Evocaciones del pasado: memorias de la arqueología en la Universidad Veracruzana
Evocations of the Past: Memories of
Archaeology in the Universidad Veracruzana
Resumen
Los testimonios aquí reunidos tienen la intención de registrar y compartir la memoria de dos arqueólogos destacados de la Universidad Veracruzana (UV) sobre el proceso de institucionalización de la arqueología en el estado. Para ello realizamos entrevistas semiestructuradas, una a Mario Navarrete Hernández y otra a Sara Ladrón de Guevara, durante el primer trimestre de 2024. De estas conversaciones, elegimos selecciones que ahora presentamos en formato de testimonio. Los temas se exponen en voz de los entrevistados y dan cuenta de la participación de académicos y políticos relevantes para la fundación del Instituto de Antropología de la UV y su separación administrativa del actual Museo de Antropología de Xalapa. Esta historia es entretejida con el desarrollo de uno de los proyectos arqueológicos de la década de los ochenta: Caño Prieto, el cual también arroja luz sobre las formas de colaboración interinstitucional de la época.
Palabras clave: memoria, testimonio, arqueología, Instituto de Antropología, Museo de Antropología de Xalapa, Caño Prieto.
Abstract
The
testimonies included here aim to preserve and share recollections from two
outstanding archaeologists from the Universidad Veracruzana (UV), regarding the
process of institutionalization of archaeology in the state. For this purpose,
we conducted semi-structured interviews, one with Mario Navarrete Hernández and
the other with Sara Ladrón de Guevara, during the first quarter of 2024. From those
conversations we chose selections to present in the form of testimony. The
topics are expressed in the voice of the interviewees and shed light on the
participation of academics and politicians in the founding of the UV’s
Institute of Anthropology and its administrative separation from the current
Museum of Anthropology of Xalapa. This history is interwoven with that of one
of the archaeological projects of the 1980s: Caño Prieto, which also sheds
light on the forms of interinstitutional collaboration of the period.
Keywords: memory, testimony, archaeology, Instituto de Antropología, Museo de Antropología de Xalapa, Caño Prieto.
Introducción
Los dos testimonios que aquí presentamos forman parte de un proyecto de investigación apoyado por el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt) a través de una estancia posdoctoral. El proyecto está orientado a recuperar el quehacer de la arqueología del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV), el cual ha tenido difusión y divulgación limitada. Esto incluye contextualizar su surgimiento, abarcando intereses profesionales, científicos e institucionales. Uno de los proyectos examinados es el de Caño Prieto, dirigido por el arqueólogo Mario Navarrete Hernández en la década de los ochenta, en el que participaron estudiantes de arqueología realizando excavaciones.
Los relatos testimoniales seleccionados corresponden a Navarrete y a la arqueóloga Sara Deifilia Ladrón de Guevara, ambos egresados de la UV, con destacadas trayectorias en la investigación y dirección institucional. Estas han sido desarrolladas en momentos distintos, pero convergieron durante la temporada de campo del proyecto Caño Prieto. Este proyecto se vio afectado por un proceso crucial en la historia de la arqueología veracruzana: la separación del Museo e Instituto de Antropología, dos entidades fundamentales dedicadas al estudio y preservación de la cultura material del estado de Veracruz. Integrar las experiencias de dos participantes del proyecto nos resulta crucial para la reconstrucción de la memoria.
De acuerdo con Urteneche, para que un testimonio sea considerado como tal, debe existir la intención de comunicar algo, ya sea que se trate de un argumento o de una narrativa (2013, pp. 7-8). En ese sentido, son varias las formas en las que podemos acceder a los testimonios. Una de ellas es la entrevista, situación que establece una particular interlocución entre los involucrados: es cara a cara, pero también puede tener un grado de horizontalidad, de camaradería –como son los casos aquí presentados–. Es decir, no solo está la intención de dar información, sino que es una manera de compartir.
Se trata de un intercambio de experiencias, impresiones y emociones. Al compartir, se socializa información; y al transmitirla, es casi un hecho que la persona que habla tendrá la intención de comunicar con otras personas lo que ha aprendido, lo que ha descubierto. De esta manera, lo personal, lo oral, el testimonio, se convierte en memoria, así como en parte de las distintas historias que hay sobre un hecho, un momento o un proceso. No se trata de obtener la certeza o la verdad absoluta –si es que existiera–, sino más bien de enriquecer al acercarnos a las diversas maneras de percibir algo.
También es cierto que los hechos y los eventos se van transformando en la mente; se van interpretando de acuerdo con las experiencias vividas, y así, se va dando sentido a las cosas. Se crea un orden, toma forma, o más bien, se le da forma. En este tenor, rescatar la memoria del Instituto de Antropología –la primera entidad en la UV dedicada a la investigación– revela una serie de historias que están imbricadas de experiencias personales, profesionales, familiares, institucionales, universitarias e, incluso, políticas. Todo está tejido en los recuerdos de sus actores; por eso recuperamos los testimonios, con el afán de socializarlos y, así, colaborar en la documentación de la memoria de la universidad. Finalmente, como lo mencionan Lara y Antúnez (2014), la historia contada a través de la visión de sus protagonistas contribuye a llenar las lagunas históricas de las micro sociedades (p. 49).
En cuanto al proceder metodológico, los testimonios presentados son resultado de la aplicación de entrevistas semiestructuradas; los guiones se elaboraron considerando los perfiles de las personas entrevistadas, así como el rol que desempeñaron en el proyecto Caño Prieto. Dichos instrumentos fueron diseñados por los autores de este documento en colaboración con estudiantes de la Facultad de Antropología, como un ejercicio formativo.[1] Para el caso de Mario Navarrete Hernández, el guion estuvo conformado por 25 preguntas que abarcaron su trayectoria profesional y su experiencia como director del proyecto Caño Prieto. En lo que respecta al guion de Sara Ladrón de Guevara, se contemplaron 16 preguntas encaminadas a conocer su participación como estudiante de arqueología en dicho proyecto, así como su experiencia respecto de la publicación “Un sacrificio humano en efigie”, resultado de su trabajo de campo en Caño Prieto. Es importante destacar que ambos entrevistados gozan de una habilidad narrativa nata que se refleja en sus relatos. En ese sentido, y como suele resultar en muchos casos, los guiones sirvieron solo como orientación de las conversaciones.
Mario Navarrete y su aproximación a la arqueología
La bibliografía que ofrece el profe Melgarejo [José Luis Melgarejo Vivanco] en su libro Historia de Veracruz, época prehispánica, no la he agotado, y mira que lo he estudiado. He estado estudiando este libro desde que tenía seis años de edad. Fíjate que el profe Melgarejo y mi papá eran muy amigos, de hecho, yo fui su único ahijado, él era mi padrino. Entonces, un día, en la biblioteca –librerito– que tenía mi papá –ya había muerto mi papá–, me encontré uno y lo abrí, y decía: José Luis Melgarejo Vivanco, Historia de Veracruz. Lo abrí, tenía la dedicatoria a mi papá: “al doctor Francisco Navarrete, con amistad”, y lo que se pone en las dedicatorias. Y me puse a leer, no me caía el veinte, pues tenía yo seis años, una cosa así; y yo veía muñequitos y tenía unas encantadoras láminas a colores de cerámica de la Isla de Sacrificios, de cerámica de Napatecuhtlán, de cerámica prehispánica, pero eran cinco o seis láminas nada más. Veía los mapas que decían “provincias prehispánicas de Veracruz… Moctezuma, Axayácatl, Tizoc”.
El profe Melgarejo fue Subsecretario de Gobierno. Yo me acuerdo, era yo chiquillo, iba yo a verlo y ahí me platicaba un rato. Y así pasó, me inscribieron en la primaria, después en la secundaria y yo seguí leyendo aquel libro; de vez en cuando lo agarraba y lo leía hasta que, avanzando el tiempo, lo dejé por ahí... Yo iba a estudiar arquitectura, no se pudo; hubo la oportunidad de ir a Estados Unidos, me metí a estudiar geología allá y se me olvidó el libro.
Cuando regrese, dije, tengo que estudiar algo en la tarde que me permita trabajar por la mañana, y me metí a trabajar de dibujante en la Comisión Agraria Mixta. Me inscribí en la preparatoria, en la de exactas para estudiar arquitectura, pero vi que no se podía; entonces me voy a inscribir aquí junto –entonces la Facultad de Antropología y todas esas estaban junto a la prepa–.[2] Ahí voy a inscribirme; me recibe Clemen, que después fue gran amiga de todos nosotros.
—Señorita, buenos días, vengo a inscribirme.
—Sí, ¡cómo no!, ¿en qué te quieres inscribir?
—¿Cómo en qué? Pues en Filosofía y Letras.
—No, no, no, no –me dice.
—¿O Filosofía o Letras?
—Pues ni Filosofía ni Letras.
—Pero hay otras carreras.
—¿Ah sí?
—Pedagogía.
—No –le digo.
—Bueno, hay Antropología.
—Ah, pues esa, esa.
—Nombre.
—Mario Navarrete Hernández.
—¿Antropología social o de la otra?
—¿Cuál es la otra?
—Arqueología.
—¡Esa, esa! Arqueología.
Y ya, se acabó el problema. No era como ahora… era la leva, ahí entraba a estudiar el que quisiera. Entonces ya, me inscribo en antropología, conozco ahí a otras personas, a Ramón Arellanos –que estaba unos años adelante de mí–, Antonio Espíndola, Manuel Torres. Era directora del área de arqueología la doctora Waltraud Hangert, que era muy simpática y quería mucho a los alumnos; y los alumnos éramos la numerosa cantidad de cuatro: Bertha Isabel Aguayo Lozano, Lourdes Beauregard García, Lourdes Aquino Rodríguez, Mario Navarrete, los nuevos. Los anteriores eran Ramón Arellanos, Paco Beverido, Antonio Espíndola, Chucho Morales. Entonces la doctora Hangert nos dice: “mañana vamos a ir a visitar el Museo de Antropología para que conozcan al profesor Medellín y vean el museo”, el viejo museo. Yo era un muchachillo de 18, 19 años en aquel tiempo. Llegamos, vimos las salas, el profesor Medellín no estaba, pero nos llevó a conocer a los arqueólogos que estaban trabajando: Manuel Torres, Bertha Cuevas… Había materiales arqueológicos, tepalcates pues, y el profesor Manuel nos enseñó más o menos qué es lo que se hacía.
Cuando me iba, me dice Bertha Cuevas:
—Oye, ¿sabes dibujar?
—Sí, yo trabajé de dibujante en la Agraria Mixta, hacía planos.
—¿Y sabes escribir a máquina?
—Pues más o menos. (No había computadoras; solo máquinas Olivetti Lettera 22.)
—Ven mañana, a ver si te puedo dar trabajo. (Me abrió los ojos, porque acababa de dejar la chamba en la Agraria Mixta y vine a parar aquí.)
—Mira, se trata de esto y esto: estos son tepalcates, tienes que fotografiar todo...
A Bertha Cuevas le había encargado el profesor Medellín el catálogo de arqueología.
—Ah bueno, ¿y qué hay que hacer?
—Pues mira, metes en la máquina una de estas tarjetas y pones ahí: procedente de Nopiloa, municipio de Soledad de Doblado, mide 20 centímetros por 35 centímetros; investigador responsable: Medellín Zenil, o Bertha Cuevas o quien sea y se acabó, otra; y aquí yo te los voy pasando; reviso el material y ya nada más a ti te paso lo que tienes que escribir; pones la pieza aquí, le tomas una foto para ponerla en inventario, llevas a que te revelen allá arriba –aquí había laboratorio de fotografía, eran fotos de rollo.
Un día estaba yo ahí trabajando y en eso, se abre la puerta y entra el profesor Melgarejo:
—Y tú, ¿qué haces aquí?
—Yo aquí trabajo.
—¿Aquí trabajas?
Bertha y Manuel se sorprenden: “¿Qué?, ¿se conocen?”
—No pues sí, ¡cómo no!
Me abrazó el viejo y pa’ qué quieres… Bertha dice: “¡Oye, pues nos hubieras dicho!”
—¿Yo qué voy a saber?
En ese momento me cae el veinte de que lo que estaba yo haciendo, ahí me acordé del libro que decía cerámica de Nopiloa, cerámica de Quiahuiztlan…
—Espérate, ahorita vengo, voy a la biblioteca (aquí había biblioteca, y ahí vengo por el libro del profe).
Luego les digo:
—¡Son estos!
—¿A poco tú conoces ese libro? –exclamó Melgarejo.
—Sí, ¡cómo no lo voy a conocer!
Todo lo que había leído en ese momento tomó forma, se fue armando, fue encontrando su lugar en ese rompecabezas enorme y entendí lo que era la arqueología del estado de Veracruz, en ese momento, sí, así, como una inspiración. ¡Y ya!, se fue el viejo. Entonces entendí lo que tenía en las manos, y entonces le tomé más afecto, más respeto, más cuidado y toda la cosa... A Manuel Torres y Bertha Cuevas les agradezco que me enseñaron mucho fuera de las aulas, porque fueron mis maestros en la práctica.
Bertha se fue y yo me quedé a cargo de lo que la maestra había avanzado y me puse a ayudar a otros investigadores a pasar a máquina sus trabajos y demás... a Gorbea, Alfonso Gorbea Soto, le pasé a limpio algunos trabajos… Y así fue la vida en el viejo museo. Interesante, porque cuando tú estás a cargo de un catálogo, como Ixchel,[3] pues tienes los materiales de primera mano, ahí los tienes, y sabes dónde están, perfectamente… Los teníamos en aquel tiempo catalogados por exploración y por temporada. Sí pues: aquí están los materiales de Remojadas; aquí están los materiales de Carrizal; aquí están los materiales de Paso de Ovejas; aquí están los materiales de La Antigua; etcétera; los de Isla del Ídolo, todos bien ordenaditos, con sus fichas.
Origen del Instituto de Antropología y el Museo de Antropología de Xalapa
El profe Melgarejo… él era profe de banquillo, de escuela, pero se metió a la política; era diputado y luego fue diputado otra vez y andaba en la cuestión política. Él era subsecretario de gobierno… le gustaba, sabía de arqueología, era amigo de [Alfonso] Caso y también de [Paul] Kirchhoff. Bueno, el caso es que, un día queda el licenciado Quirasco[4] como gobernador del estado y el profe Melgarejo de subsecretario de gobierno. Entre las funciones de subsecretario de gobierno está la política interna del estado, con todos los municipios, es el que para los golpes. En aquel tiempo la Universidad Veracruzana no era autónoma, dependía del gobierno del estado y el gobernador era el que ponía al rector; entonces, pues ya tenían todo el grupo: que este para acá, aquel para agricultura y este otro para caminos, “¡nos falta el rector!, ¿a quién ponemos para rector?”, y dice el profesor Melgarejo, “a Gonzalo Aguirre Beltrán”. “De veras, de veras, muy bien, profe”. Pues háblenle. “Don Gonzalo, mire usted, dice el licenciado Quirasco que si usted quisiera…” –era subsecretario de educación pública en México–, “sí, cómo no”, y ahí viene don Gonzalo Aguirre Beltrán.
Pero la condición, pues no condición, el encargo del gobernador y del profe Melgarejo fue: “hay que hacer un museo de antropología en Xalapa para resguardar todo el montón de piezas que están tiradas en el monte, porque un día las vamos a ir a buscar y ya no van a estar”; cualquier día de estos yo voy a San Lorenzo y ya no hay nada, y las vamos a tener que ir a encontrar a Washington, al Smithsonian, porque ya había venido Stirling, andaba Matthew Stirling por aquí, andaba Felipe Drucker, andaba [Phil] Weigand y otros del Smithsonian haciendo estudios en el sur de Veracruz,[5] una cosa así, y ya descubrieron la cabeza colosal, la uno –que ya la habían visto los campesinos, ya la habían sacado, y ya Stirling llegó a la foto y toda la cosa…
Bueno “sí, cómo no”, dijo Aguirre Beltrán, entonces hay presupuesto para un museo de antropología.
—¿En dónde?
—En Xalapa.
—Sí, pero ¿en dónde?, ¿en qué parte?
—Pues vamos a hablar con los ejidatarios de los alrededores de Xalapa a ver quién quiere ceder un terreno.
Pues total, el profe Melgarejo los llamó, y antropólogo al fin y al cabo –antropólogo empírico, porque él no estudió antropología–, los convenció y de muy buena fe, de buena manera, dijeron “ahí hay cinco hectáreas”, que es este terreno del actual Museo de Antropología de Xalapa. Esto fue donado por los ejidatarios del ejido del Molino de San Roque.
Bueno, entonces ahí está, y ahora ¿quién va a hacer el museo?, pues el arquitecto Besnier.[6] Pues el arquitecto que haga el museo. Estaban proyectadas dos salas juntas, porque estábamos en la influencia del funcionalismo, se acababa de inaugurar la Universidad Veracruzana, estrenando rector, el doctor Aguirre Beltrán, entonces la universidad va para arriba: sinfónica, museo de antropología… Entonces así se hizo el viejo museo, una estructura redonda en donde iban a quedar las piezas, y luego otra, el cuerpo donde iba a estar el Instituto de Antropología. Haz de cuenta este, era rectangular al frente, en donde estarían los cubículos, los laboratorios, talleres de restauración, fotografía, oficinas, todo eso, y allá las bodegas, en los dos cuerpos aquellos; y se planeó hacer una estructura no a la intemperie, sino protegida con cristales, un jardín interior, en donde estuvieran en su ambiente natural las piezas arqueológicas monumentales, que acabaron nada más en el patio, no hubo dinero ni tiempo para terminar el proyecto completo, y también iban a hacer una parte atrás con el área etnográfica, es decir, casitas según las distintas culturas: ¿cómo es la casa de Perote?, pues aquí está; ¿cómo es la casa de la Mixtequilla?, pues aquí está; ¿qué cosas tiene adentro la gente de la Mixtequilla?, pues esto, esto y esto. Las casitas se quitaron, quedaron dos nada más, que las acabaron tirando a lo último: la de Perote, montada sobre pilotes, y el pareo de la Mixtequilla, que tuvimos aquí también –que acabó como bodega… bueno, un desastre, a lo último fue un desastre–.
Entonces esa fue la función del profe Melgarejo: dirigir, ordenar que se hiciera el Museo de Antropología y quedó de director el profe Medellín Zenil. Él era director del Instituto de Antropología, el museo no existía como entidad aparte, el museo existía como existir bodegas o como existir talleres, porque la mecánica era como sigue: en la Facultad de Antropología enseñaremos nosotros, por contrato colectivo de trabajo, los profesores arqueólogos del instituto seremos los profesores de la escuela –de ahí viene la política de que a los investigadores no se nos paga salario en la escuela, y creo que todavía sigue igual, tienen su complemento de carga. Yo di muchos años clases ahí y no cobré ni un quinto, porque ya estaba yo pagado, no me puedes pagar dos salarios–. Entonces nosotros damos clase en la facultad, los muchachos egresados hacen sus prácticas en el museo, y si el muchacho tiene buena calificación, se aplica y toda la cosa, acaba como investigador del museo –que fue mi caso–, acaba como investigador del instituto.
Proyecto arqueológico Caño Prieto
El proyecto Caño Prieto nace porque Alfredo [Alfred Siemens] se paró afuera de mi cubículo y me invitó a trabajar al Yagual…
Estaba trabajando y de repente veo que un gringo se asoma por la ventana. Toca, abro y digo: “¿sí?”.
—Soy Alfred Siemens. Profesor, ¿no encontró usted campos elevados o áreas inundables ahí en La Antigua?
—No estoy muy seguro, le digo. Inundables sí, porque ahí hay crecientes de río.
—Yo ando buscando zonas inundables con protochinampas.
—Sí las conozco, sé que por aquí hay.
—Lo invito a que trabajemos juntos y… buscamos las protochinampas, me dice.
Fuimos a ver al profesor Medellín y le platicamos del proyecto: “sí, cómo no, Mario, puedes encargarte con el señor de lo que necesite, acompáñalo y ve con él”. No teníamos proyectado trabajar Caño Prieto, si no es porque dimos un vuelo en helicóptero y encontramos que había una zona arqueológica y que estaba cerca la Laguna Catarina. En el inter, Alfredo escribió un artículo [en que] dice que la Laguna Catarina, cuando crece, queda como hasta por acá arriba, pero empieza el tiempo de secas y empieza a bajar, pero deja húmedo; entonces ahí sembramos, porque está húmedo todavía, y a medida que va bajando el agua vamos siguiéndola, y cosechamos lo primero que cultivamos. Y a medida que se va terminando el agua, al último venimos a cosechar lo que ya está en el centro, y esperamos las siguientes lluvias y el siguiente crecimiento y volvemos a sembrar.
Mario cuenta que exploran primero con el helicóptero, ven las chinampas
desde arriba, se bajan y se acercan más con el automóvil. De esta manera ubican
las localidades de Nevería y el Yagual, donde comienzan sus exploraciones y
encuentran fitolitos y muestras para datar con radiocarbono.
Se supone que en ese proyecto participaríamos Alfred Siemens, de la Universidad de Columbia Británica; Arturo Gómez Pompa, director del Inireb, Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos –ahora Instituto de Ecología, Inecol–; y Mario Navarrete, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana. Total, que los que íbamos a campo éramos Alfred y yo, y una bióloga del Inireb que nos ayudó con las muestras de fitolitos. Supongo que Alfredo continuó pero con otros investigadores, entre ellos un geólogo que hizo un estudio del río de La Antigua, en ese mismo proyecto.
De Caño Prieto hubo una temporada, pero de Nevería y todo aquello, yo creo fueron como tres temporadas. Las primeras, más de arqueología, tepalcates y eso, fue el dibujo de las terrazas aquellas y los fitolitos, que es material biológico.
Algo muy particular mío es que yo salgo al campo solo, yo excavaba todo solo... Un día llega a verme una bola de guerrilleros a los que les daba clases en la facultad: Israel Macías Lagunes, Guadalupe Tirado Gómez, Luz María Mohar Torres, Jesús Bonilla Palmeros y Sara Ladrón de Guevara.
—¿Qué quieren?
—Queremos ir de excavaciones con usted, maestro.
—Mis excavaciones son muy chiquitas, las hago yo solo y no tengo dinero.
—Nosotros vemos qué hacemos…
Y ahí voy con 15 o 16 guerrilleros a Caño Prieto. Excavamos ahí, escogimos un lugar que me pareció idóneo, pusimos un campamentillo y a excavar.
Sobre esta temporada de trabajo de campo, Mario menciona que el
Instituto de Antropología lo apoyó otorgándole el permiso para ausentarse,
además de pagarle viáticos. Él, por su parte, compró palas, carretillas y otras
cosas básicas para el trabajo. En esa temporada de Caño Prieto fue de gran
valor la colaboración de los estudiantes de la Facultad de Antropología de la
UV.
La orientación del proyecto era buscar formas de cultivo alternativas que tuvieran los indígenas prehispánicos. Resultó que en el periodo Clásico encontramos esas formas alternativas de cultivo, les llamamos protochinampas, porque no eran chinampas exactamente, son camellones de cultivo, también le llaman riego rodeado. Hay canales y camellones de tierra adentro o de agua adentro. En los primeros tienes un cuerpo de agua, como la laguna, y se siembra cerca de ella, pero para evitar estar acarreando agua, se excava en la orilla, se hace un canal que llegue hasta donde se quiere sembrar y luego, paralelo a este, se hace otro. Así el agua corre por los canales y en medio de ellos queda tierra seca rodeada de agua, esto se repite en un terreno amplio y se forman camellones de tierra adentro. Los camellones de agua adentro se hacen en las orillas de la laguna, debido a que no es muy honda, se saca tierra del fondo y se va acumulando, formando camellones, pero hacia adentro del cuerpo de agua. De esta manera puedes sembrar ahí adentro, en los camellones que quedan con agua alrededor, así ya no tienes que regar ni depender de la lluvia para que se te dé la cosecha, ¡muy inteligentes! Este sistema da origen a las chinampas, que es una técnica de la Costa del Golfo y, de hecho, de todo Centro y Sudamérica, porque este sistema se sigue por Sudamérica y da la vuelta por Perú, allá les llaman chacas, y son enormes, de kilómetros de largo.
También encontramos polen, la mayor parte de amaranto; maíz, casi no; algodón, poco. Entonces ahí escribes un rengloncito nuevo en las rutinas de alimentación prehispánica del Clásico central veracruzano: consumían maíz, pero enriquecían su dieta con amaranto, porque las excavaciones eso dicen. Alfred Siemens publicó un libro que se llama Tierra Configurada, ahí hay una aportación mía, siento que relevante. Hicimos con Manuel Solar, Gómez Pompa, Alfredo y yo un primer acercamiento a esto sobre las zonas inundables y la ecología de Veracruz.
Para Mario ha sido una gran responsabilidad ser maestro y llevar a estudiantes
de práctica de campo, pues implica transmitir sus conocimientos, orientar y
hacerles partícipes de las distintas facetas de una investigación. Respecto de la
práctica de Caño Prieto, relata:
Se trata de que este material lo estudies y tú digas tu verdad, porque tú lo encontraste; yo te oriento, pero tú eres quien lo encontró. Entonces, escribe algo. Se hizo un foro en la Facultad de Antropología en el cual participamos; siento que hicimos muy buen papel. El profe Medellín, que no tengo modo de agradecérselo, y el licenciado Williams, me prestaron un par de viejas vitrinas, las llevé a la facultad y, entusiasmados, colocamos en ellas lo que obtuvimos y habíamos hecho en Caño Prieto: figuras y dibujos. Y les dije: “yo no voy a decir gran cosa porque los que participaron son ustedes, y los alumnos son ustedes, así que escriben algo y lo presentan”, y se presentó.
La única aportación que conservo, porque me la regaló, fue la de Sara Ladrón de Guevara, una publicación [que fue] resultado de ese foro. Estábamos excavando un día en Caño Prieto, cuando se acerca Sara y me dice:
—Maestro, no puedo llevar los perfiles de la excavación porque hay muchas raíces, piedras y figuras.
—A ver, venga acá, ya vio lo que está haciendo, está usted excavando… ¡A ver, explíqueme…!
—Es que hay unas piedras que están rotas y no me dejan limpiar.
—Está usted descubriendo un sacrificio humano.
—¡Pero no tiene huesos!
—No, no los va a tener, es en efigie. Las piedras que encuentra usted ahí, que no la dejan llevar el perfil, las pusieron en un rito, en una muerte en masa y las apedrearon y las rompieron a pedradas. Los totonacas sí hacían sacrificios humanos, como todos los mesoamericanos, pero llegó el momento en que se hartaron de tanta sangre y optaron por el sacrificio humano en efigie; a fin de cuentas, los dioses lo que quieren es que sacrifiquemos algo. Podemos hacer una figura, un muñequito de algo, le ponemos sus adornos y toda la cosa, y lo matamos, lo rompemos. Ya cumplimos decapitándolo, están decapitados; ya cumplimos mutilándolos, están mutilados… Cumplimos con los dioses, si quieren sangre, a ver tantita tuya, la embarras y se acabó. Ya está la sangre, la muerte, y esperamos la cosecha. Yo creo que ese es uno de tantos logros de esa exploración.
Mario cuenta que, después de terminada la temporada de campo en Caño
Prieto, los estudiantes no terminaron con el análisis de materiales, por lo que
se vio obligado a trabajarlos él solo. Debido a que fue mucho material el que
recuperaron, el análisis fue lento.
El destino de los materiales de esa exploración fue la bodega del Instituto de Antropología. Todavía estábamos aquí en el viejo museo, todo eso fue en el año 1985, estábamos en víspera de que lo tumbaran. Aquí estaban los materiales de Caño Prieto, yo los tenía en mi cubículo en buen clima, con mapas… mi cubículo era muy bonito. El grueso del material estaba en la bodega, aquí tenía una mesita donde cabía una bolsita o dos; la mayor parte de los materiales estaban estudiados, estaba haciendo una tipología refinada, cuando necesitaba algo, llevaba los que estaban aquí, los depositaba en su lugar y me traía otra, hasta que llegó el caos, que fue la destrucción del museo.
El Museo de Antropología de Xalapa se separa del Instituto de Antropología
El gobernador [Agustín] Acosta Lagunes insidiosamente empezó a meter cizaña entre los investigadores y se hicieron dos grupos: los que apoyábamos al profesor Medellín Zenil y al profe Melgarejo, y los que apoyaban a Fernando Winfield, que el gobernador nombró director del museo.[7]
El gobernador dijo:
—Este es mi museo, ustedes se van a ver a dónde.
—Pero, espéreme usted, tengo aquí material arqueológico.
—Ese material entra en poder del INAH.
En ese momento yo ya no tuve acceso a mi material. Algunos se quedaron por ahí pegándose, otros por allá. Debo decirles, yo estaba trabajando en mi ex-bonito cubículo y los albañiles estaban aquí, despegando ya el ventanal, volaba tierra y polvo para todos lados y empezaron a romper el museo. Hasta que el profesor Medellín me dijo “salte de ahí”, y le dije: “¿adónde me voy, profe?” ... Bueno, ni siquiera yo pude decir “me voy a llevar mis muebles en una camioneta…” Llegó gente de la universidad, cargaron todo, lo echaron a un camión y se perdieron: una máquina de escribir, mi sala, mi alfombra… y a los demás les perdieron quién sabe qué.
—Y los materiales, ¿dónde quedaron mis materiales?
—En la bodega.
—Voy a ir a verlos.
—No se puede.
¿Qué cuentas te entrego? Porque de ahí, de ese bonito cubículo, nos rentó la universidad –¿te acuerdas tú del café Emir? –[8] Pues ahí rentó la universidad, y mandaron a poner con tabla roca y como se pudo un montón de… dijeron “cubículos”, y ahí fui a parar, con una mesa de palo y un archivero…
Mario explica que los materiales arqueológicos no llegaron al nuevo
espacio asignado al Instituto, sino que se quedaron en las instalaciones donde
estaban remodelando y construyendo el nuevo museo. Ante esta situación,
preguntó cómo iba a trabajar ahora.
“¿Eres investigador? ¡Pues investiga!” Allí fue cuando me enviaron a Tajín, mis cosas se quedaron abandonadas prácticamente, lo poco que se pudo escribir, lo que se pudo hacer y nada más… Ese fue el destino. Los materiales después los pudimos rescatar, algunos, y se quedaron en el Instituto.
Mario estuvo trabajando en el Tajín durante ocho años, hasta que fue
llamado para regresar a Xalapa como director del Museo de Antropología de
Xalapa, cargo que ocupó de 1993 a 1995. Al respecto menciona que encontró
cambios en la organización de los materiales con respecto al antiguo museo.
El INAH entró, no los culpo, entró a hacer su catálogo al estilo del INAH, entonces dije: yo no sé cómo está [el catálogo], lo conozco y todo, fui director de aquí, ¿no? Y lo veía yo y decía, bueno ¿y dónde está lo de La Antigua?
Porque estaban por otra… como instrumentos musicales; en los instrumentos hay uno de La Antigua o dos. Bueno, pero… y aquí está con los demás, pero y el resto de mis materiales, ¿dónde quedaron?
Una arqueóloga en formación: Sara Ladrón de Guevara y su
participación en el proyecto Caño Prieto
Sara Ladrón de Guevara es arqueóloga egresada de la Universidad Veracruzana; realizó estudios de posgrado en historia del arte en la Universidad de París I, la Sorbona y antropología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se desempeñó como directora del Museo de Antropología de Xalapa en dos periodos (1995-1997, 2005-2013) y posteriormente como rectora de la Universidad Veracruzana (2013-2021). Durante sus estudios de licenciatura, concluidos en 1986, realizó la práctica de excavación en Caño Prieto bajo la dirección de Mario Navarrete. Incluimos su testimonio partiendo de que la polifonía sobre un mismo acontecimiento nos puede permitir entender su complejidad desde diferentes perspectivas. Como señala Navarrete, el proyecto Caño Prieto se vio afectado por la toma de decisiones políticas respecto de la separación entre el instituto y el museo. La experiencia que Sara nos comparte vincula estas dos instituciones con la Facultad de Antropología, entidad dedicada a la formación de antropólogos y arqueólogos en la UV.
Buscando una práctica de campo: Caño Prieto
Ocurrió en mi generación que la doctora Gladys Casimir tomó un año sabático; cuando lo supimos, una compañera que era muy activa, Angélica Oviedo, fue a visitar a varios investigadores para pedirles que colaboraran dando las clases que la doctora iba dejar. Entonces tuvimos la fortuna de que vinieran a darnos clases investigadores del Instituto de Antropología: Rogelio Ramírez, Ramón Arellanos y Mario Navarrete. El maestro Navarrete fue el titular de la práctica de campo y nos apoyó para hacer excavaciones en un proyecto que tenía dentro de un proyecto más amplio que coordinaba Alfred Siemens –interesado en los campos elevados de la Costa del Golfo–. Fuimos a excavar a Caño Prieto. Hasta donde tengo entendido fue la única temporada de este proyecto; llevó a 12 estudiantes del último año de arqueología o del penúltimo a excavar. Hicimos la práctica de campo, los resultados se darían al doctor Siemens.
El Foro “cero” de Estudiantes de la Facultad de Antropología
En el 85-86, cuando hicimos la práctica de campo, hubo una iniciativa para hacer un foro de estudiantes –que todavía se lleva a cabo–; llevan un montón, pero el que nosotros hicimos fue el primero. Después hicieron el Primer Foro de Estudiantes, y entonces el anterior se quedó como el número cero. En ese foro los estudiantes de antropología social, de lingüística y de arqueología presentamos avances de investigación. Una de las mesas fue coordinada por el maestro Mario Navarrete. Cada uno tuvimos la tarea de hablar de lo que nos tocó excavar en Caño Prieto; el maestro nos asignó, digamos, los temas de acuerdo a los intereses de cada uno. Yo había encontrado en mi pozo una bonita efigie de Xipe-Tlazolteotl y, sin mayor discusión, el maestro Navarrete me dijo que era del complejo Xipe-Tlazolteotl, así llamada por Medellín Zenil. Entonces en ese marco escribí una ponencia sobre la Xipe-Tlazolteotl y el sacrificio en efigie que significaba la máscara de piel, la máscara bucal de la pieza, e hice el dibujo.
En ese tiempo estaba concluyendo la licenciatura y tenía la intención de estudiar un posgrado; recuerdo que andaba preguntando cómo obtener becas y cómo irme a otra universidad. Ann Staples me dijo que era importante que tuviera publicaciones, entonces, de pronto, tenía esa ponencia y comentando con mi papá la inquietud por publicar. Me dijo: “vete a buscar a Lorenzo León Diez, que es el director de la revista Extensión, a ver si te publica” –mi padre era director de Difusión Cultural y Extensión Universitaria, que incluía la revista Extensión–. Busqué a Lorenzo León. Esa fue mi primera publicación.
Quedó memoria de mi ponencia en la revista Extensión, pero no de las otras 11 ponencias. Me acuerdo muy bien de la de Angélica Oviedo: ella encontró hoyos, pudimos detectar que esos hoyos eran para palos que sostenían una construcción en la parte alta del montículo, estábamos en un montículo. Fuimos excavando en distintos niveles, cada uno tenía asignado un pozo. Hoy por hoy está prohibido excavar así, el Consejo de Arqueología no lo autoriza, pero en ese tiempo se podía, y aprobaron, y así te enseñaban y nosotros excavamos sobre un montículo en Caño Prieto.
Para todos, la participación en el foro fue una experiencia relevante porque era la primera vez que hablábamos en público de un tema de arqueología, el ejercicio de presentar resultados fue muy fuerte y muy lindo.
La labor de un arqueólogo
Ir a campo, hacer excavaciones y hallazgos no es todo el trabajo del arqueólogo; el arqueólogo tiene que explicar sus hallazgos, puede ser de manera oral, en ponencias, en congresos o en publicaciones. Yo siempre he estado comprometida con la “Carta a un joven arqueólogo” de Alfonso Caso que dice: “la labor del arqueólogo no es descubrir, es describir”. Encontré una pieza como miles, no tiene ninguna importancia, pero intenté decir qué significaba el hallazgo, y eso para mí fue una toma de consciencia. Luego se viene el posgrado y darse cuenta de que sí, si tú encuentras algo, tienes la responsabilidad de publicar, de dar a conocer y de describir.
Desde luego, para mí las publicaciones ya sistemáticas y serias fueron a partir del proyecto Tajín con Jürgen Brüggemann, pero esa fue como mi primera semillita… eso tenemos que darles a los alumnos, esa consciencia de la responsabilidad: encontraste algo, explícalo y dile a los demás dónde lo encontraste y qué piensas sobre eso. Si no, no estás cumpliendo.
Como arqueóloga ya con una carrera, es muy interesante para mí reconocer que mi primer trabajo publicado hablaba de la imagen, de una imagen, de una deidad de una pieza cerámica, y también es lindo que yo haya hecho el dibujo y que lo haya publicado. A mí no me gustaban los tepalcates, a menos que tuvieran decoraciones; desde entonces las figurillas y todo lo decorado han llamado mi atención, por eso me fui hacia la iconografía e historia del arte, y hasta la fecha sigo trabajando iconografía e imágenes. Ahora estoy trabajando en un libro sobre las mujeres, las deidades prehispánicas, y estoy tomando clases de dibujo porque quiero ilustrarlo con mis dibujos, y es muy lindo pensar que desde que yo era estudiante tenía ese interés.
Conclusiones
La oralidad y la memoria son un archivo finito. La oralidad es una fuente de información para la construcción de la historia y en la comprensión de procesos sociales resulta importante para la antropología. Sin embargo, como plantean los protagonistas de estas entrevistas, la finalidad del quehacer arqueológico, como el de cualquier ciencia, es socializar los resultados, pues solo así se insertan y permanecen en la memoria colectiva: pasan de la palabra hablada a la escrita y con ello, trascienden, pueden ser recordados y, sobre todo, consultados.
Las dos entrevistas sobre el proyecto Caño Prieto ayudan a contextualizar su surgimiento y desarrollo y revelan el trabajo interinstitucional e internacional de la arqueología veracruzana. También permiten comprender las formas de trabajo e investigación aplicadas en la década de los ochenta, los espacios en donde se dieron a conocer sus resultados, así como el trasfondo de la publicación de uno de ellos.
Por otro lado, los testimonios evidencian parte del proceso e impacto que tuvo la división administrativa del museo e instituto en este proyecto. A partir de esta experiencia surge ahora la pregunta: ¿de qué manera afectó este proceso a otros proyectos de investigación?, así como, ¿qué nos falta por conocer sobre el material arqueológico que no pudo ser analizado? Quedan pendientes las respuestas, pues los testimonios aquí presentados son solo un fragmento de esta historia.
Referencias
Entrevistas
Ladrón de Guevara, Sara (28 de febrero de 2024). Entrevista de Irad Flores García y Cecilia del Mar Zamudio Serrano. Proyecto Caño Prieto del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana. Xalapa.
Navarrete Hernández, Mario (30 de enero de 2024). Entrevista de Irad Flores García y Cecilia del Mar Zamudio Serrano. Proyecto Caño Prieto del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, Xalapa.
Otras referencias
Gutiérrez, Sonia (2001). Arqueología: introducción a la historia material de las sociedades del pasado. Alicante: Universidad de Alicante.
Lara, Pablo, y Ángel Antúnez (enero-diciembre de 2014). La historia oral como alternativa metodológica para las ciencias sociales. Revista de Teoría y Didáctica de las Ciencias Sociales, 20, 45-62.
Urteneche, Gonzalo (2013). Historia, memoria y testimonio: un aporte teórico para el tratamiento de la palabra de las víctimas en los relatos sobre el pasado reciente. XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.
[1] Estudiantes de la experiencia
educativa Práctica de Campo I, de la licenciatura en Antropología Lingüística:
Desireé Hernández Díaz, Miguel Ángel López Castañeda, Carolina Lizeth Morales
Luna y Jesús Benjamín Hernández Martínez.
[2] Se refiere al Colegio Preparatorio de Xalapa,
junto estuvo la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Veracruzana,
en la calle Benito Juárez 55. Actualmente este edificio alberga la Dirección
General de Desarrollo Académico de la UV.
[3] Ixchel Fuentes Reyes es la actual responsable de bodega del
Museo de Antropología de Xalapa.
[4] Refiere a Antonio Modesto Quirasco, gobernador
de Veracruz de 1956 a 1962.
[5] De acuerdo con el Smithsonian Institution
Archives, consultado el 27 de febrero de 2024, las exploraciones de Matthew
Stirling en México y Centroamérica comenzaron en 1938 y siguieron hasta 1954. https://siarchives.si.edu/history/featured-topics/latin-american-research-es/matthew-williams-stirling-0
[6] Se refiere al arquitecto Sergio H. Besnier,
que también era profesor de la Facultad de Arquitectura de la UV.
[7] Hasta entonces el Instituto de Antropología y
el museo eran una sola entidad, pero fue Acosta Lagunes quien promovió su
separación administrativa, nombrando como director del recién creado Museo de
Antropología de Xalapa, a Fernando Winfield.
[8] El Café Emir estuvo en el pasaje Tanos, en el
centro de Xalapa.