Presentación

Hábitat y creatividad

Los seres humanos en sus entornos movedizos es una idea que podría caracterizar este decimoctavo número de Balajú, a la vez que refiere una de las grandes problemáticas de nuestros tiempos. Se trata de la ocupación| y el cuidado de los hábitats bajo circunstancias a menudo precarias, circunstancias relacionadas con la cada vez más intensa explotación del planeta y sus recursos, con las desigualdades sociales y también con cuestiones histórico-culturales e incluso filosóficas, como la representación, la memoria y el olvido.

En “Memoria para el Futuro. Vinculación y comunicación pública para la salvaguarda del patrimonio arqueológico”, Virginia Arieta Baizabal explica un proyecto llevado a cabo en Antonio Plaza, en el municipio de Minatitlán, Veracruz, donde alguna vez fue hallada una pieza en basalto denominada El Luchador, considerada de procedencia olmeca. El proyecto consiste en el desarrollo y la implementación de estrategias para acercar a los públicos locales al patrimonio arqueológico, generando vínculos intergeneracionales con el propósito de fortalecer el sentido de pertenencia comunitaria en tiempos de incertidumbre y de dispersión social. Llama la atención la centralidad de lo visual en esta propuesta, pues el traslado de las piezas a museos lejanos y el deterioro de los sitios arqueológicos producen una enajenación respecto del patrimonio, que la reconstrucción de imágenes ayuda a subsanar.

Los lazos entre personas y sus entornos es tema también de “Habitar resistiendo: mujeres y espacio arquitectónico en tres películas mexicanas” de Harmida Rubio Gutiérrez. En este artículo, la autora se enfoca en algunas figuras femeninas del cine mexicano de finales del siglo XX e inicios del XXI, explorando desde la arquitectura y el análisis feminista las relaciones entre las protagonistas y su espacio, relaciones que también son de poder. ¿Las mujeres en el cine mexicano logran ocupar sus espacios en el sentido que famosamente planteaba Virginia Woolf en Un cuarto propio? ¿O más bien buscan refugio en lugares tradicionalmente feminizados como la cocina, donde nadie cuestiona su dominio ni, como el caso de Sor Juana de la Cruz ejemplifica, su ejercicio de la creatividad?

También tratándose de los medios de comunicación mexicanos, en este caso los periódicos en tiempos de la Primera Guerra Mundial, el artículo de Ana María Serna Rodríguez habla de “‘Fragmentos globales’. La inserción de la prensa mexicana en la esfera pública transnacional durante las primeras décadas del siglo veinte”. Aquí las relaciones de poder no incumben centralmente a sujetos específicos, sino a los frágiles equilibrios entre lo nacional y lo global: es decir, las necesidades de productores y consumidores de los medios en sus propios entornos, enmarcadas al mismo tiempo por factores geopolíticos más amplios. Los flujos multidireccionales de la información y de la opinión, inseparables de los del capital, complican cualquier noción de nación o de democracia, mostrando que el problema de la ideología es necesariamente transnacional.

Casi simultáneo al movimiento de ideas y posturas políticas analizado por Serna, surgen las grandes migraciones humanas que caracterizan el largo siglo XX hasta el presente. El desplazamiento, muchas veces por razones más allá de la voluntad de las personas que migran, permite –entre otras cosas– los intercambios culturales y artísticos que terminan generando cambios significativos en el terreno histórico de los pueblos, en sus medios de expresión, en sus gustos e, incluso, en sus estructuras psíquicas. Ramiro Hernández Romero da muestra de esto en “Introducción y desplazamiento de los músicos del jazz en México en el temprano siglo veinte”, ofreciendo un detallado panorama de los movimientos de la gente dedicada a la música, tras oportunidades económicas, creativas y personales que, poco a poco, contribuyeron a la consolidación del jazz en el país. Este surge como fruto de la convivencia entre mexicanos, afroamericanos, caribeños y otros en los emergentes espacios del ocio durante el Porfiriato hasta la posrevolución. Por tanto, el autor desafía la noción de México como un espacio periférico en la historia del jazz, ya que casos como el de Jelly Roll Morton sugieren que los intercambios transfronterizos fueron no solo comunes, sino también un elemento clave en el desarrollo de esta música.

Finalmente, la reseña que hace Olivia Jarvio Fernández de La lectura al centro. 55 autobiografías lectoras, compilado por Eduardo Serdán, destaca que el universo tanto de la lectura como del jazz y de otras prácticas culturales modernas se caracteriza por la interrelación. En sintonía poética con estas historias diversas de actores, desplazamientos territoriales y memorias colectivas, se estrena en este número 18 la nueva imagen de la revista, ideada por Héctor Contreras Jácome, Elizabeth Ramos García y demás personal de la Coordinación de Diseño e Imagen Institucional de la Universidad Veracruzana. Agradecido por este cambio de aires y a pesar de lo imprevisibles que suelen ser las aguas de la publicación académica, nuestro intrépido pez-guerrero Balajú, mayor de edad y siempre optimista, sigue navegando.

Elissa Rashkin