Presentación
Una primavera expandida
La primavera de 2024 arribó antes de tiempo; a partir de su
llegada, se extendían los meses de calor en el sureste mexicano. En todo el
país se resentía la escasez de agua, la sequía sin tregua. En el campo, la
Tierra misma acusaba estragos de la sequedad, mientras en las oficinas de Balajú
las labores editoriales avanzaban sin la ayuda del viento, empujadas por el
ritmo inexorable del calendario y el deseo colectivo de seguir cimentando una
publicación sobre bases de rigor y calidad. ¿A poco ya son 20 travesías de esta
nave? El 20 remite, de cierta manera, a los sistemas numéricos de los
pueblos mesoamericanos, desplegándose como número que amarra un ciclo de
tiempo, redondo y equilibrado. Si ese equilibrio parece más un anhelo que una
realidad en estos tiempos desquiciados —las temperaturas record,
las guerras, los incendios…—, con mayor razón celebramos el cumplimento de los
procesos y su debida y respetable cosecha. ¡Bienvenido, número 20!
Resulta apropiado
que el artículo que abre este número, “Oscuridad, destellos y luz: las primeras
aproximaciones al cine zapatista (1983-1993)” de Edén Bastida Kullick, hable de los tiempos anteriores a la irrupción del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el escenario mexicano: la década
de preparación en que las y los integrantes de la fuerza rebelde
experimentaban, entre otras actividades, el cine. El análisis de los gustos
fílmicos zapatistas, en que destaca el “entrecruzamiento de lo netamente
revolucionario con el cine de comedia y de artes marciales”, deviene homenaje a
la originalidad y eclecticismo del movimiento chiapaneco, ahora celebrando 30
años de su existencia y resistencia pública.
Luego, volviendo a
otro momento clave en la historia de las militancias en México, Miguel Ángel
Hernández Acosta analiza en “Revista de la Universidad de México: 1968, la colectividad como postura
editorial” el proceso por el cual una publicación literaria se convierte en
órgano de protesta frente a las políticas represoras del Estado. Tras la
masacre de estudiantes efectuada por las fuerzas militares en la plaza de
Tlatelolco, la revista en cuestión “generó una narrativa que denunciaba el abuso
del poder, abandonó su elitismo literario y otorgó a la colectividad un espacio
hasta entonces negado: el central”. Tanto en este artículo como en el anterior,
se muestran las intrincadas y a veces inesperadas conexiones entre las artes y los
movimientos sociales en momentos de crisis y de posicionamiento político.
No todos los movimientos sociales son
políticos, en el sentido convencional de este término; algunos obran en pro del
bienestar de sus integrantes, utilizando estrategias diversas, con mayor o
menor grado de centralización, presencia pública y horizontalidad. En el tercer
artículo, Fabián Torres explora el universo del programa de recuperación
Alcohólicos Anónimos, investigando en específico su religiosidad. El recorrido
por la historia de AA, abordado a través de sus propias publicaciones, permite
verlo como situado en un contexto cristiano, a pesar del intento de diluir la
noción de “Dios” en un menos explícito “poder superior”. Esto, según el autor,
implica dificultades para personas ateas y agnósticas que buscan la ayuda del
programa para vencer sus adicciones. También deja ver la influencia de la
agrupación en México, donde permanece sujeta a nuevas necesidades e
interpretaciones.
Cerrando
la sección de investigaciones, Dina Comisarenco Mirkin presenta “Un lugar de
la memoria: Homenaje al rescate de
José Chávez Morado”, obra realizada en el Centro Médico Nacional Siglo XXI de la Ciudad
de México en 1989. El mural conmemora el terremoto de 1985 en esa capital y la
acción de la ciudadanía ante la insuficiente respuesta gubernamental, la cual
ahora se considera el nacimiento de la sociedad civil en el escenario político
mexicano. Si recordamos la represión brutal del movimiento estudiantil del 68,
así como la vibrante y creativa atmósfera en que el levantamiento zapatista se
extendió por el país y el mundo en la década de los noventa, podemos aprehender
este número de Balajú como una suerte de homenaje a esta sociedad civil
en movimiento. En ello, y en esta primavera expandida, se agradece la
participación de las y los autores, reseñistas, dictaminadores y otras personas
que contribuyen con su tiempo, creatividad y energía a la continuidad de esta
publicación que muy pronto celebra su primera década de existencia.
Elissa Rashkin