N.º 22 | ENE-JUN 2025 | ISSN: 2448-4954
DOI: doi.org/10.25009/blj.i22.2786
NAVEGACIONES
Los estudios críticos de las plantas
Los estudios críticos de
las plantas: aproximaciones desde las culturas de México y Centroamérica
Emily Hind[1]
Jorge Quintana Navarrete[2]
Pese a su crucial importancia en los ecosistemas y sociedades humanas, las
plantas son seres vivos que históricamente han desempeñado un papel secundario
en los intereses y objetivos predominantes de la ciencia, la filosofía y la cultura
en Occidente. Como han argumentado Gagliano, Ryan y Vieira (2017) en un volumen
clave para los estudios críticos de las plantas, las corrientes centrales de
las ciencias biológicas modernas se han enfocado en estudiar la estructura,
funcionamiento y comportamiento de los animales, considerados organismos
complejos que comparten similitudes fundamentales con el ser humano. Este
énfasis en el estudio científico de la zoología (denominado “ceguera vegetal” [Wandersee
1996]) ha provocado que los animales –y, por extensión, los seres humanos– sean
elevados como paradigmas de lo que significa ser vivo, de tal manera que los
demás organismos son comparados implícita o explícitamente con el modelo
zoológico. Las plantas, según esta visión científica, “carecen” parcial o
completamente de habilidades o funciones consideradas superiores (movimiento,
percepción sensorial, comunicación, inteligencia, etc.) que serían exclusivas
de los animales y, en un grado mayor, de los humanos.
Hoy en día, antes que hablar de “ceguera vegetal”, se
propone más respeto para la gente con discapacidad visual, debido a su
capacidad en potencia para relacionarse con las plantas, y se sugiere un
término menos sesgado hacia la discapacidad: plant awareness disparity,
o la conciencia dispareja de las plantas (Parsley, 2020). La tradición de
discriminar contra las plantas se relaciona con otras discriminaciones,
evidentemente. Jennifer Schell (2016, p. 117) explica que durante el siglo XIX
se rechazó el lamento de una olvidada escritora estadounidense de apellido
Higginson, quien se quejó de la ausencia de una sociedad cuidadora de plantas,
porque la retórica de la pensadora supuestamente pecaba de sentimental en lugar
de científica. Debido a este prejuicio, no se fundó una sociedad protectora de
las plantas en el siglo XIX, a pesar de existir algunas organizaciones para el
bienestar de los animales. En el siglo XXI, se toma más en serio el recurso de
ese mismo estilo sentimental, ahora empleado por autores varones como Anthony
Trewavas, quien publicó Plant Behavior and Intelligence en 2014 (Schell,
2016, pp. 121-122). Resulta obvio, entonces, que ciertos prejuicios y
estructuras sociales de opresión han moldeado el conocimiento científico en
torno a las plantas, de tal modo que la cultura occidental se ha resistido a
través de los siglos a ver lo vegetal en sus propios términos.
Claro, si utilizamos otra visión, la de la agricultura, es
probable que la tasa de percepción de las plantas se aumenta, aunque queda la
pregunta en torno al respeto. ¿Qué es lo que se ve cuando se contempla un campo
de monocultivo cuidado por máquinas a escala gigantesca? ¿Ver las plantas a
través de las tecnologías de la Revolución Verde, desarrollada precisamente en
México a mediados del siglo XX, a favor de una producción masiva basada en el
petróleo y otras prácticas insustentables, es realmente ver las plantas?
O más bien, bajo esa visión utilitaria, ¿la planta se clasifica como una
máquina u otro engranaje dentro de las ruedas? La diferencia entre la botánica
y la agricultura tal vez lleva a la gente estudiosa de las plantas dentro de
las humanidades ambientales a permanecer del lado botánico, donde a veces se
ven las plantas y a veces no, en lugar de concebirlas como engranajes serviles
e infinitamente manipulables.
Hasta el día de hoy, el enfoque botánico predominante se apoya
en una larga tradición cultural y filosófica que se podría remontar hasta la
historia bíblica que asigna una barca a los animales y relega a las plantas a
su suerte ante el diluvio universal (Hallé, 1999). En consonancia con este
desdén hacia lo vegetal, la tradición filosófica ha mantenido que las plantas
poseen mínimas funciones vitales (llamadas “funciones vegetativas” hasta nuestros
días) que las distinguen tanto del “bajo” mundo inorgánico como de los
organismos “superiores”. Inaugurada quizás en la Grecia antigua con la obra de
Aristóteles y reforzada en la noción medieval de la “gran cadena de los seres”,
esta concepción ontológica ha preservado buena parte de su influencia en la
época moderna a través de la separación tajante entre Naturaleza y Cultura, la
cual establece una relación jerárquica entre el ámbito humano y el orden
natural (Haraway, 2003). Según esta concepción, el entorno humano se
caracteriza por atributos como el lenguaje, la razón y el espíritu, mientras
que el orden natural se define por la primacía de la materia carente de
cualidades racionales o espirituales. Esta visión antropocéntrica, así como ha
rechazado la retórica supuestamente sentimental de las mujeres, también ha
marginalizado cosmovisiones indígenas consideradas “animistas” (Hall, 2011) que
atribuyen mayor agencia y espiritualidad a las plantas.
Al mismo tiempo, esta concepción filosófica dominante ha
fundamentado gran parte de la tradición literaria y artística occidental, la
cual se ha centrado, principalmente, en presentar las plantas como símbolos de
contenidos filosóficos y estéticos o como elementos integrales del paisaje en
donde se desarrollan dramas humanos (Gagliano, Ryan y Vieira, 2017). De este
modo, la tradición artística y literaria occidental ha contribuido también, al
igual que la mayoría de los acercamientos científicos, filosóficos o religiosos,
a la conceptualización antropocéntrica de las plantas como formas de vida que
“carecen” de atributos superiores y, por lo tanto, están al servicio de
intereses humanos o merecen una menor consideración. Por cierto, estas ideas siempre
han encontrado algún grado de refutación fácil de identificar, si no entre la
literatura tradicionalmente respetada por la academia, entonces sí entre los
llamados géneros menores, como la ficción especulativa (Meeker y Szabari, 2019)
o la literatura oral e infantojuvenil, como se debate en el volumen editado por
Duckworth y Guanio-Uluru (2022).
La tendencia de sorprenderse de nuevo por la existencia
de las plantas como seres dignos en sí ha prosperado en años recientes. Algunas
novelas contemporáneas que incluso en los títulos registran las plantas
incluyen: Autobiografía del algodón (2020) de la mexicana Cristina
Rivera Garza, La mirada de las plantas (2022) del boliviano Edmundo Paz
Soldán y Soñar como sueñan los árboles (2024) de Brenda Lozano, también
mexicana. Y esta lista armada al vuelo no incluye la literatura considerable en
lenguas indígenas que por fin encuentra más interés entre los públicos
académicos humanistas. El ejemplo estelar de esta perspectiva indígena dentro
de los bestsellers anglófonos es sin duda Braiding Sweetgrass (2013)
de Robin Wall Kimmerer, estadounidense y ciudadana de la nación potawatomi. A
lo largo de más de 380 páginas escritas casi totalmente en inglés, la autora
habla del uso que sus ancestres hacían de las plantas, de las herencias que
todavía le quedan como persona más o menos monolingüe y de las recompensas
intelectuales y espirituales de recuperar esas prácticas indígenas. El lamento de
Kimmerer sobre la pobreza de la actitud botánica comunicada en inglés durante las
primeras décadas de su vida y su correspondiente orgullo hacia las discrepantes
costumbres indígenas vendió más de dos millones de ejemplares y se ha traducido
a más de veinte idiomas, según la propia editorial (Milkweed Editions).
Así pues, si bien siempre han existido voces disidentes, la
conceptualización dominante de las plantas ha empezado a recibir en años
recientes no solamente mayores críticas y disputas desde distintas disciplinas
científicas, filosóficas y culturales, sino también un público general cada vez
más grande que ha dado fama a otros intérpretes que no dudan en acercarse al
antropomorfismo. Solo es necesario mencionar dos bestsellers escritos
por hombres que, por lo visto, saben manejar sabiamente la retórica del
sentimentalismo: The Hidden Life of Trees (2015) de Peter Wohlleben,
originalmente escrito en alemán; y The Botany of Desire (2001) del
estadounidense Michael Pollan, este último citado en Autobiografía del
algodón de Rivera Garza (2020, p. 260). Los libros de Wohlleben y Pollan,
desde sus respectivos subtítulos, se prometen revelar la perspectiva de una
planta. Si consideramos la temprana fecha del libro de Pollan, comprendemos que
el trabajo circulado entre un público no académico anticipa, en cierto sentido
de popularidad, el que se desarrollará unos quince o veinte años después entre
un público más especializado en las ciencias y humanidades.
Con base en trabajo tanto académico como divulgativo,
entonces, se ha consolidado un campo interdisciplinario llamado estudios
críticos de las plantas (Critical Plant Studies), el cual reúne
investigaciones realizadas primordialmente en las academias estadounidense y
europeas, pero que circula a través de todo el mundo. Del lado académico vale
notar que los estudios científicos de Stefano Mancuso (2015, 2017), Monica Gagliano
(2017) y Paco Calvo (2022) han analizado los complejos procesos de percepción,
cognición, comunicación e inteligencia que muestran las diversas especies
vegetales en su interacción con la información que proveen otros miembros de su
especie, el medio ambiente y los animales. De manera análoga, los escritos filosóficos
de Luce Irigaray (2016), Emanuele Coccia (2019) y Michael Marder (2013) han
meditado sobre la ontología de las plantas con el fin de atisbar qué significa
existir en el mundo desde la perspectiva de una planta y cómo podemos
reimaginar las estructuras antropocéntricas que dominan el pensamiento
occidental. Por su parte, las investigaciones en las humanidades y ciencias
sociales de Patrícia Vieira (2015), Lesley Wylie (2020), Emily Hind (2022),
Jorge Quintana Navarrete (2021), Juan R. Duchesne Winter (2019) y Eduardo Kohn
(2013) han reflexionado sobre las poéticas de las plantas en la literatura y
sobre las intrincadas interacciones entre los lenguajes del ser humano y de la
planta, entendidos como dos seres que producen significación a través de signos
ya sea lingüísticos o no lingüísticos. Las contribuciones etnográficas de
Theresa Miller (2019), Kristina Lyons (2020) y Micha Rahder (2020) han revelado
cómo diversas comunidades indígenas en Latinoamérica establecen comunidades
multiespecie con las plantas a su alrededor por medio de una apreciación de las
formas botánicas de expresión, afecto y espiritualidad.
Además, queda por incluir en esta lista algunos estudios
que quizás no se clasificarían en primer lugar entre las contribuciones a los
estudios de las plantas, pero que registran realidades sociales importantes al
respecto. Por ejemplo, los estudios de la inequidad radical en cuanto a la
distribución de acceso a las plantas vienen al caso dentro de esa categoría.
Tal ejemplo se encuentra en el libro de Hugo Cerón-Anaya (2019) sobre el
elitismo de los campos de golf en México, un juego practicado por el 0.00013%
de la población de la Ciudad de México. Estos campos y sus pastos verdes se
protegen de manera tan eficaz en la capital que el autor mismo desconocía la
existencia de uno de esos clubes con sus dieciocho hoyos y respectivas colinas
y árboles, a pesar de su familiaridad con la estación de metro ubicada afuera. De
la misma manera, vale la pena recordar que la Revolución Verde comenzó en
México y que los monocultivos tal vez no se mencionan en los estudios de las
plantas por el silencio impuesto sobre esas plantas forzadas a crecer sin un contexto
rico en biodiversidad y saturadas con fertilizantes manufacturados con base de
combustibles fósiles. Algunas críticas han intentado releer la obra de
escritores como Juan Rulfo a través de una mirada nueva sobre lo “verde” de esa
Revolución: por ejemplo, el capítulo de Victoria Saramago (2020) sobre Pedro
Páramo y la fotografía rural de Rulfo, y el artículo de Kerstin Oloff (2016)
sobre la misma novela y el supuesto milagro de combinar las plantas con
el petróleo realizado a mediados del siglo XX. La excelente historia de Tore C.
Olsson (2017) de las raíces de la Revolución Verde tampoco se entendería
necesariamente como un libro fundamental en los estudios de las plantas; no
obstante, tal como la contribución de Cerón-Anaya, sería difícil concebir el
arreglo social en torno a las plantas en países como México sin saber la
información impartida en esa investigación tan útil, que además hace eco
coherente con el mencionado estudio híbrido entre ficción e historia de Rivera
Garza, Autobiografía del algodón.
Los artículos contenidos en este número especial de Balajú
sobre plantas en México y Centroamérica dialogan de manera sostenida con este
reciente corpus de reflexión y extienden algunas de sus preocupaciones a nuevos
terrenos. Primero, “‘Anotar con cuidado’: una crítica del
lenguaje botánico desde la ecopoesía” de Regina Pieck analiza dos obras contemporáneas con
temas ecológicos: El sueño de toda célula (2018) de la poeta mexicana
Maricela Guerrero y How Long She'll Last in This World (2006) de la
poeta chicana María Meléndez, estableciendo paralelos con el Códice de la Cruz
Badiano, escrito en 1552 por intelectuales nahuas. El artículo examina cómo
estas obras imaginan modos alternativos de relacionarse con las plantas que
subvierten lo que Pieck, siguiendo a Maricela Guerrero, denomina el lenguaje
del imperio, es decir, las gramáticas hegemónicas para referirse a la vida
vegetal. Este lenguaje del imperio “regido por los criterios de eficiencia,
competencia y acumulación” ha tenido en sus diversas manifestaciones (por
ejemplo, los códigos legales, la ciencia botánica o las actividades económicas)
la intención instrumental de controlar, optimizar y extraer valor de las
plantas. En contraste, en un intento de desestabilizar las concepciones
antropocéntricas y colonialistas perdurables aún en nuestra relación con las
plantas, las obras de Guerrero y Meléndez ponen en práctica estrategias como el
lenguaje poético, el spanglish y el conocimiento ancestral/indígena.
Estas estrategias representan formas de “escribir desde la perspectiva de lo no
humano” que establecen una relación horizontal y cercana con las plantas con
base en el respeto y el cuidado.
En “Magnetismo
vegetal en Ipusik’al Matye’lum / Corazón de Selva de Juana Karen”, Emily Celeste Vázquez Enríquez continúa con el estudio de la relación
fructífera entre el lenguaje poético y los conocimientos botánicos indígenas. Vázquez
Enríquez sostiene que la colección de poemas (2013) de la escritora
ch’ol Juana Karen [Peñate Montejo], al igual que otros productos culturales
como la película Ixcanul (2015) del director
guatemalteco Jayro Bustamante, representa la relación
física y a veces erótica entre las mujeres y la vegetación de la Selva Norte,
ubicada en las fronteras de Belice, Guatemala y México (Chiapas). Esta zona
fronteriza, hogar de un ecosistema selvático diverso y de numerosas comunidades
indígenas, está amenazada constantemente por industrias extractivas, caza
ilegal de especies biológicas y contrabando de personas. Sin embargo, Vázquez
Enríquez sugiere que la obra de Juana Karen no se enfoca en esas problemáticas
sociales que abundan en las representaciones culturales; busca mostrar más bien
cómo la conexión cercana entre seres humanos y vegetales puede emanciparse de
los marcos capitalistas y colonialistas que dominan la región. En consonancia
con la poesía de Guerrero analizada por Regina Pieck, los poemas de Juana Karen
ponen en escena los modos en que la vegetación ejerce una fuerza gravitacional
que atrae sensorial y afectivamente a los cuerpos y hace posible “una ética de cuidado y reciprocidad entre entes humanos y no humanos”.
Por su parte, en “El veget-alfabetismo en Supernaturalia
de Norma Muñoz Ledo, Restauración de Ave Barrera y Desierto
sonoro de Valeria Luiselli”, Emily Hind propone el concepto de
“veget-alfabetismo” para reflexionar sobre las causas de la falta generalizada
de interés y conocimiento básico sobre las plantas. Hind examina una amplia
gama de manifestaciones culturales mexicanas para concluir que el dominio del
petróleo en la cultura mexicana oculta o impide reconocer las enseñanzas
botánicas sobre la inteligencia de las plantas que ya existían en el
conocimiento indígena, en ciertos relatos orales recogidos por Norma Muñoz Ledo
y desde luego en dos novelas (2019) de crítica social, una de Ave Barrera y
otra de Valeria Luiselli. Si el folclore tiende a animar un discurso
hilozoístico, como se percibe en Supernaturalia,
un discurso más bien parabólico se lee en Restauración
y Desierto sonoro. Estos últimos apuestan por un materialismo más hueco y
representa a los privilegiados personajes veget-alfabetizados como buenas
víctimas o, en el mejor de los casos, solo temporalmente funcionales fuera del
automóvil. La lucha contemporánea por poner la atención sobre las plantas
enfrenta un olvido perpetuamente en proceso, al juzgar del carácter universal
de las lecciones básicas de fotosíntesis impartidas en la primaria, desde el
primer grado. Es difícil asimilar la importancia de las plantas en un país
altamente "petro-alfabetizado" como México, en donde el petróleo ha
jugado y sigue jugando un papel primordial en términos económicos, políticos e
incluso simbólicos.
Lo que Hind denomina el constante “encuentro perdido”
con las plantas es también el tema de análisis de “El alma de las plantas: espiritualidad y botánica en textos de Amado Nervo
y José Juan Tablada” de Jorge Quintana Navarrete. Este artículo estudia dos ensayos pioneros en la
cultura mexicana, “El alma de las plantas” (1919) de Amado Nervo y “Los árboles
son sagrados” (1921) de José Juan Tablada, los cuales tienen en común una
crítica de la “ceguera vegetal” que ha dominado en la tradición occidental. Quintana
Navarrete sostiene que el objetivo último de los ensayos de Nervo y Tablada es revalorizar
la inteligencia de las plantas y afirmar su dimensión espiritual o sagrada. Para
lograr este propósito, Nervo y Tablada no recurren al conocimiento indígena,
como lo hacen las escritoras analizadas por Regina Pieck y Emily Celeste
Vázquez Enríquez, sino que retoman investigaciones de la botánica occidental
como los estudios del científico indio Jagadish Chandra Bose. Del mismo modo, Quintana
Navarrete muestra que Nervo y Tablada se nutren del ambiente
“neoespiritualista” de principios del siglo XX con el fin de proponer una
religión natural basada en el sentimiento de fraternidad espiritual con las
plantas y la naturaleza entera.
Por último, “La eco-teología en el proyecto poético de
Ernesto Cardenal” de Rebecca Janzen continúa el estudio de la interrelación
entre plantas y religión/espiritualidad por medio del examen del proyecto
teológico y la escritura poética de Ernesto Cardenal. Este escritor y sacerdote
nicaragüense combinó el compromiso político hacia la revolución sandinista y la
adhesión a la teología de la liberación, además de publicar importantes obras
poéticas y fundar una comunidad alternativa en la isla de Solentiname. Janzen afirma
que la poesía escrita por Cardenal y por los miembros de la comunidad en
Solentiname contiene imágenes de la interrelación inextricable entre los seres
humanos, las plantas y los demás seres. Mientras que Cántico cósmico (1989)
de Cardenal representa con matices científicos y místico-religiosos el
papel esencial de las plantas en la formación del mundo, la poesía escrita por
los campesinos solentinameños enfatiza la centralidad de las plantas y animales
en la vida cotidiana de la comunidad. Partiendo de los planteamientos de la
eco-teología de la liberación, Janzen argumenta que estos poemas sugieren la importancia
de “una transformación universal necesaria y urgente” basada en la liberación política
y espiritual del mundo entero, incluyendo las plantas y todos los seres.
En conjunto, los artículos contenidos en este número ofrecen
argumentos para criticar la visión antropocéntrica y/o instrumental de las
plantas que ha prevalecido en la tradición occidental científica, filosófica,
religiosa y artística. Partiendo de epistemologías indígenas o planteamientos
marginales en el ámbito científico o religioso, la imagen de las plantas que
emerge de este número especial destaca las capacidades sensoriales y expresivas
de las plantas, así como su disposición para establecer alianzas
interdependientes con seres humanos y no humanos. La tarea urgente consiste, quizás,
en reconocer esas capacidades vegetales y aprender a aliarse con ellas para
desestabilizar los marcos antropocéntricos que siguen empobreciendo nuestra
visión del mundo.
Referencias
Calvo, P. y
Lawrence, N. (2022). Planta Sapiens: The New Science of Plant Intelligence. Nueva York: W.W. Norton
& Company.
Cerón-Anaya,
H. (2019). Privilege at Play: Class, Race, Gender and Golf in Mexico. Oxford:
Oxford University Press.
Coccia, E. (2019). The
Life of Plants: A Metaphysics of Mixture. Traducido por D. J.
Montanari. Cambridge
y Oxford: Polity Press.
Duchesne
Winter, J. R. (2019). Plant Theory in Amazonian Literature. Londres: Palgrave
Macmillan.
Duckworth,
M. y Guanio-Uluru, L., eds. (2022). Plants in Children’s and Young Adult
Literature. Londres: Routledge.
Gagliano, M., Ryan, J., y
Vieira, P. (2017). The Language of Plants: Science, Philosophy,
Literature.
Minneapolis:
University of Minnesota Press.
Hall, M. (2011). Plants
as Persons: A Philosophical Botany. Albany: SUNY Press.
Hallé, F. (2002). In
Praise of Plants. Portland, OR: Timber Press.
Haraway, D. (2003). The Companion
Species Manifesto. Chicago: University of Chicago Press.
Hind, E. (2022). Las plantas en
el cine mexicano: ¿desastre ecológico o remedio visual?
Conversación con
la diseñadora de arte Brigitte Broch sobre Solo con tu pareja (1991),
Sexo, pudor y
lágrimas (1999) y Amores perros (2000). Balajú. Revista de cultura y
comunicación de la Universidad Veracruzana, 17, 102-112.
Irigaray, L. y Marder, M. (2016). Through Vegetal Being: Two
Philosophical Perspectives.
Nueva York: Columbia
University Press.
Kimmerer,
R. W. (2013). Braiding Sweetgrass: Indigenous Wisdom, Scientific Knowledge
and the Teachings of Plants. Minneapolis: Milkweed Editions.
Kohn, E.
(2013). How Forests Think: Toward an Anthropology Beyond. Berkeley: University
of California Press.
Lyons, K.
(2020). Vital Decomposition: Soil Practitioners and Life Politics. Durham y
Londres: Duke University Press.
Mancuso,
S. y Viola, A. (2015). Brilliant Green: The Surprising History and Science of Plant
Intelligence. Washington,
D. C.: Island Press.
Mancuso, S.
(2017). The Revolutionary Genius of Plants: A New Understanding of Plant
Intelligence and Behavior. Nueva York: Atria Books.
Marder, M.
(2013). Plant Thinking: A Philosophy of Vegetal Life. Nueva York: Columbia
University Press.
Meeker, N.,
Szabari, A. (2019). Radical Botany: Plants and Speculative Fiction. Nueva
York: Fordham University Press.
Milkweed
Editions (s/f). Braiding Sweetgrass. Consultado 29 marzo de 2024. https://milkweed.org/braiding-sweetgrass#:~:text=Join%20us%20in%20celebrating%20the,for%20the%20last%20three%20years.
Miller, T.
(2019). Plant Kin: A Multispecies Ethnography in Indigenous Brazil. Austin:
University of Texas Press.
Oloff, K.
(2016). The ‘Monstruous Head’ and the ‘Mouth of Hell’: The Gothic Ecologies of
the ‘Mexican Miracle’. En M. Anderson y Z. M. Bora (eds). Ecological Crisis
and Cultural Representation in Latin America: Ecocritical Perspectives on Art,
Film, and Literature. (pp. 79-98). Lanham, MD: Lexington Books.
Olsson, T. C. (2017). Agrarian Crossings:
Reformers and the Remaking of the US and Mexican Countryside. Princeton: Princeton
University Press.
Parsley, K.
M. (2020). Plant Awareness Disparity: A Case for Renaming Plant Blindness. Plants
People Planet, 2 (6), 598-601.
Pollan, M.
(2001). The Botany of Desire: A Plant’s-Eye View of the World. Nueva
York: Random House.
Quintana
Navarrete, J. (2021). José Vasconcelos’s Plant Theory: The Life of Plants,
Botanical Ethics, and the Cosmic Race. Hispanic Review, 89 (1), 69-92.
Rahder, M.
(2020). An Ecology of Knowledges: Fear, Love, and Technoscience in
Guatemalan Forest Conservation. Durham y Londres: Duke University Press.
Saramago,
V. (2020). Fictional Environments: Mimesis,
Deforestation, and Development in Latin America. Evanston, IL: Northwestern
University Press.
Schell, J. (2016). Preserving Plants in an Era of
Extinction: Sentimental and Scientific Discourse in Mary Thacher Higginson’s ‘A
Dying Race’. En P. Vieira, M. Gagliano y J. Ryan (eds.), The
Green Thread: Dialogues with the Vegetal World (pp. 109-127). Lanham, MD: Lexington
Books.
Trewavas,
A. (2014). Plant Behaviour and Intelligence. Oxford: Oxford University
Press.
Vieira,
P. (2015). Phytographia: Literature as Plant Writing. Environmental
Philosophy, 12 (5), 205-220.
Wandersee,
J., y Schussler, E. (1999). Plant Blindness. The American Biology Teacher,
61 (2), 84-86.
Wohlleben,
P. (2015). The Hidden Life of Trees: What They Feel, How They
Communicate. Vancouver: Greystone Books.
Wylie, L.
(2020). The Poetics of Plants in Spanish American Literature.
Pittsburgh: University of Pittsburgh Press.