N.º 22  |  ENE-JUN 2025  |  ISSN: 2448-4954

DOI: doi.org/10.25009/blj.i22.2780

 

NAVEGACIONES

Los estudios críticos de las plantas

 

El alma de las plantas: espiritualidad y botánica en Amado Nervo y José Juan Tablada

The Soul of Plants: Spirituality and Botany in Amado Nervo and José Juan Tablada

Jorge Quintana Navarrete[1]

 

Resumen

Este artículo analiza la concepción de las plantas y su relación con la espiritualidad en “El alma de las plantas” (1919) de Amado Nervo y “Los árboles son sagrados” (1921) de José Juan Tablada. Argumento que estos dos textos comparten una misma operación intelectual: primero, analizan y critican la incapacidad del ser humano para apreciar la importancia de las plantas, después ofrecen argumentos de distinta índole que enfatizan la relevancia trascendental del mundo vegetal y, por último, proponen que las plantas tienen una dimensión espiritual o sagrada que debe reconocerse y venerarse. Asimismo, examino las fuentes científicas y filosóficas de las que abrevan ambos escritores mexicanos, al tiempo que señalo los saberes botánicos que sus argumentos excluyen.

Palabras clave: botánica, literatura, filosofía, religión, escritores mexicanos

 

Abstract

This article analyzes the conceptualization of plants and their relationship with spirituality in Amado Nervo’s “El alma de las plantas” (1919) and José Juan Tablada’s “Los árboles son sagrados” (1921). I argue that these two brief essays share an intellectual strategy: first, they critically examine humanity’s inability to appreciate plants’ utmost relevancy, then they offer diverse lines of reasoning to highlight the importance of plant life and, finally, they similarly propose that vegetal beings are endowed with a spiritual or sacred dimension that must be acknowledged and venerated. Throughout the article I delve into the scientific and cultural sources undergirding Nervo’s and Tablada’s argumentation, while also identifying the botanical knowledge marginalized by them.

Keywords: botany, literature, philosophy, religion, Mexican writers

 

 

Uno de los botánicos pioneros en la investigación sobre la inteligencia de las plantas, el italiano Stefano Mancuso, propone un sencillo ejercicio de imaginación para dimensionar la preponderancia del mundo vegetal: si por alguna razón los seres humanos se extinguieran repentinamente del planeta, las plantas tardarían menos de una centuria para colonizar todo el territorio inexplorado, incluyendo las grandes ciudades construidas por humanos. Por el contrario, si todas las plantas, que hoy por hoy conforman el 99% de la biomasa del planeta, desaparecieran por una razón desconocida, los seres humanos y el resto de los animales podrían sobrevivir por unas semanas o meses más antes de extinguirse irremediablemente (Mancuso y Viola, 2015, p. 39). El mundo vegetal constituye una forma de vida tan esencial y primaria que prácticamente todos los seres vivos dependen de él para su sobrevivencia: además de generar por medio de la fotosíntesis el oxígeno que respiramos, las plantas son la base de la cadena alimenticia que sostiene la vida. El ser humano, además, extrae de las plantas la mayoría de la energía que consume en forma de madera o combustibles fósiles (restos fosilizados de plantas y otros materiales orgánicos). Medicinas, materiales de construcción y de vestimenta, oportunidades de solaz y relajación, son otros ejemplos de los usos y beneficios que los seres humanos han obtenido en su relación con el mundo vegetal.

A pesar de la innegable importancia de las plantas, se ha demostrado que tanto las ciencias biológicas como la filosofía y la literatura en Occidente han privilegiado el examen de los seres humanos —y, por extensión, del reino animal— en detrimento de la reflexión sobre la vida vegetal (Gagliano, Ryan y Vieira, 2017, pp. VIII-XI). Así, la visión de que las plantas son seres sencillos, poco sofisticados o complejos, con una forma de vida cercana al mundo inanimado, ha predominado en la ciencia, la filosofía y la cultura occidentales. Las plantas siguen siendo, en gran medida, seres extranjeros y poco entendidos, si bien en todas las épocas han existido personas en los ámbitos de la literatura, la filosofía o la ciencia que han admirado las potencialidades del mundo vegetal. En las últimas décadas, en el contexto de los efectos causados por el cambio climático y el Antropoceno, los llamados estudios críticos de las plantas han reunido investigaciones humanísticas, sociales y científicas que buscan ofrecer una comprensión compleja, sin prejuicios antropocéntricos, de las plantas y sus mundos vitales.

En el examen de la cultura mexicana, las perspectivas ofrecidas por los estudios críticos de las plantas han comenzado a rendir frutos en tres sentidos importantes: primero, la recuperación y revaloración histórica de obras artísticas o filosóficas con temas vegetales que habían pasado desapercibidas o poco estudiadas, a pesar de haber sido creadas por figuras canónicas como Frida Kahlo y José Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2024, pp. 97-135); segundo, el análisis de obras contemporáneas o más recientes en las que las plantas y la crisis medioambiental desempeñan un papel significativo (Hind, 2022, p. 102); y, por último, el estudio de cómo ciertas plantas endémicas de México (como el chicozapote y el barbasco) han moldeado activamente las condiciones socioeconómicas y políticas del país (Mathews, 2009; Soto Laveaga, 2020). En consonancia con este conjunto de investigaciones, este artículo se enfocará en dos fuentes tempranas que pueden enriquecer nuestro entendimiento de los estudios críticos de las plantas en México. Empleando el enfoque interdisciplinario distintivo de este campo de estudio, mi análisis se centrará en las perspectivas científicas, filosóficas y literarias que estas fuentes pueden ofrecernos para contrarrestar la visión antropocéntrica de la vida vegetal.

Analizo dos textos breves publicados casi contemporáneamente por Amado Nervo y José Juan Tablada, dos figuras claves en el modernismo literario y su transición hacia las vanguardias históricas. El texto de Nervo titulado “El alma de las plantas” forma parte del libro Soledad: cuentos, publicado en Uruguay en 1919. Por su parte, el ensayo de Tablada se llama “Los árboles son sagrados” (1921) y apareció en el número 5-6 de la revista El Maestro auspiciada por José Vasconcelos. Ambos escritos tienen en común una reflexión sobre las plantas no como un elemento secundario del paisaje o una mera metáfora con contenido estético o sociopolítico, sino como seres con un modo de vida particular que establecen relaciones fundamentales con los humanos y el planeta. En su conjunto, como se verá a continuación, Nervo y Tablada realizan una operación intelectual similar: primero, analizan y critican la incapacidad del ser humano para apreciar la importancia de las plantas, después ofrecen argumentos de distinta índole que enfatizan la relevancia trascendental del mundo vegetal y, por último, proponen que las plantas tienen una dimensión espiritual o sagrada que debe reconocerse y venerarse. Me propongo elucidar también las teorías botánicas de la época que fundamentaron los planteamientos de Nervo y Tablada, al mismo tiempo que establecer relaciones significativas con nociones teóricas más recientes que forman parte de los estudios críticos de las plantas. De igual modo, mostraré cómo los pensamientos vegetales de Nervo y Tablada se fundamentan en la marginalización de otros saberes botánicos de esa época; estos últimos fomentados por grupos sociales subalternos como las mujeres y las comunidades indígenas.

 

Ceguera vegetal

“El alma de las plantas” de Nervo es un ensayo que incorpora casi en su totalidad (con excepción del inicio y el final) un cuento publicado previamente por el mismo autor con el título de “Guillotinadas”.[2] En el inicio del relato (Nervo, 1921), el personaje Gabriel de Asís, “miembro verdaderamente ‘apostólico’ de la Sociedad Protectora de las Flores, y cuya generosa propaganda ha tenido tanta resonancia en el mundo, especialmente en Inglaterra y Estados Unidos” (p. 191), da una conferencia sobre la capacidad de las flores para ver y sentir. Ante un público compuesto por distinguidos señores y señoras, Gabriel de Asís se lamenta de que, a pesar de que “la ciencia moderna ha probado hasta el convencimiento que las flores sienten” (p. 191), la mayoría de las personas todavía son incapaces de percibir el sufrimiento callado de las flores cuando son “guillotinadas” o cortadas para servir de decoración o manifestación de amor. Esta falla de percepción se encuentra en la base de la falta de comprensión y empatía humanas hacia las plantas: “si vuestros rudos ojos miopes pudieran advertir su estremecimiento de espanto (de las flores), tendríais lástima” (p. 192).

Según Gabriel de Asís, el sistema de percepción humano es tan limitado que no permite ver más allá de intereses exclusivamente humanos, sin importar que sean insustanciales o vanos: “vuestras pupilas están deslumbradas por el oropel de todas las tonterías humanas… y, claro, no veis nada, no percibís eco alguno del poderoso, pero silente, latido de la naturaleza” (Nervo, 1921, p. 193). En suma, la incapacidad de percibir la vida de las plantas alimenta la prepotencia humana ante formas de vida aparentemente menos sofisticadas y termina por legitimar su abandono o destrucción: “vais, puesto que sois los más fuertes, a aniquilar una forma de existencia infinitamente superior a la vuestra, que ha llegado a través de milenarios, a refinamientos, sabidurías, delicadezas, junto a los cuales las finuras de nuestros ‘snobs’ son absolutamente primitivas y ridículas” (Nervo, 1921, p. 193).

La idea de los “rudos ojos miopes” incapaces de apreciar a las plantas resuena con un concepto que ha sido fundamental en los estudios críticos de las plantas: la noción de ceguera vegetal (plant blindness), la cual fue propuesta por los botánicos James Wandersee y Elisabeth Schussler (1999, p. 84) a finales de los años noventa. Estos científicos, interesados en entender la divulgación del conocimiento biológico, entrevistaron a centenares de estudiantes de diferentes niveles de escolaridad y llegaron a la conclusión de que una gran mayoría mostraba un desinterés general hacia las plantas y no podían identificar especies vegetales particulares, en contraste con la acendrada inclinación hacia animales (como tigres, dinosaurios, insectos, etc.) que aparece desde una edad temprana. Esta disparidad entre el interés hacia animales y plantas se ha confirmado en todos los niveles de especialización, desde el público general hasta la comunidad científica que publica en revistas académicas, las cuales solamente cuentan con un 35% de artículos relacionados con plantas (Gagliano, Ryan y Vieira, 2017, p. viii). A partir de estos resultados, Wandersee y Schussler propusieron que la ceguera vegetal consiste en un sesgo cognitivo que impide apreciar los rasgos distintivos de las plantas en términos biológicos o estéticos, estimar su relevancia en las sociedades humanas y en el medio ambiente e, incluso, en un sentido más básico, impide también percibirlas sensorialmente como formas de vida animada y autónoma. La ceguera vegetal, tal como sugirió Gabriel de Asís, tiene como resultado una concepción jerárquica de las plantas: “(a) misguided anthropocentric ranking of plants as inferior to animals and thus, as unworthy of consideration” (Wandersee y Schussler, 1999, p. 84).[3]

            El texto de Nervo y diversas fuentes posteriores han especulado sobre las bases culturales, filosóficas e incluso biológicas de la imposibilidad del ser humano para entender y apreciar las plantas. De manera interesante, tanto la denominación de Nervo (rudos ojos miopes) como la de Wandersee y Schussler (ceguera vegetal) tiene un componente visual muy marcado que llama la atención al modo de funcionamiento del sistema sensorial humano. La apariencia física y los procesos vitales de las plantas despliegan ciertas características que exceden el sistema de percepción humano e impiden que sean registradas con facilidad. Wandersee y Schussler (1999, pp. 85-86) formularon que la relativa homogeneidad de color, la continuidad en el espacio, la carencia de rostros y de movimiento aparente son algunos rasgos inherentes del mundo vegetal que no proporcionan información visual fácilmente registrable por el ser humano, cuyo modo de procesar estímulos sensoriales tiende a enfocarse en diferencias drásticas que alteran la regularidad visual. En particular, la lentitud que caracteriza los movimientos de las plantas imposibilita que el comportamiento vegetal sea percibido a simple vista, por lo que los científicos han tenido que inventar, en el curso de la historia, distintas técnicas para hacer evidente y estudiar la actividad vegetal (Mancuso y Viola, 2015, p. 39).[4] Además de estos movimientos lentos que suceden al aire libre, el mundo vegetal esconde a la vista humana un ámbito fundamental en su funcionamiento: el sistema de raíces que se hunde debajo de la tierra en busca de nutrientes esenciales (Calvo y Lawrence, 2022, pp. 33-34). La actividad de las raíces es tan intensa y variada que algunos botánicos han establecido una comparación con el cerebro de los animales, argumentando que el sistema radicular funciona como el centro de procesamiento de información de las plantas (Baluska et. al., 2009, pp. 1121-1127).

            El hecho de que el ser humano, en su intento de comprender el modo de vida de las plantas, tiende a establecer analogías con los animales sugiere una explicación adicional de la ceguera vegetal. El personaje de Nervo, Gabriel de Asís, plantea: “El hombre es un animal de analogías. Aquello que difiere de él carece de las propiedades de la vida consciente (en su concepto)” (1921, p. 194). Nervo sugiere que, como miembro del reino animal, el homo sapiens tiene un punto de vista zoocentrista, es decir, posee un mayor grado de comprensión y valoración intrínsecas de los organismos que pertenecen a su propio reino. En efecto, si bien plantas y animales provienen de un ancestro común, las plantas divergieron evolutivamente hace 500 millones de años y establecieron modos de existencia radicalmente distintos del reino animal: en lugar del constante movimiento en busca de otros seres vivos para alimentarse (heterotrofia), las plantas crearon un modo de vida relativamente inmóvil, autosuficiente, que crea su propio alimento a partir de elementos del medio ambiente (autotrofia). Debido a esta primordial divergencia, los seres humanos en las sociedades occidentales han estado más dispuestos a conceder un grado de sensibilidad y conciencia a las especies animales, pues resulta más fácil establecer analogías con las funciones y comportamientos humanos. En contraste, los procesos vitales del mundo vegetal son tan ajenos desde un punto de vista zoocentrista que las analogías con animales (como la comparación entre cerebro y sistema radicular) han sido históricamente controversiales y menos habituales. De ahí que, según Nervo, propiedades como la cognición o la inteligencia han sido atribuidas a las plantas en muy raras ocasiones: “Como la flor no posee ojos iguales a los nuestros, ni come como nosotros (salvo excepciones) cadáveres de animales, ni pronuncia discursos, ni tiene vanidad, ni ha inventado, que sepamos, religión alguna, fuera de esa divina religión del silencio y del éxtasis, no podemos creer que piense” (p. 194). La diferencia radical de las plantas impide, pues, su registro en las concepciones zoocentristas del ser humano.

            Gabriel de Asís recurre a la historia evolutiva del reino vegetal, aludida en el párrafo anterior, con el objetivo de resaltar la injusticia de la ceguera vegetal y sus posibles repercusiones para la humanidad. El conferencista propone un escenario ucrónico que imagina qué hubiera pasado si las plantas hubieran tenido un sentido de orgullo y superioridad como el que muestran los seres humanos. Debido a que la evolución del homo sapiens es muy reciente en el tiempo geológico, anota Nervo, las plantas ya habían adquirido un elevado grado de sofisticación cuando aparecieron los primeros homínidos: “cuando vosotros erais unos peludos pitecántropos erectos, ella [la rosa] poseía ya, de siglos atrás, todas las aristocracias” (1921, p. 193). Entonces, agrega, es fácil imaginar que “pudo haber aniquilado la planta al hombre en los ciclos prehistóricos” (p. 193) si hubiera decidido ejercer su poder sobre los otros seres vivos como lo hacen los humanos. Quizás las plantas debieron actuar de esa manera si querían asegurar su bienestar en el planeta: “Debió comprender [la planta] que aquel mono feo y maloliente iba a ser el enemigo jurado de sus especies… Pero no quiso hacerlo. La flor no mata sino a los que buscan en su perfume nocturno un envenenamiento misericordioso” (p. 193). Mediante este ejercicio ucrónico, Gabriel de Asís enfatiza dos argumentos interconectados que propone en su conferencia: primero, sugiere que el sentido de “aristocracia” o superioridad del ser humano sobre el reino vegetal es infundado, porque las plantas tienen una historia evolutiva mucho más extensa y han alcanzado un alto nivel de perfeccionamiento de sus propias estrategias de vida; segundo, subraya que la incapacidad del ser humano para ver y valorar las plantas pudo haber resultado en la aniquilación de la humanidad si el mundo vegetal desplegara el mismo egoísmo especista de los seres humanos.

            De manera similar, el final del cuento “Guillotinadas”, que no se incluye en el ensayo “El alma de las plantas”, contiene una condenación irónica de la ceguera vegetal. Gabriel de Asís utiliza en su conferencia la imagen de la flor cortada o “guillotinada” como el símbolo de la incomprensión humana hacia las plantas: mientras que el acto de ser cortada representa para la flor un suplicio y muerte segura, los seres humanos consideran ese mismo acto una demostración de delicadeza y sofisticación. La rosa cortada que adorna la vestimenta o es regalada como emblema de amor encapsula el componente barbárico de la civilización occidental. Obnubilados por sus propios afanes de refinamiento, los humanos son capaces de prolongar el sufrimiento de las rosas al ponerlas en recipientes con agua para que decoren las habitaciones: “La deliciosa, la maravillosa flor degollada vive, pues (¡qué inefable tormento!), varias horas. Mas, a pesar del agua en que están sumergidas sus arterias rotas, el agotamiento y la marchitez llegan pronto” (Nervo, 1921, p. 195). La argumentación e imágenes sobrecogedoras de Gabriel de Asís tienen un gran impacto y aceptación entre el público distinguido que lo escucha atentamente. Sin embargo, el final del cuento enfatiza que la ceguera vegetal, pese a los intentos de Gabriel de Asís por combatirla, está más internalizada de lo que pensamos: “el conferencista tuvo un gran éxito, especialmente entre las señoras que asistían a la conferencia, muchas de las cuales, entusiasmadas, lo aclamaron a la salida, arrojándole puñados de flores de las que llevaban prendidas en sus corpiños” (pp. 195-196). En otras palabras, en su afán de mostrar empatía por el sufrimiento de las plantas, las señoras atormentaron más a las flores que llevaban en su vestimenta, incapaces de ver que no contribuían a la solución del problema.

El cuento de Nervo, sin duda, moviliza aquí un prejuicio de género hacia las mujeres, quienes, en su opinión, son más susceptibles de dejarse llevar por las falsas ideas de sofisticación humana. Estas señoras, sugiere el autor, no son aptas para emplear su capacidad de razonamiento y llegar a una conclusión racional sobre la sensibilidad de las plantas. Sugerencia problemática porque, según ha sostenido Vanesa Miseres, “la botánica estaba comúnmente asociada al público femenino” (2021, p. 31) en los países latinoamericanos durante el siglo XIX. De manera específica, las mujeres aristocráticas —como las que probablemente asistieron a la conferencia de Gabriel de Asís— recurrieron a la botánica con el fin de descubrir “un lenguaje, una ciencia y una salida artística para expresar su creatividad, los intereses y las capacidades intelectuales dentro de las restricciones sociales que las confinaban a la esfera doméstica” (Miseres, 2021, p. 29). El cuento de Nervo, por el contrario, plantea que el interés femenino por las flores es un interés insustancial, acaso enfocado en el aspecto decorativo de las flores, pero no dirigido a entender profundamente la vida de las plantas. De este modo, el cuento de Nervo contribuye a reforzar la división social de los géneros que atribuye la capacidad de razonamiento y la disposición científica a los varones.       

En contraste con la supuesta banalidad femenina, Gabriel de Asís (y quizás los varones en general) basa su apreciación de las plantas en un fundamento científico que se plantea en la segunda parte del ensayo “El alma de las plantas”, no incluida en el cuento “Guillotinadas”. Nervo recurre a la investigación botánica realizada por el polímata indio Jagadish Chandra Bose (1858-1937) a principios del siglo XX, la cual constituye una contribución pionera en los estudios sobre el comportamiento vegetal (Calvo y Lawrence, 2022, pp. 93-97; Trewavas, 2014, pp. 260-262). Por medio del uso de máquinas fabricadas por él mismo, Bose comprobó que los “mecanismos nerviosos” de las plantas reaccionan cuando son afectadas por estímulos exteriores como el calor o la electricidad, de un modo similar a como reaccionan los animales. Si bien no tienen sistemas nerviosos como los concebimos usualmente (ramificaciones de nervios que se conectan con la médula espinal y el cerebro), las plantas sí procesan la información del medio ambiente por medio de señales eléctricas que se transportan por medio del sistema vascular hacia las hojas o las raíces. En suma, como afirma Nervo, “se ha visto claramente que las plantas no sólo están dotadas de sensibilidad, sino que algunas de ellas la poseen en un grado tal, que se aproximan a las formas inferiores de la vida animal” (1921, p. 195). De tal modo, para Nervo es indispensable reconocer que “las plantas sienten el dolor como nosotros lo sentimos […] Las plantas se asustan con los rumores de la tempestad y son afectadas por todos los acontecimientos que obran sobre la sensibilidad humana. Deben, pues, en consecuencia, ser consideradas como seres animados” (p. 197).        

Aunque se trataba de un campo de estudio prácticamente inexplorado y controversial, la investigación de Bose tuvo cierto reconocimiento y propagación durante la época de su publicación. En México fue recibida con curiosidad por intelectuales interesados en la divulgación científica como Alfonso Reyes (1996, p. 409) y José Vasconcelos, quien la empleó como base de su teoría filosófica sobre la “ética botánica” (Quintana Navarrete, 2021, p. 77). Al igual que Vasconcelos, Nervo consideraba que las repercusiones filosóficas de la investigación de Bose eran trascendentales, porque comprobaban que no existían distancias abismales entre las plantas y los animales (Quintana Navarrete, 2021, p. 77). Según afirma Nervo: “Entre ellas [las plantas] y los animales, aun los de especies superiores, no se encuentra la diferencia cualitativa que se admite generalmente” (1921, pp. 196-197), debido a que las plantas muestran “algunos fenómenos de la sensación y de la volición, que es lo que justamente hace que se establezca una diferencia entre las fuerzas que regulan las funciones en la vida vegetal y la vida animal” (pp. 197-198).

En otras palabras, para Nervo los experimentos de Bose ponían de manifiesto que la vida vegetal orienta su interacción con el medio ambiente mediante la ayuda de modos singulares de sensibilidad y comportamiento. Si bien hasta cierto punto se pueden establecer analogías con los animales, los “fenómenos de la sensación y de la volición” manifestados por las plantas son soluciones únicas que surgen en el enfrentamiento entre la particular forma de vida vegetal (caracterizado por la heterotrofia, relativa inmovilidad, carencia de órganos especializados, etc.) y los problemas presentados por el medio ambiente. En definitiva, sugiere Nervo, reconocer que las plantas son una otredad (un modo de vida distinto, pero no cualitativamente inferior) constituye un primer paso para contrarrestar la persistente ceguera vegetal que padece el ser humano.

 

La misión vital de los árboles

De manera semejante al texto de Nervo, “Los árboles son sagrados” de Tablada rechaza el menosprecio humano hacia la forma de vida de las plantas y presenta argumentos botánicos que destacan la relevancia del mundo vegetal. Tablada inicia con un llamado a que “cesen esas siniestras hecatombes de árboles que la ignorancia y la imprevisión están consumando, sobre el suelo mexicano, preparando así desgracias inmediatas y futuras catástrofes” (1921, p. 521). La ignorancia y la imprevisión son, pues, componentes esenciales de la ceguera vegetal que tienen repercusiones sumamente negativas para las sociedades humanas y para el medio ambiente tanto en el presente como en el futuro. A diferencia de Nervo, sin embargo, Tablada no especula sobre las causas biológicas o filosóficas de la ceguera vegetal, más bien se enfoca en recalcar la multitud de efectos positivos de lo que llama “el amor al árbol”. Estos efectos van desde el aprovechamiento responsable de los múltiples usos prácticos de las plantas hasta el equilibrio perdurable del clima y el medio ambiente; además de que, apunta Tablada, “el árbol produce frutos, combustible, material de construcción, resinas, tinturas, sustancias medicinales” (p. 522), la contribución biológica del mundo vegetal es aún más decisiva, porque “jamás, en ningún caso, podría el hombre prescindir del árbol y de la planta”, “ni los mismos animales que se asocian al trabajo humano y cuyos despojos utiliza el hombre, podrían vivir” (p. 521).

Tablada establece una comparación entre el reino vegetal y el reino animal con el fin de enfatizar la dependencia del segundo en el primero. Debido a su constitución fisiológica, los animales, afirma, “concurren con sus productos fisiológicos a generar miasmas que inficionan el ambiente y son un activo veneno para la vida animal, para la humana especialmente” (1921, p. 522). Mientras que los animales contaminan y envenenan la vida a su alrededor, “el árbol y la planta, por el contrario, tienen en su fisiología misma una misión esencialmente purificadora y al absorber el aliento impuro y mefítico del hombre le devuelven exactamente en aire respirable lo que para sanearlo han absorbido y transmutado en su maravilloso alambique” (p. 522). Para Tablada, no es solo que las plantas generan el elemento químico (el oxígeno) esencial para el sostenimiento de todas las demás formas de vida en el planeta, sino que, aún más importante, realizan esa actividad a partir de los desechos químicos de los otros seres biológicos. La fotosíntesis es una forma prodigiosa de transmutación de la materia: un sistema de “purificación” del aire que hace posible la biósfera en su totalidad. Lo que Tablada denomina la “misión vital y purificadora” (p. 522) de las plantas consiste, pues, en “la capacidad de (re)crear la atmósfera” (Coccia, 2018, p. 45), es decir, la habilidad de “hacer el mundo” (Coccia, 2018, p. 38) que habitamos.

Esta vocación de “hacer el mundo” que caracteriza a las plantas queda resumida, según Tablada, en los beneficios ecológicos y climatológicos que proporcionan los bosques arbolados:

 

Él [el árbol] es quien atempera los climas y regula el lento vuelo de las nubes sobre nuestras frentes y el apresurado curso de los ríos a nuestros pies. Él es quien con sus raigambres, divide el curso de los arroyos, dispersando en múltiples y suaves corrientes, el caudal amenazante de los ríos, consolidando bordes, construyendo diques subterráneos, librando a los poblados de las arrasantes inundaciones. Él es quien atrae a las nubes y las disemina y las deshace en lluvias benéficas, evitando así la furia concentrada de las trombas (1921, p. 522)

 

Tablada emplea una personificación de los árboles para resaltar cómo estos agentes beneficiosos contribuyen a regular el clima y distribuir el curso de los arroyos. Así pues, las secuelas de la deforestación indiscriminada incluyen el clima extremoso, las inundaciones y las trombas que amenazan con destruir las ciudades y poblados. Por ello Tablada propone una serie de medidas destinadas a “compensar los destrozos forestales, cometidos durante el último decenio” (p. 521) a través de la plantación de nuevos árboles y la educación de las masas en lo que llama “el culto a esos pasivos y bienhechores organismos [los árboles], mil veces más útiles y necesarios que todos los individuos del mundo animal” (p. 521).

            Las medidas propuestas por Tablada, así como las ideas científicas en las que se sostienen, están en consonancia con las teorías y esfuerzos conservacionistas que predominaron en México a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Tablada muestra una total aprobación (sin mencionarlo explícitamente) por el proyecto conservacionista del ingeniero Miguel Ángel Quevedo (1862-1946), llamado “El apóstol del árbol”, quien marcó decisivamente la relación entre el Estado mexicano y la naturaleza durante el Porfiriato y la época posrevolucionaria. En la década de 1880, Quevedo estudió ingeniería hidráulica en Francia y aprendió los principios de la hidrología forestal. A su regreso a México, trabajó durante algunos años en una compañía hidroeléctrica y pudo atestiguar de primera mano cómo la deforestación impedía la regulación adecuada del ciclo hidrológico (Simonian, 1995, p. 68). La protección de los bosques se convirtió en la mayor preocupación de Quevedo a principios del siglo XX, cuando lideró la primera institución dedicada a la cuestión forestal en México: la Junta Central de Bosques. Su labor de propaganda siguió teniendo efectos notables en los gobiernos revolucionarios, tales como la instauración del primer parque nacional (Desierto de Leones, 1917) y la formulación de la primera Ley forestal (1923). De esta manera, Quevedo se convirtió en una figura esencial para entender la incorporación de la conservación forestal en los debates públicos y en la agenda política del Estado mexicano (Delgado, 2019, p. 101).   

            Las bases científicas de las ideas de Quevedo, reproducidas por Tablada en su ensayo, se resumen en la llamada teoría de la desecación (Mathews, 2011, p. 40). Esta teoría, si bien tiene antecedentes en periodos anteriores, se transformó en un paradigma aceptado en el siglo XIX y proporcionó argumentos científicos para la necesidad de conservar los bosques en distintas naciones del mundo. Según el paradigma desecacionista, el ecosistema de los bosques contribuye decisivamente a que el agua de lluvia se incorpore de manera idónea a los mantos acuíferos, porque el suelo contiene materia orgánica que funciona como una “esponja” que absorbe líquido lentamente (Saberwal, 1998, p. 310). Esta absorción ayuda a regular los flujos de agua que, sin la presencia de los bosques, correrían de manera súbita por las pendientes de las montañas, provocando inundaciones en poblados cercanos. Una vez que el suelo del bosque ha absorbido la lluvia, comienza más tarde un proceso lento de expulsión de agua que mana del suelo y forma flujos moderados, aun durante periodos sin precipitación. De tal modo, además de evitar las inundaciones desastrosas, el bosque también contribuye a impedir las épocas de sequía prolongada al asegurar flujos durante todo el año (Saberwal, 1998, pp. 310-311). La continua presencia de agua favorece incluso a mantener un clima templado y lluvias moderadas durante el año, impidiendo variaciones climatológicas extremas que pueden tener repercusiones desastrosas. Así pues, según la teoría desecacionista, el impacto de los bosques es crucial para mantener el equilibrio climatológico e hidrológico y favorecer una correlación beneficiosa con las sociedades humanas.  

            La labor de divulgación ejercida por Quevedo logró que estas ideas científicas, formuladas durante la segunda mitad del siglo XIX, se popularizaran y encontraran adeptos —como el propio Tablada— entre la élite ilustrada de la capital mexicana.[5] El plan conservacionista de Quevedo incluía la intervención del Estado en la custodia de “reservas forestales” con base en un manejo científico de los bosques. Como ha argumentado Andrew Mathews, el discurso de Quevedo en la década de 1920 establecía un contraste evidente entre el uso racional de los recursos forestales ­­­—anclado en la teoría de la desecación— y el manejo “irracional” de los bosques llevado a cabo por la población rural e indígena (Mathews, 2011, p. 41). Este supuesto uso incompetente e “ignorante” estaba basado en prácticas tradicionales —como la quema de campos y zonas arboladas para regenerar el suelo— que, en la perspectiva de Quevedo, resultaban irreconciliables con las nociones científicas aceptadas y producían un impacto negativo en el medio ambiente y en las sociedades.

La meta del Estado mexicano era, pues, según Quevedo, convencer por medio de sanciones o propaganda a esta población ineducada para que adoptaran los métodos racionales y modernos de relacionarse con el bosque. En su ensayo, Tablada alude a este tipo de discurso cuando habla de la necesidad de “sembrar en los rústicos espíritus la semilla del salvador evangelio que preconiza la religión del árbol” (1921, p. 521, mi énfasis). La “ignorancia y previsión” de estos “rústicos espíritus”, presumiblemente habitantes rurales y de ascendencia indígena, constituía la principal causa de la deforestación indiscriminada en el país. De ahí que, según Tablada —y presumiblemente también para Nervo—, una de las tareas primordiales de la élite intelectual era inculcar “el amor al árbol” a las masas ignorantes, una labor que su propio ensayo busca realizar al publicarse en una revista de amplia difusión como El Maestro.

            Así, en contraste con el texto de Nervo que explica la ceguera vegetal como un prejuicio cognitivo humano, “Los árboles son sagrados” de Tablada atribuye el menosprecio de las plantas a la falta de conocimientos de la población rural e indígena. Los dos escritores parten de investigaciones botánicas de la época para contrarrestar la persistente presencia de la ceguera vegetal y sus consecuencias potencialmente catastróficas. Sin embargo, mientras que Nervo recurre a la investigación de Bose para evidenciar la capacidad de sensibilidad y agencia de las plantas, Tablada moviliza la teoría científica de la desecación difundida por Quevedo con el objetivo de mostrar el papel crucial de la vida vegetal en la relación armónica entre el medio ambiente y las sociedades humanas. Además de estos argumentos científicos, como mostraré a continuación, Nervo y Tablada buscaron demostrar que el mundo vegetal posee una trascendencia espiritual o sagrada que debe ser reconocida.

 

La espiritualidad de las plantas

La generación del Modernismo hispanoamericano, a la que pertenecen Nervo y Tablada —ambos nacieron alrededor de 1870 y son casi contemporáneos de Rubén Darío—, ha sido estudiada como una respuesta al proceso de autonomización del campo literario desencadenado por la modernización capitalista a finales del siglo XIX. Mientras que en décadas anteriores la escritura literaria constituía un espacio discursivo esencial para la formulación de un “pueblo nacional” ligado a los nacientes Estados latinoamericanos, a fines del siglo XIX esta función social de la literatura entró en crisis debido a la falta de integración con las instituciones que tradicionalmente le otorgaban legitimidad al discurso literario (el Estado y la Iglesia, principalmente) (Ramos, 2021, p. 37). En estas nuevas condiciones históricas, la escritura literaria debía instaurar un “lugar de enunciación específicamente literario” (Ramos, 2021, p. 37), con estrategias discursivas renovadas que aseguraran un nuevo sentido de relevancia social para la literatura en relación con fenómenos como la política y la religiosidad. De este modo, las nuevas condiciones históricas no implicaron un repliegue de lo literario respecto de la política y la religiosidad, sino un ensanchamiento de esos discursos más allá de sus límites socialmente aceptados y resguardados por la Iglesia católica y el Estado. Esta situación implicó, por un lado, un cuestionamiento del peso social de la religión católica institucionalizada y, al mismo tiempo, una búsqueda de espiritualidades que resultaban heterodoxas en los contextos latinoamericanos. Mientras que la Iglesia católica sancionaba un modelo estrecho de espiritualidad y la modernización capitalista descartaba las experiencias religiosas en su proceso de “desencantamiento del mundo” (Weber, 2004, p. 30), la escritura literaria modernista se dio a la tarea de reanudar la espiritualidad del Romanticismo y buscar nuevos sentidos de lo sagrado ante la secularización del mundo moderno.     

            Nervo y Tablada se nutrieron de este ambiente de “neoespiritualismo” modernista (Gullón, 1971, pp. 46-48): mientras que la obra de Nervo muestra una mezcla contradictoria de catolicismo escéptico, budismo, panteísmo y religión cientificista (Xirau, 2019, 199), la escritura de Tablada explora los discursos de la teosofía, el cristianismo heterodoxo y ciertas filosofías orientalistas como el budismo Zen (Chaves, 2013, pp. 143-148). Asimismo, retomando una perspectiva romántica de la naturaleza, ambos poetas exploraron la idea de reconocer la divinidad en el mundo natural: así como durante esta época existió una “transposición de lo religioso al campo estético” para formular una “religión del arte” (Iriarte, 2015), también el fenómeno de lo sagrado fue atribuido a la naturaleza —específicamente, al reino vegetal— para imaginar lo que Tablada bautiza “la religión del árbol”. La noción de que el árbol es “sagrado” o “santo” (Tablada, 1921, p. 522) subvertía tanto al dogma católico que distingue al Creador y sus creaturas, como a la visión puramente instrumental de la naturaleza establecida por la modernización capitalista. Para Tablada, rendir culto al árbol —que consideraba “el venerable y silencioso sacerdote del bienestar humano” (p. 522)— es la base de una nueva religión natural que promete una comunión del ser humano con su propia humanidad y el medio ambiente. En este sentido, la deforestación indiscriminada no solo amenaza con tener consecuencias desastrosas en la sociedad, sino que también priva al ser humano de un sentido profundo de espiritualidad que no necesita dogmas o iglesias. Se trata, en definitiva, de una espiritualidad racionalista que no entra en conflicto con los conocimientos científicos, sino que, como ya he demostrado, toma las investigaciones botánicas como punto de partida para la concepción de un anhelo renovado de religiosidad.

En la última parte de “El alma de las plantas”, Nervo desarrolla una teorización sobre la relación intrínseca entre Dios, la humanidad y la vida vegetal. Según el autor, Dios creó el universo e infundió en cada uno de los seres, en diferentes grados de perfección, una “triple condición de poder, saber y querer” (1921, p. 46). En otras palabras, todos los entes orgánicos o inorgánicos poseen ciertas capacidades y conocimientos del mundo, al mismo tiempo que comparten una misma aspiración a perfeccionarse siguiendo el modelo de su Creador. “Toda cosa creada —sostiene Nervo— tiende hacia Dios y quiere volver a él como a su principio, y perfección de cuanto existe” (p. 47). De manera similar a Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2021, pp. 74-76), Nervo plantea que los animales, las plantas e incluso la materia inorgánica demuestran un “deseo de llegar a lo absoluto” (1921, p. 47) que los vincula íntimamente con el anhelo religioso del ser humano. Apunta Nervo que el reino vegetal, más que cualquier otra clase de seres, tiene ciertas características que ponen de relieve la misión espiritual del universo: las flores con su “belleza verdaderamente divina” (p. 48), los árboles “anteriores al hombre en el planeta, sabedores de muchos secretos” (p. 48) y los bosques “con su alma pacífica, hospitalaria y cordial” (p. 49) son los perfectos “símbolos de la aspiración de la tierra obscura hacia el más allá” (p. 49).

Así pues, la humanidad debe aprender a reconocer y tomar como inspiración la espiritualidad de las plantas, de tal modo que se construya, afirma Nervo, una sensación profunda de fraternidad entre los seres humanos y los vegetales: “En adelante, cuando paseemos por un jardín o por un bosque, pensaremos que todos los árboles y todas las flores son nuestros hermanos, conscientes, aunque mudos. Que de cada rama y de cada corola brota una oración indefinible hacia Aquel a quien busca el universo entero” (1921, p. 48). Para el escritor, el hecho de que el ser humano no está solo, sino que está acompañado por las plantas y todos los demás seres en “la gran peregrinación hacia el Ideal” (p. 49), debe provocar en la humanidad un “intenso consuelo” (p. 49) y una reafirmación de sus ansias de reunirse con su Creador.

Tanto Nervo como Tablada consideran que el mundo moderno se ha olvidado de ese sentido de comunión romántica o fraternidad espiritual con la naturaleza, lo cual ha ocasionado una diversidad de males sociales, ecológicos y espirituales que aquejan a la humanidad. En 1920, en el prólogo de un libro de cocina vegetariana publicado por el naturista Antonio Blandina Torres, Nervo sentencia que “la naturaleza y el hombre civilizado, ya no hablan el mismo idioma” (1920, p. xi). El “alejamiento fatal” del mundo natural, considera, es la “causa tal vez de todas nuestras tristezas, de todas nuestras melancolías, de todos nuestros achaques y aun de toda nuestra incomprensión de la vida” (p. xv). Era necesario, pues, “volver a la Naturaleza, como nos predican muchos hombres de buena voluntad” (p. xv): reivindicar la multitud de beneficios que surgen de la vinculación estrecha, espiritual del ser humano con la naturaleza, en especial, con el reino vegetal. Lo anterior implica, para Nervo y Tablada, un cambio radical de estilo de vida e incluso de alimentación: comer exclusivamente plantas era considerado un modo de regresar a la naturaleza y reestablecer la fraternidad con la vida vegetal. Tablada plantea que “el ser humano puede a su vez, sustituir los elementos de su alimentación animal con los productos vegetales, ganando en el cambio física y moralmente” (1921, p. 521). De manera similar, en su prólogo al libro de cocina vegetariana, Nervo sostiene que, así como “ese perpetuo devorar de cadáveres [animales] en mal o buen estado, ha traído, al fin y a la postre, la tristeza al festín de la vida” (1920, p. xvi), la dieta vegetariana puede curar las enfermedades crónicas y reestablecer la salud plena, además de restituir la alegría de vivir en contacto con la naturaleza, alejado de las superfluas costumbres modernas. En consonancia con los prejuicios de género en “El alma de las plantas”, este libro de cocina vegetariana sugiere de manera paternalista que el vegetarianismo predicado por “hombres de buena voluntad” (varones) es un modo avanzado de “alimentación racional” que la “abnegada mujer mexicana” debe encargarse de aprender e instituir en los hogares de todo el país.

Defendido por Tablada, Nervo e incluso Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2021, p. 87), el vegetarianismo constituía entonces un aspecto esencial de la fraternidad con el mundo vegetal que estos autores buscaban propagar entre la población considerada “ignorante” (mujeres, campesinos, indígenas). Sin embargo, es importante aclarar que, si bien constituye una creencia minoritaria en las sociedades occidentales, la dimensión espiritual o sagrada de las plantas ha sido reconocida por diversas cosmovisiones de pueblos indígenas alrededor del mundo. Por ejemplo, los chamanes de los canela —grupo originario de la selva amazónica— establecen relaciones y comunicación con los espíritus de las plantas cultivables (Miller, 2019, pp. 207-210), mientras que los rarámuri del norte de México organizan ceremonias religiosas alrededor del consumo de la planta cactácea conocida como peyote o jículi (Bravo Ellis y Scheinvar, 1995, pp. 163-175). Históricamente, este tipo de relación espiritual con las plantas fue rechazado como una creencia animista y primitiva, e incluso fue prohibida por los Estados nacionales y la Iglesia católica. De este modo, Nervo y Tablada ni se inspiraron en estas ancestrales cosmovisiones indígenas —como sí lo hacen recientes estudios etnográficos y filosóficos enmarcados en los estudios críticos de las plantas, tales como el trabajo de Miller (2019) y Hall (2011). Más bien, es probable que Nervo y Tablada hayan arribado a la noción de la espiritualidad de las plantas a través de una filosofía de corte panteísta u orientalista.       

Consideraciones finales

Los textos de Tablada y Nervo, junto con la teorización de “ética botánica” de Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2021), impugnaron a principios del siglo XX la idea predominante de las plantas como seres simples, privados de todo tipo de agencia e incapaces de tener una influencia significativa en el mundo. Empleando un tono al mismo tiempo polémico y didáctico, Nervo y Tablada dieron a conocer sus respectivos textos en géneros literarios (el ensayo) y medios de publicación (como la revista El Maestro) que presumiblemente aseguraban una mayor difusión de su proyecto de reivindicación de las plantas. Para llevar a cabo esta operación crítica, primero analizaron las causas de la visión parcial y limitante del reino vegetal: mientras que Nervo la atribuyó a prejuicios cognitivos y culturales derivados de la historia evolutiva del homo sapiens, Tablada hizo un diagnóstico anclado en la sociedad mexicana y sugirió que la causa principal era la falta de conocimiento y cultura de las masas campesinas. Posteriormente, apelaron a investigaciones botánicas de principios del siglo XX con el objetivo de contrarrestar el menosprecio humano hacia la vida vegetal: Nervo se basó en la investigación de Bose sobre la sensibilidad y comportamiento de las plantas, mientras que Tablada recurrió a la teoría divulgada por Quevedo sobre la relevancia climatológica e hidrológica de los árboles. En conjunto, estas teorías científicas describen la amplia gama de actividades y modos de relacionarse con el mundo que despliega el reino vegetal. Nervo y Tablada emplearon esos argumentos científicos como base para proponer finalmente un “reencantamiento” o “resacralización” del mundo natural, es decir, un reconocimiento de la espiritualidad de las plantas y su relación sagrada con el ser humano.

Es indispensable señalar que ambos autores proponen una reivindicación científica y espiritual del reino vegetal que se construye sobre la marginalización de otros saberes botánicos desarrollados por grupos sociales subalternos, en particular las mujeres y las comunidades indígenas. Nervo criticó la ceguera vegetal de la humanidad entera, pero atribuyó de manera específica a las mujeres esta incapacidad de apreciar la sensibilidad de las plantas. Por su parte, Quevedo asignó la culpa de la deforestación indiscriminada a la población rural e indígena que hacía un manejo “irracional” de los bosques. El reforzamiento de prejuicios raciales y de género impide valorar de manera cuidadosa otras tradiciones de saberes botánicos que han prosperado en la historia mexicana. Antes que tomar en serio el conocimiento indígena y femenino sobre las plantas, Nervo y Tablada fundamentaron su reivindicación del reino vegetal en el conocimiento científico, un saber validado socialmente que no resultaba amenazante para las estructuras sociales y políticas hegemónicas.  

A pesar de sus puntos ciegos y contradicciones inherentes, el pensamiento vegetal de Nervo y Tablada evidencia la aspiración de reconocer y dejarse transformar por la dimensión social, ecológica y espiritual de las plantas. Los textos analizados constituyen una respuesta a procesos sociales distintivos de la modernidad —como la secularización del mundo, la visión instrumental de la naturaleza y la crisis ecológica— que, lejos de desaparecer, se han consolidado e intensificado desde la publicación de estos textos hace más de cien años. El cambio climático causado por razones antropogénicas ha puesto en evidencia que la organización socio-ecológica capitalista tiene un impacto notorio en los sistemas químicos, biológicos y geológicos del planeta. Ante este contexto de crisis medioambiental, un conjunto heterogéneo de acercamientos filosóficos, culturales y científicos han puesto su atención en las plantas como una forma de vida que ofrece al mismo tiempo una desestabilización del excepcionalismo humano y un horizonte de nuevas prácticas y modos de pensamiento en respuesta a los desafíos urgentes del presente. Los textos de Nervo y Tablada proporcionan, en conjunto con una gran diversidad de otros saberes botánicos, la oportunidad de formular nuevas maneras de pensar con las plantas, es decir, de enredar nuestro pensamiento con las raíces y las hojas de las plantas para reimaginar las categorías filosóficas, políticas y religiosas que han fundamentado las sociedades occidentales. En la actualidad, tal como lo fue para Nervo y Tablada a principios del siglo XX, el alma de las plantas invita a interrumpir nuestros modos habituales de percepción y entendimiento para imaginar la posibilidad de otros mundos más habitables.

 

Referencias

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[1] Dartmouth College, Estados Unidos. ORCID: 0009-0001-5960-8040

Correo electrónico: jorge.i.quintana-navarrete@dartmouth.edu

Fecha de recepción: 09-04-2024

Fecha de aceptación: 22-10-2024

[2] Se puede considerar que “Guillotinadas” y “El alma de las plantas” son dos versiones del mismo texto. La primera pertenece al género del cuento literario debido a que incluye personajes y una trama mínima. La segunda versión es una reescritura que elimina las características narrativas (no hay personajes ni trama) y se asemeja más a un ensayo literario. De manera interesante, “El alma de las plantas” fue publicado originalmente en un libro de cuentos titulado Soledad: cuentos, lo cual sugiere que Nervo trabajaba con una definición muy amplia de ese género narrativo. En este artículo, analizo de manera conjunta las dos versiones, porque considero que cada una contiene elementos significativos que contribuyen a mi argumento. En el artículo cito y hago referencia a las Obras completas de Amado Nervo compiladas por Alfonso Reyes, porque en ellas se incluyen las dos versiones del texto estudiado.      

[3] “Una clasificación antropocéntrica equivocada de las plantas como inferiores a los animales y, por tanto, indignas de consideración” (traducción propia).

[4] Durante la segunda mitad del siglo XIX, Charles Darwin desarrolló un ingenioso método manual para registrar la variedad y magnitud de los movimientos de las plantas trepadoras (Calvo y Lawrence, 2022, pp. 45-47). Más tarde, a finales del mismo siglo, el botánico Wilhelm Pfeffer utilizó novedosas técnicas cinematográficas para crear una película de cámara rápida (time-lapse movie) que aceleraba y hacía visible el florecimiento de un tulipán y otros movimientos vegetales (Mancuso, 2017, pp. 21-23).

[5] Un ejemplo de la formulación de estas ideas durante la segunda mitad del siglo XX en México es el folleto Memoria sobre la utilidad de los bosques (1873) del ingeniero Gabriel Hinojosa, el cual plantea la “influencia higiénica y climatológica” de los bosques en un sentido muy similar a las nociones de Quevedo. La antología Vivir para conservar. Tres momentos del pensamiento ambiental mexicano, editada por Juan Humberto Urquiza García, recopila el texto de Hinojosa, al igual que otras fuentes primarias pertinentes para este tema.