N.º 22 | ENE-JUN 2025 | ISSN: 2448-4954
DOI: doi.org/10.25009/blj.i22.2780
NAVEGACIONES
Los estudios críticos de las plantas
El alma de las plantas: espiritualidad
y botánica en Amado Nervo y José Juan Tablada
The Soul of Plants: Spirituality and Botany
in Amado Nervo and José Juan Tablada
Jorge
Quintana Navarrete[1]
Resumen
Este artículo analiza la concepción de las plantas y su relación con la
espiritualidad en “El alma de las plantas” (1919) de Amado Nervo y “Los árboles
son sagrados” (1921) de José Juan Tablada. Argumento que estos dos textos comparten
una misma operación intelectual: primero, analizan y critican la incapacidad
del ser humano para apreciar la importancia de las plantas, después ofrecen
argumentos de distinta índole que enfatizan la relevancia trascendental del
mundo vegetal y, por último, proponen que las plantas tienen una dimensión
espiritual o sagrada que debe reconocerse y venerarse. Asimismo, examino las
fuentes científicas y filosóficas de las que abrevan ambos escritores
mexicanos, al tiempo que señalo los saberes botánicos que sus argumentos
excluyen.
Palabras clave: botánica, literatura, filosofía, religión, escritores mexicanos
Abstract
This
article analyzes the conceptualization of plants and their relationship with
spirituality in Amado Nervo’s “El alma de las plantas” (1919) and José Juan Tablada’s
“Los árboles son sagrados” (1921). I argue that these two brief essays share an
intellectual strategy: first, they critically examine humanity’s inability to
appreciate plants’ utmost relevancy, then they offer diverse lines of reasoning
to highlight the importance of plant life and, finally, they similarly propose
that vegetal beings are endowed with a spiritual or sacred dimension that must
be acknowledged and venerated. Throughout the article I delve into the
scientific and cultural sources undergirding Nervo’s and Tablada’s
argumentation, while also identifying the botanical knowledge marginalized by
them.
Keywords: botany, literature, philosophy, religion, Mexican writers
Uno de los botánicos pioneros en la investigación sobre la inteligencia de
las plantas, el italiano Stefano Mancuso, propone un sencillo ejercicio de
imaginación para dimensionar la preponderancia del mundo vegetal: si por alguna
razón los seres humanos se extinguieran repentinamente del planeta, las plantas
tardarían menos de una centuria para colonizar todo el territorio inexplorado,
incluyendo las grandes ciudades construidas por humanos. Por el contrario, si
todas las plantas, que hoy por hoy conforman el 99% de la biomasa del planeta,
desaparecieran por una razón desconocida, los seres humanos y el resto de los
animales podrían sobrevivir por unas semanas o meses más antes de extinguirse
irremediablemente (Mancuso y Viola, 2015, p. 39). El mundo vegetal constituye una
forma de vida tan esencial y primaria que prácticamente todos los seres vivos
dependen de él para su sobrevivencia: además de generar por medio de la
fotosíntesis el oxígeno que respiramos, las plantas son la base de la cadena
alimenticia que sostiene la vida. El ser humano, además, extrae de las plantas la
mayoría de la energía que consume en forma de madera o combustibles fósiles
(restos fosilizados de plantas y otros materiales orgánicos). Medicinas,
materiales de construcción y de vestimenta, oportunidades de solaz y
relajación, son otros ejemplos de los usos y beneficios que los seres humanos
han obtenido en su relación con el mundo vegetal.
A pesar de la innegable importancia de las plantas, se ha
demostrado que tanto las ciencias biológicas como la filosofía y la literatura
en Occidente han privilegiado el examen de los seres humanos —y, por extensión,
del reino animal— en detrimento de la reflexión sobre la vida vegetal
(Gagliano, Ryan y Vieira, 2017, pp. VIII-XI). Así, la visión de que las plantas
son seres sencillos, poco sofisticados o complejos, con una forma de vida cercana
al mundo inanimado, ha predominado en la ciencia, la filosofía y la cultura occidentales.
Las plantas siguen siendo, en gran medida, seres extranjeros y poco entendidos,
si bien en todas las épocas han existido personas en los ámbitos de la
literatura, la filosofía o la ciencia que han admirado las potencialidades del
mundo vegetal. En las últimas décadas, en el contexto de los efectos causados
por el cambio climático y el Antropoceno, los llamados estudios críticos de las
plantas han reunido investigaciones humanísticas, sociales y científicas que
buscan ofrecer una comprensión compleja, sin prejuicios antropocéntricos, de
las plantas y sus mundos vitales.
En el examen de la cultura mexicana, las perspectivas
ofrecidas por los estudios críticos de las plantas han comenzado a rendir
frutos en tres sentidos importantes: primero, la recuperación y revaloración histórica
de obras artísticas o filosóficas con temas vegetales que habían pasado
desapercibidas o poco estudiadas, a pesar de haber sido creadas por figuras
canónicas como Frida Kahlo y José Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2024, pp.
97-135); segundo, el análisis de obras contemporáneas o más recientes en las
que las plantas y la crisis medioambiental desempeñan un papel significativo
(Hind, 2022, p. 102); y, por último, el estudio de cómo ciertas plantas
endémicas de México (como el chicozapote y el barbasco) han moldeado
activamente las condiciones socioeconómicas y políticas del país (Mathews,
2009; Soto Laveaga, 2020). En consonancia con este conjunto de investigaciones,
este artículo se enfocará en dos fuentes tempranas que pueden enriquecer nuestro
entendimiento de los estudios críticos de las plantas en México. Empleando el
enfoque interdisciplinario distintivo de este campo de estudio, mi análisis se
centrará en las perspectivas científicas, filosóficas y literarias que estas
fuentes pueden ofrecernos para contrarrestar la visión antropocéntrica de la
vida vegetal.
Analizo dos textos breves publicados casi
contemporáneamente por Amado Nervo y José Juan Tablada, dos figuras claves en
el modernismo literario y su transición hacia las vanguardias históricas. El texto
de Nervo titulado “El alma de las plantas” forma parte del libro Soledad:
cuentos, publicado en Uruguay en 1919. Por su parte, el ensayo de Tablada
se llama “Los árboles son sagrados” (1921) y apareció en el número 5-6 de la
revista El Maestro auspiciada por José Vasconcelos. Ambos escritos tienen
en común una reflexión sobre las plantas no como un elemento secundario del
paisaje o una mera metáfora con contenido estético o sociopolítico, sino como
seres con un modo de vida particular que establecen relaciones fundamentales
con los humanos y el planeta. En su conjunto, como se verá a continuación, Nervo
y Tablada realizan una operación intelectual similar: primero, analizan y
critican la incapacidad del ser humano para apreciar la importancia de las
plantas, después ofrecen argumentos de distinta índole que enfatizan la
relevancia trascendental del mundo vegetal y, por último, proponen que las
plantas tienen una dimensión espiritual o sagrada que debe reconocerse y
venerarse. Me propongo elucidar también las teorías
botánicas de la época que fundamentaron los planteamientos de Nervo y Tablada,
al mismo tiempo que establecer relaciones significativas con nociones teóricas
más recientes que forman parte de los estudios críticos de las plantas. De
igual modo, mostraré cómo los pensamientos vegetales de Nervo y Tablada se
fundamentan en la marginalización de otros saberes botánicos de esa época;
estos últimos fomentados por grupos sociales subalternos como las mujeres y las
comunidades indígenas.
“El alma de las plantas” de Nervo es un ensayo que incorpora casi en su
totalidad (con excepción del inicio y el final) un cuento publicado previamente
por el mismo autor con el título de “Guillotinadas”.[2] En el inicio
del relato (Nervo, 1921), el personaje Gabriel de Asís, “miembro verdaderamente
‘apostólico’ de la Sociedad Protectora de las Flores, y cuya generosa
propaganda ha tenido tanta resonancia en el mundo, especialmente en Inglaterra
y Estados Unidos” (p. 191), da una conferencia sobre la capacidad de las flores
para ver y sentir. Ante un público compuesto por distinguidos señores y señoras,
Gabriel de Asís se lamenta de que, a pesar de que “la ciencia moderna ha
probado hasta el convencimiento que las flores sienten” (p. 191), la mayoría de
las personas todavía son incapaces de percibir el sufrimiento callado de las
flores cuando son “guillotinadas” o cortadas para servir de decoración o
manifestación de amor. Esta falla de percepción se encuentra en la base de la
falta de comprensión y empatía humanas hacia las plantas: “si vuestros rudos
ojos miopes pudieran advertir su estremecimiento de espanto (de las flores),
tendríais lástima” (p. 192).
Según Gabriel de Asís, el sistema de percepción humano es
tan limitado que no permite ver más allá de intereses exclusivamente humanos,
sin importar que sean insustanciales o vanos: “vuestras pupilas están
deslumbradas por el oropel de todas las tonterías humanas… y, claro, no veis
nada, no percibís eco alguno del poderoso, pero silente, latido de la
naturaleza” (Nervo, 1921, p. 193). En suma, la incapacidad de percibir la vida
de las plantas alimenta la prepotencia humana ante formas de vida aparentemente
menos sofisticadas y termina por legitimar su abandono o destrucción: “vais,
puesto que sois los más fuertes, a aniquilar una forma de existencia
infinitamente superior a la vuestra, que ha llegado a través de milenarios, a
refinamientos, sabidurías, delicadezas, junto a los cuales las finuras de
nuestros ‘snobs’ son absolutamente primitivas y ridículas” (Nervo, 1921, p. 193).
La idea de los “rudos ojos miopes” incapaces de apreciar
a las plantas resuena con un concepto que ha sido fundamental en los estudios
críticos de las plantas: la noción de ceguera vegetal (plant blindness),
la cual fue propuesta por los botánicos James Wandersee y Elisabeth Schussler (1999,
p. 84) a finales de los años noventa. Estos científicos, interesados en
entender la divulgación del conocimiento biológico, entrevistaron a centenares
de estudiantes de diferentes niveles de escolaridad y llegaron a la conclusión de
que una gran mayoría mostraba un desinterés general hacia las plantas y no
podían identificar especies vegetales particulares, en contraste con la
acendrada inclinación hacia animales (como tigres, dinosaurios, insectos, etc.)
que aparece desde una edad temprana. Esta disparidad entre el interés hacia animales
y plantas se ha confirmado en todos los niveles de especialización, desde el
público general hasta la comunidad científica que publica en revistas académicas,
las cuales solamente cuentan con un 35% de artículos relacionados con plantas
(Gagliano, Ryan y Vieira, 2017, p. viii). A partir de estos resultados, Wandersee
y Schussler propusieron que la ceguera vegetal consiste en un sesgo cognitivo que
impide apreciar los rasgos distintivos de las plantas en términos biológicos o
estéticos, estimar su relevancia en las sociedades humanas y en el medio
ambiente e, incluso, en un sentido más básico, impide también percibirlas
sensorialmente como formas de vida animada y autónoma. La ceguera vegetal, tal
como sugirió Gabriel de Asís, tiene como resultado una concepción jerárquica de
las plantas: “(a) misguided anthropocentric ranking of plants as inferior to
animals and thus, as unworthy of consideration” (Wandersee y Schussler, 1999,
p. 84).[3]
El texto de Nervo y diversas
fuentes posteriores han especulado sobre las bases culturales, filosóficas e
incluso biológicas de la imposibilidad del ser humano para entender y apreciar
las plantas. De manera interesante, tanto la denominación de Nervo (rudos ojos
miopes) como la de Wandersee y Schussler (ceguera vegetal) tiene un componente visual
muy marcado que llama la atención al modo de funcionamiento del sistema
sensorial humano. La apariencia física y los procesos vitales de las plantas
despliegan ciertas características que exceden el sistema de percepción humano
e impiden que sean registradas con facilidad. Wandersee y Schussler (1999, pp.
85-86) formularon que la relativa homogeneidad de color, la continuidad en el
espacio, la carencia de rostros y de movimiento aparente son algunos rasgos
inherentes del mundo vegetal que no proporcionan información visual fácilmente
registrable por el ser humano, cuyo modo de procesar estímulos sensoriales tiende
a enfocarse en diferencias drásticas que alteran la regularidad visual. En
particular, la lentitud que caracteriza los movimientos de las plantas imposibilita
que el comportamiento vegetal sea percibido a simple vista, por lo que los científicos
han tenido que inventar, en el curso de la historia, distintas técnicas para hacer
evidente y estudiar la actividad vegetal (Mancuso y Viola, 2015, p. 39).[4] Además
de estos movimientos lentos que suceden al aire libre, el mundo vegetal esconde
a la vista humana un ámbito fundamental en su funcionamiento: el sistema de
raíces que se hunde debajo de la tierra en busca de nutrientes esenciales
(Calvo y Lawrence, 2022, pp. 33-34). La actividad de las raíces es tan intensa
y variada que algunos botánicos han establecido una comparación con el cerebro
de los animales, argumentando que el sistema radicular funciona como el centro
de procesamiento de información de las plantas (Baluska et. al., 2009, pp.
1121-1127).
El hecho de que el ser
humano, en su intento de comprender el modo de vida de las plantas, tiende a
establecer analogías con los animales sugiere una explicación adicional de la
ceguera vegetal. El personaje de Nervo, Gabriel de Asís, plantea: “El hombre es
un animal de analogías. Aquello que difiere de él carece de las propiedades de
la vida consciente (en su concepto)” (1921, p. 194). Nervo sugiere que, como
miembro del reino animal, el homo sapiens tiene un punto de vista
zoocentrista, es decir, posee un mayor grado de comprensión y valoración
intrínsecas de los organismos que pertenecen a su propio reino. En efecto, si
bien plantas y animales provienen de un ancestro común, las plantas divergieron
evolutivamente hace 500 millones de años y establecieron modos de existencia
radicalmente distintos del reino animal: en lugar del constante movimiento en
busca de otros seres vivos para alimentarse (heterotrofia), las plantas crearon
un modo de vida relativamente inmóvil, autosuficiente, que crea su propio
alimento a partir de elementos del medio ambiente (autotrofia). Debido a esta
primordial divergencia, los seres humanos en las sociedades occidentales han
estado más dispuestos a conceder un grado de sensibilidad y conciencia a las
especies animales, pues resulta más fácil establecer analogías con las
funciones y comportamientos humanos. En contraste, los procesos vitales del
mundo vegetal son tan ajenos desde un punto de vista zoocentrista que las
analogías con animales (como la comparación entre cerebro y sistema radicular) han
sido históricamente controversiales y menos habituales. De ahí que, según Nervo,
propiedades como la cognición o la inteligencia han sido atribuidas a las
plantas en muy raras ocasiones: “Como la flor no posee ojos iguales a los
nuestros, ni come como nosotros (salvo excepciones) cadáveres de animales, ni
pronuncia discursos, ni tiene vanidad, ni ha inventado, que sepamos, religión
alguna, fuera de esa divina religión del silencio y del éxtasis, no podemos
creer que piense” (p. 194). La diferencia radical de las plantas impide,
pues, su registro en las concepciones zoocentristas del ser humano.
Gabriel de Asís recurre a
la historia evolutiva del reino vegetal, aludida en el párrafo anterior, con el
objetivo de resaltar la injusticia de la ceguera vegetal y sus posibles
repercusiones para la humanidad. El conferencista propone un escenario ucrónico
que imagina qué hubiera pasado si las plantas hubieran tenido un sentido de orgullo
y superioridad como el que muestran los seres humanos. Debido a que la
evolución del homo sapiens es muy reciente en el tiempo geológico, anota
Nervo, las plantas ya habían adquirido un elevado grado de sofisticación cuando
aparecieron los primeros homínidos: “cuando vosotros erais unos peludos
pitecántropos erectos, ella [la rosa] poseía ya, de siglos atrás, todas las
aristocracias” (1921, p. 193). Entonces, agrega, es fácil imaginar que “pudo
haber aniquilado la planta al hombre en los ciclos prehistóricos” (p. 193) si hubiera
decidido ejercer su poder sobre los otros seres vivos como lo hacen los humanos.
Quizás las plantas debieron actuar de esa manera si querían asegurar su
bienestar en el planeta: “Debió comprender [la planta] que aquel mono feo y
maloliente iba a ser el enemigo jurado de sus especies… Pero no quiso hacerlo.
La flor no mata sino a los que buscan en su perfume nocturno un envenenamiento
misericordioso” (p. 193). Mediante este ejercicio ucrónico, Gabriel de Asís
enfatiza dos argumentos interconectados que propone en su conferencia: primero,
sugiere que el sentido de “aristocracia” o superioridad del ser humano sobre el
reino vegetal es infundado, porque las plantas tienen una historia evolutiva
mucho más extensa y han alcanzado un alto nivel de perfeccionamiento de sus
propias estrategias de vida; segundo, subraya que la incapacidad del ser humano
para ver y valorar las plantas pudo haber resultado en la aniquilación
de la humanidad si el mundo vegetal desplegara el mismo egoísmo especista de
los seres humanos.
De manera similar, el
final del cuento “Guillotinadas”, que no se incluye en el ensayo “El alma de
las plantas”, contiene una condenación irónica de la ceguera vegetal. Gabriel
de Asís utiliza en su conferencia la imagen de la flor cortada o “guillotinada”
como el símbolo de la incomprensión humana hacia las plantas: mientras que el
acto de ser cortada representa para la flor un suplicio y muerte segura, los
seres humanos consideran ese mismo acto una demostración de delicadeza y
sofisticación. La rosa cortada que adorna la vestimenta o es regalada como
emblema de amor encapsula el componente barbárico de la civilización occidental.
Obnubilados por sus propios afanes de refinamiento, los humanos son capaces de
prolongar el sufrimiento de las rosas al ponerlas en recipientes con agua para
que decoren las habitaciones: “La deliciosa, la maravillosa flor degollada
vive, pues (¡qué inefable tormento!), varias horas. Mas, a pesar del agua en
que están sumergidas sus arterias rotas, el agotamiento y la marchitez llegan
pronto” (Nervo, 1921, p. 195). La argumentación e imágenes sobrecogedoras de Gabriel
de Asís tienen un gran impacto y aceptación entre el público distinguido que lo
escucha atentamente. Sin embargo, el final del cuento enfatiza que la ceguera
vegetal, pese a los intentos de Gabriel de Asís por combatirla, está más internalizada
de lo que pensamos: “el conferencista tuvo un gran éxito, especialmente entre
las señoras que asistían a la conferencia, muchas de las cuales, entusiasmadas,
lo aclamaron a la salida, arrojándole puñados de flores de las que llevaban
prendidas en sus corpiños” (pp. 195-196). En otras palabras, en su afán de
mostrar empatía por el sufrimiento de las plantas, las señoras atormentaron más
a las flores que llevaban en su vestimenta, incapaces de ver que no contribuían
a la solución del problema.
El cuento de Nervo, sin duda, moviliza aquí un prejuicio
de género hacia las mujeres, quienes, en su opinión, son más susceptibles de dejarse
llevar por las falsas ideas de sofisticación humana. Estas señoras, sugiere el
autor, no son aptas para emplear su capacidad de razonamiento y llegar a una conclusión
racional sobre la sensibilidad de las plantas. Sugerencia problemática porque,
según ha sostenido Vanesa Miseres, “la botánica estaba comúnmente asociada al
público femenino” (2021, p. 31) en los países latinoamericanos durante el siglo
XIX. De manera específica, las mujeres aristocráticas —como las que
probablemente asistieron a la conferencia de Gabriel de Asís— recurrieron a la
botánica con el fin de descubrir “un lenguaje, una ciencia y una salida
artística para expresar su creatividad, los intereses y las capacidades
intelectuales dentro de las restricciones sociales que las confinaban a la
esfera doméstica” (Miseres, 2021, p. 29). El cuento de Nervo, por el contrario,
plantea que el interés femenino por las flores es un interés insustancial,
acaso enfocado en el aspecto decorativo de las flores, pero no dirigido a
entender profundamente la vida de las plantas. De este modo, el cuento de Nervo
contribuye a reforzar la división social de los géneros que atribuye la
capacidad de razonamiento y la disposición científica a los varones.
En contraste con la supuesta banalidad femenina, Gabriel
de Asís (y quizás los varones en general) basa su apreciación de las plantas en
un fundamento científico que se plantea en la segunda parte del ensayo “El alma
de las plantas”, no incluida en el cuento “Guillotinadas”. Nervo recurre a la
investigación botánica realizada por el polímata indio Jagadish Chandra Bose
(1858-1937) a principios del siglo XX, la cual constituye una contribución
pionera en los estudios sobre el comportamiento vegetal (Calvo y Lawrence, 2022,
pp. 93-97; Trewavas, 2014, pp. 260-262). Por medio del uso de máquinas
fabricadas por él mismo, Bose comprobó que los “mecanismos nerviosos” de las
plantas reaccionan cuando son afectadas por estímulos exteriores como el calor
o la electricidad, de un modo similar a como reaccionan los animales. Si bien
no tienen sistemas nerviosos como los concebimos usualmente (ramificaciones de
nervios que se conectan con la médula espinal y el cerebro), las plantas sí procesan
la información del medio ambiente por medio de señales eléctricas que se
transportan por medio del sistema vascular hacia las hojas o las raíces. En suma,
como afirma Nervo, “se ha visto claramente que las plantas no sólo están
dotadas de sensibilidad, sino que algunas de ellas la poseen en un grado tal,
que se aproximan a las formas inferiores de la vida animal” (1921, p. 195). De
tal modo, para Nervo es indispensable reconocer que “las plantas sienten el
dolor como nosotros lo sentimos […] Las plantas se asustan con los rumores de
la tempestad y son afectadas por todos los acontecimientos que obran sobre la
sensibilidad humana. Deben, pues, en consecuencia, ser consideradas como seres
animados” (p. 197).
Aunque se trataba de un campo de estudio prácticamente inexplorado
y controversial, la investigación de Bose tuvo cierto reconocimiento y propagación
durante la época de su publicación. En México fue recibida con curiosidad por
intelectuales interesados en la divulgación científica como Alfonso Reyes (1996,
p. 409) y José Vasconcelos, quien la empleó como base de su teoría filosófica
sobre la “ética botánica” (Quintana Navarrete, 2021, p. 77). Al igual que
Vasconcelos, Nervo consideraba que las repercusiones filosóficas de la
investigación de Bose eran trascendentales, porque comprobaban que no existían distancias
abismales entre las plantas y los animales (Quintana Navarrete, 2021, p. 77).
Según afirma Nervo: “Entre ellas [las plantas] y los animales, aun los de
especies superiores, no se encuentra la diferencia cualitativa que se admite
generalmente” (1921, pp. 196-197), debido a que las plantas muestran “algunos
fenómenos de la sensación y de la volición, que es lo que justamente hace que
se establezca una diferencia entre las fuerzas que regulan las funciones en la
vida vegetal y la vida animal” (pp. 197-198).
En otras palabras, para Nervo los experimentos de Bose
ponían de manifiesto que la vida vegetal orienta su interacción con el medio
ambiente mediante la ayuda de modos singulares de sensibilidad y
comportamiento. Si bien hasta cierto punto se pueden establecer analogías con
los animales, los “fenómenos de la sensación y de la volición” manifestados por
las plantas son soluciones únicas que surgen en el enfrentamiento entre la particular
forma de vida vegetal (caracterizado por la heterotrofia, relativa inmovilidad,
carencia de órganos especializados, etc.) y los problemas presentados por el
medio ambiente. En definitiva, sugiere Nervo, reconocer que las plantas son una
otredad (un modo de vida distinto, pero no cualitativamente inferior) constituye
un primer paso para contrarrestar la persistente ceguera vegetal que padece el
ser humano.
La misión vital de los árboles
De manera semejante al texto de Nervo, “Los árboles son sagrados” de
Tablada rechaza el menosprecio humano hacia la forma de vida de las plantas y
presenta argumentos botánicos que destacan la relevancia del mundo vegetal. Tablada
inicia con un llamado a que “cesen esas siniestras hecatombes de árboles que la
ignorancia y la imprevisión están consumando, sobre el suelo mexicano,
preparando así desgracias inmediatas y futuras catástrofes” (1921, p. 521). La
ignorancia y la imprevisión son, pues, componentes esenciales de la ceguera
vegetal que tienen repercusiones sumamente negativas para las sociedades
humanas y para el medio ambiente tanto en el presente como en el futuro. A
diferencia de Nervo, sin embargo, Tablada no especula sobre las causas
biológicas o filosóficas de la ceguera vegetal, más bien se enfoca en recalcar
la multitud de efectos positivos de lo que llama “el amor al árbol”. Estos
efectos van desde el aprovechamiento responsable de los múltiples usos
prácticos de las plantas hasta el equilibrio perdurable del clima y el medio
ambiente; además de que, apunta Tablada, “el árbol produce frutos, combustible,
material de construcción, resinas, tinturas, sustancias medicinales” (p. 522), la
contribución biológica del mundo vegetal es aún más decisiva, porque “jamás, en
ningún caso, podría el hombre prescindir del árbol y de la planta”, “ni los
mismos animales que se asocian al trabajo humano y cuyos despojos utiliza el
hombre, podrían vivir” (p. 521).
Tablada establece una comparación entre el reino vegetal
y el reino animal con el fin de enfatizar la dependencia del segundo en el
primero. Debido a su constitución fisiológica, los animales, afirma, “concurren
con sus productos fisiológicos a generar miasmas que inficionan el ambiente y
son un activo veneno para la vida animal, para la humana especialmente” (1921,
p. 522). Mientras que los animales contaminan y envenenan la vida a su
alrededor, “el árbol y la planta, por el contrario, tienen en su fisiología
misma una misión esencialmente purificadora y al absorber el aliento impuro y
mefítico del hombre le devuelven exactamente en aire respirable lo que para
sanearlo han absorbido y transmutado en su maravilloso alambique” (p. 522). Para
Tablada, no es solo que las plantas generan el elemento químico (el oxígeno)
esencial para el sostenimiento de todas las demás formas de vida en el planeta,
sino que, aún más importante, realizan esa actividad a partir de los desechos
químicos de los otros seres biológicos. La fotosíntesis es una forma prodigiosa
de transmutación de la materia: un sistema de “purificación” del aire que hace
posible la biósfera en su totalidad. Lo que Tablada denomina la “misión
vital y purificadora” (p. 522) de las plantas consiste, pues, en “la capacidad
de (re)crear la atmósfera” (Coccia, 2018, p. 45), es decir, la habilidad de “hacer
el mundo” (Coccia, 2018, p. 38) que habitamos.
Esta vocación de “hacer el mundo” que caracteriza a las
plantas queda resumida, según Tablada, en los beneficios ecológicos y
climatológicos que proporcionan los bosques arbolados:
Él [el árbol] es quien atempera los climas y regula el lento vuelo de las nubes sobre nuestras frentes y el apresurado curso de los ríos a nuestros pies. Él es quien con sus raigambres, divide el curso de los arroyos, dispersando en múltiples y suaves corrientes, el caudal amenazante de los ríos, consolidando bordes, construyendo diques subterráneos, librando a los poblados de las arrasantes inundaciones. Él es quien atrae a las nubes y las disemina y las deshace en lluvias benéficas, evitando así la furia concentrada de las trombas (1921, p. 522)
Tablada emplea una personificación de los árboles para resaltar cómo estos
agentes beneficiosos contribuyen a regular el clima y distribuir el curso de
los arroyos. Así pues, las secuelas de la deforestación indiscriminada incluyen
el clima extremoso, las inundaciones y las trombas que amenazan con destruir
las ciudades y poblados. Por ello Tablada propone una serie de medidas
destinadas a “compensar los destrozos forestales, cometidos durante el último
decenio” (p. 521) a través de la plantación de nuevos árboles y la educación de
las masas en lo que llama “el culto a esos pasivos y bienhechores organismos [los
árboles], mil veces más útiles y necesarios que todos los individuos del mundo
animal” (p. 521).
Las medidas propuestas por
Tablada, así como las ideas científicas en las que se sostienen, están en
consonancia con las teorías y esfuerzos conservacionistas que predominaron en
México a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Tablada muestra una total
aprobación (sin mencionarlo explícitamente) por el proyecto conservacionista
del ingeniero Miguel Ángel Quevedo (1862-1946), llamado “El apóstol del árbol”,
quien marcó decisivamente la relación entre el Estado mexicano y la naturaleza durante
el Porfiriato y la época posrevolucionaria. En la década de 1880, Quevedo estudió
ingeniería hidráulica en Francia y aprendió los principios de la hidrología
forestal. A su regreso a México, trabajó durante algunos años en una compañía hidroeléctrica
y pudo atestiguar de primera mano cómo la deforestación impedía la regulación
adecuada del ciclo hidrológico (Simonian, 1995, p. 68). La protección de los
bosques se convirtió en la mayor preocupación de Quevedo a principios del siglo
XX, cuando lideró la primera institución dedicada a la cuestión forestal en
México: la Junta Central de Bosques. Su labor de propaganda siguió teniendo efectos
notables en los gobiernos revolucionarios, tales como la instauración del primer
parque nacional (Desierto de Leones, 1917) y la formulación de la primera Ley
forestal (1923). De esta manera, Quevedo se convirtió en una figura esencial
para entender la incorporación de la conservación forestal en los debates
públicos y en la agenda política del Estado mexicano (Delgado, 2019, p. 101).
Las bases científicas de
las ideas de Quevedo, reproducidas por Tablada en su ensayo, se resumen en la
llamada teoría de la desecación (Mathews, 2011, p. 40). Esta teoría, si bien
tiene antecedentes en periodos anteriores, se transformó en un paradigma
aceptado en el siglo XIX y proporcionó argumentos científicos para la necesidad
de conservar los bosques en distintas naciones del mundo. Según el paradigma desecacionista,
el ecosistema de los bosques contribuye decisivamente a que el agua de lluvia
se incorpore de manera idónea a los mantos acuíferos, porque el suelo contiene
materia orgánica que funciona como una “esponja” que absorbe líquido lentamente
(Saberwal, 1998, p. 310). Esta absorción ayuda a regular los flujos de agua
que, sin la presencia de los bosques, correrían de manera súbita por las
pendientes de las montañas, provocando inundaciones en poblados cercanos. Una
vez que el suelo del bosque ha absorbido la lluvia, comienza más tarde un
proceso lento de expulsión de agua que mana del suelo y forma flujos moderados,
aun durante periodos sin precipitación. De tal modo, además de evitar las
inundaciones desastrosas, el bosque también contribuye a impedir las épocas de
sequía prolongada al asegurar flujos durante todo el año (Saberwal, 1998, pp. 310-311).
La continua presencia de agua favorece incluso a mantener un clima templado y
lluvias moderadas durante el año, impidiendo variaciones climatológicas
extremas que pueden tener repercusiones desastrosas. Así pues, según la teoría
desecacionista, el impacto de los bosques es crucial para mantener el
equilibrio climatológico e hidrológico y favorecer una correlación beneficiosa
con las sociedades humanas.
La labor de divulgación
ejercida por Quevedo logró que estas ideas científicas, formuladas durante la
segunda mitad del siglo XIX, se popularizaran y encontraran adeptos —como el
propio Tablada— entre la élite ilustrada de la capital mexicana.[5] El plan
conservacionista de Quevedo incluía la intervención del Estado en la custodia
de “reservas forestales” con base en un manejo científico de los bosques. Como
ha argumentado Andrew Mathews, el discurso de Quevedo en la década de 1920
establecía un contraste evidente entre el uso racional de los recursos forestales
—anclado en la teoría de la desecación— y el manejo “irracional” de los
bosques llevado a cabo por la población rural e indígena (Mathews, 2011, p.
41). Este supuesto uso incompetente e “ignorante” estaba basado en prácticas
tradicionales —como la quema de campos y zonas arboladas para regenerar el
suelo— que, en la perspectiva de Quevedo, resultaban irreconciliables con las
nociones científicas aceptadas y producían un impacto negativo en el medio
ambiente y en las sociedades.
La meta del Estado mexicano era, pues, según Quevedo,
convencer por medio de sanciones o propaganda a esta población ineducada para
que adoptaran los métodos racionales y modernos de relacionarse con el bosque. En
su ensayo, Tablada alude a este tipo de discurso cuando habla de la necesidad
de “sembrar en los rústicos espíritus la semilla del salvador
evangelio que preconiza la religión del árbol” (1921, p. 521, mi énfasis). La
“ignorancia y previsión” de estos “rústicos espíritus”, presumiblemente habitantes
rurales y de ascendencia indígena, constituía la principal causa de la
deforestación indiscriminada en el país. De ahí que, según Tablada —y
presumiblemente también para Nervo—, una de las tareas primordiales de la élite
intelectual era inculcar “el amor al árbol” a las masas ignorantes, una labor
que su propio ensayo busca realizar al publicarse en una revista de amplia
difusión como El Maestro.
Así,
en contraste con el texto de Nervo que explica la ceguera vegetal como un
prejuicio cognitivo humano, “Los árboles son sagrados” de Tablada atribuye el
menosprecio de las plantas a la falta de conocimientos de la población rural e
indígena. Los dos escritores parten de investigaciones botánicas de la época
para contrarrestar la persistente presencia de la ceguera vegetal y sus
consecuencias potencialmente catastróficas. Sin embargo, mientras que Nervo
recurre a la investigación de Bose para evidenciar la capacidad de sensibilidad
y agencia de las plantas, Tablada moviliza la teoría científica de la
desecación difundida por Quevedo con el objetivo de mostrar el papel crucial de
la vida vegetal en la relación armónica entre el medio ambiente y las
sociedades humanas. Además de estos argumentos científicos, como mostraré a
continuación, Nervo y Tablada buscaron demostrar que el mundo vegetal posee una
trascendencia espiritual o sagrada que debe ser reconocida.
La espiritualidad de las plantas
La generación del Modernismo
hispanoamericano, a la que pertenecen Nervo y Tablada —ambos nacieron alrededor
de 1870 y son casi contemporáneos de Rubén Darío—, ha sido estudiada como una
respuesta al proceso de autonomización del campo literario desencadenado por la
modernización capitalista a finales del siglo XIX. Mientras que en décadas
anteriores la escritura literaria constituía un espacio discursivo esencial
para la formulación de un “pueblo nacional” ligado a los nacientes Estados
latinoamericanos, a fines del siglo XIX esta función social de la literatura entró
en crisis debido a la falta de integración con las instituciones que tradicionalmente
le otorgaban legitimidad al discurso literario (el Estado y la Iglesia,
principalmente) (Ramos, 2021, p. 37). En estas nuevas condiciones históricas,
la escritura literaria debía instaurar un “lugar de enunciación específicamente
literario” (Ramos, 2021, p. 37), con estrategias discursivas renovadas que
aseguraran un nuevo sentido de relevancia social para la literatura en relación
con fenómenos como la política y la religiosidad. De este modo, las nuevas
condiciones históricas no implicaron un repliegue de lo literario respecto de la
política y la religiosidad, sino un ensanchamiento de esos discursos más allá
de sus límites socialmente aceptados y resguardados por la Iglesia católica y
el Estado. Esta situación implicó, por un lado, un cuestionamiento del peso social
de la religión católica institucionalizada y, al mismo tiempo, una búsqueda de
espiritualidades que resultaban heterodoxas en los contextos latinoamericanos. Mientras
que la Iglesia católica sancionaba un modelo estrecho de espiritualidad y la
modernización capitalista descartaba las experiencias religiosas en su proceso
de “desencantamiento del mundo” (Weber, 2004, p. 30), la escritura literaria
modernista se dio a la tarea de reanudar la espiritualidad del Romanticismo y
buscar nuevos sentidos de lo sagrado ante la secularización del mundo moderno.
Nervo y Tablada se
nutrieron de este ambiente de “neoespiritualismo” modernista (Gullón, 1971, pp.
46-48): mientras que la obra de Nervo muestra una mezcla contradictoria de
catolicismo escéptico, budismo, panteísmo y religión cientificista (Xirau,
2019, 199), la escritura de Tablada explora los discursos de la teosofía, el
cristianismo heterodoxo y ciertas filosofías orientalistas como el budismo Zen
(Chaves, 2013, pp. 143-148). Asimismo, retomando una perspectiva romántica de
la naturaleza, ambos poetas exploraron la idea de reconocer la divinidad en el
mundo natural: así como durante esta época existió una “transposición de lo
religioso al campo estético” para formular una “religión del arte” (Iriarte,
2015), también el fenómeno de lo sagrado fue atribuido a la naturaleza —específicamente,
al reino vegetal— para imaginar lo que Tablada bautiza “la religión del árbol”.
La noción de que el árbol es “sagrado” o “santo” (Tablada, 1921, p. 522)
subvertía tanto al dogma católico que distingue al Creador y sus creaturas,
como a la visión puramente instrumental de la naturaleza establecida por la
modernización capitalista. Para Tablada, rendir culto al árbol —que consideraba
“el venerable y silencioso sacerdote del bienestar humano” (p. 522)— es la base
de una nueva religión natural que promete una comunión del ser humano con su
propia humanidad y el medio ambiente. En este sentido, la deforestación
indiscriminada no solo amenaza con tener consecuencias desastrosas en la
sociedad, sino que también priva al ser humano de un sentido profundo de
espiritualidad que no necesita dogmas o iglesias. Se trata, en definitiva, de
una espiritualidad racionalista que no entra en conflicto con los conocimientos
científicos, sino que, como ya he demostrado, toma las investigaciones
botánicas como punto de partida para la concepción de un anhelo renovado de
religiosidad.
En la última parte de “El alma de las plantas”, Nervo
desarrolla una teorización sobre la relación intrínseca entre Dios, la
humanidad y la vida vegetal. Según el autor, Dios creó el universo e infundió
en cada uno de los seres, en diferentes grados de perfección, una “triple condición
de poder, saber y querer” (1921, p. 46). En otras palabras, todos los entes
orgánicos o inorgánicos poseen ciertas capacidades y conocimientos del mundo,
al mismo tiempo que comparten una misma aspiración a perfeccionarse siguiendo
el modelo de su Creador. “Toda cosa creada —sostiene Nervo— tiende hacia Dios y
quiere volver a él como a su principio, y perfección de cuanto existe” (p. 47).
De manera similar a Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2021, pp. 74-76), Nervo plantea
que los animales, las plantas e incluso la materia inorgánica demuestran un
“deseo de llegar a lo absoluto” (1921, p. 47) que los vincula íntimamente con
el anhelo religioso del ser humano. Apunta Nervo que el reino vegetal, más que
cualquier otra clase de seres, tiene ciertas características que ponen de
relieve la misión espiritual del universo: las flores con su “belleza
verdaderamente divina” (p. 48), los árboles “anteriores al hombre en el
planeta, sabedores de muchos secretos” (p. 48) y los bosques “con su alma
pacífica, hospitalaria y cordial” (p. 49) son los perfectos “símbolos de la
aspiración de la tierra obscura hacia el más allá” (p. 49).
Así pues, la humanidad debe aprender a reconocer y tomar
como inspiración la espiritualidad de las plantas, de tal modo que se construya,
afirma Nervo, una sensación profunda de fraternidad entre los seres humanos y
los vegetales: “En adelante, cuando paseemos por un jardín o por un bosque,
pensaremos que todos los árboles y todas las flores son nuestros hermanos, conscientes,
aunque mudos. Que de cada rama y de cada corola brota una oración indefinible
hacia Aquel a quien busca el universo entero” (1921, p. 48). Para el escritor,
el hecho de que el ser humano no está solo, sino que está acompañado por las
plantas y todos los demás seres en “la gran peregrinación hacia el Ideal” (p. 49),
debe provocar en la humanidad un “intenso consuelo” (p. 49) y una reafirmación
de sus ansias de reunirse con su Creador.
Tanto Nervo como Tablada consideran que el mundo moderno se
ha olvidado de ese sentido de comunión romántica o fraternidad espiritual con
la naturaleza, lo cual ha ocasionado una diversidad de males sociales,
ecológicos y espirituales que aquejan a la humanidad. En 1920, en el prólogo de
un libro de cocina vegetariana publicado por el naturista Antonio Blandina
Torres, Nervo sentencia que “la naturaleza y el hombre civilizado, ya no hablan
el mismo idioma” (1920, p. xi). El “alejamiento fatal” del mundo natural,
considera, es la “causa tal vez de todas nuestras tristezas, de todas nuestras
melancolías, de todos nuestros achaques y aun de toda nuestra incomprensión de
la vida” (p. xv). Era necesario, pues, “volver a la Naturaleza, como nos
predican muchos hombres de buena voluntad” (p. xv): reivindicar la multitud de
beneficios que surgen de la vinculación estrecha, espiritual del ser humano con
la naturaleza, en especial, con el reino vegetal. Lo anterior implica, para
Nervo y Tablada, un cambio radical de estilo de vida e incluso de alimentación:
comer exclusivamente plantas era considerado un modo de regresar a la
naturaleza y reestablecer la fraternidad con la vida vegetal. Tablada plantea
que “el ser humano puede a su vez, sustituir los elementos de su alimentación
animal con los productos vegetales, ganando en el cambio física y moralmente” (1921,
p. 521). De manera similar, en su prólogo al libro de cocina vegetariana, Nervo
sostiene que, así como “ese perpetuo devorar de cadáveres [animales] en mal o
buen estado, ha traído, al fin y a la postre, la tristeza al festín de la vida”
(1920, p. xvi), la dieta vegetariana puede curar las enfermedades crónicas y
reestablecer la salud plena, además de restituir la alegría de vivir en
contacto con la naturaleza, alejado de las superfluas costumbres modernas. En
consonancia con los prejuicios de género en “El alma de las plantas”, este libro
de cocina vegetariana sugiere de manera paternalista que el vegetarianismo
predicado por “hombres de buena voluntad” (varones) es un modo avanzado de “alimentación
racional” que la “abnegada mujer mexicana” debe encargarse de aprender e instituir
en los hogares de todo el país.
Defendido por Tablada, Nervo e incluso Vasconcelos
(Quintana Navarrete, 2021, p. 87), el vegetarianismo constituía entonces un aspecto
esencial de la fraternidad con el mundo vegetal que estos autores buscaban propagar
entre la población considerada “ignorante” (mujeres, campesinos, indígenas). Sin
embargo, es importante aclarar que, si bien constituye una creencia minoritaria
en las sociedades occidentales, la dimensión espiritual o sagrada de las
plantas ha sido reconocida por diversas cosmovisiones de pueblos indígenas
alrededor del mundo. Por ejemplo, los chamanes de los canela —grupo originario
de la selva amazónica— establecen relaciones y comunicación con los espíritus
de las plantas cultivables (Miller, 2019, pp. 207-210), mientras que los rarámuri
del norte de México organizan ceremonias religiosas alrededor del consumo de la
planta cactácea conocida como peyote o jículi (Bravo Ellis y Scheinvar, 1995, pp.
163-175). Históricamente, este tipo de relación espiritual con las plantas fue
rechazado como una creencia animista y primitiva, e incluso fue prohibida por
los Estados nacionales y la Iglesia católica. De este modo, Nervo y Tablada ni
se inspiraron en estas ancestrales cosmovisiones indígenas —como sí lo hacen
recientes estudios etnográficos y filosóficos enmarcados en los estudios
críticos de las plantas, tales como el trabajo de Miller (2019) y Hall (2011).
Más bien, es probable que Nervo y Tablada hayan arribado a la noción de la
espiritualidad de las plantas a través de una filosofía de corte panteísta u
orientalista.
Consideraciones finales
Los textos de Tablada y Nervo, junto con la teorización de “ética botánica”
de Vasconcelos (Quintana Navarrete, 2021), impugnaron a principios del siglo XX
la idea predominante de las plantas como seres simples, privados de todo tipo
de agencia e incapaces de tener una influencia significativa en el mundo.
Empleando un tono al mismo tiempo polémico y didáctico, Nervo y Tablada dieron
a conocer sus respectivos textos en géneros literarios (el ensayo) y medios de
publicación (como la revista El Maestro) que presumiblemente aseguraban
una mayor difusión de su proyecto de reivindicación de las plantas. Para llevar
a cabo esta operación crítica, primero analizaron las causas de la visión
parcial y limitante del reino vegetal: mientras que Nervo la atribuyó a
prejuicios cognitivos y culturales derivados de la historia evolutiva del homo
sapiens, Tablada hizo un diagnóstico anclado en la sociedad mexicana y sugirió
que la causa principal era la falta de conocimiento y cultura de las masas
campesinas. Posteriormente, apelaron a investigaciones botánicas de principios
del siglo XX con el objetivo de contrarrestar el menosprecio humano hacia la
vida vegetal: Nervo se basó en la investigación de Bose sobre la sensibilidad y
comportamiento de las plantas, mientras que Tablada recurrió a la teoría
divulgada por Quevedo sobre la relevancia climatológica e hidrológica de los
árboles. En conjunto, estas teorías científicas describen la amplia gama de actividades
y modos de relacionarse con el mundo que despliega el reino vegetal. Nervo y
Tablada emplearon esos argumentos científicos como base para proponer
finalmente un “reencantamiento” o “resacralización” del mundo natural, es
decir, un reconocimiento de la espiritualidad de las plantas y su relación
sagrada con el ser humano.
Es indispensable señalar que ambos autores proponen una
reivindicación científica y espiritual del reino vegetal que se construye sobre
la marginalización de otros saberes botánicos desarrollados por grupos sociales
subalternos, en particular las mujeres y las comunidades indígenas. Nervo
criticó la ceguera vegetal de la humanidad entera, pero atribuyó de manera
específica a las mujeres esta incapacidad de apreciar la sensibilidad de las
plantas. Por su parte, Quevedo asignó la culpa de la deforestación
indiscriminada a la población rural e indígena que hacía un manejo “irracional”
de los bosques. El reforzamiento de prejuicios raciales y de género impide
valorar de manera cuidadosa otras tradiciones de saberes botánicos que han
prosperado en la historia mexicana. Antes que tomar en serio el conocimiento
indígena y femenino sobre las plantas, Nervo y Tablada fundamentaron su
reivindicación del reino vegetal en el conocimiento científico, un saber
validado socialmente que no resultaba amenazante para las estructuras sociales
y políticas hegemónicas.
A pesar de sus puntos ciegos y contradicciones inherentes,
el pensamiento vegetal de Nervo y Tablada evidencia la aspiración de reconocer
y dejarse transformar por la dimensión social, ecológica y espiritual de las
plantas. Los textos analizados constituyen una respuesta a procesos sociales distintivos
de la modernidad —como la secularización del mundo, la visión instrumental de
la naturaleza y la crisis ecológica— que, lejos de desaparecer, se han consolidado
e intensificado desde la publicación de estos textos hace más de cien años. El cambio
climático causado por razones antropogénicas ha puesto en evidencia que la
organización socio-ecológica capitalista tiene un impacto notorio en los
sistemas químicos, biológicos y geológicos del planeta. Ante este contexto de
crisis medioambiental, un conjunto heterogéneo de acercamientos filosóficos,
culturales y científicos han puesto su atención en las plantas como una forma de
vida que ofrece al mismo tiempo una desestabilización del excepcionalismo
humano y un horizonte de nuevas prácticas y modos de pensamiento en respuesta a
los desafíos urgentes del presente. Los textos de Nervo y Tablada proporcionan,
en conjunto con una gran diversidad de otros saberes botánicos, la oportunidad
de formular nuevas maneras de pensar con las plantas, es decir, de enredar
nuestro pensamiento con las raíces y las hojas de las plantas para reimaginar
las categorías filosóficas, políticas y religiosas que han fundamentado las
sociedades occidentales. En la actualidad, tal como lo fue para Nervo y Tablada
a principios del siglo XX, el alma de las plantas invita a interrumpir nuestros
modos habituales de percepción y entendimiento para imaginar la posibilidad de
otros mundos más habitables.
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[1] Dartmouth College, Estados Unidos. ORCID: 0009-0001-5960-8040
Correo electrónico: jorge.i.quintana-navarrete@dartmouth.edu
Fecha de recepción: 09-04-2024
Fecha de aceptación: 22-10-2024
[2] Se puede considerar que “Guillotinadas” y
“El alma de las plantas” son dos versiones del mismo texto. La primera pertenece
al género del cuento literario debido a que incluye personajes y una trama
mínima. La segunda versión es una reescritura que elimina las características
narrativas (no hay personajes ni trama) y se asemeja más a un ensayo literario.
De manera interesante, “El alma de las plantas” fue publicado originalmente en
un libro de cuentos titulado Soledad: cuentos, lo cual sugiere que Nervo
trabajaba con una definición muy amplia de ese género narrativo. En este
artículo, analizo de manera conjunta las dos versiones, porque considero que cada
una contiene elementos significativos que contribuyen a mi argumento. En el
artículo cito y hago referencia a las Obras completas de Amado Nervo
compiladas por Alfonso Reyes, porque en ellas se incluyen las dos versiones del
texto estudiado.
[3] “Una clasificación antropocéntrica equivocada de las plantas como inferiores a los animales y, por tanto, indignas de consideración” (traducción propia).
[4] Durante la segunda mitad del siglo XIX, Charles Darwin desarrolló un ingenioso
método manual para registrar la variedad y magnitud de los movimientos de las
plantas trepadoras (Calvo y Lawrence, 2022, pp. 45-47). Más tarde, a finales
del mismo siglo, el botánico Wilhelm Pfeffer utilizó novedosas técnicas
cinematográficas para crear una película de cámara rápida (time-lapse movie)
que aceleraba y hacía visible el florecimiento de un tulipán y otros
movimientos vegetales (Mancuso, 2017, pp. 21-23).
[5] Un ejemplo de la formulación de estas ideas durante la segunda mitad del
siglo XX en México es el folleto Memoria sobre la utilidad de los bosques
(1873) del ingeniero Gabriel Hinojosa, el cual plantea la “influencia higiénica
y climatológica” de los bosques en un sentido muy similar a las nociones de
Quevedo. La antología Vivir para conservar. Tres momentos del pensamiento
ambiental mexicano, editada por Juan Humberto Urquiza García, recopila el
texto de Hinojosa, al igual que otras fuentes primarias pertinentes para este
tema.