Memoria y testimonio: abordaje del corrido desde la literatura y la historia
Memory and Testimony: An Approach to the Corrido from Literature and History
Resumen
En
este artículo se expone una serie de
problemáticas relacionadas
con el
análisis del corrido, concebido como un tipo de balada. La discusión se plantea desde la
consideración del corrido como un fenómeno complejo que, por su circunstancia
de surgimiento y condiciones de su desarrollo, se presenta como una fuente testimonial vertida en verso. Por tanto, se procura establecer directrices para el estudio del corrido desde la historia, sin perder de vista su
carácter poético tradicional y popular. Esto se realiza a partir del análisis de los binomios tradición-modernidad, oralidad-escritura y memoria colectiva-memoria
histórica,
integrando planteamientos históricos y literarios, para culminar con la reflexión acerca de la función de la
memoria y el testimonio en el análisis metodológico del corrido.
Palabras
clave: Corrido, literatura, historia,
metodología.
Abstract
This article presents a series of problems
related to the analysis of the corrido, conceived as
a type of ballad. Its discussion stems from the consideration of the corrido as a
complex phenomenon that, due to its circumstance of emergence and the
conditions of its development, functions as a testimonial source expressed in verse. The article’s objective is to establish
guidelines for the study of the corrido as history, without losing sight of its traditional and popular poetic
character. This is done through the analysis of binomials tradition-modernity, orality-writing, and collective memory-historical memory, integrating historical and literary
approaches and culminating with a reflection on the function of memory and
testimony in the methodological analysis of the corrido.
Keywords: Corrido, literature,
history, methodology.
Introducción
En
el presente texto se analiza el corrido desde una perspectiva literaria e histórica. Con respecto de la primera, se revisan algunas de sus características
estilísticas; desde la segunda, se considera su carácter testimonial y documental. El análisis se enfoca en
binomios
conceptuales –tradicional-moderno, oral-impreso, memoria colectiva-registro histórico–, así como en el pensamiento mítico y el análisis científico. Estos ejes ofrecen diversas vertientes para la reflexión y posibilidades para su abordaje como un género híbrido.
Se recuperan elementos
teóricos vinculados con la identificación de los
corridos tradicionales y populares, de acuerdo con el planteamiento de Ramón Menéndez Pidal (1922) quien lo aplica a la literatura española, pero que puede extenderse al corrido, por las
similitudes que tiene con el romance. Asimismo, se define al corrido, como género, desde los criterios que sugieren Aurelio González (1995, 2001, 2015) y Magdalena Altamirano (1990, 2007), para determinar su
carácter literario. Derivado de esto, se revisan las
fórmulas y métricas recurrentes en el corrido, la alusión a los
tópicos y la relevancia que tienen en la
configuración de los discursos.
En virtud de
lo anterior, se plantea la relevancia de la oralidad y la escritura en la forma
de producción, ejecución, transmisión y permanencia de los corridos, en cuanto
influyen en su estilo y en la forma en la que se preservan en el tiempo. La relevancia de la impresión
en la divulgación de los corridos permite su recuperación como documento, por lo que
se discute la posibilidad de considerarlos como fuente de la historia, por su relación con la memoria y por su valor testimonial, sustentado en la
posibilidad de verificar y validar su contenido con otras fuentes.
Se revisan dos tipos de memoria: la
colectiva y la histórica, para enfatizar la complejidad del corrido como
expresión cultural tradicional y popular y como un documento que alude a situaciones concretas o
hechos. Por lo tanto, el objetivo del artículo consiste en sugerir vertientes
analíticas del corrido desde el punto de vista literario y, principalmente, histórico, resaltando su carácter testimonial y su vínculo con la memoria.
Discusión
En
principio, se
parte de la concepción
del corrido como un tipo de balada, la cual es, quizá, “la forma más
difundida de la poesía narrativa de tradición oral en el mundo, entendiéndola
como un género épico-lírico que acepta multitud de variantes y grados de
combinación” (González, 2015, p. 13). En este sentido, puede concebirse como “un
género baladístico moderno que transita desde su origen entre la poesía
narrativa y la lírica, entre la literatura tradicional y la popular, entre la
canción oral o escrita y la transmisión de diversas vías: oral, escrita, oral-escritura y oral mediatizada”
(Altamirano, 1990, p. 49).
Se considera que es un género moderno
porque su origen se sitúa en el último cuarto del siglo
XIX, aunque derivó del desarrollo de una tradición dominante, como es
el romance, por lo que su estilo y estética no surgieron de manera espontánea. Es un género lírico, narrativo y épico que presenta diferentes formas de
transmisión, lo cual no solo determina la forma
en que se difunde, sino también su estilo, en cuanto puede concebirse como
tradicional o popular.
La fundamentación de las formas
tradicional y popular se puede encontrar en los planteamientos de Menéndez Pidal, quien los aplica a la literatura
española, pero que pueden trasladarse al corrido por la cercanía de este con el romance. Por un lado, la literatura popular se refiere a una “obra que tiene méritos especiales para agradar a todos en
general, para ser repetida mucho y perdurar en el gusto público bastante
tiempo” (Menéndez Pidal, 1922, p. 22); es decir, tiene una
versión fija y se reproduce de acuerdo a dicha
versión, de tal forma que el “pueblo escucha o
repite esas poesías sin alterarlas ni rehacerlas; tiene conciencia de que son
obra ajena, y como ajena hay que respetarla al repetirla” (Menéndez Pidal,
1922, p. 23). Asimismo, se generan con recursos estilísticos que son adaptados de la literatura culta y se caracterizan
por su función o temática.
Por otro lado, la literatura tradicional
“se rehace en cada repetición, que se refunde en cada una
de sus variantes, las cuales viven y se propagan en
ondas de carácter colectivo, a través de un grupo humano” (Menéndez Pidal, 1922, p. 23); la reelaboración se identifica a partir
de la generación de variantes o versiones, las cuales derivan
de su forma de transmisión y de tener “unos
principios estéticos o estilísticos particulares que, aunque puedan coincidir
con los que aparecen en la literatura considerada como culta, su manejo y
matices son muy distintos” (González, 2015, p. 38). Para mencionar algunos ejemplos se puede aludir a corridos acerca de caballos, como El caballo mojino y El caballo lobo gatiado, o algunos de
valientes como los de Simón Blanco o Valente Quintero (González, 1995). En contraste, hay corridos que no han llegado a formar parte de la tradición de
una comunidad, como sucede con ciertos textos revolucionarios que surgieron con la
pretensión de apoyar a una facción y tenían una función propagandística.
La definición planteada implica la revisión de
ciertos aspectos de carácter poético, dado que este género abarca formas
estilísticas, estéticas y compositivas que se integran bajo múltiples criterios que van desde lo temático y lo regional hasta su uso y distribución, por lo que encontrar criterios precisos para circunscribirlo como género resulta crucial; al respecto, se
consideran sus “características formales, estilísticas
y temáticas más importantes” (Altamirano, 1990, p. 69). En cuanto a las características formales, la estructura básica del corrido “se compone de una serie de cuartetas octosilábicas, con rima propia en los versos pares” (Altamirano,
2007, p. 262), cuya rima puede ser asonante o consonante. Un ejemplo de esta se encuentra en el siguiente
fragmento del corrido Del fusilamiento del general Felipe
Ángeles:
En mil novecientos veinte,
señores, tengan presente,
fusilaron en Chihuahua
un general muy valiente. (Mendoza, 2004, p. 169)
Sin
embargo, la métrica no es necesariamente homogénea, pues el uso de métricas distintas al
octosílabo o
con variaciones se presenta en corridos tradicionales, pero principalmente en los
populares, en los que se utilizan el decasílabo, el heptasílabo o el doble hexasílabo. Por otro lado, acerca del estilo, se identifican algunos recursos expresivos, como las fórmulas. Estos recursos expresivos
pueden clasificarse en introductorios, finales y
otros: los primeros se subdividen de la siguiente manera: “1) llamada de atención al público, 2) ubicación espaciotemporal de los hechos, 3) resumen inicial de la fábula” (Altamirano, 1990, p. 77). Un ejemplo de la llamada de atención al público se presenta en el Corrido de Che Gómez:
Escuchen señores y pongan cuidado
lo que les voy a contar
lo que sucedió en el estado de Oaxaca
distrito de Juchitán. (Avitia, 1997b, p. 54)
El
texto,
además, incluye la referencia temporal del acontecimiento. Por ello es necesario indicar que las fórmulas no se encuentran
todas en cada corrido y tampoco se presentan siempre de la misma
manera o en
el mismo orden; pero su recurrencia caracteriza
al texto en tanto recurso expresivo y narrativo. Los recursos finales se subdividen en “4) apóstrofe a mensajeros, 5) moraleja, 6) despedida del personaje, 7) despedida del narrador”
(Altamirano, 1990, p. 77). Un ejemplo de la moraleja se encuentra en el Corrido de la toma de Ciudad
Juárez,
que dice:
Los hombres poderosos, no olviden la lección,
ni crean que en este mundo nunca acaba el poder,
que recuerden siempre a don Porfirio Díaz
que un soplo del Eterno lo hizo a tierra caer. (Avitia, 1997b, p. 25)
Por
último, otros de los recursos expresivos que se pueden encontrar son la invocación y el estribillo
que, si bien se presentan en algunos textos, no son tan recurrentes como los
introductorios y los finales. Asimismo, el corrido es un género que se caracteriza por ser narrativo, pues una de sus funciones es contar
una historia,
“la cual se
realiza mediante la articulación de la intriga que desarrolla una secuencia
narrativa” (Altamirano, 1990, pp. 96-97). Un ejemplo
de la narratividad en los corridos se presenta en el Corrido de la toma de Topia:
En la calle de Cuauhtémoc,
los maderistas pasearon
y hasta las casas del centro
los de Madero llegaron.
Toda la noche se oyeron
los gritos y los bombazos,
los vivas al gran Madero
los cantos y los balazos. (Avitia, 1997b, p. 13)
Dado
su carácter narrativo, la descripción en el corrido resulta ser secundaria, ya que la forma de la tradición
oral “privilegia la sucesión de las acciones y las expresa con una economía
discursiva acorde a las condiciones de la tradición oral que implica la
conservación en la memoria del transmisor” (González, 2001, p. 498). Sus elementos
formales muestran que el corrido es una forma de poesía oral cuyas características lo asocian a la
cultura tradicional, la cual alude a formas colectivas de recuperación del pasado identificadas por relacionar los
acontecimientos con elementos significativos,
particularmente los simbólicos. En la concepción de lo simbólico, se plantea que “el arquetipo temporal, el modelo
del presente y del futuro, es el pasado. No el pasado reciente, sino un pasado
inmemorial que está más allá de todos los pasados, en
el origen del origen” (Paz, 1990, p. 27).[1] No obstante, en la poesía, específicamente en el corrido, se plasman
hechos que incluso pueden corroborarse con otras fuentes, por lo que parece que
la recuperación analógica no se genera únicamente de la repetición de la formula, sino de la reconfiguración del mundo que está influida
por aspectos ideológicos, políticos, sociales, entre otros.
El corrido también presenta matices
regionales, desde la propia denominación que tiene, pues a los diversos tipos de corrido se les nombra como “romance, historia,
narración, relato, ejemplo, tragedia, mañanitas, recuerdos, versos y coplas”
(Mendoza, 1964, p. 9), por no mencionar las bolas, características de la región centro-sur de México. Todos estos tipos tienen características vinculadas con particularidades
culturales de sus regiones de origen, las cuales obedecen a distintas formas de narrar y explicar la relación con el contexto y circunstancias históricas. Así que “el nombre no es lo único que parece variar en las composiciones, también cambia la forma estrófica que las constituyen, los ritmos musicales
que las acompañan e, incluso, las diversas temáticas que tratan” (Lobato, 2013,
p. 195).
De tal forma, esta clasificación conlleva a la identificación de elementos
históricos en el corrido asociados a las tradiciones y los referentes culturales, lingüísticos, étnicos y musicales, entre otros, que lo ligan con campos disciplinares más allá de la literatura. A estas problemáticas se incorporan las vinculadas con la posibilidad de analizarlo desde una perspectiva histórica, dado que es una construcción poética vinculada con una circunstancia espaciotemporal,
con un contexto sociocultural y político que delinea su contenido.
Por ello la pretensión de recuperar al corrido como un documento histórico alude a la primera
problemática metodológica: es poesía y esta es antihistórica, pues flexibiliza el tiempo en lugar de
establecer procesos que permitan explicarlo y comprenderlo de una forma lineal, histórica o realista. Por su parte, el documento se asocia con el “término latino documentum, derivado de docere ‘enseñar’, [que] ha evolucionado hacia el significado de prueba […] El documento que, para la escuela histórica positivista de
fines del siglo XIX y de principios del XX, será el fundamento del hecho
histórico” (Le Goff, 1991, p. 228). Un documento ofrece elementos asociados a
la objetividad, es decir, a una mirada externa y
neutral de pasado, que permita entenderlo, no a partir de continuidades y
repeticiones, sino de rupturas y de fisuras que permiten la concepción del cambio y del
progreso.
La modernidad ha dado paso a otra forma
distinta de concebir el pasado: la historia. La
concepción del pasado y de su abordaje, derivado de Los nueve libros de la historia, de Heródoto, “convirtió la memoria del pasado en
indagación, en un examen de las cosas verdaderamente acontecidas y al
historiador en un analista del suceder histórico”
(Florescano, 2012, p. 213); y en tanto que el análisis es división del todo –un todo temporal– en fragmentos diferentes que solo se hacen comunes a partir de la
comparación y del cambio.
No obstante, el corrido mexicano
recupera acontecimientos que se sustentan en la veracidad de la narración de un
individuo cercano, temporal
o espacialmente, al hecho histórico, sea este una batalla, un asesinato, una
traición o el descarrilamiento de un tren; dado que
el corrido tenía –tiene aún– un carácter noticioso, que pretende retratar ciertos
acontecimientos para divulgarlos. Por ello, tiene un compromiso con decir la verdad. Esta idea de la
fiabilidad del relato es un elemento asociado a lo histórico en cuanto que la forma archivística de la recuperación de
un testimonio histórico se sustenta en la prueba apegada al suceso. Sin embargo, la recuperación de
un evento a partir de un documento neutro es, por lo menos, ingenuo.
De esta forma, la aproximación histórica
al corrido se topa con su supuesta poca fiabilidad al ser en principio poesía y después un testimonio, susceptible de dudas. No obstante, su valor testimonial puede reconsiderarse
por su posibilidad de corroboración, al contrastarse con otros testimonios u otros documentos, como los archivos, que pueden aludir a registros de sujetos autorizados o instituciones oficiales; por ello, las
referencias históricas pueden encontrarse en un corrido que, aunque es poético, también tiene rasgos de documento histórico. Mucho más cuando partimos de la idea de
que “No existe un documento objetivo, inocuo, primario. La ilusión positivista
que veía en el documento una prueba de buena fe, a condición de que fuese
auténtico” (Le Goff, 1991, p. 236), ya no es
suficiente cuando las explicaciones de la realidad y del pasado se han abierto
a voces como las de la tradición oral. El corrido condensa
la querella de los antiguos y los modernos, pues implica repetición y variación, tiempo cíclico y lineal, continuidad y ruptura, analogía e
ironía (Paz, 1990).
En este sentido, el corrido en cuanto poesía oral moderna se encuentra en esta
frontera entre lo tradicional y lo moderno; pues su origen y desarrollo tardío[2] posibilitó que se presentara en
diferentes soportes, con distintos estilos y aludiendo a diferentes estéticas. De esta manera se genera y transmite primigeniamente de
manera oral, pero también por escrito e impreso. El impacto de la
producción impresa en el corrido se debe en gran
parte a la periodicidad de su surgimiento (siglo XIX), pues el corrido “nace y se consolida en un contexto en
donde existe una abundantísima producción de impresos populares y un interés
generalizado por consumirlos” (Altamirano, 1990, p.
176). Su producción en hojas volantes multicolores se da
incluso antes de la etapa de mayor auge de la producción corridista, es decir,
de la Revolución mexicana.
El corrido, en tanto tradición oral, tiene como su principal forma de retención
la mnemotecnia; de ahí que se caracterice por la
repetición de fórmulas, por un lado, y la
variabilidad, al mantenerse viva dentro de una comunidad, por otro. En este sentido su
pervivencia se debe a su reproducción y reelaboración de generación en
generación, pues la oralidad se aprende, por
entrenamiento:
por discipulado, que es una especie de aprendizaje; escuchando; por repetición de lo que oyen; mediante el dominio de los proverbios y de la manera de combinarlos y reunirlos; por asimilación de otros elementos formularios; por participación en una especie de memoria corporativa; y no mediante el estudio en sentido estricto. (Ong, 2016, p. 44)
Por
ello la memoria juega un papel sustancial en la transmisión y recuperación de
la tradición, pues es la forma de preservar el saber.
De manera que, para su mantenimiento, se desarrollan diferentes
técnicas y se potencializan ciertos
recursos, pues el lenguaje fijado en la oralidad “debe ser memorizado. No hay otra manera de
garantizar su supervivencia. La ritualización se convierte en el medio de la
memorización” (Havelock, 1996, p. 104). La ritualización se vincula con el
desarrollo de la performance, dado que el corridista se
presentaba en mercados, ferias y fiestas, y en torno a él se desarrollaba el
proceso de transmisión. El auditorio de alguna manera participaba en este proceso, pues: “La memoria oral, por su
carácter sensorial y fugitivo, no podía retener el recuerdo
sino a fuerza de repetirlo una y otra vez, por medio del lenguaje oral o
visual” (Florescano, 2012, p. 221); y en la performance no solo aparece el discurso, también
se acompaña de gestos y música, entre otros elementos que permiten una relación
entre interlocutores.
Otra forma que facilita la memorización es el ritmo semántico o equilibrio de ideas: “se percibe en la construcción de
ciertas máximas mediante el equilibrio de oposiciones, así como en el
equilibrio o la correspondencia entre episodios narrativos que tienen un
parecido de familia, formando los ‘patrones’ temáticos” (Havelock, 1996, p. 106).
Es decir, la recurrencia de tópicos o motivos en concreto, que
regularmente se asocian con referentes axiológicos de la comunidad, que conllevan procesos de repetición de esquemas
narrativos y temáticos. Los tópicos suelen coadyuvar a la
caracterización de personajes, como el caso del
gallo, el caballo y la pistola, y suelen presentar diferentes significados: el gallo, por ejemplo, puede aludir a la
valentía, pero también a la selectividad, la calidad de la persona, e incluso
puede llegar a ridiculizar a
un personaje, en sus formas del diminutivo y cuando se acompaña de adjetivos
que denuestan al gallo, como correlón (González, 2015).
Otro elemento
importante es la narración:
La forma narrativa atrae la atención porque el relato es para la mayoría de la gente la forma más placentera de lenguaje, sea hablado o escrito. Su contenido no es ideología sino acción, así como las situaciones que la acción crea. La acción requiere a su vez de agentes que estén haciendo algo o diciendo algo. Parece que un lenguaje de la acción, no de la reflexión, es requisito previo de la memorización oral. (Havelock, 1996, p. 109-110)
La
acción es concreta, mientras que los aspectos ideológicos son abstractos. En el corrido los temas
ideológicos parecen ser más prolíficos cuando se empiezan a producir desde posturas
vinculadas con facciones revolucionarias y se mezcla con intereses políticos;
mientras que el
corrido tradicional se concentra en
personajes y en relatos de sucesos que son repetitivos, en función de virtudes,
valores, relaciones sociales, entre otros elementos, enfocados en los personajes gloriosos y en
sus acciones.
No obstante, el corrido también se produjo de manera
escrita, entendiéndolo en dos sentidos: la
primera, porque se reprodujeron de manera impresa, lo cual cambió
la forma en la que operaba en la construcción de la memoria; la segunda, se vincula con su desarrollo a partir de
parámetros propios de la poesía escrita y que pretendían copiar estructuras de
literatura culta, pero recuperando elementos lingüísticos
y estéticos vinculados con las tradiciones de comunidades o sectores populares. Lo anterior implicó que los autores de
los corridos ya no pertenecieran exclusivamente a los sectores populares, sino que estuvieran alfabetizados y se identificara con otros estratos sociales, como en el
caso de la imprenta de Eduardo Guerrero, quien compuso corridos
vinculados con la Revolución mexicana, entre otros temas.
La forma impresa y escrita del corrido benefició su recuperación, pues “una vez inscritas, las palabras
de un documento quedan fijadas, y fijado está también el orden en el que
aparecen. Toda la espontaneidad, la movilidad, la improvisación y la agilidad
de la respuesta del lenguaje hablado se desvanecen” (Havelock, 1996, p. 103); por lo que el corrido se modernizó y se urbanizó. El corrido tradicional se asocia a comunidades premodernas, asociadas con el campo
y el mundo rural; mientras que los corridos que pueden considerarse como populares, con una función precisa, que puede ser noticiosa,
ideológica o política, se vinculan con
la imprenta, el trabajo empresarial o del taller, y por tanto, se vinculan más con lo urbano. Es decir, es otra frontera en la que se
encuentra el corrido mexicano, particularmente en el periodo revolucionario.
La escritura permite tener versiones fijas y con relativa permanencia del pasado, de forma que el texto escrito (impreso) “convirtió el
relato histórico en testimonio sujeto a la confrontación crítica y la
verificación” (Florescano, 2012, p. 223), como puede suceder con
la recuperación de las hojas volantes multicolores. Igualmente, “el tránsito de la
oralidad a la escritura hizo del texto un objeto autónomo, independiente de su
creador, que podía ser leído, interpretado y comunicado a otros” (Florescano, 2012, p. 221). Cabe enfatizar que, en el corrido, así como con otras expresiones tradicionales,
la importancia de la autoría al fijarse en la escritura permite que el texto le sea
atribuido a ese autor y no a otro; por ello, se pueda popularizar, es decir, se clausura, pues no admite cambios, por lo que la separación a la que refiere Florescano es con relación a la forma en la que se usa o consume, pues el autor no
necesita estar en donde el lector accede al
texto, como sí sucede en la transmisión
oral.
Por tanto, la escritura también cambió
la forma colectiva de la performance por la lectura en silencio del lector y del historiador, es decir, porque se convirtió en documento histórico. Asimismo, en una cultura oral es usual que el relator se identifique
empáticamente con los hechos que narra y sus actores, mientras que en la
cultura letrada “la escritura separa al que sabe de lo sabido, se vuelve
objetiva” (Florescano, 2012, p. 162).
La posibilidad de documentar al corrido abrió la pauta para clasificarlo
como registro documental, pues:
el documento escrito o impreso fue el instrumento que
al ser fechado, autentificado, descifrado y comparado con otros vestigios, se
impuso como última prueba de lo inverosímilmente acaecido. La disposición de
este rico acervo de documentos escritos e impresos liberó al historiador de su
dependencia de la memoria oral e hizo de la historia un saber fundado en
testimonios capaces de ser verificados y sometidos a distintas pruebas de
autenticidad. (Florescano, 2012, p. 224)
Dicha
verificación, en el ámbito de la oralidad, la analogía y lo poético, es innecesaria y contradictoria. Así, “el tránsito de la memoria oral a
la escrita no sólo significó la imposición de la última
sobre la primera, sino el ascenso del relato individual del cronista o del
historiador sobre la memoria colectiva” (Florescano, 2012, p. 225). De esta manera, el anonimato, característico de la
tradición oral
–por tanto, del corrido–, que se iba adquiriendo conforme la
comunidad se apropiaba de los textos, en la conformación del corrido con autor fijado en el texto popular fue dando paso a la inseparabilidad entre los textos y los autores. Es importante precisar que la
transición de lo oral a lo impreso obedeció a la
finalidad de facilitar su distribución principalmente comercial, antes que documentar
históricamente los hechos, pero esto fue una consecuencia que ha permitido su pervivencia en el
tiempo, en que contribuyó, además de la escritura
y la imprenta, también los registros sonoros.
Lo anterior tiene un trasfondo de mayor complejidad, pues el corrido pasó de ser una producción colectiva a una
individual, registrada y fechada, susceptible de incorporarse en un corpus documental para su
análisis. Durante la Revolución, la ideología y los intereses políticos permearon el
desarrollo de la producción corridística y la ampliaron, pero con esta
expansión algunos de los elementos asociados con la memoria colectiva se debilitaron. De modo que el corrido tiene una relación doble con la memoria: por su abordaje como poesía o como documento, como oralidad o
escritura, de tal forma que contribuye con dos formas diferentes de memoria: una colectiva y otra
histórica.
Una característica
común entre la tradición oral y la memoria es la referencia al pasado:
la tradición oral es su vinculación directa y constante con el presente; el pasado no está separado del presente y por ello a menudo el pasado lejano, el que ya no concuerda con el presente, o que llega a oponerse a éste, es castigado con el olvido o la supresión. (Florescano, 2012, p. 161)
Se
aprecia que la memoria tiene no solo la función de recordar, sino también la de olvidar. Lo mismo se presenta en la poesía oral y en los documentos históricos, pues ambas registran ciertos acontecimientos, pero omiten otros.
La memoria es un componente básico de la colectividad. A partir de ella se configura lo que ha
sido y lo que es una comunidad; asimismo, la historia implica una memoria, pero desde lo exterior y de lo global,
pues no pueden verla los miembros del grupo social, dado que la memoria de ellos se desarrolla en la experiencia particular:
una memoria interior o interna y otra exterior, o bien una memoria personal y otra memoria social […] memoria autobiográfica y memoria histórica. La primera se apoyará en la segunda, ya que al fin y al cabo la historia de nuestra vida forma parte de la historia en general. Pero la segunda sería, naturalmente, mucho más amplia que la primera. Por otra parte, sólo nos presentaría el pasado de forma resumida y esquemática. (Halbwachs, 2000, p. 55)
Esto
ocurre con el corrido, en cuanto que registra una serie de eventos que se
presentan como objetos que documentan un hecho histórico, pero, por otra parte,
se vinculan directamente con la generación de
imaginarios colectivos que se alejan del hecho objetivo y se vinculan con la
memoria colectiva, culturalizada y simbolizada. Esta referencia a la memoria
interior e individual tiene un trasfondo social, en cuanto “Las memorias son personales; pertenecen a cada hombre
mujer o niño de la comunidad; pero su contenido, el lenguaje conservado, es
comunitario, es algo compartido por la comunidad y que expresa su tradición y
su identidad histórica” (Havelock, 1996, p. 104). Por
tanto, se vincula con una concepción generalizada de la realidad que sirve de
marco interpretativo al sujeto para mirar, descifrar y significar la experiencia, por
tanto, la memoria personal termina siendo una memoria social que nos aproxima al carácter testimonial del corrido.
De esta manera, la forma de la memoria
colectiva está anclada en elementos que no necesitan corroborarse o
verificarse, por lo que alude a una verdad, pero que no es única; pues “existen varias […] memorias colectivas […] rasgo por el que se
diferencian de la historia. La historia es una y podemos decir que no hay más
que una” (Halbwachs, 2000, p. 84). La memoria colectiva
no es ni aspira a explicar los hechos de manera completamente
racional, o al menos no como lo hace la ciencia, pues tiene una racionalidad interna que es operativa y funcional,
pero que no puede ser compartida o entendida de manera general, sino haciendo referencia a los aspectos contextuales. Frente a la historia escrita y fija, “hay una historia viva
que se perpetúa y renueva a través del tiempo y en la
que se pueden encontrar muchas corrientes antiguas que aparentemente habían
desaparecido” (Halbwachs, 2000, p. 66); por ello, es posible referir a la memoria
colectiva como aquella que se va comunicando y reconfigurando en su transición de generación en
generación.
Asimismo, la memoria colectiva, en cuanto parte de procesos tradicionales y discursos de
carácter mítico, de alusión a tiempos circulares y cíclicos, se presenta como “un cuadro de parecidos, y es
natural que se dé cuenta de
que el grupo siga y haya seguido igual, porque fija su atención en el grupo, y
lo que ha cambiado son las relaciones o contactos del grupo con los demás”
(Halbwachs, 2000, p. 87); es decir, se
configura a partir de entremezclar acontecimientos
con aspectos de carácter simbólico, particularmente lo mítico.
Entendiendo que el mito se asocia con las comunidades tradicionales, puesto que para los pueblos
antiguos:
mito y relato de los orígenes se entreveraban una con otra porque compartían fines comunes. Sus relatos coincidían en narrar el origen de los dioses y del cosmos, la creación de seres humanos, afirmar la autoctonía de los pobladores, celebrar los comienzos de la civilización o la fundación del reino […] se referían a acontecimientos y personajes fabulosos, situados en momentos intemporales, “pues carecían de fechas o desarrollos que fuera necesario seguir o explicar”. (Florescano, 2012, p. 189)[3]
El
pasado mítico se sustenta en la tradición oral, que convierte a los hombres en
símbolos, en imágenes quietas, sin movimiento, sin cambio; lo mítico recupera las glorias,
los temas convencionales y arraigados en la comunidad, los temas y las
historias repetitivas que en parte son también requisito de la oralidad, como se
ha visto –aunque, paradójicamente la
oralidad sí se mueve, ya que se actualiza de manera permanente en el corrido–. Uno de los personajes
paradigmáticos de esta mitificación es Emiliano Zapata y cuentan de ello algunos de sus corridos
que refieren a su aparición a galope, a su espectro o su predeterminación para ser libertador: El espectro de Zapata, La gran
calavera del general Zapata, Corrido de Zapata niño o la Bola en la que el niño Zapata
promete a su padre que cuando sea grande, hará que los hacendados devuelvan las
tierras al pueblo (De María y Campos, 1962), todos de autoría anónima.
La tradición recupera el pasado de
manera simbólica y ese pasado configura su presente y su realidad, pues el mito “es siempre
un precedente y un ejemplo, no sólo en relación con las acciones del hombre, sino con
relación a su propia condición; más aún: un precedente para los modos de lo
real en general” (Eliade, 2009, p. 372). De tal
forma, los elementos simbólicos de la narración en el corrido aluden a un
pasado añorado, aspiran a la recuperación de una etapa dorada, pues “el mito es un faro que ilumina el pasado, pero no es
historia” (Florescano, 2012, p. 199), que ordena y configura las
realidades, pues “ordena el conocimiento estructurando y clasificando el
cosmos, y en el orden refuerza el saber” (López Austin, 2006, p. 362), que de nuevo busca la repetición.
Sin embargo, la historia tiene otra finalidad, asociada con el cambio: “por historia hay que
entender […] todo aquello que hace que un periodo se distinga de los
demás, del cual los libros y los relatos nos ofrecen en general una
representación muy esquemática e incompleta” (Halbwachs, 2000, p. 60); que se refiere a la
identificación de hechos, tiempos y lugares, con la intención de dividir y
comparar. En este sentido, “la historia es el cuadro de los cambios,
y es natural que se dé cuenta de que las sociedades cambian sin cesar, porque
fija su mirada en el conjunto” (Halbwachs, 2000, p. 87); no en la experiencia individual o colectiva, sino en los
elementos externos y generales.
Esta perspectiva le permite establecer
una cronología, sustentada en rupturas constantes en el tiempo, derivado de
acontecimientos relevantes que se recuperan desde la mirada del historiador. Esto se contrapone a los relatos tradicionales en tanto que “la cronología es quizás la mayor debilidad de las
tradiciones orales” (Vansina, 2007, p. 162), pues la concepción del tiempo,
aunque sea importante, se une a un tiempo cíclico. En el corrido se encuentran elementos asociados al registro
del acontecimiento que permite la integración cronológica
de hechos para explicar un suceso más amplio, como muestran los estudios de Armando de María y Campos (1962) y Antonio Avitia
Hernández (1997a), donde se recuperan los datos que aportan los corridos para la integración de una historia de la
Revolución mexicana. No obstante, esta recuperación se da
como válida porque se verifica con otras fuentes, dada la desconfianza hacia el testimonio como una fuente oral, no institucionalizada, como ocurre con el corrido tradicional y popular. Sin embargo, esta concepción anula el valor del registro del actor
social, en cuanto sería igual a aceptar que el testimonio:
No es conocimiento científico porque no
puede vindicarse recurriendo a las bases sobre las
que se apoya. Tan pronto como aparecen tales bases, el caso deja de ser de
testimonio. Cuando la prueba histórica viene a reforzar al testimonio en cuanto
tal; es la afirmación de algo basado en la prueba histórica, es decir, conocimiento histórico. (Collingwood, 2017, p. 340)
No obstante, esto implicaría validar o
descalificar fuentes bajo criterios que no son del todo claros, pues los
registros hechos por las vías
institucionalizadas también tienen una postura en el desarrollo histórico.
Así, habrá que revalorar el testimonio como un “relato autobiográficamente
certificado de un acontecimiento pasado: se realice este relato en
circunstancias informales o formales” (Ricouer, 2000, p. 210). En la medida en
que puede ser autobiográfico, nos permite entenderlo como un registro del individuo en su
memoria personal, lo cual implica que alrededor del testimonio se generen una serie de dudas sobre su validez como fuente, dado que se encuentra entre
lo ficcional y lo real. El testimonio
se vincula, por un lado, con “la aserción factual del acontecimiento relatado;
por otro, la certificación o la autenticación de la declaración de la
experiencia de su autor, lo que se llama presunta fiabilidad” (Ricouer, 2000, p. 211); la reconstrucción narrativa del
suceso implica al narrador, de lo contrario sería un mero reflejo exacto y neutral de la realidad, lo
cual requiere que lo relatado haya sido significativo, y si así lo es,
entonces, por un lado, la experiencia del testigo está en un marco social de
interpretación, y, por otro, le resta fiabilidad al discurso.
Otro aspecto del testimonio es su carácter autorreferencial, es
decir, “la autodesignación:
la primera persona del singular, el tiempo pasado del verbo y la mención del
allí respecto del aquí”, lo cual sitúa el relato del testigo, su
experiencia y su “historia personal […] metida en otras historias” (Ricoeur, 2000, p. 211). Desde esta perspectiva, el rasgo peculiar que permitió que el
testigo guardara en la memoria el evento no es el mismo que el receptor del
testimonio. Por ello la posibilidad de establecer parámetros para
descalificar fuentes testimoniales como el corrido se
pone en duda.
Siguiendo a Ricoeur, cuando lo que se
atestigua se presenta en el espacio público, el testimonio toma el sentido de: “Yo estaba allí, dice; ‘Creedme’, y añade; y, ‘Si no me creéis, preguntad a algún otro’” (Ricoeur, 2000, p. 211). Es decir, la posibilidad de la reiteración y
corroboración del testimonio puede darle cierta validez en cuanto memoria
colectiva, pero también como memoria histórica. El respaldo de la colectividad que vivenció y observó el
fenómeno consolida el relato del testigo, sin que con esto se llegue a generalizaciones, pues el corrido no siempre es testimonio de primera mano, sino que a veces funciona desde
el “me contaron”, “dicen que”.
De esta forma, la validez de un testimonio como el corrido, a partir de su carácter testimonial, puede reconsiderarse
tanto en términos orales como escritos, es decir, como documento, pues está en la frontera de la oralidad y la escritura: “El testimonio es originariamente oral;
es escuchado, oído. El archivo es escritura; es
leído, es consultado. En los archivos, el historiador profesional es un lector”
(Ricoeur, 2000, p. 215). Además, en el proceso de su recuperación desde la historia, se debe analizar la
postura del historiador, dado que:
La intervención del historiador que escoge el documento, extrayéndolo del montón de datos del pasado, prefiriéndolo a otros, atribuyéndole un valor de testimonio que depende al menos en parte de la propia posición en la sociedad de su época y de su organización mental, se injerta sobre una condición inicial que es incluso menos «neutra» que su intervención. (Le Goff, 1991, p. 238)
Así,
se parte de considerar que el testimonio, entendido como documento (tanto oral como escrito), “es el resultado del esfuerzo
cumplido por las sociedades históricas por imponer al futuro –queriendo o no queriéndolo– aquella imagen dada de sí
mismas” (Le Goff, 1991, p. 238) y que el historiador elige y reescribe desde su propio
tiempo histórico. En ambos procesos podemos apelar al
carácter testimonial del corrido, pero también a la configuración simbólica
planteada analógicamente en lo poético del mismo. Es decir, memoria y testimonio
son dos características fundamentales para la recuperación del corrido, tanto para la literatura como para la historia. Se trata de un puente que permite pasar de
lo construido socialmente a la explicación histórica.
Conclusiones
En
virtud de lo anterior, es preciso reflexionar sobre la forma en que se pueden
abordar diferentes fuentes para el análisis de lo
social y de lo histórico, reconociendo, en principio, la complejidad que tienen los
fenómenos. En este sentido, concluimos con algunas afirmaciones en concreto sobre el corrido. En primer lugar, el corrido puede abordarse desde
la historia, tomando
en cuenta que
es una fuente cuyas características no
permiten abordarla de manera aislada, pues están imbricados muchos componentes que diversifican
su análisis,
como los aspectos poéticos tradicionales y populares, elementos que el historiador debe
considerar en el proceso investigativo. Es decir, se requiere de una perspectiva multidisciplinar que posibilite su comprensión e identificación de los distintos
ámbitos que implica, sea literario, cultural-antropológico,
histórico, sociológico, lingüístico, musical, entre otros. Esto permite librar
el encasillamiento del corrido desde una perspectiva literaria, así como caer
en la ingenuidad de considerarlo como una fuente histórica, tipo archivo.
Es importante reconocer en él un fenómeno que se encuentra entre diferentes ámbitos. Con respecto a su estilo y la forma en la que se
transmite es poema oral, pero también constituye un registro escrito, más cercano a lo popular. Asimismo, es parte de la cultura tradicional, pero hay rasgos que lo vinculan con la modernidad, estando entre lo rural y lo
urbano; y puede asociarse con la configuración
de la memoria colectiva o con la histórica.
Como segunda conclusión
general se plantea que la memoria es un elemento que puede fungir como puente
entre dos contextos diferentes que se encuentran en el corrido: el mítico y el
histórico. Pues, como se ha desarrollado en este artículo, ambas memorias, tanto la colectiva –mucho más cercana a un discurso tradicional-mítico– como la histórica –alusiva a la ruptura,
el cambio y la explicación racional–, parten de la misma base: la memoria oral o escrita.
Asimismo, los registros del pasado pueden surgir de diferentes
ámbitos, tanto formales como informales, y con una discursividad diversa; pues “sólo el análisis del documento en cuanto monumento permite a la memoria
colectiva recuperarlo y al historiador usarlo científicamente, es decir, con
pleno conocimiento de causa” (Le Goff, 1991, p. 236), es decir,
entendiendo, al documento como algo que construye, que no solo cumple con las necesidades de intercomunicación y que, por ello, no puede depender de
otras fuentes para validarse, pues alude a elementos como fechas,
acontecimientos, o aspectos construidos simbólica e
históricamente por la comunidad. En este sentido, sugiere Le Goff (1991) que habrá que buscar la forma de
establecer un puente para transferir el documento-monumento de la memoria a la
historia.
La memoria es un elemento constante para referir
al pasado, tanto en una concepción del tiempo lineal como circular. Y en este
recuperar es preciso reflexionar sobre el papel del historiador y la selección
de los documentos. Pues en la memoria colectiva quienes eligen los contenidos
que permanecen en el imaginario son los miembros de
la comunidad, quienes poseen o detentan cierta autoridad al interior del grupo y desde una perspectiva basada en la
experiencia; pero, por otro lado, el historiador, como agente externo, recupera
ciertos elementos para articular otra memoria de esas comunidades.
La memoria es transversal y constante en
ambas propuestas; por ello, una posible articulación
permitiría dos flujos interpretativos, uno de dentro hacia fuera y, otro, de
fuera hacia dentro del imaginario. Esto no implica homologar las formas del
discurso o de la memoria, pues son elementos contrapuestos en la medida en que tienen finalidades, funciones y procesos de construcción distintos, pero comparten elementos comunes,
pues, en primer lugar, tienen de referencia al hecho, que es histórico, pues está
situado en el tiempo y el espacio, pero lo que cambia es la forma en que se codifica: una lo hace desde modelos analógicos y simbólicos, mientras la historia con aspectos
racionales y explicaciones. Lo anterior nos permite recuperar a Ricoeur, quien plantea
que “no tenemos nada mejor que la memoria
para significar que algo tuvo lugar, sucedió, ocurrió antes de que declaremos
que nos acordamos de ello” (Ricoeur, 2000, p. 41).
En suma, el testimonio, así como la memoria, es útil para la
recuperación del corrido como fuente para la
historia, una fuente que puede fungir como una “estructura fundamental de transición entre memoria e
historia” (Ricoeur, 2000, p. 41). Es un testimonio oral y
escrito, pero en ambos casos
funge como un documento cuya validez tendría que fundamentarse en la
memoria y la contextualización de la misma, más que en elementos externos al
testimonio, como fuentes institucionales, que obedecen a un orden discursivo
distinto.
El corrido se constituye así como un objeto de estudio complejo derivado de su ambigüedad, es decir, de su ubicación en diferentes
fronteras, lo que abre la posibilidad de abordarlo desde diferentes ámbitos,
disciplinas y con metodologías flexibles para afrontar los diversos sentidos y
funciones que se le pueden atribuir. De esta forma, quizá debería ahondarse en los temas abordados en este texto para sugerir metodologías
que permitan el análisis del corrido mexicano, un tema actual en cuanto nos permite entender las implicaciones de las narraciones y las formas poéticas de las comunidades
con la historia.
Referencias
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[1] Es importante aclarar
que se alude a Octavio Paz tomando en consideración que sus disertaciones
refieren a una etapa y formas estilísticas de la poesía y de la retórica
vinculada con el idealismo estético de raíz romántica de mitad del siglo XX. No
obstante, su prestigio creativo permite utilizar algunas de sus ideas para
justificar algunos de los planteamientos que se hacen en este documento, a
sabiendas que sus líneas analíticas están alejadas del estudio del corrido.
[2] El corrido se presenta como una forma tardía con respecto de otras formas
poéticas similares como el romance español, surge en el siglo XIX (Stanford,
1974; Mendoza, 1964).
[3] El texto entre comillas corresponde a M. I. Finley
(1997), Mito, memoria e historia, en Uso y abuso de la historia
(Barcelona: Crítica).