la esfera pública encontramos y a qué se le puede llamar fragmentación? ¿Cuáles son las tendencias y los límites de la transnacionalización?”

Peters analizó el fenómeno de la comunicación para aportar una crítica normativa y empírica a la noción de esfera pública nacional. Encontró opciones que nos impliquen como ciudadanos de un mundo global, marcando los retos que impone el encuadre de la esfera pública en un marco nacional y aquellos que le imponen las fuerzas centrífugas. Según él, la idea de esfera pública nacional parte de dos acepciones que no anclan del todo en la realidad. El “deber ser” concibe a la esfera pública como la arena social que “denota un campo de comunicación sin barreras específicas de entrada [nadie está excluido por normas sociales o reglas institucionales o por competencias especiales]” (Peters, 2010, p. 238). También se le piensa como concepto colectivo que “no sólo involucra una participación de hecho en la esfera de la comunicación pública sino parte de la premisa de una idea de pertenencia a un público que discute temas o problemas comunes” (p. 238); es decir, forma una opinión política y dentro de un estado o interpretaciones y autocomprensiones culturales más generales. Peters considera que la esfera pública se debilita por la diferenciación. Concibe al público nacional como un espacio segmentado, diferenciado en distintos niveles y estratos. Los participantes son hablantes activos que usan mediadores; se distinguen como públicos de asuntos específicos o que surgen alrededor de tendencias políticas o ideológicas. Se divide en estratos donde los participantes difieren en los procesos de participación, involucramiento, visibilidad e influencia (p. 238). Finalmente, el público se puede clasificar de acuerdo con los grados de complejidad argumentativa y de competencia, y divide en círculos particulares: organizaciones políticas, expertos, intelectuales, periodistas, con un prestigio particular e influencia pública (p. 239).

A continuación, pretendo ilustrar una realidad cercana al cuadro que pinta Peters: periódicos limitados geográficamente que respondían a necesidades locales fueron pivotes de la acción comunicativa. Aquellos modestos hubs ilustran la diferenciación y la fragmentación de la esfera pública nacional. Participaron de “las fuerzas centrífugas que se vinculan a la transnacionalización de los espacios sociales, económicos y políticos” (Peters, 2010, p. 237). Cumplieron con algunos atributos de la esfera pública trasnacional: el reporteo de eventos internacionales, la importación y exportación de productos culturales, el vínculo de los medios masivos con agencias de noticias internacionales y provocaron a públicos internacionales pendientes de asuntos específicos. Los escritos publicados en diarios locales trascendieron su espacio limitado y tuvieron impacto a nivel transnacional.

En primer lugar, hay que resaltar su relevancia en la dicotomía centro-región. La dictadura de Porfirio Díaz centralizó el poder y facilitó la inversión extranjera abriendo a México al mundo, pero desencadenó una revolución social. Ese movimiento telúrico revivió pueblos y regiones con levantamientos armados, mientras promovió un discurso nacionalista (Knight, 1987; Hart, 1990) que retomó abstracciones mixtas y contradictorias enraizadas en la esencia de la “civilización hispanoamericana”, la “raza mestiza” y la latinidad (Yankelevich, 2003). Otras dualidades entraron en juego: la resistencia discursiva regional y nacional frente al imperialismo y el capitalismo extractivo que convivió con una importante contraparte: la alianza de algunos actores regionales con el extranjero poderoso para proteger su terruño, su interés inmediato. Esos círculos concéntricos de cruces y de choques influyeron en el mundo de las comunicaciones y de la diplomacia.

Proliferaron publicaciones con alcance local que combinaron valores de la prensa informativa con elementos de un periodismo ideológico y de combate, y reflejaron una revoltura de intereses propagandísticos de diferentes facciones revolucionarias y de los países en guerra, la presión de poderosas empresas y la fuerza de las élites políticas y económicas de cada región. Aquellos ingredientes se infiltraron en la prensa mexicana y captaron la atención de destinatarios globales. En paralelo, el proceso globalizador transpiró xenofobia, racismo, hispanismo y anticomunismo, sentimientos que afloraron tanto en los escritores como en los receptores de los artículos allende las fronteras.

Aldo Ferrer (2015) considera que América Latina se halla en una región globalizada desde la etapa colonial. Entre las guerras napoleónicas y la Primera Guerra Mundial, dice, Estados Unidos se convirtió en un país conquistador y en la única amenaza a la integridad territorial. Las vías ferroviarias fungieron como red que propició migraciones internas y hacia el exterior, expandiendo el comercio exterior con la entrada de capital extranjero (Ferrer, 2015, p. 67). América Latina ‒continúa Ferrer‒ creció hacia fuera, generando malas respuestas al dilema del desarrollo en el mundo global: la concentración de la riqueza, el ingreso y la estratificación social (p. 67). México vivió la globalización a través de la cercanía con el imperio estadounidense en proceso de construcción. Esa potencia emergente, como primer túnel hacia el encuentro con lo global, propuso la vía de la amistad con el vecino. Para promover la comercialización y la apertura de mercados, el capital internacional intentó un acercamiento estratégico y genuino de sus mensajeros con los representantes de las culturas locales, que se expresó también en la esfera pública. Asimismo, en ciertos casos afloraron relaciones de dependencia entre gobiernos estatales y sectores productivos regionales que vendían su producto al mercado exterior. Los síntomas de ese contexto se catalizaron en la prensa. Cargando a cuestas el entorno de su momento, editores y colaboradores, entre los cuales destacan agudos intelectuales, actuaron como fragmentos de lo global.

Algunos ejemplos específicos encarnan cómo se conectaron las partes a lo nacional y a lo global. En 1917, las voces protagónicas de la esfera pública mexicana enfrentaron un peliagudo dilema: cómo posicionarse ante la posibilidad de la entrada de Estados Unidos como participante activo en el conflicto bélico global. En México pesaban las invasiones estadounidenses de 1914 y 1916, y con la Guerra Mundial revivió la herencia del daño que causaron las intervenciones militares en el siglo XIX. El público mexicano se movilizó para enfocar su postura ante ese panorama mundial. Se ha estudiado la confrontación entre los periódicos mexicanos más importantes durante los primeros años de la guerra: El Demócrata, El Universal y Excélsior, que pelearon por el espacio público para defender a la potencia que más les convenía financiera e ideológicamente (con propaganda germanófila o a favor de los aliados).[3] Sin embargo, no se ha resaltado lo suficiente que, tras venderse al mejor postor, en esa tensión los diarios se cubrieron las espaldas con un manto nacionalista que exaltó el valor cultural de la riqueza de las tradiciones patrias. Cuando las circunstancias globales nos llevaron a una cercanía irremediable con Estados Unidos, el nacionalismo cultural salió al rescate.

El debate de 1917 arrancó con un artículo de El Universal: “Lo primero es la Patria, señores periodistas”, que acusaba al director de Excélsior, el periódico rival, de haberse vendido por unos cuantos rollos de papel. Con semejante denuncia se posicionaba como verdadero defensor de la patria.

 

El secreto del éxito de este periódico en la opinión pública se debe a la virilidad de su actitud: cuando todos los periódicos eran germanófilos, El Universal defendió los intereses de los pueblos débiles ante las ambiciones del militarismo teutón. Cuando callaron, emprendió una enérgica campaña contra las incautaciones indebidas. Es el único periódico que ha combatido el militarismo y que abrió franca campaña a favor de los intereses nacionales y en contra de las concesiones lucrativas y perjudiciales.[4]

 

Este mismo diario publicó una serie de artículos que explicaban su actitud cambiante frente a Estados Unidos:

 

El Universal blasona de ser el periódico mexicano que con mayor entusiasmo ha sostenido la causa de los aliados en la gigantesca contienda europea. Por cultura, por idiosincrasia, nos manifestamos férvidos defensores de los países que luchan contra el imperialismo teutón. Sin embargo, hay en la conducta de los Estados Unidos ciertos actos que aparecen inexplicables, puesto que tienden a alejarse de nuestra simpatía y de los países indolatinos (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

 

Los actos que merecieron que Estados Unidos perdiera el apoyo de uno de los diarios más importantes en México eran afrentas globales. Su gobierno intentó que los países europeos reconocieran la Nueva Doctrina Monroe y cometió el desatino diplomático de enviar al general Pershing, jefe de la expedición punitiva que había invadido a México en 1916, a la primera misión bélica a Europa. Para ganar a sus colegas la carrera patriótica, El Universal, “con ánimo de expresar los sentimientos nacionales”, implementó una estrategia de compenetración con dos flancos sociales: las clases populares y la élite intelectual a través de la práctica de los concursos. Uno de ellos fue el Certamen de la Obrera Simpática, en el cual salió triunfadora la señorita Edmé Castillo, de la Compañía Telefónica Mexicana. La llamada “obrera desconocida” fue exaltada al primer plano de la popularidad y recorrió en triunfo las calles de la capital. El objeto de tan peculiar concurso fue explicado oportunamente: “Es una fiesta de concordia y de paz con la cual sólo hemos pretendido significar a los obreros el interés que este periódico tiene por las fuerzas vivas de la Patria” (Heredia, 1946, p. 23; Ruiz, 2001; López, 2002). Un eco de este patriótico evento fue el Certamen de la India Bonita, de 1921, que ganó, como se leía en la nota del diario:

 

… una indita de Huauchinango, Puebla, María Bibiana Uribe. Una niña de dieciséis años con todas las características raciales de sus antepasados, idealizadas en su belleza morena. Un domingo de septiembre, en el desfile de la Patria, en un carro alegórico decorado con el arte pintoresco de las tribus indígenas, la niña india recibió el homenaje de la ciudad (Heredia, 1946, p. 23).

 

Al mismo tiempo, El Universal se dirigió a la intelectualidad mexicana para que expusiera sus ideas relacionadas con aquella coyuntura porque ese sector –decía‒ “tiene derecho de interpretar las necesidades nacionales”, y publicó las respuestas siguiendo su carácter de vocero de la reflexión nacional:

 

Es función altísima de la prensa explorar la opinión, recogerla e interpretarla y propagarla, en todas aquellas cuestiones que afectan a los intereses fundamentales de un país. En este ocaso del derecho, en esta gran guerra del mundo, la somete como a todos los pueblos débiles y a todas las patrias en formación a una más grave que todas las anteriores (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

 

La mayoría de los juicios eran contrarios a la Alemania militarista. El consenso de ese círculo rojo concluyó que lo ideal para México sería mantener la neutralidad, aunque, dado el peligro que enfrentaba el mundo, había que estar con Estados Unidos (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3). Los artistas y escritores convocados evidenciaron una clara consciencia de pertenencia al mundo globalizado al meditar en cómo se vinculaba México a este todo y cómo la Guerra Mundial amenazaba nuestro lugar en el mundo. Las respuestas tocan puntos de fuga que fungieron como polos donde la identidad nacional se conectó con el espíritu de la humanidad. Uno de estos ejes fue la pertenencia de la “raza mexicana” a la “latinidad”, abstracción aglutinante de múltiples identidades que tomaba la salida de un cómodo y tradicional afrancesamiento. “Es indiscutible ‒dijo Alfonso Cravioto‒ que por razones sentimentales, políticas, históricas étnicas y culturales, nos unamos a la gloriosa Francia. Nuestra sangre material en gran parte es latina y nuestra sangre intelectual es francesa” (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3). Efrén Rebolledo, “el poeta diputado, prosista traductor de la obra de Oscar Wilde”, agregó un argumento similar: “Al principio de la guerra muchos mexicanos fuimos aliadófilos porque Francia estaba de parte de los aliados, porque tenemos su cultura científica y literaria” (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3). A la hermandad filial con Francia se integró el aspecto de la lucha de México para fortalecer los valores del liberalismo que le otorgaba a este el estatus de pertenencia a una trayectoria universal hacia el progreso.

Safranski (2004) ha descrito el vértigo que sufren hoy los ciudadanos del mundo porque son parte de cadenas informativas que los enteran de lo que ocurre en el mundo en tiempo real, pero los hace sentir impotentes, incapaces de participar en la solución de lo que presencian como espectadores. “Una guerra en la que apenas se toca el suelo corresponde realmente al compromiso moral del sillón ante el televisor, donde ya no hay ningún contacto con el suelo y el auxilio sin riesgos puede desplegar imaginariamente sus energías vitales” (Safranski, 2004, pp. 82-83). Hace cien años, la conexión con la globalización provocó quizás menor ansiedad, pero fue desgarradora. Los intelectuales se conectaron en la esfera pública con la esperanza de contribuir con un grano de arena ante la amenaza global. Así lo muestra Manuel G. Revilla, quien, como jurista, demócrata, mexicano y cristiano, se posicionaba:

 

En el sentido opuesto del militarismo brutal, la autocracia humillante, la burla de los tratados públicos, la codicia de territorios vecinos y la soberanía humana, y considero que sería grande honra para mi patria y una inmensa ventaja moral ante la historia, que coadyuvara de algún modo al triunfo de la autonomía de las naciones pequeñas (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

 

En un sentido similar, Rafael López insistió en la posibilidad de los mexicanos para colaborar con la defensa de lo humano y manifestó con ironía:

 

Teniendo en cuenta nuestra tradición política e intelectual me sentiría orgulloso de ver que México contribuye en alguna forma, así fuera infinitesimal, para conjurar el peligro monótono de que quede el mundo convertido en un inmenso cuartel con Schopenhauer, el gruñón, de portero (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

 

Ramón López Velarde continuó este mismo argumento:

 

Tenemos casi todos nuestros vínculos morales, mentales y materiales con los aliados. Si alguno de esos vínculos nos pesa demasiado, paréceme que vale más buscarle nivel que pretender cortarlo con una tijera imposible. Trasladada la cuestión de lo patriótico a lo humano, yo veré en la victoria de los aliados, en la cual creo, un paso más en la lucha desigual contra las potestades impersonales y grises de lo feo, de lo bello y de lo malo. No puedo adherirme al proyecto de convertir el misterio de cada hombre en un alma recluta, aséptica, patentada, registrada y homicida (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

 

En este esfuerzo, la prensa, con su posibilidad de captar al público nacional y extranjero, era una herramienta indispensable: “la labor de la prensa ‒opinó Cravioto‒ al estudiar serenamente este asunto y orientar la opinión hacia la conveniencia más sana y patriótica para nosotros es una labor no sólo loable sino de urgencia” (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3). “Desde hace algún tiempo ‒señaló en el mismo sentido Antonio Caso‒ vengo exponiendo en la prensa mi opinión, en pro de la justicia que asiste a la causa de las naciones aliadas. México debería subrayar con su actitud la de la justicia internacional” (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

Los intelectuales reunidos por El Universal reconocieron con pragmatismo la sombra del coloso que se nos acechaba:

 

En cualquier tiempo nos sería muy desventajosa una guerra con Estados Unidos. Inmensamente más desfavorable nos sería en las condiciones en que la República vecina se preparara a desplegar toda su fuerza guerrera. [Estamos] a merced de los americanos que nos podrían causar muchos perjuicios o cuando menos estorbar la marcha de nuestro gobierno en su régimen interior. En cambio, si nos pusiéramos de parte de los aliados, no tendríamos esas dificultades (El Universal, 20 de junio de 1917, p. 3).

 

Por esto, y “por razones de conveniencia por nuestra vecindad geográfica con los Estados Unidos”, había que romper la neutralidad, lanzarse de lleno a un compromiso global conciliando con el vecino.

Otras publicaciones merecen especial mención por su importancia global y por la ferocidad discursiva que las distinguió, porque captaron la atención de los receptores diplomáticos vinculados al Departamento de Estado de Estados Unidos. El Mundo y El Correo de la Tarde, de Tampico, Tamaulipas, sede de los enclaves petroleros en México, y El Siglo de Torreón, diario de la Comarca Lagunera que sobrevive hasta nuestros días con inusitado éxito económico y con un discurso regionalista, muestran la cara opuesta: la prensa local enfrentando a fuertes enemigos.

Según los diplomáticos estadounidenses, El Mundo era un diario independiente muy leído en diferentes sectores de la sociedad, con edificio propio, escrito en español, con cuarenta y cinco empleados (Moncada, 2012).[5] En 1918 imprimía entre cinco y seis mil ejemplares. El Mundo sorprende porque tuvo colaboradores notables como George Bernard Shaw, David Lloyd George, Nemesio García Naranjo, José Vasconcelos, Querido Moheno, Rafael Zubirán Capmany, Guillermo Ferreyro, Luis Sepúlveda y Marcelino Domingo, quienes despertaron la preocupación de los agentes estadounidenses por sus escritos “considerablemente anglófobos, con fuertes inclinaciones hacia España y los países hispanoamericanos en contra de Estados Unidos”.[6] En los años veinte impulsó debates que daban continuidad a lo expuesto en la crisis de la Gran Guerra. Era cliente de la Associated Press y Reuter’s, agencias que le proveían de noticias internacionales, y mostraba una actitud favorable hacia el gobierno mexicano. La capacidad retórica de las punzantes plumas de los colaboradores de ambos diarios sintetizó la problemática de la interacción de lo local, lo nacional y lo global.[7]

En su agudo texto “La pícara fatalidad”, Querido Moheno reflexionó sobre el patriotismo que se guiaba por lo que calificó como “psicología de un mitin de barrio”:

 

Es un evangelio aquello de que nosotros los mexicanos somos “muy hombres” y sabemos ir a pelear con dos pedazos de tortilla con chile mientras que el “odiado gringo” no sale al frente si no lleva en la mochila abundante ración de jamón y mantequilla; no hay pueblos más valientes que otros, todos los soldados valen lo mismo, la guerra se gana a fuerza de dinero y a fuerza de trigo, de jamón, de azúcar y de mantequilla. Hemos vivido extraviados por dos falaces espejismos: el de una supuesta solidaridad latina y latino-americana (no hablo, se entiende, de solidaridad espiritual y cultural, esa sí existe y debemos defenderla con toda nuestra alma, porque es nuestra personalidad misma y hasta la única razón de ser de nuestra entidad nacional, sino de una solidaridad de acción, de una solidaridad ante el peligro).

Con eso de que “México tiene a Europa por grande amigo” se nos quiere significar que tenemos por enemigo a los Estados Unidos. He aquí un falso concepto. De todos los pueblos de este continente no hay ninguno donde la influencia del alma francesa se haya hecho sentir tanto como en México. Aquella alma refinada y superior. De veinte años para acá, a los golpes incontrastables del dólar, comprobando prácticamente la profunda verdad del proverbio alemán que dice: “Cuando el oro habla, todo mundo calla”. La supuesta solidaridad latinoamericana es una frase hueca en tanto que los Estados Unidos son ahora los amos del mundo.

Los pueblos todos de América, y México más que ninguno por lo que ha dado en llamarse una “fatalidad geográfica” (nuestra vecindad con el coloso), fatalidad que puede ser fuente de toda clase de bienes el día en que México entienda su verdadero interés, dependen de los Estados Unidos desde el punto de vista político, económico y hasta alimenticio (Moheno, 1925, p. 3).

 

En ciertos medios, las voces de la esfera pública pasaron de la resignación frente al creciente poder de Estados Unidos a un claro sentimiento antiyanqui que se usó para confrontar al gobierno revolucionario del centro que imitaba los modelos estadounidenses. “La Falsificación del Income Tax” se publicó como un especial de José Ferrel para El Mundo, en el que criticaba el “fatídico discurrir de los gobiernos mexicanos” que habían adoptado “el papel de copistas, dedicándose a la reproducción barata de los más célebres modelos, para fingirnos con la copia una grandeza de cuya falsedad proviene el estado morboso de nuestras instituciones, infladas de mentiras hasta la sofocación.” (Ferrel, 1924, p. 3). La yanquifobia se usaba así como instrumento conservador contra un gobierno revolucionario.

“La Callejuela” de Jorge Labra denunciaba el maltrato de los mexicanos en Estados Unidos, y culpaba al gobierno mexicano de emular las nefastas prácticas del Norte:

 

Nuestros míseros compatriotas, que huyendo del bienestar que nos ha traído el triunfo de las ideas niveladoras, han tenido que cruzar el Bravo, previa cuota de ocho dólares, o desafiando el peligro de morir balaceados. Calles, amenazando a los explotadores gachupines, cuyo mediano bienestar lo han conquistado a fuerza de privaciones y de trabajos casi insoportables, practica la misma teoría que desarrollará la Gobernadora Ferguson, persiguiendo a nuestros pobres indios analfabetos y tristes, miserables y hambrientos que, por un impulso biológico, van en busca de un pedazo de pan para matar el hambre, ya que en su propio país no puede obtenerlo (Labra, 1924, p. 3).

 

Un tono similar mantenía El Correo, de Tampico, un periódico popular, con una circulación diaria de 1 500 ejemplares, fundado en 1924. En Washington, este fue catalogado como anglófobo e hispanista, pero con una agravante: estaba dirigido a las “levantiscas” clases populares y a los obreros pobres de la zona petrolera del Golfo.[8] El “Programa permanente de El Correo ‒se leía en sus primeras páginas‒ se anclaba en la imparcialidad, la independencia y la defensa de los oprimidos”.

 

… seremos lo humanamente veraces que nos sea dable; no aceptaremos la tutela mental ni de una clase social determinada, ni de agrupaciones más o menos respetables, ni de credos religiosos ni de banderías políticas. Vapulearemos a los opresores por amor a la Justicia. Pugnaremos por el mejoramiento general. Nos prometemos hacer de este periódico lo que el pueblo quiera, porque a él nos sometemos, únicamente (El Correo, 14 de septiembre de 1924, p. 3).

 

El Correo, como muchos otros diarios mexicanos en medio de la efervescencia revolucionaria, se posicionó como vocero de la opinión del pueblo. Se ocupó de “las afrentas y humillaciones inferidas a varios mexicanos en los centros de espectáculos de Texas donde se les trató con la misma insolencia y desprecio con el que se trataba a los individuos de la raza de color” (El Correo, 19 de septiembre de 1924, p. 3). El editorial “¿En dónde están la civilización y la libertad?” se centró en la expulsión de los niños mexicanos inscritos en escuelas de Estados Unidos (El Correo, 19 de septiembre de 1924, p. 3).

 

No es civilizado, ni humano, ni propio de quienes aman la libertad el arrojar a los niños de las escuelas solamente porque son mexicanos y ofender a los extranjeros porque no son de la raza sajona. Toca a la prensa nacional levantar la voz indignada, condenando esos actos impropios, no digamos de los Estados Unidos, sino del más humilde pueblo del planeta (El Correo, 19 de septiembre de 1924, p. 3).

 

El Correo precisó que la batalla de los migrantes discriminados era también una guerra discursiva en la esfera pública, donde se construyen estereotipos o se demuestra la virtud:

 

México tiene en los Estados Unidos una prejuiciosa fama de incivilizado y criminal. Esa fama está hecha a base de telonazos periodísticos, de leyendas y de películas groseras. Sin embargo, no se niega en nuestras escuelas el acceso a los extranjeros, no se distingue a los hombres de otras razas ni se humilla a nacionalidad alguna (El Correo, 19 de septiembre de 1924, p. 3).

 

El asunto de los mexicanos discriminados se dirimía en la esfera pública global, pero El Correo utilizaba su influencia local como amenaza. Luchaba por los derechos de los compatriotas con un discurso antiyanqui desde el corazón de un poderoso enclave petrolero donde los trabajadores empezaban a radicalizarse contra las compañías extranjeras (Adleson, 1982).[9]

El caso de El Correo muestra cómo los flujos de información en el contexto global tienen destinatarios externos y exponen querellas internacionales, pero pretenden operar en una entraña local. Los editores tomaron en consideración que los receptores de estas denuncias estaban en Washington, en Houston y en la Ciudad de México. Sin embargo, incidían directamente en una explosiva realidad local: el efecto social de la entrada de capital en enclaves extractivos como el de la Huasteca veracruzana. Al hacerlo, incitaban un ir y venir de valijas diplomáticas temerosas de la rebelión. La empatía de los escritores de Tampico respecto de sus compatriotas en Houston generó un foco de ansiedad para los inversionistas y para el gobierno de Estados Unidos.

El Siglo de Torreón, otro diario que nació en 1921 y cuyo accionista mayoritario era José de la Mora, un empresario que comerciaba algodón, fue líder en una rica región. Según los cónsules que reportaban sobre el estado del diarismo mexicano, El Siglo de Torreón era un celoso seguidor del gobierno del presidente Plutarco Elías Calles. Era cliente de las agencias de noticias internacionales Associated Press, United Press y el Servicio Internacional de Prensa de París. Su actitud hacia los gobiernos extranjeros era amistosa, con excepción de Estados Unidos, frente al cual mostraba un discurso extremadamente antagónico. “No pasa un día ‒decía el agente Flood‒ sin que aparezca un artículo anti-americano”.[10] Antonio Juambelz, el director del diario, fue descrito como un visionario del futuro que “dejó huella en el periodismo nacional por su defensa de la comunidad” (El Siglo de Torreón, 6 de diciembre de 2007). El Siglo de Torreón ha crecido durante un siglo como baluarte de una zona peculiar. La Comarca Lagunera concentra, desde fines del siglo XIX, a una poderosa élite empresarial regional que sobrevivió con éxito a la amenaza de la inversión extranjera. El tono de las denuncias y de los debates que propuso a principios de los años veinte se leyó en Estados Unidos con ansiedad justificada. El diario se enfrascó, por ejemplo, en la defensa de los trabajadores mexicanos en el campo y en la industria estadounidenses (corresponsal, 6 de abril de 1922, pp. 1 y 6; 28 de septiembre de 1922, p. 1; 8 de julio de 1922, p. 1). En artículos como “Otro mexicano fue linchado por las bestias rubias” (corresponsal, 14 de noviembre de 1922, p. 1), combatió la violencia contra los migrantes (corresponsal, 6 de abril de 1922, pp. 1 y 6; El Siglo de Torreón, 21 de marzo 21 de 1922, pp. 1 y 6). Hizo también una pragmática revisión del significado local del imperialismo yanqui al centrarse en asuntos como el daño que las grandes transnacionales imponían a la agricultura nacional (corresponsal, 19 de noviembre de 1922, p. 1) y de la relación denigrante que “Yankilandia” imponía explotando nuestras miserias (corresponsal, 29 de julio de 1922, p. 1; De Zayas, 31 de agosto de 1922, p. 3). Asimismo, enmarcó esta crítica en la validez del hispanoamericanismo como parapeto global que ayudaría a preservar las culturas locales (Francos, 8 de noviembre de 1922, p. 3).

He procurado mostrar cómo los escritores que publicaron sus puntos de vista en los diarios mexicanos dieron un paso hacia la trascendencia internacional para construir una esfera pública transnacional con base en la cual periodistas, intelectuales y el público mexicano asomaron la cabeza por la ventana de la globalización. Manifestaciones tan contradictorias nos impulsan a una conclusión que atienda a múltiples factores. Vemos que el nacionalismo antiyanqui en el México de aquellos tiempos no fue tan profundo, y emergió en zonas con complejas coyunturas. La expresión de opiniones y las creencias de editores, articulistas y editorialistas fueron a veces genuinas, y otras fueron producto de sobornos o de subsidios; estrategias para contentar a los patronos militares nacieron de la presión gubernamental o resultaron de ejercicios de censura. La prensa era ‒y es‒ un artificio donde se vertían ideas y sentimientos, con cierto potencial incendiario que entretuvo a embajadores y espías que influyeron en la opinión pública lectora. La inserción de México en la esfera pública internacional no fue cosa menor al desatarse una revolución social campesina de consecuencias amplísimas, que coincidió con graves conflictos mundiales. Como dice Sassen, cada uno de estos escritores procesó la espesura social de su momento y circunstancia, que evidentemente incluyó la conexión entre lo acotado y lo universal.

Estos ejemplos revelan que la esfera pública mexicana estaba fragmentada y que, a partir de esa segmentación, se conectó con el todo; el primer vínculo fue la relación con un vecino que fue creciendo cada vez más poderoso y amenazante. En este proceso, los diaristas fungieron como sintetizadores de grandes temas que conectaban a la nación con lo global. Actuaron en periódicos de pequeñas localidades, con ayuda de agencias de noticias internacionales y de la parafernalia del periodismo moderno para desahogar las problemáticas que, desde nuestra espesura social, debían ser atendidas en México y en el mundo.

 

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[1] Una primera versión de este texto se presentó en el X Encuentro Internacional de Historiografía: Nacionalismos y globalización: procesos y conceptos en el tiempo, organizado en la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, México, donde se nos propuso reflexionar sobre el fenómeno de lo global confrontado con lo local. Agradezco el apoyo de Clara López, Minerva Martínez, Fausto Arellano y Brenda Ramírez.

[2] Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. ORCID: 0000-0001-9674-8686. Correo electrónico: aserna@institutomora.edu.mx

[3] Véase Yolanda de la Parra (1986).

[4] Fletcher a Robert Lansing, México, 6 de junio de 1917, U. S. Department of State Records Relating to the Internal Affairs of México, 1910-1929, exp. 812.911/32.

[5] Clark Reed Paige, Guadalajara, Jalisco, a William Dawson Esquire, México D. F., 27 de noviembre de 1928, en U. S. Department of State Records Relating to the internal Affairs of México, 1910-1929, exp. 812.91/28a, pp. 1-4.

[6] Idem.

[7] Los pocos que quedan han sobrevivido en la colección Revolutionary Mexico in Newspapers 1900-1929.

[8] Peter W. A. Flood, Tampico, México, 28 de noviembre de 1928, U. S. Department of State Records Relating to the Internal Affairs of México, 1910-1929, exp. 812.91/28a. 1-5.

[9] En Tampico eran fuertes los sindicatos de estibadores y petroleros, los cuales fueron aumentando su capacidad negociadora y contestataria.

[10] Peter W. A. Flood, Tampico, México, 28 de noviembre de 1928, U. S. Department of State Records Relating to the Internal Affairs of México, 1910-1929, exp. 812.91/28a. 1-5.