N.º 22  |  ENE-JUN 2025  |  ISSN: 2448-4954

DOI: doi.org/10.25009/blj.i22.2786

 

NAVEGACIONES

Los estudios críticos de las plantas

 

Los estudios críticos de las plantas: aproximaciones desde las culturas de México y Centroamérica

Emily Hind[1]

Jorge Quintana Navarrete[2]

 

 

Pese a su crucial importancia en los ecosistemas y sociedades humanas, las plantas son seres vivos que históricamente han desempeñado un papel secundario en los intereses y objetivos predominantes de la ciencia, la filosofía y la cultura en Occidente. Como han argumentado Gagliano, Ryan y Vieira (2017) en un volumen clave para los estudios críticos de las plantas, las corrientes centrales de las ciencias biológicas modernas se han enfocado en estudiar la estructura, funcionamiento y comportamiento de los animales, considerados organismos complejos que comparten similitudes fundamentales con el ser humano. Este énfasis en el estudio científico de la zoología (denominado “ceguera vegetal” [Wandersee 1996]) ha provocado que los animales –y, por extensión, los seres humanos– sean elevados como paradigmas de lo que significa ser vivo, de tal manera que los demás organismos son comparados implícita o explícitamente con el modelo zoológico. Las plantas, según esta visión científica, “carecen” parcial o completamente de habilidades o funciones consideradas superiores (movimiento, percepción sensorial, comunicación, inteligencia, etc.) que serían exclusivas de los animales y, en un grado mayor, de los humanos.

Hoy en día, antes que hablar de “ceguera vegetal”, se propone más respeto para la gente con discapacidad visual, debido a su capacidad en potencia para relacionarse con las plantas, y se sugiere un término menos sesgado hacia la discapacidad: plant awareness disparity, o la conciencia dispareja de las plantas (Parsley, 2020). La tradición de discriminar contra las plantas se relaciona con otras discriminaciones, evidentemente. Jennifer Schell (2016, p. 117) explica que durante el siglo XIX se rechazó el lamento de una olvidada escritora estadounidense de apellido Higginson, quien se quejó de la ausencia de una sociedad cuidadora de plantas, porque la retórica de la pensadora supuestamente pecaba de sentimental en lugar de científica. Debido a este prejuicio, no se fundó una sociedad protectora de las plantas en el siglo XIX, a pesar de existir algunas organizaciones para el bienestar de los animales. En el siglo XXI, se toma más en serio el recurso de ese mismo estilo sentimental, ahora empleado por autores varones como Anthony Trewavas, quien publicó Plant Behavior and Intelligence en 2014 (Schell, 2016, pp. 121-122). Resulta obvio, entonces, que ciertos prejuicios y estructuras sociales de opresión han moldeado el conocimiento científico en torno a las plantas, de tal modo que la cultura occidental se ha resistido a través de los siglos a ver lo vegetal en sus propios términos.

Claro, si utilizamos otra visión, la de la agricultura, es probable que la tasa de percepción de las plantas se aumenta, aunque queda la pregunta en torno al respeto. ¿Qué es lo que se ve cuando se contempla un campo de monocultivo cuidado por máquinas a escala gigantesca? ¿Ver las plantas a través de las tecnologías de la Revolución Verde, desarrollada precisamente en México a mediados del siglo XX, a favor de una producción masiva basada en el petróleo y otras prácticas insustentables, es realmente ver las plantas? O más bien, bajo esa visión utilitaria, ¿la planta se clasifica como una máquina u otro engranaje dentro de las ruedas? La diferencia entre la botánica y la agricultura tal vez lleva a la gente estudiosa de las plantas dentro de las humanidades ambientales a permanecer del lado botánico, donde a veces se ven las plantas y a veces no, en lugar de concebirlas como engranajes serviles e infinitamente manipulables.

Hasta el día de hoy, el enfoque botánico predominante se apoya en una larga tradición cultural y filosófica que se podría remontar hasta la historia bíblica que asigna una barca a los animales y relega a las plantas a su suerte ante el diluvio universal (Hallé, 1999). En consonancia con este desdén hacia lo vegetal, la tradición filosófica ha mantenido que las plantas poseen mínimas funciones vitales (llamadas “funciones vegetativas” hasta nuestros días) que las distinguen tanto del “bajo” mundo inorgánico como de los organismos “superiores”. Inaugurada quizás en la Grecia antigua con la obra de Aristóteles y reforzada en la noción medieval de la “gran cadena de los seres”, esta concepción ontológica ha preservado buena parte de su influencia en la época moderna a través de la separación tajante entre Naturaleza y Cultura, la cual establece una relación jerárquica entre el ámbito humano y el orden natural (Haraway, 2003). Según esta concepción, el entorno humano se caracteriza por atributos como el lenguaje, la razón y el espíritu, mientras que el orden natural se define por la primacía de la materia carente de cualidades racionales o espirituales. Esta visión antropocéntrica, así como ha rechazado la retórica supuestamente sentimental de las mujeres, también ha marginalizado cosmovisiones indígenas consideradas “animistas” (Hall, 2011) que atribuyen mayor agencia y espiritualidad a las plantas.

Al mismo tiempo, esta concepción filosófica dominante ha fundamentado gran parte de la tradición literaria y artística occidental, la cual se ha centrado, principalmente, en presentar las plantas como símbolos de contenidos filosóficos y estéticos o como elementos integrales del paisaje en donde se desarrollan dramas humanos (Gagliano, Ryan y Vieira, 2017). De este modo, la tradición artística y literaria occidental ha contribuido también, al igual que la mayoría de los acercamientos científicos, filosóficos o religiosos, a la conceptualización antropocéntrica de las plantas como formas de vida que “carecen” de atributos superiores y, por lo tanto, están al servicio de intereses humanos o merecen una menor consideración. Por cierto, estas ideas siempre han encontrado algún grado de refutación fácil de identificar, si no entre la literatura tradicionalmente respetada por la academia, entonces sí entre los llamados géneros menores, como la ficción especulativa (Meeker y Szabari, 2019) o la literatura oral e infantojuvenil, como se debate en el volumen editado por Duckworth y Guanio-Uluru (2022).

La tendencia de sorprenderse de nuevo por la existencia de las plantas como seres dignos en sí ha prosperado en años recientes. Algunas novelas contemporáneas que incluso en los títulos registran las plantas incluyen: Autobiografía del algodón (2020) de la mexicana Cristina Rivera Garza, La mirada de las plantas (2022) del boliviano Edmundo Paz Soldán y Soñar como sueñan los árboles (2024) de Brenda Lozano, también mexicana. Y esta lista armada al vuelo no incluye la literatura considerable en lenguas indígenas que por fin encuentra más interés entre los públicos académicos humanistas. El ejemplo estelar de esta perspectiva indígena dentro de los bestsellers anglófonos es sin duda Braiding Sweetgrass (2013) de Robin Wall Kimmerer, estadounidense y ciudadana de la nación potawatomi. A lo largo de más de 380 páginas escritas casi totalmente en inglés, la autora habla del uso que sus ancestres hacían de las plantas, de las herencias que todavía le quedan como persona más o menos monolingüe y de las recompensas intelectuales y espirituales de recuperar esas prácticas indígenas. El lamento de Kimmerer sobre la pobreza de la actitud botánica comunicada en inglés durante las primeras décadas de su vida y su correspondiente orgullo hacia las discrepantes costumbres indígenas vendió más de dos millones de ejemplares y se ha traducido a más de veinte idiomas, según la propia editorial (Milkweed Editions).

Así pues, si bien siempre han existido voces disidentes, la conceptualización dominante de las plantas ha empezado a recibir en años recientes no solamente mayores críticas y disputas desde distintas disciplinas científicas, filosóficas y culturales, sino también un público general cada vez más grande que ha dado fama a otros intérpretes que no dudan en acercarse al antropomorfismo. Solo es necesario mencionar dos bestsellers escritos por hombres que, por lo visto, saben manejar sabiamente la retórica del sentimentalismo: The Hidden Life of Trees (2015) de Peter Wohlleben, originalmente escrito en alemán; y The Botany of Desire (2001) del estadounidense Michael Pollan, este último citado en Autobiografía del algodón de Rivera Garza (2020, p. 260). Los libros de Wohlleben y Pollan, desde sus respectivos subtítulos, se prometen revelar la perspectiva de una planta. Si consideramos la temprana fecha del libro de Pollan, comprendemos que el trabajo circulado entre un público no académico anticipa, en cierto sentido de popularidad, el que se desarrollará unos quince o veinte años después entre un público más especializado en las ciencias y humanidades.

Con base en trabajo tanto académico como divulgativo, entonces, se ha consolidado un campo interdisciplinario llamado estudios críticos de las plantas (Critical Plant Studies), el cual reúne investigaciones realizadas primordialmente en las academias estadounidense y europeas, pero que circula a través de todo el mundo. Del lado académico vale notar que los estudios científicos de Stefano Mancuso (2015, 2017), Monica Gagliano (2017) y Paco Calvo (2022) han analizado los complejos procesos de percepción, cognición, comunicación e inteligencia que muestran las diversas especies vegetales en su interacción con la información que proveen otros miembros de su especie, el medio ambiente y los animales. De manera análoga, los escritos filosóficos de Luce Irigaray (2016), Emanuele Coccia (2019) y Michael Marder (2013) han meditado sobre la ontología de las plantas con el fin de atisbar qué significa existir en el mundo desde la perspectiva de una planta y cómo podemos reimaginar las estructuras antropocéntricas que dominan el pensamiento occidental. Por su parte, las investigaciones en las humanidades y ciencias sociales de Patrícia Vieira (2015), Lesley Wylie (2020), Emily Hind (2022), Jorge Quintana Navarrete (2021), Juan R. Duchesne Winter (2019) y Eduardo Kohn (2013) han reflexionado sobre las poéticas de las plantas en la literatura y sobre las intrincadas interacciones entre los lenguajes del ser humano y de la planta, entendidos como dos seres que producen significación a través de signos ya sea lingüísticos o no lingüísticos. Las contribuciones etnográficas de Theresa Miller (2019), Kristina Lyons (2020) y Micha Rahder (2020) han revelado cómo diversas comunidades indígenas en Latinoamérica establecen comunidades multiespecie con las plantas a su alrededor por medio de una apreciación de las formas botánicas de expresión, afecto y espiritualidad.

Además, queda por incluir en esta lista algunos estudios que quizás no se clasificarían en primer lugar entre las contribuciones a los estudios de las plantas, pero que registran realidades sociales importantes al respecto. Por ejemplo, los estudios de la inequidad radical en cuanto a la distribución de acceso a las plantas vienen al caso dentro de esa categoría. Tal ejemplo se encuentra en el libro de Hugo Cerón-Anaya (2019) sobre el elitismo de los campos de golf en México, un juego practicado por el 0.00013% de la población de la Ciudad de México. Estos campos y sus pastos verdes se protegen de manera tan eficaz en la capital que el autor mismo desconocía la existencia de uno de esos clubes con sus dieciocho hoyos y respectivas colinas y árboles, a pesar de su familiaridad con la estación de metro ubicada afuera. De la misma manera, vale la pena recordar que la Revolución Verde comenzó en México y que los monocultivos tal vez no se mencionan en los estudios de las plantas por el silencio impuesto sobre esas plantas forzadas a crecer sin un contexto rico en biodiversidad y saturadas con fertilizantes manufacturados con base de combustibles fósiles. Algunas críticas han intentado releer la obra de escritores como Juan Rulfo a través de una mirada nueva sobre lo “verde” de esa Revolución: por ejemplo, el capítulo de Victoria Saramago (2020) sobre Pedro Páramo y la fotografía rural de Rulfo, y el artículo de Kerstin Oloff (2016) sobre la misma novela y el supuesto milagro de combinar las plantas con el petróleo realizado a mediados del siglo XX. La excelente historia de Tore C. Olsson (2017) de las raíces de la Revolución Verde tampoco se entendería necesariamente como un libro fundamental en los estudios de las plantas; no obstante, tal como la contribución de Cerón-Anaya, sería difícil concebir el arreglo social en torno a las plantas en países como México sin saber la información impartida en esa investigación tan útil, que además hace eco coherente con el mencionado estudio híbrido entre ficción e historia de Rivera Garza, Autobiografía del algodón.

Los artículos contenidos en este número especial de Balajú sobre plantas en México y Centroamérica dialogan de manera sostenida con este reciente corpus de reflexión y extienden algunas de sus preocupaciones a nuevos terrenos. Primero, “‘Anotar con cuidado’: una crítica del lenguaje botánico desde la ecopoesía” de Regina Pieck analiza dos obras contemporáneas con temas ecológicos: El sueño de toda célula (2018) de la poeta mexicana Maricela Guerrero y How Long She'll Last in This World (2006) de la poeta chicana María Meléndez, estableciendo paralelos con el Códice de la Cruz Badiano, escrito en 1552 por intelectuales nahuas. El artículo examina cómo estas obras imaginan modos alternativos de relacionarse con las plantas que subvierten lo que Pieck, siguiendo a Maricela Guerrero, denomina el lenguaje del imperio, es decir, las gramáticas hegemónicas para referirse a la vida vegetal. Este lenguaje del imperio “regido por los criterios de eficiencia, competencia y acumulación” ha tenido en sus diversas manifestaciones (por ejemplo, los códigos legales, la ciencia botánica o las actividades económicas) la intención instrumental de controlar, optimizar y extraer valor de las plantas. En contraste, en un intento de desestabilizar las concepciones antropocéntricas y colonialistas perdurables aún en nuestra relación con las plantas, las obras de Guerrero y Meléndez ponen en práctica estrategias como el lenguaje poético, el spanglish y el conocimiento ancestral/indígena. Estas estrategias representan formas de “escribir desde la perspectiva de lo no humano” que establecen una relación horizontal y cercana con las plantas con base en el respeto y el cuidado.

             En “Magnetismo vegetal en Ipusik’al Matye’lum / Corazón de Selva de Juana Karen”, Emily Celeste Vázquez Enríquez continúa con el estudio de la relación fructífera entre el lenguaje poético y los conocimientos botánicos indígenas. Vázquez Enríquez sostiene que la colección de poemas (2013) de la escritora ch’ol Juana Karen [Peñate Montejo], al igual que otros productos culturales como la película Ixcanul (2015) del director guatemalteco Jayro Bustamante, representa la relación física y a veces erótica entre las mujeres y la vegetación de la Selva Norte, ubicada en las fronteras de Belice, Guatemala y México (Chiapas). Esta zona fronteriza, hogar de un ecosistema selvático diverso y de numerosas comunidades indígenas, está amenazada constantemente por industrias extractivas, caza ilegal de especies biológicas y contrabando de personas. Sin embargo, Vázquez Enríquez sugiere que la obra de Juana Karen no se enfoca en esas problemáticas sociales que abundan en las representaciones culturales; busca mostrar más bien cómo la conexión cercana entre seres humanos y vegetales puede emanciparse de los marcos capitalistas y colonialistas que dominan la región. En consonancia con la poesía de Guerrero analizada por Regina Pieck, los poemas de Juana Karen ponen en escena los modos en que la vegetación ejerce una fuerza gravitacional que atrae sensorial y afectivamente a los cuerpos y hace posible “una ética de cuidado y reciprocidad entre entes humanos y no humanos”.

Por su parte, en “El veget-alfabetismo en Supernaturalia de Norma Muñoz Ledo, Restauración de Ave Barrera y Desierto sonoro de Valeria Luiselli”, Emily Hind propone el concepto de “veget-alfabetismo” para reflexionar sobre las causas de la falta generalizada de interés y conocimiento básico sobre las plantas. Hind examina una amplia gama de manifestaciones culturales mexicanas para concluir que el dominio del petróleo en la cultura mexicana oculta o impide reconocer las enseñanzas botánicas sobre la inteligencia de las plantas que ya existían en el conocimiento indígena, en ciertos relatos orales recogidos por Norma Muñoz Ledo y desde luego en dos novelas (2019) de crítica social, una de Ave Barrera y otra de Valeria Luiselli. Si el folclore tiende a animar un discurso hilozoístico, como se percibe en Supernaturalia, un discurso más bien parabólico se lee en Restauración y Desierto sonoro. Estos últimos apuestan por un materialismo más hueco y representa a los privilegiados personajes veget-alfabetizados como buenas víctimas o, en el mejor de los casos, solo temporalmente funcionales fuera del automóvil. La lucha contemporánea por poner la atención sobre las plantas enfrenta un olvido perpetuamente en proceso, al juzgar del carácter universal de las lecciones básicas de fotosíntesis impartidas en la primaria, desde el primer grado. Es difícil asimilar la importancia de las plantas en un país altamente "petro-alfabetizado" como México, en donde el petróleo ha jugado y sigue jugando un papel primordial en términos económicos, políticos e incluso simbólicos.

Lo que Hind denomina el constante “encuentro perdido” con las plantas es también el tema de análisis de “El alma de las plantas: espiritualidad y botánica en textos de Amado Nervo y José Juan Tablada” de Jorge Quintana Navarrete. Este artículo estudia dos ensayos pioneros en la cultura mexicana, “El alma de las plantas” (1919) de Amado Nervo y “Los árboles son sagrados” (1921) de José Juan Tablada, los cuales tienen en común una crítica de la “ceguera vegetal” que ha dominado en la tradición occidental. Quintana Navarrete sostiene que el objetivo último de los ensayos de Nervo y Tablada es revalorizar la inteligencia de las plantas y afirmar su dimensión espiritual o sagrada. Para lograr este propósito, Nervo y Tablada no recurren al conocimiento indígena, como lo hacen las escritoras analizadas por Regina Pieck y Emily Celeste Vázquez Enríquez, sino que retoman investigaciones de la botánica occidental como los estudios del científico indio Jagadish Chandra Bose. Del mismo modo, Quintana Navarrete muestra que Nervo y Tablada se nutren del ambiente “neoespiritualista” de principios del siglo XX con el fin de proponer una religión natural basada en el sentimiento de fraternidad espiritual con las plantas y la naturaleza entera.  

Por último, “La eco-teología en el proyecto poético de Ernesto Cardenal” de Rebecca Janzen continúa el estudio de la interrelación entre plantas y religión/espiritualidad por medio del examen del proyecto teológico y la escritura poética de Ernesto Cardenal. Este escritor y sacerdote nicaragüense combinó el compromiso político hacia la revolución sandinista y la adhesión a la teología de la liberación, además de publicar importantes obras poéticas y fundar una comunidad alternativa en la isla de Solentiname. Janzen afirma que la poesía escrita por Cardenal y por los miembros de la comunidad en Solentiname contiene imágenes de la interrelación inextricable entre los seres humanos, las plantas y los demás seres. Mientras que Cántico cósmico (1989) de Cardenal representa con matices científicos y místico-religiosos el papel esencial de las plantas en la formación del mundo, la poesía escrita por los campesinos solentinameños enfatiza la centralidad de las plantas y animales en la vida cotidiana de la comunidad. Partiendo de los planteamientos de la eco-teología de la liberación, Janzen argumenta que estos poemas sugieren la importancia de “una transformación universal necesaria y urgente” basada en la liberación política y espiritual del mundo entero, incluyendo las plantas y todos los seres.

En conjunto, los artículos contenidos en este número ofrecen argumentos para criticar la visión antropocéntrica y/o instrumental de las plantas que ha prevalecido en la tradición occidental científica, filosófica, religiosa y artística. Partiendo de epistemologías indígenas o planteamientos marginales en el ámbito científico o religioso, la imagen de las plantas que emerge de este número especial destaca las capacidades sensoriales y expresivas de las plantas, así como su disposición para establecer alianzas interdependientes con seres humanos y no humanos. La tarea urgente consiste, quizás, en reconocer esas capacidades vegetales y aprender a aliarse con ellas para desestabilizar los marcos antropocéntricos que siguen empobreciendo nuestra visión del mundo.   

 

Referencias

Calvo, P. y Lawrence, N. (2022). Planta Sapiens: The New Science of Plant Intelligence. Nueva York: W.W. Norton & Company.

Cerón-Anaya, H. (2019). Privilege at Play: Class, Race, Gender and Golf in Mexico. Oxford: Oxford University Press.

Coccia, E. (2019). The Life of Plants: A Metaphysics of Mixture. Traducido por D. J.

Montanari. Cambridge y Oxford: Polity Press.

Duchesne Winter, J. R. (2019). Plant Theory in Amazonian Literature. Londres: Palgrave Macmillan.

Duckworth, M. y Guanio-Uluru, L., eds. (2022). Plants in Children’s and Young Adult Literature. Londres: Routledge.

Gagliano, M., Ryan, J., y Vieira, P. (2017). The Language of Plants: Science, Philosophy,

Literature. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Hall, M. (2011). Plants as Persons: A Philosophical Botany. Albany: SUNY Press.

Hallé, F. (2002). In Praise of Plants. Portland, OR: Timber Press.

Haraway, D. (2003). The Companion Species Manifesto. Chicago: University of Chicago Press.

Hind, E. (2022). Las plantas en el cine mexicano: ¿desastre ecológico o remedio visual?

Conversación con la diseñadora de arte Brigitte Broch sobre Solo con tu pareja (1991),

Sexo, pudor y lágrimas (1999) y Amores perros (2000). Balajú. Revista de cultura y comunicación de la Universidad Veracruzana, 17, 102-112.

Irigaray, L. y Marder, M. (2016). Through Vegetal Being: Two Philosophical Perspectives.

Nueva York: Columbia University Press.

Kimmerer, R. W. (2013). Braiding Sweetgrass: Indigenous Wisdom, Scientific Knowledge and the Teachings of Plants. Minneapolis: Milkweed Editions.

Kohn, E. (2013). How Forests Think: Toward an Anthropology Beyond. Berkeley: University of California Press.

Lyons, K. (2020). Vital Decomposition: Soil Practitioners and Life Politics. Durham y Londres: Duke University Press.

Mancuso, S. y Viola, A. (2015). Brilliant Green: The Surprising History and Science of Plant Intelligence. Washington, D. C.: Island Press.

Mancuso, S. (2017). The Revolutionary Genius of Plants: A New Understanding of Plant Intelligence and Behavior. Nueva York: Atria Books.

Marder, M. (2013). Plant Thinking: A Philosophy of Vegetal Life. Nueva York: Columbia University Press.

Meeker, N., Szabari, A. (2019). Radical Botany: Plants and Speculative Fiction. Nueva York: Fordham University Press.

Milkweed Editions (s/f). Braiding Sweetgrass. Consultado 29 marzo de 2024. https://milkweed.org/braiding-sweetgrass#:~:text=Join%20us%20in%20celebrating%20the,for%20the%20last%20three%20years.

Miller, T. (2019). Plant Kin: A Multispecies Ethnography in Indigenous Brazil. Austin: University of Texas Press.

Oloff, K. (2016). The ‘Monstruous Head’ and the ‘Mouth of Hell’: The Gothic Ecologies of the ‘Mexican Miracle’. En M. Anderson y Z. M. Bora (eds). Ecological Crisis and Cultural Representation in Latin America: Ecocritical Perspectives on Art, Film, and Literature. (pp. 79-98). Lanham, MD: Lexington Books.

Olsson, T. C. (2017). Agrarian Crossings: Reformers and the Remaking of the US and Mexican Countryside. Princeton: Princeton University Press.

Parsley, K. M. (2020). Plant Awareness Disparity: A Case for Renaming Plant Blindness. Plants People Planet, 2 (6), 598-601.

Pollan, M. (2001). The Botany of Desire: A Plant’s-Eye View of the World. Nueva York: Random House.

Quintana Navarrete, J. (2021). José Vasconcelos’s Plant Theory: The Life of Plants, Botanical Ethics, and the Cosmic Race. Hispanic Review, 89 (1), 69-92.

Rahder, M. (2020). An Ecology of Knowledges: Fear, Love, and Technoscience in Guatemalan Forest Conservation. Durham y Londres: Duke University Press.

Saramago, V. (2020). Fictional Environments: Mimesis, Deforestation, and Development in Latin America. Evanston, IL: Northwestern University Press.

Schell, J. (2016). Preserving Plants in an Era of Extinction: Sentimental and Scientific Discourse in Mary Thacher Higginson’s ‘A Dying Race’. En P. Vieira, M. Gagliano y J. Ryan (eds.), The Green Thread: Dialogues with the Vegetal World (pp. 109-127). Lanham, MD: Lexington Books.

Trewavas, A. (2014). Plant Behaviour and Intelligence. Oxford: Oxford University Press.

Vieira, P. (2015). Phytographia: Literature as Plant Writing. Environmental Philosophy, 12 (5), 205-220.

Wandersee, J., y Schussler, E. (1999). Plant Blindness. The American Biology Teacher, 61 (2), 84-86.

Wohlleben, P. (2015). The Hidden Life of Trees: What They Feel, How They Communicate. Vancouver: Greystone Books.

Wylie, L. (2020). The Poetics of Plants in Spanish American Literature. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press.

 

 



[1] Universidad de Florida, Estados Unidos. ORCID: 0000-0003-3244-3669

Correo electrónico: ehind@ufl.edu

[2] Dartmouth College, Estados Unidos. ORCID: 0009-0001-5960-8040

Correo electrónico: jorge.i.quintana-navarrete@dartmouth.edu